En los castigados países del Cono Sur se está gestando actualmente una situación que, en medio de las explicables urgencias, carencias y zozobras, aún no ha despertado la atención que merece. Me refiero a la ruptura provocada por los respectivos gobiernos de fuerza en el campo estrictamente cultural. La persecución y discriminación políticas, así como la imposibilidad de publicar y trabajar, han motivado que un importante número de escritores, pintores, músicos, cantantes, gente de cine y teatro, hombres de ciencia, universitarios, periodistas, etc., hayan sido empujados al exilio. También hay miembros de la grey cultural que han permanecido en sus países: unos, porque están en prisión, y otros, porque han podido y preferido quedarse allí, pese a las obvias cortapisas, o la prohibición total, que la situación genera. Por supuesto, no considero en este rubro a quienes (una minoría) colaboran desembozadamente con las dictaduras.

Los gobiernos de fuerza tienden a provocar una ruptura total y, como es lógico, se sentirán realizados si la separación obligada culminara en desavenencia. Afortunadamente, tanto los de adentro como los de afuera tenemos demasiadas cosas en común como para hacerles el juego a esos enemigos naturales de la cultura. Unos y otros sabemos que la literatura y el arte de nuestros pueblos, hoy tan duramente agredidos, se irán construyendo con el aporte conjunto de los que permanecen dentro del país y de los que han debido apelar al exilio.

Ninguna de ambas versiones, considerada aisladamente, restituirá la verdad artística de este dramático lapso; la verdad será no sólo la suma sino la interpenetración de ambas faenas. Sin embargo, y a fin de que cada dictadura no se salga con la suya, todos debemos estar alerta. Por múltiples razones, la conjunción puede no ser fácil, y convendrá desde ahora aventar los malentendidos.

Como es obvio, hay diferencias circunstanciales entre el artista que permanece en el país y allí trata de continuar su labor, y el artista que asume su trabajo creador en el exilio. Entre los que se han quedado abundan los que, pese a todos los riesgos y dificultades, no han abdicado sus principios y mantienen una actitud digna. El clima de restricción se refleja, como es lógico, en su obra. Por lo pronto, hay artistas y escritores que renuncian a hacer públicos sus trabajos. Otros en cambio se esfuerzan en mantener de algún modo sus nexos con el público. Estos enfrentan una grave dificultad; su labor tendrá que ser lo suficientemente velada o anfibológica como para convencer (o al menos desorientar) a la censura, pero deberá sin embargo incluir en sus entrelíneas o en sus tropos, suficientes contraseñas como para que el público sepa que sigue leal a la conducta que, en años libres, reflejara su obra.

Este esfuerzo llega a veces a imprimir en un texto cierto sello particular. Es cierto que, por ejemplo, un escritor puede verse restringido en el ejercicio de su lenguaje, y que esa restricción (que a menudo también es crispación) puede quitarle brillo, prestancia, movilidad, vigor expresivo, pero no es menos cierto que la censura es un desafío al que el artista suele responder con imaginación, enriqueciendo sus insinuaciones clandestinas y perfeccionando el arte de la entrelínea.

En el exilio, en cambio, el escritor recupera la plenitud de la palabra; puede hacerle decir a ésta lo que efectivamente quiere. Sus eventuales limitación sólo serán las de su talento (o la ausencia del mismo), el grado de su vocación, la constancia de su trabajo. Pero hay una limitación nueva: la falta del su ámbito natural. Para algunos escritores eso significa poco: su imaginación genera rápidamente compensaciones. Para otros significa todo o casi todo.

O sea que, en cierto sentido, la ruptura ha conseguido un efecto. El que vive en el país posee el ámbito pero carece de libertad; el que vive fuera, tiene la libertad pero carece del ámbito. Así, pues, ningún escritor argentino, chileno o uruguayo de hoy, esté fuera o dentro del país, ha de producir en las mismas condiciones que antes de la lóbrega trilogía de cuartelazos. Desde ya tenemos pues que ir preparando el ánimo para la eventualidad de un reencuentro.

Los de adentro y los de afuera. El reencuentro llegará de eso no hay duda. Y cuando llegue, todos nos sorprenderemos: los que regresemos, porque encontraremos un país distinto al que dejamos, un pueblo fiel a sí mismo pero que quizá haya cambiado en su lenguaje, en sus lecciones aprendidas, en su modo de encarar el futuro. También se sorprenderán los que se quedaron, porque tal vez no responderemos a sus esquemas sobre el exilio.

Habrá mucho que dialogar, que intercambiar. Habrá que airear los recelos que casi involuntariamente se forman en una situación tan irregular. Habrá que aprender y enseñar en ambas direcciones. Pero en ese reencuentro que ojalá no demore, hay algo que los del exilio (por lo menos los del exilio uruguayo) debemos tener bien claro. Desde afuera podemos haber hecho lo posible para que la maniobra de la dictadura concluyera en fracaso, pero quienes tendrán verdaderamente la palabra serán los que allí pudieron permanecer, los que publicaron sus metáforas en el filo de la navaja o las escondieron como tesoros de pirata. Con todas sus limitación y frenos, con todos sus azares y escollos, la labor cumplida por los hombres y mujeres de la cultura quedará para la historia del país como una increíble y ganada batalla por la supervivencia de nuestra identidad.

(1981)

*Aparecido en Subdesarrollo y letras de osadía , 1987.

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