Pero ella, audaz, excelente conversadora y gran conocedora de cuentos y leyendas, pidió a su verdugo que le dejara contarle un cuento, lo que le tomó toda la noche pero ella, a sabiendas que el rey estaba como decimos coloquialmente “picado”, evitó contarle el final y de esta manera Sherezada es el símbolo de la fascinación de contar historias y, hasta donde se cierra el capítulo de su vida, trasciende que contó, cuando menos, mil y un cuentos.
El cuento, entonces, es un género tan antiguo como el ser, tan viejo como el pavor, tan fascinante como el amor; y, claro, a lo largo del devenir variadísimos tipos de historias, fábulas, leyendas y cuentos han acompañado al ser humano.
Desde un punto de vista muy restringido se suele calificar al cuento como una historia breve que contenga introducción, desarrollo, clímax o nudo y desenlace y que puede o no tener un final sorpresivo. Ésto sucede en muchos casos, no cabe duda, pero no quiere decir que todos los cuentos tengan que ser así, ni que todos tengan forzosamente la misma estructura y el mismo e idéntico modelo. Por eso existen, entre otros los llamados mini-cuentos o micro-relatos o cuentos breves e incluso cuentos brevísimos (a fin de cuentas el nombre o las etiqueta es lo de menos) y por ello, en la cuarta etapa de este proyecto vamos a echar una mirada a la llamada minificción narrativa que consiste en textos que narran una historia completa que generalmente no rebasa el espacio de una página impresa (o de 200 palabras) y que se caracterizan, además, por ser experimentales, juguetones y completados muchas veces en la mente del lector; aunque en el terreno de la imaginación creadora siempre hay excepciones, por ello también hay micro-relatos de miedo, como por ejemplo, el que citamos a continuación que ya es un clásico en cuanto a mini cuento de terror, del escritor estadounidense Thomas Bailey Aldrich (1836–1907):