Aunque la mirada hacia la minificción es relativamente reciente, la brevedad en la literatura no es algo novedoso, como lo demuestra el texto del filósofo oriental Chuang Tzu1 con el que presentamos este proyecto, escrito 300 años antes de Cristo.

Muchas culturas, a lo largo de distintas épocas, han sabido reconocer el poder de lo breve para expresar ideas, emociones y sensaciones, paradójicamente complejas. Basta con mirar algunos fenómenos naturales como un copo de nieve o el vuelo fugaz de una mariposa, o con intentar detener imágenes que nuestra sensibilidad capta (despiertos o dormidos) para intentar manifestar ese instante de una manera permanente y poderosa, proporcional a la intensidad de nuestra emoción, por aparentemente momentánea que ésta haya sido, pues aunque el fenómeno sea efímero, deja una huella duradera en nosotros.

 

 

Así, dejando a un lado ancestrales textos de diferentes tradiciones religiosas -sobre todo orientales- encontramos muy antiguas y distintas muestras de brevedad. Por ejemplo, en las parábolas bíblicas que, al narrar de manera breve sucesos fingidos (como el episodio de Jonás tragado por una ballena), intentan darnos una enseñanza moral.

El caso es que tanto en prosa como en verso, en pregones, proverbios, cantos y refraneros, la humanidad ha expresado grandes pensamientos y sensaciones de manera breve, sin que esto atente contra su carácter artístico. El pensamiento se ha manifestado en aforismos, definiciones, adivinanzas, acertijos, relatos míticos, e incluso mucho de la sabiduría popular se ha canalizado en excelentes dichos, que pasan de generación en generación para prevenirnos, enseñarnos o deleitarnos con expresiones que normalmente no pasan de un renglón.

Seguro que todos conocemos algún consejo breve o refrán que nos han dicho al oído abuelos, padres o familiares como:


No por mucho madrugar, amanece más temprano.

El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija.

Al mal tiempo, buena cara.

Ojos que no ven, corazón que no siente.

Dime con quién andas y te diré quién eres…

A lo hecho, pecho
(o en su versión de chiste: a lo hecho, ketchup)

O, ya sin bromear, aquél que ilustra nuestro propósito:

A buen entendedor, pocas palabras…

1 “Chuang-Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba que era un hombre”.