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La señora
Rodríguez reconoció una bolsa igual a la suya en el supermercado.
Colgaba del hombro de una anciana, a quien la señora Rodríguez
comenzó a seguir sin atreverse a hablarle. La anciana compró
jitomates, plátanos, papel de baño y detergente; la señora
Rodríguez compró lo mismo y recordó el boleto a
Europa que nunca había comprado. "Hoy lo compraré",
se prometió. La anciana se recargó en la caja registradora
y buscó su monedero para pagar; de la bolsa emergieron un chupón,
un chicle masticado, un rosario de sándalo y un kleenex sucio,
antes que el monedero. Mientras tanto la señora Rodríguez
hizo lo mismo, recordando de pronto todas las limosnas que había
negado en su vida. "Llegando a casa mando un cheque al hospicio",
volvió a prometerse. La anciana se apoyó en su bastón
para salir a la calle y la señora Rodríguez, sintiéndose
cansada, pensó que nunca tuvo tiempo de visitar a su tía
Clotilde, que acababa de morir. "Pondré su retrato en la
sala en cuanto llegue a casa", prometió por tercera vez
la señora Rodríguez. La anciana dio vuelta a la derecha
en la primera esquina, que era por donde la señora Rodríguez
daba vuelta todos los días, de cada semana, de cada mes, año
tras año. La anciana caminó tres cuadras; la señora
Rodríguez iba tras ella, a pesar de que sentía que se
asfixiaba al recordar el novio con el que se casó. "Al llegar
lo primero que haré será buscar su número en el
directorio telefónico." La anciana se detuvo frente a la
casa de la señora Rodríguez, sacó una llave de
su bolsa y abrió la puerta. La señora Rodríguez
corrió, pero no alcanzó a llegar antes de que aquélla
cerrara. La señora Rodríguez tocó, gritó,
timbró, sin que nadie le abriera y, por más que buscó
en su bolsa, no pudo encontrar la llave de su casa.
14
La señora Rodríguez decidió limpiar su bolsa para
empezar bien el día. La abrió como si fuera la primera
vez y, con la misma devoción con que había metido cada
objeto, los fue sacando de nuevo uno por uno. Lo primero que apareció
fueron unas plantillas del número cinco. La señora Rodríguez
las tiró a la basura, quitándose a un tiempo los zapatos
y arrojándolos a un rincón. En ese momento su suegra se
le borró por completo de la memoria. En tobimedias, la señora
Rodríguez sacó de su bolsa una postal de Acapulco, enviada
por su sobrina Laurita; y se quitó el suéter porque le
dio calor. Nunca más la señora Rodríguez se volvió
a acordar de Laurita, ni de su cuñada, ni de su hermano. La señora
Rodríguez se despojó de la blusa y el pantalón,
tras haber sacado de la bolsa el chupón de Carlitos, los zapatitos
de charol de Susanita, el vestido de sus quince años y la cuenta
del teléfono de febrero de 1965; con lo que la señora
Rodríguez se olvidó por completo de Carlitos, de Susanita
y de todo lo ocurrido antes de 1965. En el instante en que la señora
Rodríguez tiró su acta de matrimonio, se quitó
la argolla de casada y, de paso, el recuerdo del señor Rodríguez.
Después de vaciar la bolsa, la señora Rodríguez
se miró en un espejo y no se reconoció. El señor
Rodríguez la encontró desnuda, gateando por la sala, arrastrando
la bolsa, cuyo contenido se hallaba regado por la casa. El señor
Rodríguez comprendió lo sucedido y se apresuró
a meter todo en la bolsa antes de que fuera demasiado tarde. En su prisa
revolvió los días con las noches, presente con pasado
y juntó un miércoles con un viernes santo. Al terminar
de cerrar la bolsa vio su reloj: eran las siete de la mañana
del día 19 de septiembre de 1985. La señora Rodríguez
recuperó la memoria en medio de un temblor de ocho grados en
la escala de Richter. Dentro de la bolsa reinaba el caos.