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Rubén Uriza
Medallas de oro y plata en ecuestre
Londres 1948

El, el hombre, desciende de revolucionarios.
Es sobrino de Abraham Castro y de Rosendo V. Castro.
Sobrino, pues, de caballistas. Hombres de campo. Agraristas. Zapatistas. De aquellos que el 25 de noviembre de 1911 cabalgan al lado del Caudillo del Sur y se alzan en armas contra el gobierno del presidente Madero. Enarbolan el Plan de Ayala, que demanda justicia para el campesino. Debe ser suya la tierra que cultiva.
El será, también, hombre de a caballo.
Porque el caballo lo es todo, allí, en la abrupta sierra guerrerense.
Allí, donde Rubén Uriza Castro ha nacido. A él, el noble bruto, le fluye la historia por las venas.
Es un alazán tostado, con un lucero en la frente, hijo de padre árabe y madre pura sangre.
Nace en Chihuahua y es todavía un potrillo cuando se marca su destino: será caballo de salto.
Sólo mide 1.52 metros de alzada, pero es largo y fuerte.
Y también valiente y de indómito temperamento.
Como aquel cacique cubano que en 1515 pagó con la vida su rebeldía ante los españoles.
Por eso, quizás, le han llamado Hatuey. Cuando hombre y caballo se encuentran, a finales de 1947, emprenden una veloz carrera hacia la inmortalidad.

La alcanzan poco después y en tierras muy lejanas:
Sábado 14 de agosto de 1948.
Estadio Wembley, en Londres.
Día final de los XIV Juegos Olímpicos.
Ochenta mil espectadores colman las gradas porque hoy no presenciarán únicamente la ceremonia de clausura, sino también la última prueba de los Juegos: el Premio de las Nacioes.
Ya Alberto Valdés, capitán del Ejército Mexicano, ha cubierto su recorrido. Montando a Chihuahua, cometió 20 faltas.
El turno, de acuerdo con el sorteo, corresponde al vigésimo séptimo binomio que también viene de México: sobre el lomo de Hatuey, el también capitán Rubén Unza se lanza contra la pista.
Capitán entonces, hoy general brigadier retirado, recuerda el caballista lo que aconteció aquel día:
-Valdés tuvo una buena monta, sobre todo si se compara con la de muchos competidores que fueron eliminados al caerse del caballo en ese difícil recorrido. El terreno, de pasto flojo, era el principal enemigo de todo corcel.
Al revisar la tabla de posiciones, me di cuenta de que podíamos luchar por la medalla de oro por equipos. Así que traté de asegurar ese resultado. Hatuey me respondió muy bien y sólo derribé dos barras para ocho faltas, lo que me colocó en muy buena posición: empatado en primer lugar individual con el francés D'Orgeix y el estadounidense Wing.
Cuando terminé mi recorrido me sentía doblemente feliz: estaba en la pelea y de hecho, la medalla de oro por equipos era nuestra. Íbamos en primer lugar con 28 faltas, faltándonos sólo el recorrido de un jinete. Nuestros más cercanos adversarios eran el equipo español, con 56.5 faltas y el inglés, con 67. Y ya habían competido sus tres integrantes. Así que todo esta dispuesto para que ganáramos ese primer lugar. Sólo podría evitarlo una actuación catastrófica de Mariles, pues como teníamos ventaja de 28.5 faltas, Humberto y Arete hubieran podido darse el lujo de derribar siete barras y aún así seriamos campeones. Pero sabíamos que Mariles y Arete eran uno de los mejores binomios del mundo.
Ya cae la tarde en el estadio Wembley.
El estruendo ha terminado.
La prueba tiene un jinete campeón: Humberto Mariles.
Tiene un país campeón: México.
Pero todavía hay dos medallas en el estuche. Una de plata. Una de bronce.
Nadie sabe a quien pertenecerán.
Tres caballistas a ellas aspiran:
El capitán mexicano Rubén Uriza, el caballero francés Jean F. D'Orgeix y Franklin R. Wing, coronel del Ejército de Estados Unidos.
Ronda de desempate entre ellos.
Los ayudantes de pista se mueven rápidamente y modifican el circuito. Ya no serán 16 obstáculos sino nueve, pero su altura se eleva de 1.30 a 1.80 metros. La ría conserva los 2.20 metros de longitud.
Contarán las faltas. Y también el tiempo realizado.
La gente vuelve a tomar asiento. Y a guardar un silencio absoluto, que rompe sólo cuando los jinetes salen a la pista. Entonces les ovaciona calurosamente.
El primero es D'Orgeix. Enfila a Sucre de Pomme y emprende la carrera. Cinco obstáculos son salvados limpiamente. Pero cae una valía del sexto. Cuatro puntos de penalizacion...
Le sigue Franklin Wing -previamente señalado como favorito para ganar la competencia-. El militar estadounidense espolea a Democrat. Y allá va... Falla, como D'Orgeix, so. lamente en el sexto obstáculo. Empata, pues, en faltas. Pero ha invertido más tiempo que el francés.
Y entra en acción, ahora, sí, el último de los 4 mil 500 deportistas que han competido en la justa olímpica: Rubén Uriza.

En la línea de salida, el militar acaricia el poderoso cuello del corcel.
Arrancan...
Y son uno jinete y cabalgadura.
Uriza:
- Hatuey me respondió como nunca, a pesar de que la presión era muy fuerte. Y logré una pista limpia. ¡La única que se dio en eso Juegos!
Un solo grito, un solo nombre se escucha en todo Wembley:
¡MEXICO!...
Dos medallas de oro. Una de plata.
La gloria.
El mundo entero conoce, ese día, a Mariles-Arete.
Y no olvida a Uriza-Hatuey.

No sabe qué sucedió primero:

Aprender a caminar o aprender a montar.

Uriza:
- Yo creo que ha de haber sido al mismo tiempo.

Había nacido -27 de mayo de 1919- en una amplia casona en Huitzuco, Guerrero. Su padre era Manuel Uriza, agricultor y ganadero; su madre, doña Tayde Castro, maestra de la escuela rural -a la que el pequeño Rubén acudió para cursar la primaria- .

Uriza:
- En casa siempre hubo caballos, porque allá en la sierra el caballo es el único medio de transporte y además, elemento indispensable en la vida del campo. Lo es todo, pues...
Años primeros, los del futuro medallista, plenos de sol, de aire puro, vegetación, agrestes montañas, arroyos, animales salvajes y domésticos, árboles frutales, amor paternal... Y caballos.
Tardes calurosas que morían bajo la sombra protectora de uno de tantos árboles en la huerta, mientras Rubén mordisqueaba una manzana y escuchaba a sus padres narrar aquellas historias de sus tíos revolucionarios y las anécdotas de su propia infancia.
Uriza:
- Siempre me hablaban de mi pasión por los caballos. Decían que todavía no caminaba y ya me gustaba estar sentado en una silla de montar, o en los lomos de un cuaco. Que nomás veía a un caballo amarrado y me iba a sentar junto a él y que cuando me subían podía sostenerme firmemente con las manos... Para mí, el caballo significó una especie de juguete, una distracción, el mejor elemento para hacer ejercicio y sobre todo, un gran compañero. Noble, fuerte, bello...
Su primer potro fue el alegre Rabucas. En él lo aprendió todo sobre el caballo. Del peligro de montarlo, inclusive.

Uriza:
- En una ocasión, tal vez tendría yo 14 años, fuimos a traer ganado. Al regreso, mi padre me pidió que me adelantara y abriera el zaguán del rancho y así lo hice. Pero cuando me iba a bajar del caballo me atoré con la reata y quedé colgado de la montura. El Rabucas, que era muy nervioso, se espantó y salió a galope tendido. Me arrastró por lo menos por unos 150 metros. Y no fueron más porque mi padre lo alcanzó. Cuando el Rabucas detuvo su loca carrera, yo estaba en el suelo, desmayado, todavía con el pie enredado en la reata. Cuando volví en mí, mi padre me dijo: "No se apure, m'ijo, trépese en ancas. Lo voy a llevar a la casa". Le respondí: "a poco cree que nomás por esto no lo volveré a montar..." Me subí al Rabucas y regresé con él al rancho. Así era mi afición por el caballo.
Dos años más tarde sus padres lo enviaron a México.
Querían que fuera un hombre del Ejército. Y lo inscribieron en el Colegio Militar.
El llegó a Popotla con el oculto deseo, más que estudiar una carrera, de ingresar a la caballería. Lo logró rápidamente, por supuesto. No había secretos para él cuando de dominar un potro se trataba.
Habían pasado apenas unos meses de su llegada cuando Uriza fue seleccionado para participar en concursos internos de equitación.

Uriza:
- Cuando nos empezaron a enseñar la técnica de salto, yo tenía una ventaja sobre muchos de mis compañeros: ya sabía montar.
Mientras eso sucedía, otro grupo de ex cadetes del Colegio Militar obtenía la victoria en la prueba ecuestre de los III Juegos Centroamericanos y del Caribe, disputados en El Salvador, 1935. Se hablaba ya de un prometedor jinete mexicano de 23 años: Humberto Mariles. Era el mejor. Le acompañaban Francisco Vieyra y Ramiro Rodríguez Palafox.

Al año siguiente, mientras Uriza ganaba un torneo de salto disputado entre todas las escuelas militares del país, Mariles era comisionado por el presidente Lázaro Cárdenas para que acudiera como observador a los Juegos Olímpicos de Berlín.
Regresó Mariles.
Y trazó un programa de trabajo para la equitación mexicana.
Habían sido de armas los hombres que al país gobernaban en ese momento.
El general Tirso Hernández, ex tirador olímpico, era a la sazón jefe de la Dirección de Educación Física y presidente del Comité Olímpico Mexicano, mientras que Gustavo Arévalo Vera, también general, ocupaba la presidencia de la Confederación Deportiva Mexicana.
Hombres que a caballo recorrieron la lucha revolucionaria.
Por eso la equitación recibía un impulso que no tenían otros deportes. El general Lázaro
Cárdenas autorizaba, sin pensarlo dos veces, que muchos de los terrenos baldíos en la ciudad fueran convertidos en campos ecuestres.


UN JINETE PARA MUCHAS MONTURAS...

Uriza:
-Yo me había caracterizado por ser un jinete para muchas monturas... Como poseía cierta habilidad para adiestrar caballos de competencia, frecuentemente me cambiaban la cabalgadura.
Así, en 1943 -ya como subteniente- y montando a Rhin, recorre limpiamente el circuito en dos ocasiones y se adjudica la copa Francia de la competencia Falta y Fuera.
Al año siguiente-Rubén Uriza ha sido ascendido a teniente- conquista varios torneos nacionales. Malinche, Campeón y Maravilla le acompañan en esas victorias.
En 1946 guía a Aguila Negra al primer sitio en el premio Universal Gráfico. Es impecable su recorrido, de 15 saltos.
Y en 1947 reafirma su sitio como primerísimo jinete mexicano. Ya es capitán. Y sobre Maravilla obtiene el triunfo en el certamen internacional ecuestre celebrado en la ciudad de México -torneo diseñado por Manles como punto vital de la preparación rumbo a la Olimpiada de Londres- y poco después sobre Aguila Blanca gana un lugar en el equipo nacional que competirá en el exigente circuito neoyorquino.
Es entonces cuando, una mañana de octubre en la escuela de equitación, Mariles se dirige a Uriza y le dice:
-Mire, capitán, aquí le traigo a Hatuey. Es un buen caballo. Creo que usted le puede sacar mucho provecho.
Hatuey había sido asignado al capitán Raúl Campero.
Uriza:
-Nada más lo vi y me pareció un caballo con mucho temperamento. Lo dejé correr un poco y luego luego me di cuenta de su agilidad. Era chaparrón y muy largo. Parecía muy valiente. Pero antes de montarlo hablé un largo rato con Campero. Tenía que saber quién era
ese Hatuey.

Y le dijeron:
Hatuey nace en Chihuahua -1938-, hijo de padre árabe y madre pura sangre. Es seleccionado, junto con otros 60 equinos, para ser cedidos al Colegio Militar. No obstante, al hacerse una selección con los colores de su piel -los prietos serían para los artilleros y los colorados para el escuadrón-, el potro norteño, un alazán tostado, no encuentra un lugar. Es puesto en venta. Y tal vez atraído por es nombre tan simbólico para los hombres de si pueblo, Diego Rosado de la Espada -cubano avecindado en México- lo compra en 200 pesos y lo lleva al club Hípico Francés, en donde Hatuey es entrenado por Enrique Guash. Destaca rápidamente, aunque en su primera competencia oficial, montado por José Antonio Greaves, sólo alcanza el cuarto sitio en un torneo de poca importancia.
Un día, al ser transportado junto con otros equinos al campo de entrenamiento ubicado en Dolores, cerca del río de La Piedad, un camión atropella a Hatuey y a otro caballo. Este muere en el acto. Hatuey, gravemente lésionado, es conducido de emergencia a una clínica, donde le salva la vida la oportuna intervención del veterinario Mario Sergio Rodríguez. Animal de casta, el alazán tostado se recupera rápidamente y se convierte en estrella de los concursos nacionales, por lo que es solicitado a préstamo por los dirigentes del preseleccionado nacional. Le es asignado a Campero y éste logra, con él, la conjunción ideal entre jinete y montura. Pero Mariles toma de las riendas a Hatuey y lo deja en manos de Uriza.e
Dice el general brigadier:
-Era un caballo de notables cualidades. La principal era su valentía. Tenía mucha elasticidad y a la vez era potente y gran saltador. Su temperamento era dificil. Pero yo me las arreglé con él...
De hecho, Uriza y Hatuey comienzan a conocerse cuando la preselección mexicana -integrada exclusivamente por militares: Humberto Mariles, Rubén Uriza, Víctor Saucedo Carrillo, Alberto Valdés, Joaquín Solano y Raúl Campero- viaja a Nueva York, para participar en una serie de concursos que formaban parte del plan de preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Londres.
Es, para ambos, la primera competencia en el extranjero.
Hatuey tendrá que esperar turno...
Porque, sobre Malinche -6 de diciembre- Uriza tiene importantes actuaciones: con Raúl Campero conquista el primer lugar del torneo por parejas en el Madison Square Garden -el limpio recorrido de Uriza y su caballo sorprende a los críticos estadunidenses-. Al día siguiente, y otra vez con Malinche, Uriza colabora al triunfo mexicano por equipos que otorga a nuestra delegación la copa Bowman.

EL DEBUT DEL HIJO DEL ARABE

11 de noviembre de 1947.
Fecha significativa en la vida de Unza y de Hatuey.


Por fin debuta el hijo del árabe en el extranjero.

Esa noche, el binomio suma su esfuerzo al de la escuadra toda, y México gana por equipos la copa Challenge Militar Perpetuo.

Y ya individualmente, Unza y Hatuey conquistan -20 de noviembre en Toronto- la prueba de salto de anchura. Dos días después -en el mismo circuito- obtienen el primer lugar en salto militar de longitud, en el que tienen que sostener dos reñidos desempates. Finalmente, esa misma noche otra conquista: la copa Stakes Militar.

En ese año preolímpico, el diario El Universal otorga el broche al mérito deportivo a los integrantes del equipo ecuestre, por su serie de victorias en Norteamérica.

Y la gente en México se hace ya una pregunta:
¿Quiénes son mejores?

¿Mariles-Arete, o Uriza-Hatuey?
Pero es Mariles -seis años mayor que Uriza- quien tiene el mando. Y los éxitos
-independientemente de la gran calidad de los caballistas y de los corceles que congregó-, obedecen al programa de trabajo que él diseñó durante largos años. Todo se ha cumplido milimétricamente. Pero ahora falta lo más importante: competir en las propias pistas europeas, donde se congregan los mejores jinetes del mundo. Y también las mejores cabalgaduras. Hay que ir a enfrentarlos allí, en su terreno, porque será en su terreno donde se dispute la Olimpiada. Tienen éxito las gestiones de Mariles, y el equipo mexicano es aceptado en un gran número de importantes certámenes en el Viejo Mundo, con una sola excepción.

La recuerda Uriza:
-Mariles intentó que los ingleses nos invitaran al prestigioso concurso White City, que se realizaría poco después de los Juegos Olímpicos. Pero la respuesta fue negativa:
"Pensamos que ustedes no tienen la categoría para estar presentes en este torneo". Mariles comprimió el papel con la mano derecha, apretó las mandíbulas y masculló: "Ya hablaremos después de los Juegos..."


AQUELLA GIRA PREOLIMPICA POR PISTAS EUROPEAS...

Se hace pública la selección ecuestre mexicana que competirá en los Juegos Olímpicos que marcan un hecho histórico: son los primeros que se realizan después de la II Guerra Mundial. después de doce años vuei've a unirse la juventud deportiva del mundo.
El capitán Rubén Uriza forma parte del equipo ecuestre.
De ese equipo que parte furtiva, sigilosamente a Europa, desobedeciendo las órdenes del presidente Miguel Alemán, quien ha decidido que la excursión no debe realizarse.
Y allá va también Hatuey.

Uriza:
-Siempre pensé que a partir de aquellas competencias en Estados Unidos y Canadá, pero sobre todo de esas en Europa, el equipo ecuestre mexicano se convirtió en la mejor embajada que hubiera tenido nuestro país. Nosotros hicimos que México fuera conocido en muchas naciones de Europa porque pocos, muy pocos, sabían algo de nuestra patria. Incluso se extrañaban cuando veían nuestros uniformes de competencia, militares, tan vistosos: chaqueta verde olivo y pantalón beige, lustrosas botas cafés; gorra e insignias. Preguntaban si eran de México esas telas. Imaginaban que todavía nos cubríamos el cuerpo con plumas.

Uriza y Hatuey debutan en el Viejo Continente compitiendo en el concurso hípico internacional, en Roma, el 2 de mayo de 1948: tercer lugar.

El día 5, y ahora sobre Parral -caballo de reserva del equipo- y en el mismo escenario, Uriza obtiene el cuarto sitio en el XVII Concurso Anual de Roma. Y horas más tarde, de nueva cuenta en Hatuey, repite el puesto en la prueba de salto de precisión y velocidad.

Después, sólo victorias:
Siempre con Hatuey como cabalgadura, Uriza gana -día 6- el Premio Palatino, por parejas; el 7 colabora al triunfo de México en la Copa de las Naciones; al día siguiente conquista el Premio Pinerolo, y el 10 logra una gran actuación: se impone en el Grand Prix de Roma, venciendo a los mejores jinetes europeos, quienes se han dado cita en el tradicional circuito en la capital italiana.
El 15 de mayo: tercer sitio en Monteccatini.
Siguiente escenario: Suiza.
El 12 de junio, durante las pruebas preolímpicas en Lucerna, Unza y Hatuey finalizan en la tercera posición. Y ocupan la misma casilla, al día siguiente, en la copa San Jorge.

El 17 compiten por equipos y México es cuarto lugar en las pruebas de relevos Saint Gottard; el 18, la escuadra finaliza tercera en el concurso por paises y el día siguiente, en el individual -prueba ganada por Mariles y Arete-, Uriza y Hatuey son subcampeones.
Suficiente.
La experiencia ha sido larga y valiosa.
Solo falta el gran circuito: aquel, el olímpico, para el que este equipo se ha preparado durante 12 años.
Llegan los caballistas a Londres.
Ellos entrenan mientras los demás compiten.
Porque su prueba es la final. La del último día.
El premio de las Naciones: 14 de agosto. Precede a la ceremonia de clausura.
Y Uriza, ensimismado en sus pensamientos:
- Teníamos que probar en un escenario olímpico que mientras muchas naciones se debatían en una guerra, nosotros nos habíamos preparado para ganar. Teníamos la experiencia de haber salido victoriosos en confrontaciones con los mejores jinetes del mundo. Sabíamos que si ellos podían hacerlo muy bien, nosotros podíamos hacerlo mejor.
Lo hicieron.
Y fueron para ellos los máximos lauros:
medalla de oro individual, medalla de oro por equipos y medalla de plata individual.
Uriza:
- Pero como militares, como mexicanos, más que la de recibir aquellas preseas sentiamos la impactante emoción de escuchar el himno nacional en tierra extraña mientras era izada nuestra bandera. Son pequeños instantes en la vida de un hombre, pero grandiosos a la vez; quedan indeleblemente marcados para el resto de su existencia.
Prosigue el general:
- Ganar así fue muy emocionante. Después de los estupendos resultados que habíamos tenido en la gira europea, en los Juegos ratificábamos nuestra clase. Y al día siguiente, cuando disfrutábamos todavía de la gran victoria, hasta nosotros llegaron los organizadores del concurso White City y nos pidieron que fuésemos tan amables de participar en su competencia. Mariles los miró con frialdad y les respondió: "Pensamos que ese torneo no corresponde a nuestra calidad; no asistiremos".

¿EL MEJOR?

Vitorea a sus ídolos del deporte ecuestre.
Y éstos se dejan querer...
Pero pronto reanudan su preparación. Son campeones olímpicos y han adquirido un grave compromiso: serán los rivales a vencer en Helsinki 52.
Así que se programa una importante gira, a celebrarse a finales de 1949.
Los caballistas mexicanos competirán en Harrisburg -Pennsylvania- Nueva York y Toronto.
Uriza y Hatuey polarizan la atención:
Del 19 de octubre al 23 de noviembre participan en 29 pruebas -en las que se entremezclan individuales y por equipos- y obtienen ¡24 primeros lugares!, tres segundos y dos terceros.
En Harrisburg, grandes triunfos por equipos: el trofeo Challenge, el Eterno del Presidente y el de Policía de Pensylvania.
En el Madison Square Garden: triunfos individuales en la copa Challenge, y en los concursos Whitey Stone y Challenge Militar; por equipos: también en el Challenge Militar, el Internacional y el General Manuel Ávila Camacho.
Y en Toronto los principales títulos individuales: el Stakes y el Andy Course, y, compitiendo en saltos de altura, el Challenge.
Uriza:
- Habíamos demostrado a muchos escépticos que lo de Londres no había sido casualidad. En esa gira volvimos a imponernos a grandes binomios que venían, por supuesto, de Estados Unidos y Canadá, pero además de Chile, Irlanda e Italia.
Y vuelve a cobrar fuerza aquella vieja pregunta:
¿Quiénes son los mejores?
¿Mariles-Arete o Uriza-Hatuey?

Uriza:
- Arete fue el caballo del destino. El de la fama. El campeón olímpico. Era más noble que Hatuey y saltaba como ninguno. Pero tenía ciertos problemas con la velocidad. Hatuey era más agresivo y más ágil. ¡Maravillosos caballos los dos! Imposible decir cuál era el mejor, pero, si esto dependiese de los resultados en sus confrontaciones, habría que decir que Hatuey... Mas ya lo he dicho: Arete fue el campeón olímpico. El y Mariles nos vencieron; por sólo un punto y medio, pero nos vencieron...

Diferencias entre los resultados obtenidos por Arete y Hatuey en los concursos internacionales de Harrisburg, Nueva York y Toronto, en pruebas individuales:

1947:
1°. 2°. 3°
Hatuey 4 3 1
Arete 1 - 1

*1949:
Pistas recorridas -Pistas limpias
Hatuey 16 6
Arete 19 12

* La revista Equitación, órgano informativo de este deporte en aquellos años, consigna que Hatuey se se lastimó la mano izquierda en un concurso en Harrisburg, lo que le impidió participar al ciento por ciento en Nueva York y Toronto.

1949:
Pistas recorridas Pistas limpias

Hatuey 15 13
Arete 14 7

EL PRINCIPIO DEL FIN

Quedará la duda. Eternamente.
Ya no hubo posibilidades de disiparla.
Porque, al tiempo que Arete y Hatuey envejecían, se desintegraba aquel formidable equipo en el que la unión era tan fuerte que, con tal de competir y ganar, sus integrantes se atrevieron a desafiar a un Presidente.
Por una parte, la última vez que Uriza montó a Hatuey fue a principios de 1950. El hijo del árabe tenía 12 años y ya había dejado de ser un caballo de alta competencia. Después fue cabalgadura de un teniente apellidado De la Garza. Pero como ya era un corcel viejo y cansado, sufrió una lesión de la que ya no pudo recuperarse. Quedó parado muchos meses. Hasta que, al ver así al que fuera un gran caballo que en tanto contribuyó al prestigio de la equitación mexicana, el general Manuel Ávila Camacho lo compró al cubano Diego Rosado. El pago: dos lotes en el fraccionamiento que llevaba el nombre del ex-presidente. Hatuey fue internado en una clínica, pero ya no pudo recuperarse de sus añejos padecimientos y entonces fue enviado a un rancho en León, Guanajuato.
En 1953 recibió la visita de un viejo amigo: el general Rubén Uriza. Juntos galoparon suavemente por las llanuras del Bajío. Poco después murió el hijo del árabe.
Por la otra, la dominante personalidad del ya general Humberto Mariles se estrelló frontalmente con la del también general José de Jesús Clark Flores, presidente del Comité Olímpico. Y sus recordadas grandes diferencias afectaron el ánimo de los caballistas. Además, Mariles se había hecho de varios y peligrosos enemigos en el seno de la milicia. Y eso contribuyó, asimismo, a que se tornara denso el ambiente en aquella escuela dirigida por el campeón olímpico y que representaba a la Asociación Nacional Ecuestre.

Mariles expulsó del equipo a Raúl Campero, y poco después a Víctor Saucedo Carrillo.

Ante esa situación, Uriza se entrevistó directamente con el general Gilberto R. Limón, secretario de la Defensa Nacional, y le solicitó su baja de aquella escuadra, a la que estaba comisionado. El ministro accedió a su petición y lo nombró director de la sección ecuestre de la propia Secretaría.

Uriza integró, entonces, otro poderoso equipo. En él se encontraban Campero, Saucedo Carrillo y Miguel Becerril.

A finales de 1951, y con el temor de que los miembros de su escuadra no fueran considerados para integrar el equipo nacional que competiría en Helsinki 52, Uriza exigió ante la Asociación que se realizara un torneo selectivo. El propio Uriza y Saucedo Carrillo ganaron un lugar en la selección nacional. Campero, decepcionado en gran medida por todo lo sucedido, optó por aceptar una comisión y fue a ocupar un alto puesto en Tránsito del D.F.
Y se produjo el frío reencuentro con Mariles.
Uriza y los suyos regresaban a la selección con sus propias cabalgaduras. Las del medallista de plata eran Veracruzano y Cordobés
-aquel caballo argentino que, jugando, ocasionó a Arete la lesión fatal- pero, súbitamente, y como sucediera años atrás con Hatuey, Mariles le acercó otro rocín que no llegaba al 1.55 de alzada. Se llamaba Tapatío y no tenía muy buena fama. Ni mucha historia. No había jinete que pudiera con él. Dijo el general a Uriza:
- Este será tu caballo, Uriza. Prepáralo...
Y, como caballos de reserva: Cordobés, Veracruzano y Acapulco.
Uriza:
-Tapatío se parecía mucho a Hatuey.
Los dos eran pequeños, pero de mucha fuerza y estilo; valientes y ágiles. Pero Hatuey era más dócil; Tapatío era un poco difícil. Si uno no lo montaba bien, él se rehusaba a todo. Había que ser mañoso con él, hacerlo sentir cómodo. Entonces saltaba todo lo que se le pidiera.

Unos meses después -14 de febrero de 1952- moría Arete.
Ni campeón ni subcampeón olímpico podrían contar con aquellas sus cabalgaduras de Londres.

Mariles se dedicó, entonces, a preparar a Petrolero.
Y ya con sus nuevos caballos partieron en mayo a la gira por Europa, previa a la competencia en la capital finlandesa.

Uriza y Tapatío comenzaban a compenetrarse.
En Aachen, Alemania Federal, ganaron el concurso individual; en Estocolmo ocuparon el segundo lugar y en el concurso Generalísimo, en Madrid, enfrentando a los mejores binomios europeos, alcanzaron el subcampeonato. Ante la proximidad de los Juegos Olímpicos, los propios jinetes europeos solicitaron a los organizadores del torneo Generalísimo que hicieran la pista lo más complicada posible. Su petición fue aceptada. Y sólo cuatro binomios hicieron un recorrido limpio en aquel circuito: Uriza y Tapatío, el alemán Thiedelmann, sobre Meteoro; el español Goyoaga, en Discutido y el italiano Piero D'Inzeo, con Uruguay (Thiedelman y Meteoro conquistarían la medalla de bronce de el Premio de las Naciones durante la Olimpiada en Helsinki).

25 MIL PESETAS A CAMBIO DE UNA POSIBLE MEDALLA

Tapatío, el caballo aquel despreciado en el equipo nacional, se había convertido súbitamente en el que, de acuerdo con la puntuación que se concede a quienes clasifican entre los primeros de cada competencia, era el mejor corcel de la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos.
Uriza, medallista de plata cuatro años atrás, esperaba con marcado optimismo llegar al circuito finlandés y pelear nuevamente la de oro. Ya tenía, por fin, un digno sustituto de Hatuey.
Pero no sería posible.
25 mil pesetas se opusieron

Aquella mañana de finales de mayo, en Madrid, el capitán Rubén Uriza se levantó antes que sus compañeros, se dirigió al cobertizo y pidió al caballerango:
- Alístame a Tapatío, porque voy a montarlo un rato.
- No podrá hacerlo, mi capitán -respondió el ayudante-. Anoche vinieron por él.

- ¿Quiénes?-, preguntó Uriza sorprendido.
- Unos españoles, mi capitán... Los que lo compraron.

- ¿Los que qué?...
- Lo compraron, mi capitán.
Tapatío había subyugado al jinete español Carlos López Tejada, quien acudió ante el jefe de la delegación mexicana, el coronel Humberto Mariles. Le ofreció 25 mil pesetas por el caballo. Mariles se comunicó telefónicamente con el general Albino Galarza, dueño de Tapatio, y el militar aceptó la transacción.
Uriza:
- Y me quedé helado. A un par de meses de los Juegos Olímpicos me había quedado sin caballo... Sentí una gran decepción. Sabía que se me iba la oportunidad de poder competir, de repetir mi actuación, de intentar ganar la 4 oro... Y no, no podía protestar... ¿Cómo? El caballo no era mío. Ni siquiera de México. Era de un particular, y él había aceptado venderlo Además, la decisión había sido tomada por tu superior. Mariles no sólo me aventajaba en rango militar, sino que además era el jefe de equipo. ¿Qué podía yo hacer?... Intenté resignarme, pero la verdad era que cada día que Pasaba me sentía peor.

Minutos después de enterarse de que el caballo con el que suponía iba a competir en la Olimpiada, había sido vendido, Uria se encontró a Mariles. Este, sonriente, le comentó:
- Hemos hecho un buen negocio, Uriza... Vendimos muy bien a Tapatío, ese caballo que no sirve, Uriza, tú lo sabes bien. Que difícil es montarlo, ¿verdad?
Uriza:
- Yo no podía contradecirlo. El era el jefe. Tampoco podía discutir con él. Me concrete a comentarle: "si Tapatío no sirve, ¿cómo estarán los demás, a los que ya había superado en esta gira?".

- Vamos, Uriza -dijo Mariles-... Ahí tienes a Acapulco y a Veracruzano y también al Cordobés.

Uriza:
- El sabia, como yo, que con esos caballos, muy jóvenes todavía, no era posible competir en una Olimpiada.
Cuando el reputado jinete italiano Raymundo D'Inzeo -medalla de plata en el Premio de las Naciones de la prueba olímpica (una de las dos que por razones de salud animal no se llevó a cabo en Melbourne) de Estocolmo 56, en la que su hermano Piero conquistó la de bronce
-se enteró de la venta de Tapatío, preguntó a su gran amigo Rubén Uriza:
- ¿Es que se han cansado de ser campeones olímpicos?...
Tapatío conservó su nombre. López Teja da no lo inscribió en Helsinki 52, pero sí en Estocolmo 56. El caballo mexicano fue la base de aquel equipo español. En su primer recorrido sufrió un resbalón, cayó, y fue penalizado. Pero en su segunda vuelta hizo un recorrido limpio. Y solamente dos caballos lo lograron en esa ocasión; el otro fue Halla -ligeramente más veloz: invirtió tres segundos menos en el circuito, la yegua alemana que, montada por H.G. Winkler, llegara a la medalla de oro.

Algo sucedió en la competencia posterior
-Vichy, Francia-, que hizo renacer la ilusión de Uriza:
Ahí logré dos segundos lugares. Uno con Veracruzano y otro con Cordobés. Esos éxitos, sin embargo, sólo me hicieron comprobar que ni uno ni otro eran caballos para Juegos Olímpicos. No tenían madurez. La pista de Helsinki iba a ser mucho más difícil, y la tensión sería, también, mucho más intensa. En esas me encontraba cuando supe que Mariles había comprado, en 7 mil 500 dólares, a un espléndido caballo francés llamado Vagabundo. Nunca había visto un caballo como ese. Era excepcional. Superior a Arete, a Hatuey... Un caballo de 1.70 de alzada, con una fuerza y un salto impresionante. Llegué a imaginar, torpemente, que tal vez me lo asignaría para competir en Helsinki. Mariles le cambió el nombre: le llamó Chihuahua II.


Primera sorpresa en los Juegos Olímpicos de 1952 para Rubén Uriza:

- Cuando llegamos a Estocolmo, días antes del torneo de Helsinki, Mariles me dijo: "Uriza, prepara al Veracruzano, que vas a participar en la prueba de los Tres Días". Le comenté que lo creía poco conveniente porque, al galopar con rapidez, Veracruzano cruzaba las manos. De cualquier modo, cumplí con las instrucciones y al día siguiente practiqué con Veracruzano para esa competencia. Sucedió lo que temía: el caballo amaneció con las manos hinchadas de tanto golpeo. No podría participar en los Tres Días. No era un caballo para esa prueba; era un caballo de salto.

Los planes de Mariles se vinieron para abajo. No sólo no contaría con Uriza y Veracruzano para los Tres Días, sino que él mismo se vería imposibilitado de concursar en esa prueba, porque enfermó Jalapa, su montura. Así que, finalmente, el único competidor mexicano en esa especialidad fue Mario Becerril.
Segunda sorpresa, sorpresa terrible en los Juegos Olímpicos de 1952 para Rubén Uriza:
-Nomás no fui inscrito para participar en el Premio de las Naciones. No tenía caballo. Chihuahua II no me fue prestado. Mariles lo reservó para él. Montándolo obtendría algunas buenas victorias -1953 y 1954- en Nueva York. Le puso Chihuahua II porque, como Mariles era de ahí y como ya estaba muy viejo el Chihuahua que había montado Valdés, Humberto quería resurgir con un caballo que llevara el nombre de su estado.

El subcampeón olímpico quedó a la orilla.
Y de aquella escuadra monarca 4 años atrás, sólo quedaba Humberto Mariles.

Los lugares de Uriza y de Valdés fueron ocupados por Víctor Manuel Saucedo-en Resorte II- y Roberto Viñals -sobre Alteño-, quienes ocuparon, respectivamente, los lugares 26 y 36 de la clasificación general. Con 3/4 más de falta de quienes habían empatado en el primer sitio, Mariles finalizó sexto.

Uriza:

-Y yo allí, a un lado de la pista, sintiendo que me moría. Que habían sido vanos todos mis esfuerzos a lo largo de cuatro anos... Vanos mis sacrificios, la preparación...Sintiendo que algo me quemaba dentro, porque me sentía capaz no sólo de intentar la conquista de una medalla individual, sino de ayudar al equipo de mi país a mejorar su posición.
El retiro de Rubén Uriza como competidor activo coincidió en la ausencia de México en las dos siguientes olimpiadas: Melbourne 56 y Roma 60. Pero continuó como instructor ecuestre sigue preparando a las nuevas generaciones de jinetes y, ya como coronel, fue designado entrenador del equipo mexicano de equitación que compitió, sin mucho éxito, en los Juegos Olímpicos de Tokio, 1964. Cuatro años más tarde fue coordinador de las pruebas ecuestres en la olimpiada que se celebró en nuestro país.
En 1971 fue nuevamente nombrado entrenador del equipo nacional. El compromiso, ahora, serían los Juegos Panamericanos de Cali. Y en el Premio de las Naciones condujo a Elisa Fernández de Pérez de las Heras -quien montó a Eleonora- a la conquista de la medalla de oro individual. Por equipos, México obtuvo la medalla de plata, con los siguientes caballistas, además de la propia Elisa: Joaquín Pérez de las Heras, en Nancel; Eduardo Higareda, en Acapulco y Carlos Salinas de Gortari
-hoy Presidente de México-, quien cabalgó sobre Agualeguas.
Algunas canas.
Algunas arrugas en el rostro, tal vez.
Pero Rubén Uriza parece el mismo de aquellos años.
Y ya pasaron 50.
El kepis, ladeado; cuadrado el mentón; labios que se tuercen al hablar y esa mirada, tan de Uriza, con un dejo de tristeza...
No se altera en ningún momento.
Su charla es, como siempre, muy acompasada.

Dice:
-A la equitación, como en general a todo nuestro deporte, le ha faltado organización. En la actualidad se practica un deporte improvisado, con gente que aporta sus recursos, humanos y materiales, pero en forma individual. Y no es posible que sólo con el esfuerzo personal se haga lo que debe hacerse en una labor de equipo... En aquella época teníamos un tan especial sistema de trabajo que hasta los extranjeros nos copiaron. Pero hace tiempo ya que desaparecieron los instructores, y como ahora no hay una escuela que forme caballistas, cada quien hace lo que puede y como Dios le da a entender.

La charla se realiza en el despacho -de no grandes dimensiones pero si confortable-de la casa del general, quien casó con la señora Estela Cerdá, y es padre de José Manuel, Rubén -competidores, respectivamente, en las pruebas ecuestres de Munich 72 y Montreal 76-, Silvia, Laura y Raúl... Ellos le han hecho abuelo en ocho ocasiones -5 mujeres y tres hombres-. Y uno más que viene en camino...

A espaldas de Uriza, en los extremos de la pared, destacan dos inmensos diplomas. Los ganó en Londres 48. Fueron destinados a un doble medallista olímpico. Al centro, una bella pintura, en la que Miguel Robles perpetuó a Hatuey, el hijo del árabe, el caballo con el lucero en la frente.
Rubén Uriza: senador suplente -1980-82- de su natal Guerrero, miembro del comité ejecutivo de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos, y miembro también del Consejo de Honor de la Legión de Honor del Ejército Mexicano.

Rubén Uriza:
-Pero tengo fe, ahora renovada, de que el deporte en México encuentre su rumbo. Tengo fe en el Presidente y en los nuevos dirigentes deportivos. Ellos fueron competidores, como yo... Podremos enseñar, organizar, promover... Hacer sentir a esos cientos de miles de jóvenes deportistas que van por el sendero correcto; que están dentro de una disciplina que hará de ellos auténticos hombres de provecho... Y si tienen oportunidad de representar a su país, de ganar y de sentir esa infinita emoción de escuchar su himno y ver izada su bandera en una competición internacional, entonces habrán vivido el que será, tal vez, el momento más bello de su existencia...

Sonríe, el general.
Así, como con tristeza.
Como siempre...

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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