Presentación Propósito Estrategias Calendario Inscripciones Notas del olimpo
 

Raúl González Rodríguez
Medalla de oro y medalla de plata
Caminata
Los Ángeles 1984

Los Angeles, California, 11 de agosto de 1984.

Juegos de la vigésimotercera Olimpiada.

Casi las doce horas de este día intensamente caluroso.

Se bailan de sol las tribunas del Memorial Coliseum, Stadium.

Y se espera ya el arribo del ganador de los 50 kilómetros de caminata, nada menos que la prueba más larga y más agotadora de los Juegos.

Allí viene... Camina solitario.

En el jersey blanco está inscrito su número de competidor: 639 con letras mayúsculas: MEXICO.

Y no, no es sólo sudor ese que se desliza por las morenas mejillas y muere en el espeso mostacho.

Observen bien: también es llanto.

Llora el que en unos instantes será campeón olímpico.

De alegría, por supuesto.

¿0 no es así?..

- No precisamente- dice Raúl González, intacto aquel vivido recuerdo.

- Hurguemos-pues, en su interior.

Raúl:

Al acercarme al estadio, sabedor de que dominaba la competencia, de que la victoria estaba tan cercana, me invadió una extraña sensación en la que se mezclaban la alegría del triunfo y una inmensa nostalgia. En esos momentos no podía escuchar los gritos de la gente. Seguía en una lucha interminable por llegar. Al dar la vuelta para entrar al túnel del estadio, no pude contener mi emoción. Nunca había estado en un momento así en mi vida. Recordé aquel coro que mi madre cantaba a mi padre agónico:

Yo sé

Yo sé que el puede

Bendecirme a mí...

Mis lágrimas brotaban suavemente y se perdían en mi cara desencajada y sudorosa. Realizando un esfuerzo máximo, salí del túnel para entrar a la pista. Me encontré con el grito espontáneo y lleno de asombro de los espectadores que llenaban el estadio. Di la vuelta a la pista con el paso lleno de ansiedad por llegar, mientras que la gente, de pie, aplaudía y no dejaba de gritar. Allí iba yo, al encuentro con mi destino, hundido en mis emociones desbordadas, dando los últimos pasos de muchos miles de kilómetros de entrenamiento para llegar.

En los metros finales me invadió el llanto. Y no pude contenerlo. Al dar el último paso, al cruzar la meta, me cubrí la cara con las manos y luego levanté los brazos al cielo para dar a Dios las gracias por todo... Por todo eso que sentí en ese instante. Por todo eso que El me permitía vivir tan intensamente... ¡Lo había logrado y no lo creía! ¡No podía creer lo que estaba viviendo!

Por fin.

Raúl González: campeón olímpico.

Quince años después de haber tomado aquella decisión de convertirse en competidor de caminata.

Doce años después de haber participado en sus primeros Juegos Olímpicos: Munich 72.

Y siguieron Montreal 76 y Moscú 80.

La cita con la historia se cumpliría en Los Ángeles.

Era la cuarta oportunidad. La última...

Hacía apenas una semana que Raúl había conquistado la medalla de plata en los 20 kilómetros.

Pero, filosofa... La medalla de plata es importante, más no es sino sólo un premio al esfuerzo del deportista; es la de oro la que consagra.

¿Cuántas historias hay detrás de una sola medalla de oro?

¿Cuántas fechas?...

FECHAS HISTORICAS

Raúl nació el 29 de febrero de 1952 en China, Nuevo León, pueblo de largas temporadas de calor y de sequía. Tierra de campesinos que aman la esencia misma de la vida y la cultivan a pesar de la adversidad.

Infancia humilde aquella, pero plena de felicidad en el rancho de los abuelos. Había que hacer labores de casa, estudiar y cuidar el rebaño de cabras del abuelo, aquel hombre forjado a la antigua, tan duro pero tan humano. Era de sus cabras de donde salía aquel dulce de leche que hacía la abuela, quien, al caer la tarde, se metía a la cocina y preparaba aquellas suculentas empanadas de carne.

La vida se hizo más difícil cuando don Heriberto González Quintanilla decidió que la familia se mudaría a Río Bravo, Tamaulipas, en la frontera norte del país, para incorporarse a la pizca del algodón. El padre de Raúl construyó una casita con lámina de cartón en las afueras del Río Bravo, en aquel entonces un ejido. Ahí vivieron por varios años.

Raúl:

- Y conforme mejoraba nuestra situación económica, también aumentaba el número de mis hermanos.

Cuando se agotaron los campos de algodón, don Heriberto se contrató. como bracero. Y así, juntó un pequeño capital que le permitió instalar un modesto taller mecánico.

Mientras tanto, Raúl había culminado su primaria y allí, en Río Bravo, cursó la secundaria y la preparatoria. Mostraba ya su profundo interés por el deporte. Había practicado el boxeo, el beisbol y el futbol, pero lo que le apasionaba era la carrera.

Raúl:

Había descubierto que lo que más me gustaba no eran los deportes de conjunto, sino los individuales, en los que todo depende de uno mismo, en los que el que invierte esfuerzo y corre los riesgos es solamente uno y en los que, los malos resultados no se comparten.

Opté pues, por correr... Porque era como luchar contra mí mismo, contra mis errores mis defectos...

Septiembre de 1969:

En contra de la opinión de su padre quien insistía a su hijo en que permaneciera en Río Bravo y le ayudara en la conducción el taller mecánico- y con la bendición de su madre, doña Felipa Rodríguez, Raúl decidió viajar a Monterrey e ingresar a la Universidad Autónoma de Nuevo León para estudiar la carrera de ciencias Físico-matemáticas. Se fue sin recursos económicos y sobrevivió gracias al auxilio de un grupo de amigos. Pero no había dinero ni para el camión. Así que las caminatas diarias, para ir y regresar, de casa a la UANL, eran de varios kilómetros.

¿Acaso una premonición?

Tal vez... Porque, aprovechando el fin de semana del 16 de septiembre e invitado por el profesor Guadalupe Hernández -quien fue su maestro de educación física en la secundaria una carrera en Río Bravo para celebrar el aniversario de la Independencia, Raúl -viajó a casa y se inscribió en el certamen. Pero ¡oh sorpresa!, ya en la línea de arrancada, el profesor Hernández se acercó a los competidores y les dijo: "Muchachos, esta prueba será de caminata, de tres kilómetros aproximadamente".

Raúl:

- Y sin dejarnos salir del asombro, se apresuró a hacer una demostración de la técnica de la marcha y luego dio inicio a la competencia.
Ya estando allí, pues no me quedó otra que participar. Gané, para mi sorpresa y con una buena ventaja.
El primer paso había sido dado. Raúl se enfilaba ya hacia su destino.

Lo demás sucedió a un ritmo vertiginoso, aún en contra de los deseos de Raúl, quien insistía en correr, no en caminar. El profesor Daniel Garza Moreno, responsable del atletismo en la UANL, advirtió desde ya, las disposiciones naturales de Raúl para la caminata y le insistió en que era ésta su prueba. Después lo hizo miembro del equipo atlético de la universidad y así, apenas a los diez meses de haber descubierto la marcha, Raúl ganó el Campeonato Nacional Juvenil, en Oaxtepec y llamó poderosamente la atención del polaco Jerzy Hausleber, entrenador del equipo nacional, quien lo invitó a formar parte de la preselección. Así que, cuando todavía no se adaptaba al cambio, Raúl empacó nuevamente y el 6 de enero de 1971 se hizo así mismo una promesa: "Volveré sólo como un triunfador" y viajó otra vez en precaria situación económica, a la ciudad de México y se metió en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, a pesar de que durante 15 días no hubo lugar para él.

Ya estaba allí, al lado de los famosos marchistas mexicanos!

Ya estaba, allí en ese nuevo mundo. De ilusiones... Y también de crudas realidades.

Raúl:

- Cuando ingresé al grupo de caminata, me propuse no sólo ocupar un lugar dentro de él, sino ser el mejor. Por eso me gustaba estudiar y aprender también de lo que hacía. Era un fanático del aprendizaje de todos los aspectos técnicos. La caminata me absorbió. El entrenamiento era muy pesado. Y continuar con mis estudios me era cada vez más difícil: andaba de una escuela a otra y no podía darle continuidad a mis estudios de físico-matemáticas, por más que lo intentaba.

Acerquémonos llevados por Raúl a un día cualquiera en la vida de un andarín:

- En caminata, una sesión de entrenamiento es algo especial. Algunas se prolongan por varias horas y uno se queda solo, con todo el tiempo para pensar, para motivarse y para analizar constantemente su desarrollo. A veces salíamos al despuntar el alba y regresábamos entre la una y las dos de la tarde, dependiendo del lugar donde se hubiese realizado el entrenamiento. Apenas teníamos tiempo para nadar un poco antes de comer y así desintoxicar los músculos. Al término de cada comida teníamos el tiempo necesario para realizar la segunda sesión de entrenamiento, que era normalmente de 4 a 5 de la tarde, con 10 kilómetros diarios de aflojamiento en forma suave. Después se imponía el masaje, luego de un baño de tina con agua caliente para relajar aún más los músculos. Y ya llega la hora de la cena y a dormir para recuperase y poder enfrentar el entrenamiento del día siguiente. Muchos fueron los días en los que me repetí con insistencia durante las prácticas: "Tengo que llegar más allá de donde los demás han llegado". Tanto me lo repetía, que se me hizo una costumbre y un hábito para todas las cosas que emprendo. Siempre he querido ser el mejor en lo que hago y sé bien, bien que lo sé, que para llegar a serlo no basta con desearlo...

Acción...

Tercer lugar en el Campeonato Centroamericano -Kingston, 1971- y buenos resultados en una gira de competencias del equipo nacional por Estados Unidos.

Y en el Campeonato Nacional - en esa ocasión considerado como eliminatoria oficial para los Juegos Olímpicos de Munich 72 falló en su prueba: la de los 20 kilómetros y tuvo que realizar un esfuerzo titánico para clasificar como campeón, en la de los 50.

Munich 72...

Raúl:

Se cumplía la primera ilusión de mi vida. Participar en unos Juegos Olímpicos representaba, a mis 20 años, un sueño cristalizado, una primera meta lograda a base de esfuerzos y una inmensa necesidad de ser alguien... De ganar.

Registró, en Alemania, un tiempo de 4h 26' 13": vigésimo sitio. Aceptable, en virtud de su novatez.

Pero no para él:

- Esa incapacidad para lograr un mejor puesto me dejó una insatisfacción y una amargura que no pude digerir durante mucho tiempo. Me decía a mí mismo: "hay a quienes no nos gusta ser perdedores; no hay razón para ser perdedor... ¿Por qué tengo que ser así?

Tengo derecho a estar en el podio de los vencedores". Desde ese momento supe que un lugar allí se conquista con mucho trabajo, con perseverancia, con esfuerzo, con tiempo....

A fines de 1972 y cuando se volcaban las críticas contra aquella delegación mexicana en Munich -sólo el boxeador Alfonso Zamora regresó con una medalla de plata. Raúl volvió a Monterrey, donde el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores le brindaba, a través de una beca, la posibilidad de terminar licenciatura de físico-matemáticas. Pero ya nada podría apartarlo de su pasión: la Competencia. Así que meses después tomó la decisión más importante de su vida: abandonó el Tecnológico y regresó al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Se trazó una meta irrevocable: ser campeón olímpico.

Pero no sería sólo un competidor más.

Dice Raúl:

- Al conversar con alguien, me gusta hablar del valor y del sentido social del deporte en general. Comprendí que la sociología del deporte era un tema que me apasionaba; por tal motivo, leía todos los libros que podía conseguir al respecto. Lo había decidido: sería hombre de deporte, del deporte y para el deporte.

1973:

Raúl González mejora todas sus marcas. Es campeón nacional en 20 kilómetros.

En el otoño europeo sorprende a la crítica italiana, al finalizar segundo en el Giro di Roma apenas a unos metros del alemán Bernd Kannenberg, campeón olímpico en Munich y poseedor de los récords mundiales de 20 y 50 kilómetros... En Inglaterra vence a los locales en la distancia de 10 kilómetros.

1974:

Medalla de oro en la prueba de los 20.11 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Santo Domingo, donde conoce a una linda chica: Yvette quien ahora es su esposa y madre de sus tres hijas. Después, nueva gira exitosa por tierras europeas.

1975:

Sobrevienen algunas lesiones y Raúl es superado en la eliminatoria de los 20 kilómetros. Daniel Bautista y Domingo Colín son los representantes de nuestro país en los Juegos Panamericanos que se disputan aquí. Y como la prueba de 50 kilómetros no es programada, Raúl se convierte en un espectador más de los Juegos. Viaja a Santo Domingo, en noviembre, y contrae nupcias con Yvette. Decide vivir en Toluca, para realizar ahí la parte fuerte de su preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976.

La primera batalla es en México porque en virtud de que la prueba de los 50 kilómetros poco es programada en Montreal, seis andarines mexicanos, clasificados todos entre los diez mejores de¡ mundo, disputarían tres lugares en el equipo. Se imponen Daniel Bautista -ganador, a la postre, de la medalla olímpica de oro- Raúl González -quinto sitio- y Domingo Colín -descalificado-.

Raúl:
- Mi especialidad eran los 50 kilómetros, pero las justificaciones no valen cuando lo que se quiere es ganar.
Dos Juegos Olímpicos: Dos frustraciones.

1977:
Dos ligeros desmayos.

El primero, al intentar bajar en la prueba de los 50 kilómetros -campeonato nacional- la marca de las 3 horas y 50 minutos.

El segundo: "ya no puedo más... ¿Acaso debo retirarme?"

Sólo para encontrar el aliento de Hausleber:

- No quisiera que terminaras de esta manera tu carrera deportiva; me gustaría que la dejaras después de una buena actuación que compense el tiempo de trabajo; debes de luchar por seguir adelante y retirarte de otra forma y con satisfacciones.

Ya se disipa la sombra. Hacia adelante con renovados bríos.
Exhaustivo entrenamiento en Bolivia, al lado del Titicaca y en aquella escondida pista de aterrizaje, entre víboras y nubes de moscos.
Y triunfos como en cascada:

25 de septiembre: Primer Lugar en Milton Keynes, en la Copa Lugano, con registro de 4h. 04'16". El equipo mexicano de caminata que barre en esa competencia, recibe el Premio Nacional del Deporte.
1978:
25 de abril:
Primer lugar en la Semana Internacional de Caminata, en el autódromo de la Ciudad Deportiva. Tiempo: 3h.45'52". ¡Marca mundial en los 50 kilámetros!, superando el registro del alemán occidental Bernd Kannenberg, cappeón en Munich 72.

19 de mayo: Primer lugar en la prueba de pista, en Bergen, Noruega: 3h.52'23".

11 de junio: Nueva marca mundial, ahora en la competencia internacional- de Praga a Prodebady, la justa más tradicional y antigua de la caminata en Europa: 3h.41'19", con registros mundiales en 25, 30, 35 y 40 kilómetros.

Agosto: Plata en los 20 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Medellín, Colombia-, superado sólo por Daniel Bautista.

Noviembre: el presidente José López Portillo le otorga el Premio Nacional del Deporte.

1979:

Principios de año: Raúl externa su deseo de participar en las dos pruebas de caminata. Jerzy Hausleber se opone. Aduce que es difícil abarcar ambas competencias. Y más aún cuando en 20 kilómetros destacan Bautista y Colín. Inconforme pero disciplinado, González acepta competir sólo en los 50 kilómetros en los Juegos Panamericanos de San Juan, Puerto Rico, donde alcanza el primer lugar. Posteriormente, repite la victoria en la Semana Internacional en esta ciudad y luego abandona, en el kilómetro 33, en Valencia, España. No obstante, días después, 25 de mayo, implanta en Bergen, récord mundial en pista, que aún persiste: 3h.41'39".

A continuación, decide establecer un nuevo registro mundial en la Copa Lugano, en Eschborn, Alemania Federal. Imprime un ritmo tan veloz a la competencia, que decae en los últimos kilómetros. Finaliza en cuarto lugar. Martín Bermúdez y Enrique Vera hacen el 1-2.

1980:

Marzo: nuevo triunfo en la Semana-Internacional. Dos más: en Rhede, Alemania Federal y en Bergen, con excelente registro de 3h.43'5l".

Se ha cumplido otro ciclo olímpico.

Se encuentran ya a la vista los Juegos de Moscú.

Todo mundo esperaba cuatro medallas.

¿Gran victoria?

No; debacle total.

Moscú fue sólo el escaparate de las dificultades que habían dividido, que habían desarticulado al equipo de caminata más poderoso de todos los tiempos.

Todo comenzó meses atrás, cuando la proyectada etapa final de entrenamiento, en Bolivia tuvo que ser cancelada por la inestabilidad política existente en aquel país. Desesperado y contra toda lógica, Hausleber decidió un viaje a última hora, a Puno, en el Alto Perú. Las opiniones se dividieron. Era peligroso experimentar en un lugar desconocido. Pero Hausleber cumplió con su objetivo. Y en la madrugada de un viernes de julio, el equipo mexicano de caminata partía hacia Puno, donde llegaría cinco días después de un accidentado viaje, en el que los retrasos de las líneas aéreas provocaron pérdidas de conexiones... Y valiosos días que deberían de haber sido aprovechados en intenso entrenamiento, fueron invertidos en escalas sin fin. El viaje final, de Arequipa a Juliaca, fue a bordo del famoso tren Transandino.

Raúl:

- El tren me recordó aquella época de la Revolución Mexicana, con sus bancas de madera, lleno de gente inca y aymará, pobladores del Alto Perú. Con nuestra ropa y maletas deportivas, poníamos una nota discordante, frente a sus atuendos típicos y sus bultos. Era una noche fría de crudo invierno. La temperatura llegaba a los 12 grados bajo cero. Nos cubríamos con todo lo que fuera posible y, como el boletaje estaba sobrevendido, no pudimos ni sentarnos: tuvimos que acomodar nuestras maletas en el piso y tratar de dormir sobre ellas. El trenecito sudaba la gota gorda para subir: patinaba por tanta carga y por el exceso de hielo en las vías. Por la ventanilla entraba el reflejo de la luz de una hermosa luna llena al caer sobre los blancos picos de la Cordillera de los Andes.

Hubo que trabajar horas extras y bajo gélidas temperaturas a las que, obviamente, el grupo no estaba acostumbrado.

Y llegaron las lógicas lesiones.

Ernesto Canto (20 kilómetros) y Enrique Vera (50) tuvieron que ser excluidos definitivamente del grupo. La responsabilidad de competir en las dos pruebas recayó en Raúl y en Bautista, quienes, por supuesto, no estaban adecuadamente preparados para ello.

Se había roto totalmente, la armonía entre los andarines.

Raúl:

- En medio de ese ambiente tan tenso llegamos a México y dos días antes de partir a Moscú, al profesor Hausleber se le ocurrió realizar una prueba de chequeo en Yautepec, con intenso calor y mucha humedad. Los resultados fueron pésimos, esencialmente en virtud del excesivo desgaste de entrenamiento y a nuestras luchas internas. Ese día, por la tarde, Hausleber ordenó otra revisión, en el autódromo, ahora a una distancia de 35 kilómetros. Demasiado ¡lógico. Hausleber mostraba que no sólo había perdido el control sobre el grupo, sino sobre sí mismo. Esas pruebas resultaron contraproducentes: lo poco que ganamos en Puno lo perdimos en Yautepec. La inseguridad era extrema.

Resultados:

Moscú 80: debacle total en los 20 kilómetros: Domingo Colín fue descalificado en el kilómetro 12 y Daniel Bautista a escasos dos kilómetros de la meta. Raúl ocupó el sexto sitio.

Y todavía faltaban los 50 kilómetros...

Raúl:

- Después de aquello tratamos de recuperarnos, pero el daño era irreversible. La ruptura con el entrenador fue total. Aún así, cada uno de nosotros abrigaba la esperanza del desquite. Fue imposible...

Martín Bermúdez fue descalificado y Daniel lo abandonó. González permanecía en la lucha y en el kilómetro 30 iba al frente, disputando el liderato con el alemán Hartwig Gauder. Pero.

Raúl:

- Ya cerca del kilómetro 35, empecé a sentir que la vista se me nublaba, como presagio de un agotamiento del cual no me recuperaría. Aquello era angustioso, desesperante. Quedaba ahí como único competidor mexicano, resistiéndome a desfallecer. Pero en el kilómetro 42 ocupaba ya el último lugar. De pronto, sentí que dos personas me tomaban por los brazos: me subieron a una camilla y me condujeron al servicio médico en los sótanos del Estadio Olímpico. Escuchaba a lo lejos los aplausos y los gritos para los jugadores. Y sin poder contener las lágrimas aparecieron en mis ojos. Fue frustrante: nadie de la delegación mexicana acudió a mí. Salí solitario de los servicios médicos sin que nadie me tendiera la mano o me dijera algo reconfortante. Anímica y moralmente me encontraba por los suelos.

Lo de Moscú no fue sino una consecuencia del exceso de confianza, de la soberbia y de la inmadurez del equipo; la simple suma de toda una endeble estructura deportiva. Desde el dirigente hasta el atleta, pasando por el entrenador. ¿Culpables?.. ¡Todos, en alguna medida!

Pasados unos meses y decidido a no quedarse con ese sabor amargo de la derrota y no obstante su precaria situación económica, Raúl reinició todo.

Pero, ¿cómo?..

Primera oportunidad:

El Instituto Nacional del Deporte le ofreció una beca para hacer un curso sobre organización deportiva en Alemania Democrática.

Recuerda Armando Satow, quien también tomó ese curso:

- Salimos en noviembre. Hacía un frío imposible para nosotros: oscilaba entre los 15 y 20 grados bajo cero. No obstante, cada día antes de clases, entre seis y siete de la mañana, Raúl tenía la motivación para salir a caminar a la pista, cubierta de nieve: 50 centímetros de, espesor. Después de una hora, desde las alturas de la escuela se podía contemplar el perfecto óvalo trazado por su caminar. Me decía: "Esto no puede terminar así... Tengo que volver. Tengo que buscar una medalla olímpica" .

1981:

Raúl se ha reintegrado al grupo de caminantes que inicia la preparación para los compromisos de ese año. Crecía entonces un rumor: que Hausleber y dirigentes de la Federación Mexicana de Atletismo y del Comité Olímpico Mexicano eliminarían a los andarines que habían competido en Moscú.

Lo intentaron, en el que la historia recoge como uno de los más controvertidos anuncios hechos en el deporte nacional.

El 10 de febrero y a solicitud de Jerzy Hausleber, la FMA convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer un documento oficial: El reporte de Moscú firmado por el polaco y avalado por sus ayudantes, José Alvaro y Juan Hernández, el siquiatra Eugenio Barbera y el doctor Esteban García.

He aquí el juicio que se hacía a Raúl:

Raúl González: quinto lugar en los juegos Olímpicos de Montreal en 1976 y sexto lugar en Moscú en 20 kilómetros. Poseedor de varios récords mundiales en distancias largas.

Cada año improporcional de acuerdo a su preparación, más y más débil síquicamente, siempre amargado, incontento y neurasténico. Gran atleta en competencias fáciles y más fracasos en las pruebas importantes donde existe demasiada presión nerviosa. Comienza a competir en el principio muy rápido, quiere huir de los otros competidores y por su propio nerviosismo después se truena física como síquicamente o se retira del certamen. Neurosis de este tipo cada año se ve aumentar más y más. Además el mencionado atleta tiene muy elevado y enfermo amor propio y está buscando ridículas excusas, culpando de sus fracasos a todo el mundo. No obedece consejos, especialmente si se trata de planes tácticos durante las competencias.

En todos sus fracasos estuvo cubriéndose con disculpas. Por su espíritu conflictivo, mal y falso carácter, no tiene futuro en el deporte como atleta, entrenador o dirigente. Es un elemento negativo para la sociedad Se propone BAJA DEFINITIVA.

En el juicio que se hace extensivo a otros andarines, se dice de que son chantajistas, neuróticos y sicópatas... "Un cáncer que hay que extirpar lo más pronto posible".

Ante esta grave acusación pública Raúl presentó una demanda por difamación. Intervino de inmediato el presidente del Comité Olímpico Mexicano y, a los pocos días, Eutiquio del Valle Alquicira, presidente de la FMA, fue removido de su cargo. Raúl quedó fuera del CDOM y del equipo de caminata, pero no del deporte: sería un atleta independiente; dependería de sí mismo, de sus propios conocimientos y de sus habilidades para sobrevivir financieramente.

Sería pues, un solitario.

Un reto al sistema.

Hausleber y la Federación Mexicana de Atletismo acordaron con obvias intenciones que la eliminatoria para la Copa Lugano de 1981 sería en Montreal. Raúl acudió a ella, con recursos limitados pero con fe inquebrantable. Y ganó los 50 kilómetros. Competiría en la Copa Lugano fuera del equipo nacional, que contaba con el apoyo económico del COM.

Después recurrió a la amistad del doctor Salvador Garayzar y del fisiatra Arturo Alfaro y entre los tres diseñaron un plan de preparación para que Raúl acudiese a aquella Olimpiada californiana que se veía tan remota: a tres años de distancia. El andarín permaneció solitario -no había recursos que le financiaran la presencia de cualquier tipo de ayudante o asesor- tres semanas en su campamento de altura, en Bolivia.

Septiembre: Copa Lugano en Valencia, España.

Día de terrible calor en la pista de El Saler; temperatura muy similar a aquella del año pasado, en tierras moscovitas. Raúl sale en punta. La conserva. Poco a poco van quedándose atrás los otros competidores. Sólo el alemán Gauder, campeón olímpico en Moscú, aguanta la presión. Kilómetro 30: Raúl fuerza el paso. Kilómetro 35: Gauder se rezaga 10 metros. Kilómetro 40: la ventaja de Raúl es ya de 100 metros. Kilómetro 45: ahora es de 450 metros. Kilómetro SO: la diferencia se ha abierto hasta los 800 metros. Raúl registra 3h.48'3O" y todo mundo se pregunta: ¿Y qué fue entonces lo que sucedió en Moscú?

Raúl:

Después de Valencia fui invitado a reinte¡grarme al grupo de Hausleber, pero no acepté. Decidí que tenía que enfrentar solo toda la responsabilidad; si fallaba, sería yo el único culpable; si ganaba, el mérito sería sólo mío y de la gente que me ayudara.

1982:
Año en el que se traza el nuevo programa técnico y médico. Y hay algunas competencias: gana sin dificultades los 50 kilómetros en la Semana Internacional; luego asiste a una gira por Europa y, en virtud de una lesión muscular, abandona en Praga-Prodebady. Tiempo apenas para recuperarse y ya está en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en La Habana, donde gana medalla de plata en los 20 y en los 50 kilómetros.

1983:

Año preolímpico.

Resultados positivos:

-Triunfo en la Semana Internacional de Caminata, con el mejor registro en la Ciudad de México: 3h.45'23" y segundo lugar en los 20 kilómetros; nueva victoria en la prueba PragaProdebady; noveno lugar en 20 y quinto en SO, en el campeonato mundial, en Heisinki; oro y plata en 50 y 20 kilómetros en los Juegos Panamericanos de Caracas Y. finalmente el 25 de septiembre, el tercer título en la Copa Lugano: en Bergen registra 3h.45'36" y supera por más de un minuto a los soviéticos Yung y Dorowski.

Raúl:

- El haber vencido a los mejores marchistas de los 50 kilómetros me daba confianza. Me había dado cuenta de muchas cosas. Y de que ganaba sobre todo, en experiencia. lo importante era traducirlas, plasmarlas en un nuevo programa para 1984.

En noviembre, Raúl, conoció al sicólogo Ernesto Bolio y de inmediato lo invitó a formar parte del grupo que lo preparaba.

1984.

Año olímpico.

Entrenamiento arduo, con más de 60 ascensos al Popocatépetl y, posteriormente, cuatro semanas en Bolivia, con intensas sesiones matutinas y vespertinas.

Y una pena: su padre, que permanencia en Río Bravo, tuvo que ser trasladado de emergencia a la ciudad de México, gravemente enfermo. Raúl recibió la terrible noticia de que la operación a que sería sometido don Heriberto sólo aplazaría un poco la cita fatal con la dama de blanco.

El tiempo de Raúl se fragmentó: entrenamientos, familia, visitas al hospital 20 de Noviembre para ver a su padre enfermo...

Hasta que un día, don Heriberto pidió que le suspendieran el tratamiento: que le permitieran volver a casa. Quería pasar allí sus últimos días.

Raúl:

- Así que un día de marzo mi madre se lo llevó. Con profunda pena los vi partir. Anticipaba perfectamente el desenlace final y sin embargo, no podía hacer nada. Llorando escuché aquellas palabras de mi padre en el momento de la despedida: "¡No te pierdas!... ¡Tienes poco tiempo!".

Raúl derrotó en la Semana Internacional en Guadalajara, a los dos más poderosos rivales, en los 20 kilómetros: Ernesto Canto y el checoslovaco Pribilinec. Y días después en el circuito Reforma, en Ciudad de México, conquistaría también los 50 kilómetros.

Raúl:

- Más que los triunfos, en aquellos momentos me sentía feliz porque ya tenía capacidad de recuperación para enfrentar las dos pruebas olímpicas.

Y de repente se fue... Se fue don Heriberto.

Raúl:

- Es angustioso ver cómo se nos va un ser querido, sin remedio. Mi madre, fiel compañera, lo atendía, estaba cerca de él en todo momento, física y espiritualmente. Lo alentaba a entregarse a Dios y a no tener miedo a la muerte. Unos días antes de su fallecimiento hablé con él y me dijo: "Sigue adelante, hijo, por mí no te detengas. Ya estás muy cerca. Sólo le pido a Dios que pueda ver tu triunfo por televisión".

Fue un anhelo frustrado.

Don Heriberto falleció el 10 de junio. Faltaban ocho semanas para que su hijo afrontara su primer gran reto en Los Ángeles 84: la prueba de los 20 kilómetros.

La cual fue una lucha frontal desde el principio. Varias vueltas a la pista antes de salir del estadio; seis vueltas al circuito y regreso al estadio. El canadiense Leblanc se adelanta y se sostiene en punta durante un buen trecho, seguido tenazmente por un compacto grupo de 8 o 10 rivales. Kilómetro 10: ya nada más hay tres, de hecho, en la competencia por las medallas: el italiano Damilano, Raúl y Ernesto Canto. Mauricio no cede: defiende, nada menos, el título olímpico conquistado cuatro años antes en Moscú. Llega una amonestación para Canto, quien insiste en ir al frente.

Cuando Raúl alcanza a sus dos adversarios, justo en el kilómetro 16, Canto es amonestado por segunda ocasión...

Raúl:

- Lo he dicho en muchas ocasiones y es algo de lo que no me arrepiento: decidí no presionar a Ernesto porque sabía que por la televisión millones de mexicanos veían la prueba. Deseaba que todos observaran que el interés del equipo debe estar por encima del personal. ¿Qué hubiera pasado si presiono a Canto y éste es descalificado-... ¡No me lo perdonarían todavía! Ni yo mismo si México hubiera perdido una medalla.

- No lo niego, deseaba el oro. Pero decidí tronar primero a Damilano y después ir por Ernesto, pero sólo hasta el final. Acabé pues, con el italiano, pero ya no pude dar alcance a Ernesto. Fue angustioso ese kilómetro final, al ver que tendría que resignarme con la medalla de plata...

Armando Satow lo entrevistaría 24 horas antes de la competencia. Dijo Raúl, en la Villa Olímpica:

- He deseado tanto la medalla de oro, que en estos momentos es difícil decidir cuánto representa para mí el conquistarla. Podría decir que significa todo. Que es la mayor justificación y que por ella he dado los mejores años de mi vida... Sí, lo puedo decir: o es ahora o no lo será nunca.

- ¿De algún modo la medalla de plata resarce los sacrificios en el largo camino

- En parte sí. No dejo de pensar en aquellos momentos en los que dos de nuestras banderas estaban en lo alto por el 1-2 que conquistamos Ernesto y yo... Pero no hay nada comparable con saberse ganador de la medalla de oro. La gloria está del lado de los vencedores; de los que obtienen el primer lugar.

Sin duda habrá pensado en la eventualidad de una derrota.

Desde luego, ¿porqué no? Soy humano y sé que todo tiene un límite. Y que los rivales también se prepararon, como yo, para ganar... Todos me conocen. Saben que tengo virtudes y defectos y yo sé que mucha gente desea fervientemente que fracase, pero a todas las personas que han confiado en mí y que me han apoyado, prometo que no desaprovecharé este momento...

DE CUANDO TODO LO QUE RELUCE ES ORO

Llegó el día: 11 de agosto.

Que narre Raúl aquellos momentos de gloria.

- Aquella mañana me invadía una seguridad total de que en esta ocasión, al final de la prueba, sería gracias a mí que ondearía nuestra bandera en lo alto; que nuestro himno sería escuchado... Que yo estaría en el lugar de honor del podio.

Me desperté, después de un plácido sueño, como a las 5 de la mañana, me di un duchazo de agua helada y tomé un desayuno rico en calorías: pan tostado con mermelada de fresa, café con crema, un plato de cereal con 50 gramos de miel de abeja. Luego me vestí con toda paciencia y después del calentamiento, tomé dos vasos de agua preparada para evitar una deshidratación prematura. El juez de salida llamó a todos para las indicaciones finales; la tensión y el nerviosismo llegaban al máximo...

Ya.

El disparo de salida.

Cinco vueltas a la pista, 18 al boulevard de Exposition y regreso al estadio.

- Al momento de salida me fui adelante, en compañía de Martín Bermúdez. Sería mi día empecé muy bien, con control, marcando el paso con hambre de triunfo. No obstante que un australiano quiso romper el ritmo implantado, seguimos en grupo hasta el kilómetro 15, continuamos así hasta el 20. Pero, al llegar al 25, las cosas empezaron a cambiar: el grupo se redujo a 4 atletas, lo que significaba para mí, que la competencia de verdad, comenzaba ese instante.

A los 30 kilómetros, sólo Mauricio Damilano, mi amigo de muchos años había podido mantener el ritmo inicial que establecí. Me sentía bastante bien; intuía que me empujaba una gran fuerza, producto de mi deseo de ganar. En el kilómetro 35 aventajaba a Mauricio por escasos metros, pero presentí que muy pronto llegaría su agotamiento: el ritmo lo desgastaba visiblemente. Como a las once de la mañana llegamos al kilómetro 40. El calor hacía del asfalto un comal ardiente. Estábamos a 10 kilómetros de la recta final y Mauricio había desfallecido.

En esos momentos, por mi mente todo pasaba rápido, como una película en alta velocidad. Recordaba todas las angustias, los sinsabores, los fracasos; las veces que había llorado de amargura y de rabia, los esfuerzos sin límite en Bolivia, la muerte de mi padre y muchas otras cosas que había hecho en 15 años para, al fin, llegar hasta donde me encontraba.

Al arribar al kilómetro 45, mi ritmo seguía firme. A mi paso se sucedían los gritos y los aplausos ensordecedores. La gente no dejaba de alentarme. Así que me lancé en pos del récord olímpico. La competencia estaba ganada; necesitaba de nuevos alicientes. En el último giro al circuito aumenté el ritmo en mi andar.

Cuando salí de la última curva de la pista a entrar a los cien metros finales, sentí un gran deseo de no terminar. No quería que aquello acabara y, sin embargo, estaba a unos metros del final. Caminé firme con la respiración al máximo, agitado por el cansancio extremo que para esos momentos no sentía. No sentía nada físicamente; mi mente divagaba entre la alegría y la tristeza.

Un rugido saludó el momento en que Raúl cruzó la meta final.

Gritos. Llanto. Algarabía total.

Récord olímpico: 3h.47'26".

¡México, ¡México!, ¡México!..."

Cuatro horas después, el momento anhelado durante 15 años:

En lo alto del podio, con la medalla de oro reluciendo en el pecho, con el Himno Nacional sonando fuerte, con la bandera mexicana en lo más elevado del mástil olímpico...

Raúl:

- El Himno Nacional trajo a mi mente recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi amor a México, porque México es todo lo que ha formado mi vida, mi familia, mis amigos, mi tierra... En ese momento estaba representando dignamente a mi país y me sentía muy orgulloso de ello.


DE NUEVAS FECHAS, DE NUEVAS HISTORIAS DE NUEVOS RETOS...

El nuevo ciclo olímpico ha concluido.

Raúl decide poner en práctica sus conocimientos sobre administración deportiva.

La oportunidad se presenta cuando Alfonso Martínez Domínguez lo invita a hacerse cargo de la institución deportiva del estado de Nuevo León.

Raúl:

Quería dar a mi pueblo algo más que la satisfacción de las medallas; quería hacer mucho por nuestro deporte.

Lo hizo. Reestructuró la dirección a su cargo y dio vida a programas deportivos en todos los municipios. Su presencia alentó a los neoleoneses, desde los niños hasta los adultos, a practicar el deporte.

Pero...

Raúl:

- Al tiempo que desempeñaba el puesto de Subsecretario de Deportes, crecía en mi la inquietud surgida, tiempo atrás, en un simple comentario en el hotel del lago Titicaca: quería ser maratonista; ya en 15 años de caminata había obtenido todos los éxitos posibles -dos medallas olímpicas, tres campeonatos mundiales, 8 marcas mundiales y medallas panamericanas y centroamericanas-... Buscar repetir, en los 50 kilómetros, con una medalla de oro en Seúl 88, representaba para mí una motivación menos fuerte que intentarlo en una prueba diferente.

Al producirse el cambio de gobierno en el estado, Raúl fue invitado por el nuevo gobernador, Jorge A. Treviño, no sólo a formar parte de su equipo en la campaña electoral, sino posteriormente, a continuar al frente del deporte. Tres meses después, Raúl obtuvo una licencia para dedicarse al ciento por ciento a su actividad deportiva.

Raúl corrió sólo tres maratones -con resultados poco satisfactorios-: Nueva York, Boston y México.

Hasta que, en febrero de 1987 y después de una profunda reflexión, determinó: "¡Regreso a la caminata; mi mira sigue siendo Seúl y buscaré una medalla!".

Su anuncio causó nueva controversia. Renacieron rencores olvidados. Muchos se sintieron injustificadamente desplazados. Volvía la vieja amenaza, el viejo competidor solitario.

Y mientras tanto motivado por su entusiasmo, Raúl había logrado concretar una idea: unir a todos los medallistas olímpicos mexicanos.

Raúl:

- Si como deportistas dimos hasta el máximo de nuestra capacidad, creo que toda esa experiencia acumulada por nosotros aún puede servir de mucho a las nuevas generaciones. Siento que todos los medallistas olímpico fuimos- un tanto afortunados y que el cúmulo de experiencias deben estar al servicio de todos los mexicanos.

Nació así la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.

Raúl fue electo Presidente de la primera Mesa Directiva.

Todo eso, mientras se preparaba para su reaparición.

Con sólo dos meses de entrenamiento, en junio compitió en el selectivo para los Juegos Panamericanos. Era el campeonato nacional. Raúl quedó segundo en aquel certamen de controversial actuación de Ernesto Canto, quien irrumpió en plena competencia para entrenar.

En los Juegos Panamericanos -agosto, en Indianápolis- Raúl conquistó la medalla de plata en los 50 kilómetros y, en Roma, durante los campeonatos mundiales de atletismo, fue líder de la prueba durante 35 kilómetros; terminó en onceavo lugar. "Me falta mucho trabajo", admitió. "Eso se corrige con el tiempo".

No lo tendría más.

Porque, si un día tuvo que tomar la difícil decisión de abandonar sus estudios de físicomatemático y dedicarse de tiempo completo a la práctica del deporte, el destino lo colocaba ahora en el momento de otra grave determinación: continuar como competidor y llegar a Seúl 88, o aceptar la invitación del licenciado Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces candidato del PRI a la presidencia de la República, a integrarse a su equipo de campaña -como Secretario de Fomento Deportivo del CEN del partido-. Raúl optó por lo segundo. Con dolor, con angustia.

Ahora es Raúl, funcionario del deporte.

Y en diciembre de 87 recibe una honrosísima distinción: es elegido, a través de una encuesta mundial con técnicos, entrenadores y periodistas, como el mejor de la historia en los 50 kilómetros de caminata. Un reconocimiento de la Federación Internacional de Atletismo único e invaluable. Sólo siete atletas ¿entre, cuántos? se han hecho acreedores a esa, distinción.

En diciembre de 1988, el presidente Carlos Salinas de Gortari nombra a Raúl, presidente de la Comisión Nacional del Deporte y en los primeros días de febrero le confía también, la presidencia de la Confederación Deportiva Mexicana.

Raúl:

- Siempre me han gustado los retos;

siempre me ha gustado afrontar las responsabilidades. Y este reto y esta responsabilidad son, muy importantes, porque son de cara al pueblo de México; de cara a su juventud, esa qué dedica su tiempo y en muchos casos los mejores años de su vida, a la práctica de una disciplina deportiva. Mi tarea principal es suma de toda la gente del deporte para que, de una manera organizada y viable, podamos dar una respuesta a las demandas que se hacen en nuestro medio... Como deportista me entregué en un ciento por ciento a mi tarea de ser el mejor ahora, con entrega, trabajo y lealtad pero sobre todo de una forma responsable, me comprometo a hacer frente a este reto y a esta responsabilidad y a salir airoso. No puedo prometer más...

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

REGRESAR