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Mario González Lugo
Medallista de bronce
Boxeo
Seúl 1988

Eran dos pares de guantes de vinil, pequeños, apropiados para sus edades: Ulises tenía ocho años; Mario, siete.

Camino a casa se los probaron.

Y sugirió Mario:

¿Nos damos un entre?

Ya vas-, aceptó Ulises.

Fue la primera de una larga serie de amistosas confrontaciones pugilísticas entre los dos hermanos. Y lo hacían tan bien que esas exhibiciones eran un obligado espectáculo en toda reunión familiar. Después, los guantes eran guardados en un closet.

Hasta que aquellos, los de Mario, fueron sustituidos por unos de verdad...

Mañana del 2 de octubre de 1988.

Seúl: capital surcoreana, capital olímpica. Hoy morirá otro ciclo olímpico.

Sopla un vientecillo frío, nostálgico. Las siempre congestionadas avenidas seulitas están hoy semidesiertas.

Muchos atletas deambulan sin expresión por la Villa Olímpica

Sólo esperan el momento del adiós.

Otros se aprestan, nerviosos, a hacer frente al compromiso final
Otros aguardan el momento culminante: recibir una medalla olímpica.

Es Mario uno de ellos.

Son las 6 de la mañana. Y él ya está en el comedor. Par de huevos fritos con jamón, jugo de naranja, café... Y profundas reflexiones.

Mario:

Seúl me pareció más bonita aquel día. Había mucha paz, yo la sentía en mi interior. No tenía miedo, ese miedo, esos nervios que ví en los rostros de los peleadores que subieron al autobús y partieron hacia la arena para sostener ese anhelado combate por la medalla de oro. Con toda mi alma me hubiera gustado ir en ese camión, porque significaba la gran culminación de una carrera... Pero ya había asimilado mi realidad: aquella lesión en el hombro me había impedido llegar a más y me encontraba satisfecho con mi medalla de bronce. Algo muy raro me invadía el espíritu. Sabía que esa mañana era la más importante de mi vida. En unas horas la bandera de mi país ondearía en tierras extrañas y muy lejanas. Y era por mí. ¡Jamás lo soñé! ni siquiera en aquellas fantasías de la infancia.

A las 8:30 sube al autobús y parte rumbo a la arena.

A las 10:25,ya uniformado de blanco cruza el pequeño pasillo que comunica los vestidores con el cuadrilátero de la arena Chanishil. Hay efervescencia. Es la premiación de la categoría de peso mosca del torneo olímpico de boxeo y el coreano Kwang Sun Kim es el campeón. Ruge el público; entona cánticos; retumba el sonido del tambor y esas palmadas a ritmo frenético.

A las 10:26 sube al podio.

A las 10:29 son izadas lentamente cuatro banderas. Debajo de la coreana, la de- Alemania Democrática después, a un mismo nivel, la de México y la de la URSS.

Mario sólo tiene ojos para aquella, la tricolor, la del águila y la serpiente sobre fondo blanco.

Mario:

- Ha sido el momento más emotivo de mi vida.

- ¿Qué pensaba entonces?

- Realmente no lo sé. En todo. En mi familia; en el momento en que decidí convertirme en boxeador; en mis primeras peleas, en mi país... En ese orgullo que te sale de muy adentro y que casi te hace llorar. En ese momento repasé mi vida y sonreí: había sido como una larga pelea de boxeo.

Cuéntenos, Mario
-Y bien...

Mario González Lugo nació en Puebla el 13 de agosto de 1969. Es el segundo de ocho hermanos -Ulises, Martha, Víctor, Francisco, Maximino, Xóchitl y Penélope-, Sus padres Guillermo González y Zenaida Lugo.

El trabajo de don Guillermo, por supuesto, no satisfacía completamente las necesidades su gran familia.

Mario:

-No era sino obvio que enfrentásemos problemas económicos que, sin embargo, no hacían mella en nuestro ánimo. Dentro de nuestras carencias, éramos muy felices. Sí, claro que nos hacíamos muchas preguntas: ¿por e no teníamos dinero, ni juguetes, ni ropa -buena, ni viajes, ni diversiones-... Y lo más difícil era aceptar el día de Reyes, porque nunca llegaba el juguete que habíamos pedido. Pero nuestra situación no era distinta a la de todos nuestros amiguitos, así que aprendimos a conformarnos.

Las diversiones eran como las de cualquier otro chiquillo:

Juegos de todos los tipos... ¿Deportes? Especialmente el futbol, que se jugaba en interminables cascaritas hasta que caía el atardecer en aquellas polvosas callejuelas del barrio, en las que ocasionalmente Mario demostraba que era bueno con los puños.

Mario:

-A pesar de eso, el boxeo nunca me atrajo como deporte. Me gustaba el futbol.

Pero...

Llegaron los guantes de vinil; aquellos combates con su hermano y fueron más frecuentes los pleitos en la calle y acabó la primaria. A los 11 años, ya en la secundaria, la invitación de su padre:

- He notado que tienes facultades para el pugilismo, hijo. . . ¿Por qué no lo aprendes? ¿Por qué no vienes conmigo al gimnasio?

Mario:

- Y me decidí... Ya me tenían harto los comentarios de mis amigos de que yo parecía boxeador. "Ahora sí voy a serio", les dije y después, aunque parezca increíble, me costaba trabajo hacerles creer que ya iba a debutar como peleador amateur.

Eso sucedió en 1981, después de que Mario invirtió muchos meses en el aprendizaje de¡ boxeo. Todas las tardes, al salir de la secundaria, se iba directo al gimnasio. Compitió en varios torneos infantiles hasta que en 1984, su padre lo inscribió en el torneo local de los Guantes de Oro. Mario compitió en peso paja. Sostuvo cinco peleas, las ganó todas y conquistó el primer lugar.

Mario:

- Para ese entonces el boxeo ya era en mí una pasión. Debo admitir que al principio me atrajeron los comentarios de] mucho dinero que ganaban los boxeadores profesionales y todo lo que de ellos se decía. Yo quería ser alguien, ya no sufrir tantas privaciones. Y eso me animaba a seguir. Pero de repente llegaron los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y cambiaron mi perspectiva. Yo veía todas las peleas y cuando subía un mexicano quería ponerme en su lugar. ¡Qué orgullo representar a mi país en el extranjero! Eso se me convirtió en una obsesión. Me propuse llegar. Me inspiré en Héctor López, cuyo estilo me maravilló: entrar y salir, manejar los espacios, la rapidez; la elegancia. Cuando llegó la final yo estaba seguro de que Héctor sería campeón, pero desgraciadamente, contra el italiano Stecca no fue el mismo boxeador de anteriores combates.

Mario fue campeón de los Guantes de Oro en Puebla, durante tres años consecutivos, los dos últimos ya como peso mosca y esos triunfos fueron su carta de presentación ante Raúl Ratón Macías, en ese entonces presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, quien aceptó que el boxeador poblano -de apenas 16 años de edad- ingresara al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Eran los primeros meses de 1985.

Mario:

- A partir de ese momento mi vida cambió por completo. Yo, un chiquillo provinciano que jamás había salido de su ciudad, ya estaba en el famoso CDOM, preparándose al lado de los mejores, viviendo en la Ciudad de México y así, de repente, ya alistándose para salir al extranjero, porque el Ratón me dijo que yo estaría un mes a prueba en el CDOM y ya habían transcurrido cinco. Entonces fui seleccionado para participar en el torneo Batalla de Carabobo, en Venezuela. ¡Imagínese!, yo nunca había subido a un avión. Fue una grata experiencia, pues llegué a la final de ese certamen en la que perdí ante el experimentado venezolano David Grimann, segundo mosca en las clasificaciones mundiales. Yo sangraba profusamente de la nariz y el réferi detuvo el combate en el tercer round. Esa ha sido mi única derrota antes del límite.

La carrera de González fue en ascenso. Y así, en 1987 participó en el importante torneo Química Halle, en la RDA; en el Centroamericano y del Caribe, en Costa Rica; en el Batalla de Carabobo, en Venezuela; en el Internacional, en Colombia; el Simón Bolívar, en Venezuela y el Guantes de Oro, en Guatemala.

Mario:

- Más importante que triunfos o derrotas, fue que obtuve una gran experiencia. Si pensaba que podía ser seleccionado para los Juegos Olímpicos, debía de tener una buena base que me apoyara.

Llegó, por fin, 1988.

El año olímpico.

El año de Seúl.

Mario había afianzado su puesto como seleccionado nacional y a partir de abril inició una campaña que lo llevaría a los cuadriláteros olímpicos de la arena Chamshil.

Recuerda:

- Gané oro en el torneo MVR, plata en Colombia, bronce en el Batalla de Carabobo y en el Simón Bolívar y oro en un certamen en Cuba, después de vencer a cinco peleadores locales. Este fue, en mi opinión, el mejor fogueo; el que me dio una gran confianza para afrontar los Juegos Olímpicos... Cuando me avisaron que estaba seleccionado para Seúl, sentí algo así como un vacío muy grande en el estómago. La emoción me hacía sentir frío y también, en esa rara mezcla de sensaciones, me invadía una inmensa satisfacción al saber que habían sido premiados aquellos largos meses de esfuerzo, de sacrificio, de preparación.

Cuando trepó al avión que lo conduciría a Corea, su récord señalaba: 70 peleas, 61 victorias -25 por nocaut- y 9 derrotas.

POR FIN, UN BOXEADOR

Vicente Borrego Torres -de profundas raíces en el boxeo de paga- preparó a un espléndido equipo para los Juegos Olímpicos de Seúl. Los peleadores mexicanos integraban un grupo muy compacto de jóvenes con similares características: buen boxeo, agresividad y solidez en los puños, pero con una gran agravante: de hecho, no practicaban el pugilismo de aficionados, sino- el profesional. Lejos de la rapidez de brazos y piernas que debe poseer un peleador aficionado, ellos preferían atacar a base de pasos firmes y lanzar pocos golpes, buscando más la contundencia que la cantidad. Dicho de otra forma: de no ser por la vía de la detención del combate, en caso de llegar éste al límite de los tres rounds sería muy poco probable que la decisión fuese para aquellos boxeadores que siempre subían al ring con un sarape sobre sus morenos cuerpos.

Así a cambio de una espectacular victoria inicial -el peso gallo José de Jesús García noqueó en un round- que hizo concebir fugaces esperanzas, antes de que Mario debutara en el torneo ya habían sido eliminados tres peleadores mexicanos: el pluma Miguel Ángel González, el ligero Guillermo Tamez y el medió Martín Amarillas. No era extraño: habían sido' superados por auténticos boxeadores amateurs.

En tal virtud, la presencia de Mario fue un paliativo.

Al fin, sobre el ring, pudo observarse en acción a un peleador mexicano que conservaba el más puro estilo de aficionados.

El primero en comprenderlo fue Teboho Mathibeli, de Lesotho, para quien esa pelea significó debut y despedida en los Juegos Olímpicos.

Esa noche del 21 de septiembre Mario dictó su primera cátedra boxística. Sufrió serios, avisos, como un violento cruzado de derecha, el primer asalto y un gancho izquierdo en el segundo, pero fue todo. Manejó admirablemente la distancia e hizo fallar a su rival una gran cantidad de golpes para conectarlo limpiamente en el contraataque. Pegar y salir: la gran táctica. En el tercer round, cansado ya de tanto fallar, Mathibeli fue víctima de una pertinaz llovizna de cuero sobre su rostro de ébano.


Ninguna duda: el triunfo del mexicano por puntuación de 5-0.

Mario:

- Para mi fue muy alentador conseguir esa victoria y ofrecer esa actuación. Aunque ya había acumulado una buena experiencia después de los combates sostenidos en el extranjero, no dejé de sentirme nervioso cuando subí al ring a disputar mi primera pelea olímpica. Todo se facilitó, sin embargo, cuando conecté una buena combinación: jab de izquierda seguido de perfecto cruzado de derecha. Los dos golpes llegaron limpiamente a la cara M negrito. A partir de ese instante supe que la victoria sería para mí.

Aquella noche en el vestidor, alguien lo felicitó por su brillante estilo de boxeo amateur. Mario, ruborizado, respondió:

- Yo no soy un fajador; no soy un noqueador. Lo mío es el boxeo. Lo siento como el arte de la defensa personal y así lo practico. Yo no quiero problemas de veredictos sospechosos. Aquí se gana boxeando. Y yo soy boxeador.

No lo sabría Mario, pero la fecha de aquel, su segundo combate olímpico -domingo 25 haría historia en su vida: los resultados de las peleas de esa tarde le llevarían a la conquista de la medalla de bronce y a la vez, le impedirían colmar un anhelo más caro: llegar a la final del torneo.

Historia de unas horas y su gran trascendencia, que tendrá que ser contada en breves capítulos.

Sorprende Mario González.

¿Qué no era un boxeador habilidoso, cuya premisa era la defensiva- ¿Qué no era un experto en el contragolpe-

Este que combate contra el indio Manoj Pingale es muy diferente.

Se ha salido por completo de su estilo.

Ahora asume la ofensiva.

Ramón Márquez C., enviado del diario Unomásuno, a los Juegos de Seúl, escribió en su crónica de esa tarde:

- Nosotros -dice Mario- teníamos bien estudiado al indio. Durante dos horas vimos el video tape de su pelea anterior y decidimos cambiar de estilo; de otra manera no hubiera habido pelea, porque los dos practicamos el boxeo sobre piernas y a la expectativa.

Y ahí radicó el éxito del poblano. De ser un púgil que basa su accionar en el boxeo defensivo, pasó a asumir una ofensiva total. Y entonces mostró otra interesante faceta: su habilidad para el ataque. En un principio el cambio pareció afectarle. Fue con más precipitación que inteligencia sobre el indio. Le cortó todos los espacios. Se metió en su guardia, aunque perdió muchos disparos por no manejar con serenidad las distancias. Y Pingale, con el compás de las piernas bien abierto, listo para golpear y salir, aprovechó las embestidas del mexicano y 'Conectó buenos impactos al contragolpe. Especialmente con la izquierda: un opercot y un gancho dieron de lleno en el rostro de González, pero no hicieron efecto. El mexicano insistió en su acoso y cuando el réferi Roderick Robertson, de Gran Bretaña, lo amonestó por golpear -según él- demasiado bajo, cambió el rumbo de sus disparos e hizo blanco, espectacularmente, en la cabeza de su rival.

La pelea se ha nivelado. La puntuación debe estar de lo más pareja.

Tercer round.

- Sabía que tenía que forzar el combate -acepta Mario-, pero mi . entrenador me indicó que peleara con más inteligencia.

Lo hizo Mario. No obstante que mantuvo en todo momento la ofensiva, logró un combate espléndido... Ahora va al ataque, sí, pero finta la entrada, espera el counter de Pingale y entonces contragolpea. La izquierda va arriba y abajo. La derecha por fuera, corta la salida del indio, que va de esquina a esquina y no sabe qué hacer: sus golpes se pierden en el aire y los de su enemigo le laceran el rostro. González redobla su ritmo de combate. Pingale se estremece una y otra vez. Parece que cae...

No sucede así. Llega de pie al final, pero no podrá evitar la derrota.

- La medalla, Mario...

- Sí, caray... Siento que ya la tengo en la bolsa. Ojalá...

De hecho la tiene.

Porque, mientras Mario conversa con los reporteros, el ghanés Alfred Kotey -primo de aquel David Kotey que se coronó campeón mundial pluma al vencer a lo que quedaba del inolvidable Rubén Olivares- enfrenta a Benjamín Nvangata, de Tanzania. Lo vence por puntos, pero baja del ring con un parche que le cubre parte del pómulo izquierdo.


Está herido. ¿Podrá pelear?.. Es el enemigo que separa a Mario de una medalla.

Pero surge otra pregunta que inquieta ¿podrá pelear González? Pocos se han dado cuenta, pero Mario mueve nerviosamente: el hombro izquierdo.

- ¿Qué pasa, Mario

- Nada. Una pequeña molestia. Pero no es nada.

Sí que lo era:

En el tercer asalto de aquel duelo contra Pingale, el mexicano Y el indio fallaron al disparar simultáneos ganchos derechos. Ambos se golpearon el hombro izquierdo. ¿Habrá tenido alguna consecuencia el que recibió Pingale? Sólo él lo sabrá. Lo que no supo jamás fue el daño que su fallido golpe causó: Rafael Ornelas, el doctor del equipo mexicano de boxeo, toma unas radiografías del hombro izquierdo de Mario. Su diagnóstico:

- Esguince en las articulaciones, con ruptura total de ligamentos. Lesión que tarda en sanar 30 días.

Que nadie lo sepa.

Hay que esperar...

Martes 27 de septiembre.

Durante la ceremonia del pesaje, el esparadrapo permanecía en el pómulo izquierdo de Kotey. Pero ahora escondía una sutura. Y la sonrisa fingida de Mario también escondía algo: su temor por lo que pudiera acontecer si la pelea llegase a ser celebrada.

Por la tarde había aumentado la presión.
Cuando los dos grupos se encontraron en el pasillo rumbo a los vestidores el rostro de Kotey era oculto por una toalla y por el otro lado nadie hablaba de la lesión de Mario en el hombro. Hasta que surgió lo inevitable: ya hacia el cuadrilátero la cara del ghanés se abatió.
Los africanos sabían perdida la causa, porque la sutura estaba la vista y los reglamentos de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur impide que un peleador suba al ring en esas condiciones. La delegación mexicana protesta, la africana intenta lo imposible y la AIBA toma una rápida decisión: Kotev es descalificado. Y queda allí, al pie del cuadrilátero, con la barbilla clavada en el pecho, todo él de blanco vestido; la camiseta es surcada por franjas con los colores nacionales de su país: verde, rojo y amarillo.

Mario desciende del ring con una tranquila sonrisa.

Se espera el festejo, porque ha sido asegurada, ya, una medalla. La de bronce cuando rnenos.

Pero Mario recibe a los reporteros con un gesto de contrariedad y aprieta las mandíbulas mientras declara:

- La verdad, me quedé con las ganas de rajársela a Kotey. Sí, me sabe a gloria esta medalla, se cumple mi objetivo de ofrecérsela a mi país, pero me siento como que un poco frustrado. Quería pelear con ese negrito. ¿Que por qué? Nomás porque me cae gordo. Yo estaba allí, en el vestidor, arreglándome, cuando llegó él y me miró así, muy despectivamente, muy sácale punta. Y entonces pensé: "al rato nos encontramos en el ring y ahí me vas a mirar más feo".

Nadie lo sabe, porque todo mundo en el equipo mexicano de boxeo se ha puesto la máscara de la frialdad, pero el fin de semana es angustioso: lucha la medicina, contra una lesión imposible de curar en tres días.

Jueves 29 de septiembre.

Pelea de semifinales: Mario González, de México, contra Andreas Tews, de la República Democrática Alemana.

Mario:

- Me habían aconsejado que no peleara por el pase a la final. El jefe de la delegación, el entrenador, el presidente de la federación, mis compañeros, todos; sin embargo, me había fijado corno meta ganar una medalla y tenía que ir por más. El hombro me dolía mucho, pero pensé: "es mejor perder arriba del ring que por abandono".

Escribió, en esa ocasión, Ramón Márquez C.:

Todavía esta tarde, a las 19 horas, hubo una úlltima reunión en la Villa Olímpica.

El doctor Ornelas preguntó a Mario González si quería pelear a pesar de esa lesión en el hombro izquierdo.

El entrenador Vicente Borrego Torres le pidió que no lo hiciera.

Pero Mario reflexionó:

- Si he de perder, que sea en el ring.

Así fue. Así sucedió.

Dice Mario:

- Solamente salí a intentar lo casi imposible. Sé que no soy un noqueador, pero tal vez hubiera podido ser… Le conecté dos buenos derechazos, lo sentí, pero no pude seguirlo. Hoy era un boxeador de una sola mano.

El rumbo de la pelea quedó claramente marcado desde el primer instante: Tews, rubio y espigado se adueña de la distancia, estableciéndola con un jab de izquierda preciso y constante. Mario va al acoso, pero no puede entrar.

El dolor en el hombro estaba canijo. Pero en un ring uno no puede quejarse. Así que salía rifármela, aún a sabiendas de que estaba muy disminuido.

Quienes no sepan lo que sucede, verán en el peleador mexicano a uno muy distinto de aquel que venció a Pingale: va bien en sus movimientos de piernas, pero no tiene velocidad ni puntería y mucho menos, fuerza en los puños. Así que Tews maneja tranquilamente el combate, alerta en el counter. Conecta hasta con cierta facilidad los recios de derecha, que vulneran limpiamente la guardia de Mario, hoy imposibilitado para esquivar los disparos.

La pelea será una copia en cada uno de los tres asaltos.

En su libreta de anotaciones, al empezar el tercer round, escribe el cronista:

A tres minutos de un imposible.

Lo fue.

En el vestidor suda el pequeño poblano, intensamente. Una toalla le cubre la cabeza. Está compungido.

- Tengo el consuelo de que hice lo necesario. Me hubiera gustado seguir adelante. Lo impidió esa inoportuna lesión en el hombro izquierdo. Esa es una desventaja demasiado grande, porque es la mano con la que entra un peleador derecho.

Corrobora Vicente Torres:

- Un boxeador derecho sin la mano izquierda es un peleador que no sirve. Por eso quería dejar pelear a Mario.

Dice luego el entrenador:

- En realidad, alabo el esfuerzo sobrehumano de Mario; estoy orgulloso de su casta, de su vergüenza. Peleó en muy desventajosas condiciones.

Mario sigue consternado. Con la mirada clavada en el piso.

Alguien le pide que haga un balance final. Dice entonces:

- La verdad, me siento satisfecho. Porque di todo mi esfuerzo. Nadie puede reprocharme nada. Pienso que tengo facultades como para haber dado a mi país una medalla más importante; estoy seguro de que hubiera podido vencer al alemán democrático, pero no pudo ser.

Llega el 2 de octubre.

Y, con él, la premiación.

Y el final.

-Muere otro ciclo olímpico.

Al día siguiente, con el último grupo de atletas mexicanos, Mario arriba a la capital procedente de Seúl.

El y Jesús Mena polarizan la atención de familiares, aficionados y periodistas que se dan cita en el aeropuerto de la ciudad de México. Son cerca de tres mil personas. Varios autobuses han llegado desde Puebla.
Dice Mario:

- Deseaba dar más, pero aquella lesión me lo impidió.

No había necesidad de más explicaciones. La gente lo abrazó, te felicitó, le aclamó...

Mario:

- La miel de la victoria. No hay nada igual.

La saborearía a plenitud. Poco tiempo después se hizo acreedor al Premio Nacional del Deporte.

Ya, ya pasó la euforia.

Mario entrecierra aún más sus pequeños, vivaces ojillos, mientras expresa:

- Tengo veinte años y dos objetivos: finalizar mis estudios de secundaria, los que interrumpí por seguir adelante en el boxeo y prepararme intensamente para representar a mi país en Barcelona 1992. Sé que puedo lograr una medalla más importante. Pero necesitaré apoyo. Ojalá lo logre.

Y revela un secreto:

- Es que quiero ser como un ejemplo más de lo que el deporte puede operar en un ser humano. Yo viví una niñez difícil, como la de millones de compatriotas. Pero el deporte me cambió la existencia. Me hizo comprender lo que en realidad puedo valer. Y eso no se logra fácilmente en cualquiera otra actividad...

Mario sólo pudo cumplir su primer objetivo.

Tuvo el apoyo económico para proseguir su carrera deportiva como miembro de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos, así como de Pro- excelencia Deportiva y la Comisión Nacional del Deporte; sin embargo, en el ciclo olímpico hacia Barcelona se topó con rivales de mayor pegada y quedó fuera de la justa catalana, con lo cual prácticamente se retiró del boxeo.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Febrero de 2004.

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