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Humberto Mariles Cortés
Doble medalla de oro y medalla de bronce en ecuestre
Londres 1948

Finales de febrero de 1948...
Se apresta, el equipo mexicano de equitación, a partir hacia la última gira previa a los Juegos Olímpicos de Londres.
Será por pistas europeas.
Pero, inopinadamente, el teniente coronel Humberto Mariles -al frente del grupo- es requerido por el presidente Miguel Alemán.
Dice éste, con fría voz que hiela la sangre militar:
- Sabe usted, teniente coronel. .. Que el viaje se cancela.
Sorprendido por la noticia, visiblemente molesto, pregunta Mariles:
- ¿Puedo saber por qué, señor Presidente?

Responde, lacónico, el mandatario:
- No pueden ganar...
Y se refiere entonces, despectivamente, al tan orgullo de Mariles:
- No pueden ganar con esas carretas de caballos, con ese tuerto...
Se irrita Mariles con el insulto a Arete. Intenta una protesta:
-Con todo respeto, señor Presidente, pero...
Interrumpe, terminante, el hombre del poder:

- ¡Es todo, teniente coronel!
Se cuadra el militar y pide permiso para tirarse.
- Adelante.
Mariles ya tiene todo arreglado para el viaje. Ha cubierto los gastos. El equipo reeditado para cada competencia europea incluyendo, por supuesto, la olímpica. Los trailers ya están listos para salir hacia el puerto Galveston. Es, ni más ni menos, la culminación de 12 años de trabajo; el toque final de una larguísima preparación con miras a competir en unos Juegos Olímpicos.
Así que determinado a todo con tal de no fracasar en la empresa, Mariles recurre al ex presidente Manuel Ávila Camacho, quien le profesa especial afecto, y a quien solicita interceda por él. Telefónicamente, Ávila Camacho y Alemán acuerdan encontrase ese fin de semana.
Pero apenas es martes e intuyendo que será muy difícil que el presidente Alemán acceda a la petición que le hará el hombre a quien sucede en el mando del país, toma Mariles una brava decisión: se va. No espera. Pone en orden sus cosas, se reúne con los demás miembros del equipo y les informa lo que ocurre. El grupo se solidariza con él: irán todos, pase lo que pase. Sólo pone Mariles una condición: la responsabilidad será totalmente suya. Si algo sucede, si algo va mal, será sólo él quien pague las consecuencias. El equipo ecuestre mexicano, considerado ya en el medio como una de las posibles sorpresas en Londres, parte a Nueva York y antes de embarcarse hacia Italia, compite en Toronto, gana cinco de seis pruebas y es campeón del concurso Cóndor.
Al llegar a Roma, Mariles es esperado por el embajador Antonio Armendáriz, quien ha reclamado su inmediata presencia. El se reporta al instante. Y entonces, el diplomático tiene que olvidar la vieja amistad que lo une al militar y le informa, con gran pesar:
- Perdóneme, don Humberto, pero mejor regrese a México. Tenemos una orden de aprehensión contra usted. Se le acusa de desacato a la autoridad, peculado, deserción y de otras cosas. Vuelva, se lo suplico.
Responde Mariles, enmarcando sus palabras en una dura sonrisa:
- No, señor embajador; lo siento, pero no regreso. Ya estoy aquí. ¿Cómo hacerlo? Mire, mejor hablamos mañana.
Al día siguiente está programada, en la capital italiana, la importante prueba de fuerza, dentro del tradicional Concorso Ippico Internazionale.
Federico El Pollo Franco, veterinario del equipo, trabaja con ahínco toda esa tarde, toda esa noche, y deja listos para la competencia a aquellos caballos casi muertos por el largo viaje.

Y son a partir de ese primero de mayo, cuatro jornadas de rotundo éxito del equipo mexicano que, finalmente, es recibido por su Santidad el papa Pío XII, el día diez. También él felicita al grupo de caballistas. Los teletipos hacen volar la noticia.

Miguel Alemán va olvidando su enojo.
Más victorias para el equipo, ahora en Suiza y finalmente, la lluvia de medallas en los Juegos Olímpicos londinenses...

Y una singular llamada telefónica para felicitar a Mariles y a su grupo: la que hace, desde México, el presidente Miguel Alemán Valdés.

Una serie de acusaciones ha sido ya retirada.

No hay hipérbole en la frase:
México entero se conmovió al enterarse, aquella noche del 6 de diciembre de 1972 -en Europa era la mañana del día 7-, que el general Humberto Mariles había muerto en París.
Se había ido con él una parte muy viva de la historia del México de la posguerra.
Y también un legendario héroe deportivo.

Dice, con dulce melancolía en cada una de sus palabras, su viuda doña Alicia Valdés:

- A veces siento que él no ha muerto. De hecho, no ha muerto para mí porque sigue conmigo en cada momento de mi vida. Es la gente la que me hace pensar que mi esposo es un hombre inmortal. Porque nadie lo olvida. Y el recuerdo de su fuerte personalidad, de sus triunfos deportivos, siguen siendo todavía, un ejemplo para las nuevas generaciones de mexicanos... Yo prefiero sentarme en el sillón de la estancia y volver a verlo como aquella primera vez: a caballo, gallardo él, hombre de gran apostura, que vestía como nadie el uniforme militar. Y era toda una estampa...
Eso era el general Mariles: un hombre de a caballo.
Lo fue desde sus años primeros, allá en Parral, Chihuahua, donde nació el 13 de junio de 1913. Hijo del coronel Antonio Mariles y de doña Virginia Cortés, Humberto Mariles creció prácticamente sobre los lomos de todo equino que encontraba a su paso.
Acababa de cumplir doce años cuando fue enviado al Colegio Militar, bajo la tutela del general Marcelino García Barragán. En la cuna de los aguiluchos sobresalió rápidamente por su entusiasmo por el deporte ecuestre y por su aplicación en los estudios. Fue así como muy pronto, llegó a ostentar el grado de sargento de cadetes. Y a los 18 años ya era subteniente.
Doña Alicia:
- Él estaba orgulloso de pertenecer al ejército. Me decía que lo habían metido al Colegio Militar porque era un niño muy travieso, de fuerte e incontrolable carácter. En el colegio tocaba la trompeta y era uno de aquellos temerarios que se subían hasta lo más alto en las pirámides humanas.
Su excelencia a caballo lo llevó, por supuesto, a formar parte del equipo mexicano que acudió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en El Salvador, 1935. Su actuación fue determinante para que nuestra escuadra conquistara la medalla de oro. Ramiro Rodríguez Palafox ganó la medalla de oro en la prueba individual y Francisco Vieyra la de bronce. Al año siguiente, a solicitud del general Lázaro Cárdenas, asistió como observador
-acompañado por Rodríguez Palafox- a las pruebas ecuestres celebradas en aquella undécima Olimpiada, en Berlín.
Fueron varias las conclusiones de Mariles.
Entre las más importantes:
Había, en México, calidad suficiente como para competir en los más altos niveles mundiales de la equitación; lo que se requería era de un trabajo muy disciplinado, basado en un exacto programa de actividades y de competencias nacionales e internacionales y por supuesto, de un decidido apoyo financiero.
Este último fue ofrecido por el Presidente de la República.
Y Mariles se puso a trabajar.
Organizó, en 1938, el primer Gran Concurso Hípico Internacional de México disputado en el estadio Nacional. Y se alzó con la victoria, montando a Diablo.
Y mientras él iniciaba la pesada tarea de conformar un equipo olímpico de equitación, en ese mismo año y allá en un modesto rancho de los Altos de Jalisco, llamado Las Trancas, nacía un potrillo de fina estampa y de ilustres padres desconocidos. Era un alazán tostado que desde el primer día cautivó a sus criadores quienes de inmediato le llamaron Arete, por una hendidura natural en la oreja izquierda.

Los caminos de Humberto Mariles y de Arete se unirían años más tarde... E inscribirían sus nombres, juntos, en la historia del deporte.
En 1939 llegó para Mariles, la primera gran victoria: el equipo mexicano se presentó en el famoso y exigente circuito ecuestre del Madison Square Garden y ganó la copa Bowman, con un primer lugar y dos segundos sitios, compitiendo contra los mejores binomios de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Francia. Mariles fue la estrella refulgente de ese concurso, a bordo de Lomigamito. James Williams, alcalde de Nueva York, llamó as de ases al militar mexicano.
Al año siguiente, entonces sobre Resorte, Mariles -cuyo compañero fue el teniente Ramiro Rodríguez Palafox- conquistó el triunfo en el importante concurso internacional en Chile.
Mariles y Resorte comenzaban a ganar fama.
Por ese entonces el coronel Rocha Ganbay, comandante del trigésimo regimiento destacado en los Altos de Jalisco, compraba en 400 pesos a aquel alazán tostado y para amansarlo designó a un caballerango de nombre Benito, quien posteriormente trabajó en el Hípico Francés. Arete empezó a ser montado por los oficiales del regimiento. Cuando el general Rocha fue trasladado a Ameca, se llevó con él a su alazán. Meses después, de vuelta en Guadalajara, lo regaló al general Enríquez Guzmán, comandante de la decimoquinta zona militar. Arete fue incorporado al equipo de saltos. Comenzaba a cumplir con su destino.

También Humberto Mariles.
El 3 de diciembre de ese 1939 casó con la gentil dama Alicia Valdés, hija del general Carlos 5. Valdés, mujer también de a caballo y quien, inclusive, llegó a derrotarlo en alguna prueba. Ella es hermana de Alberto Valdés, quien hizo equipo con Mariles en la obtención del triunfo por países en la Olimpiada de 1948; Alberto Valdés Jr. heredero de aquellas glorias, ganó la presea de bronce en la justa ecuestre de los Juegos Olímpicos de Moscú, 1980.
Doña Alicia:
- Fue una boda problemática porque, ¿sabe?, el general tenía fama de conquistador y al parecer, muy bien ganada. Mis padres, que difícilmente aceptaron nuestro noviazgo, se opusieron al matrimonio. Tuvo que intervenir mucha gente a nuestro favor. Pero, por sobre todos ellos, hubo dos personas que no cedieron en ningún momento: Esperanza Iris, muy amiga de mis padres y Manuel Ávila Camacho,
quien se perfilaba ya como futuro presidente de la República.
Humberto Mariles y Alicia Valdés tuvieron cuatro hijos: Humberto, Virginia, Alicia y Patricio.
Y fueron ya seis de a caballo en la familia Mariles Valdés.
Doña Alicia, con una tímida sonrisa:
- Sí, señor... Por los cuatro costados éramos una familia de caballistas.
Arrancado de una crónica de la época:
¿Estamos ante un caballista de leyenda?... Sobre los lomos de Resorte, Humberto Mariles cautiva al llevar a su corcel con paso cadencioso cuando el terreno así lo exige, y enciende las pasiones cuando, de cara a los más difíciles trazos de la pista, los enfrenta con una rara mezcla de serenidad y arrojo.

El estallido de la II Guerra Mundial ha abierto un paréntesis.

En todos los terrenos.

Las Olimpiadas XII y XIII, correspondientes a los años de 1940 y 1944, cumplen su ciclo sin ser disputadas.

Pero, dentro de lo posible, Humberto Mariles y el equipo ecuestre nacional continúan con su preparación.

Arete también:
Su jinete será ahora el capitán Salvador Villalobos quien, incansable, le dedica horas y horas de su tiempo.
Arete se vuelve un mito en Jalisco.
Habrá que verlo en México.
Y a México van Arete y Villalobos a participar en 1945, en el campeonato nacional de potencia. Ni quien piense en ellos cuando de analizar posibles triunfadores se trata, porque los favoritos son: el teniente Vicente Mendoza, sobre Húsar; Pablo Jean, con Muchacho, y el teniente Joaquín Solano, quien monta a Valiente.
En los primeros saltos y al llegar la barrera a 1.60 metros, quedan eliminados Mendoza Húsar y Solano Valiente. Al 1.75 ya sólo sobreviven Jean-Muchacho y Villalobos-Arete. Los primeros tendrán que conformarse con la medalla de plata, porque no pueden librar el 1.80.
Villalobos y Arete, dueños ya de la de oro, se impulsan hasta saltar 1.85.
Era, el del alazán tostado, un estilo muy peculiar de saltar. Iniciaba con paso casi lento y hasta desgarbado. Pero cuando lo enfilaban hacia la valía, era su cuerpo una brillosa masa de músculos en poderosa acción. Impresionaba su fuerza en el arranque y su ligereza en el galope. Al aproximarse al obstáculo y en contra de toda ortodoxia, Arete frenaba su ritmo avasallador y entonces se elevaba con toda gracia y firmeza en cada uno de sus movimientos.
Doña Alicia:
- Saltando, Arete era todo un poema... Sobre todo -sonríe la dama- cuando uno podía respirar después de verlo frenarse así. En broma le llamábamos El Elevador. Porque subía de repente y de la nada.
1946.
Ya el holocausto ha terminado.
De la pesadilla quedan dolorosas heridas.
Pero el mundo se obstina en restañarías.
Y en olvidar lo que parece inolvidable.
Quiere sonreír.
Y busca en el deporte un vehículo para ello.
Que se reanuden, pues, los Juegos Olímpicos.
Que sean en Londres, 1948, en una cita puntual con el nuevo ciclo.
Que el mundo compita en las canchas y en las pistas, en las albercas y en las mesas y no en las trincheras.
Que vuelva a reunirse la juventud; que se hermane, otra vez.
Venga todo mundo, pues, a prepararse...

Mariles ya trabaja intensamente. Organiza. Coordina. Ordena. Obedece. Contrata. Suplica. Exige. Obtiene. Paga. Entrena. Monta. Triunfa...
Va, sobre el lomo de Resorte -también hizo ganadores a caballos como Parral, Chihuahua, Hatuey y Petrolero, entre otros- al encuentro con la inmortalidad deportiva.
En octubre de ese año Mariles y Resortes conquistan el Military International, en Nueva York y allí mismo, al día siguiente, el concurso Stakes y 24 horas después son la base en la que se sustenta la escuadra mexicana -integrada también por Alberto Valdés y Raúl Campero para alcanzar el tercer lugar en la competencia por equipos.
1947.
Todo lo exitoso es no sólo ratificado, sino incrementado:
Victorias en siete grandes premios ecuestres -entre los que destacan el Military, el Stakes y el Dakota- lo que, hasta nuestros días, nadie ha logrado igualar.
Mientras todo eso acontecía, allá en Jalisco, al desintegrarse el equipo de saltos de la decimoquinta zona militar, el general Enríquez vendió a Arete en ocho mil pesos al ingeniero Juan José Barragán, de Guadalajara, quien posteriormente, lo cedió a Casimiro Jean, presidente del Hípico Francés.
Mariles y Resorte cierran el año en forma impresionante: vuelven a imponerse en Nueva York y a continuación, ganan cinco de seis pruebas en el Gran Concurso Internacional en Toronto, Canadá.

No obstante, Mariles ha comprendido que toda su actividad ha sido continental y básicamente, en los Estados Unidos. Pero los Juegos Olímpicos serán en Europa. Y hay que enfrentar a los caballistas del Viejo Mundo en su propio terreno el que, seguramente, es muy distinto; esa experiencia, advierte el militar a los altos funcionarios -que han apoyado en todo momento al equipo ecuestre- será fundamental para acrecentar las posibilidades del triunfo. Son tan sólidos sus argumentos que obtiene la autorización. El equipo mexicano, pues, competirá en los clásicos concursos de Italia y Suiza, donde se enfrentarán los mejores binomios en las dos últimas grandes pruebas antes de encontrarse en el circuito olímpico de la capital británica.
Un día de enero, ya en 1948, año olímpico y atendiendo a una reiterada invitación hecha por Casimiro Jean, Mariles acude al club Hípico Francés a conocer un alazán tostado, tuerto -por una deficiencia orgánica fue perdiendo poco a poco la vista del ojo izquierdo-y castrado, al que llaman Arete y del que se cuentan grandes historias. Lo monta... y desde ya, comprende que comienza el fin de la carrera de Resorte.
Mariles, al día en todo lo relativo a su actividad, había jugado con sus adversarios una especie de ajedrez equino en los grandes circuitos: en las primeras competencias, en Nueva York y en México, presentó caballos que se caracterizaban por su precisión en el salto; traducción: caballos lentos; sacrificaba rapidez por seguridad. Los equitadores de otros países respondieron con corceles que cubrían en mucho menos tiempo los recorridos, lo que en ocasiones -sobre todo cuando había empate en faltas- resultaba decisivo. Mariles contraatacó con Resorte, que era eso: arrancaba disparos como un resorte. Era, sin duda, uno de los caballos más veloces del mundo, pero había que tener muchísimo cuidado con él en cada salto. Y conforme evolucionaba todo, lo hacía también la equitación: cada día eran más altos los obstáculos. Resorte perdía, pues, mucho terreno. Así que Mariles se encontró de repente y emergida de la nada, con el arma ideal para contrarrestar las nuevas circunstancias: Arete era un caballo acaso no tan rápido como Resorte pero, a cambio, muy potente y gran saltador; un caballo, en síntesis, que ofrecía mucha seguridad en esos tiempos de cambio... Y siendo como era, hombre de rápidas decisiones, Mariles tomó una al instante: sería Arete su nueva cabalgadura.
Y a partir de ese mismo momento, está sobre él, corrigiendo sus defectos, mejorando sus aptitudes; haciendo de él, en síntesis, un caballo de competencia olímpica. A sólo siete meses...
Poco después el militar revela, en una charla informal con varios reporteros que
-¡oh, sorpresa!- Resorte no irá a Europa, que su lugar será ocupado por Arete y que será éste el corcel con el que participe en los Juegos Olímpicos.
Ya.
Dos destinos son unidos.
Sólo la muerte, como en el matrimonio, separará a Mariles y a Arete.
Pero algo se mueve bajo el agua...
La recia personalidad, el carácter férreo pero sobre todo, su inagotable capacidad de triunfo, han llevado a Mariles a conquistar las simpatías de dos ahora ex presidentes: Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. De hecho, Mariles acordó sólo con ellos. Y eso en la milicia, no se olvida y mucho menos se perdona. Mariles es admirado, sí, pero también odiado.
Hasta ahora, Miguel Alemán Valdés, quien ha asumido la Presidencia en 1946, también ha ofrecido su total apoyo a Mariles.
Hasta aquel inopinado encuentro... Hasta aquella terminante orden.
Y el gran desacato.
Y el intempestivo viaje.
Y la victoria como obligación o la deshonra como militar.
Pero contra todo, será Arete, ningún otro el corcel de Mariles.
El militar lo conduce a aquella victoria en Toronto.
Y ya están en Roma.
Y Mariles sabe que hay orden de aprehensión en contra suya pero, en esta ocasión, no dice nada a sus compañeros.
En la noche del 30 de abril de 1948, cuando el equipo nacional ecuestre intentaba reponerse del largo viaje -arribó apenas a un día de la competencia-, cuando el Pollo Franco trabajaba afanosamente con los equinos, Mariles convocó a una reunión en la que fue escueto pero muy directo:
- Ya todos sabemos la situación. Acepto toda responsabilidad pero si fracasamos, seremos objeto de una fuerte andanada y mientras todo se aclara ustedes también corren peligro de ir a la cárcel. Así que, señores, no nos queda de otra: ¡A ganar!
Lo hicieron:
El primero de mayo se presentaron en el difícil Concorso Ippico Internazionale, que se disputaba por decimoctava ocasión. Compitieron: Mariles en Arete, Alberto Valdés en Malinche, Víctor Saucedo en Tijuana y Raúl Campero en Jalisco. Y sorpresivamente, finalizaron en tercer lugar superados sólo por los equipos de Italia y Francia. Campero ganó la prueba individual. Un diario italiano tituló así su crónica: "¡Ole México!".
Al día siguiente, Mariles finalizaba segundo en la Copa General Pietro Didi. Otra vez Campero fue el vencedor.

El 7, Saucedo -sobre Poblano- y Solano Chagoya -en Indio- hicieron el 1-2 en el torneo de Villa Borghesse.

El 8 nuevo triunfo, ahora en el premio Capitolio, disputado en Roma.
Frank O'Brian, reportero de la agencia internacional de noticias UPI, alababa la actuación de "los centauros mexicanos que, por cuarta ocasión, hacen izar la bandera mexicana en Italia".
Los caballistas mexicanos eran, aquí, noticia de primera plana. Las agencias internacionales detallaron aquel encuentro en el que el papa Pío XII los recibió el 10 de mayo, los felicitó por sus victorias y los alentó a competir con el mismo ahínco en las difíciles pruebas que les esperaban en Londres.
Pero, sin duda, el triunfo mexicano de más resonancia en Italia fue el conquistado el día 16 en Montecattini: Humberto Mariles -con Arete-, Campero -con Jarocho- y Rubén Unza -con Hatuey- hicieron el 1-2-3, enfrentando a los mejores jinetes italianos.
Encabezado de otro diario peninsular:
Loor a los caballistas mexicanos.
Al día siguiente, Campero hacía suyo el premio Vinciton.
Y se fueron a Suiza.

El 16 de junio, Mariles y Campero lograron el 1-2 en el premio Pilatos, en Lucerna y cuatro días más tarde, en Zurich, Saucedo y Unza conquistaban los mismos honores.
Disminuía la ira presidencial en México.
Y Mariles escribía a Casimiro Jean una carta fechada el 9 de julio en Vichy, Francia, de la que arrancamos un párrafo:

Hermano, creo que debes estar contento por tu caballo y por haber prestado un gran servicio a la equitación mexicana y en lo personal a mí, por haberme dado la oportunidad de montarlo. Creo que Arete es el mejor caballo que he montado y creo también, sin coba alguna, que es el mejor de todos los que he visto por acá.

LONDRES 1948: PAGINAS DE ORO

29 de julio de 1948.
Su majestad el rey Jorge VI, inaugura los XIV Juegos Olímpicos, a los que concurren 59 países.
El tradicional desfile de las naciones.
Las banderas, los trajes multicolores. El entusiasmo. Las sonrisas.
La multitud ha colmado las tribunas del estadio Wembley.

Y Mariles allí, sintiendo que algo le quemaba en su interior: era urgente competir; era urgente demostrarse a sí mismo que aquellos largos 12 años de trabajo que comenzaron en Berlín 1936, rendirían un fruto del que podía sentirse orgulloso...
Todo comenzó el 8 de agosto. Mariles, Raúl Campero y Joaquín Solano Chagoya dieron la primera gran sorpresa de los Juegos al conquistar -por equipos- la medalla de bronce en la prueba de los Tres días.
Fueron superados únicamente por Estados Unidos y Suecia.
Primera gran emoción. Primer ascenso al podio. Primera gran felicidad. Nuestra bandera ondeando en cielo londinense.
Pero faltaba lo mejor. Eso vendría seis días después: el 14 de agosto.
Hoy.
Agonizan los Juegos. La gente acude, emocionada y ya nostálgica, al adiós. Verá la ceremonia de clausura pero más que nada, público amante de las competencias ecuestres, presenciará la prueba final de la Olimpiada: el tradicional Gran Premio de las Naciones.
Serán premiados los tres primeros equitadores.

Serán premiados, también, los tres primeros equipos.
Ya han hecho su recorrido 43 de los 44 competidores. Han terminado únicamente 20.
Aires de triunfo soplan en el campamento mexicano: Rubén Unza está empatado con el militar francés Jean F. D'Orgeix y con el estadounidense Franklin Wing, en primer lugar de la clasificación individual, con sólo 8 faltas. Pase lo que pase, tendrá que ir a una ronda de desempate. Pero nada arrebatará a México una medalla. Por equipos, la situación es mucho más cómoda: Alberto Valdés ha cometido 20 faltas, así que la escuadra nacional acumula apenas 28 y está al frente, con una amplia ventaja: ya los caballistas españoles han terminado su actuación y suman 56.5 puntos. Solamente una muy irregular actuación de ese jinete que tan bien luce sobre el alazán tostado y que se apresta ya a iniciar su recorrido, puede poner en peligro la medalla de oro...
Sólo que ese jinete, el deportista que pondrá fin a la primera epopeya olímpica de la posguerra, se llama Humberto Mariles. Y el alazán tuerto se llama Arete.
Y allá parten, envuelto el estadio todo en un silencio sepulcral. La expectación es grande.
Ochenta mil pares de ojos siguen, al detalle, cada uno de los movimientos de jinete y cabalgadura.
Es cadencioso el ritmo del binomio. Elegante el trote del caballo y firme su arremetida contra las barreras. Van quedando atrás, saltados limpiamente, cada uno de los obstáculos.
Y ya. Ya el hombre y la noble bestia se aproximan a la peligrosa ría, donde han muerto las esperanzas de muchos. Ría que parece un abismo. A ella sucede el salto final, que tendrá que ser un vuelo, si se quiere librar ese impresionante muro de ladrillos. Mariles llega sin haber cometido falta alguna.

El militar espolea a Arete, quien acelera poderosamente.
Narraría Bob Concidini, de la International New Service, en una crónica publicada al día siguiente en diferentes diarios mexicanos:

De pronto, un alarido de desencanto se escuchó a varias leguas de distancia, cuando Mariles y Arete no consiguieron salvar la traicionera ría y cayeron al agua justo en medio del foso de 4.5 metros de longitud. Pero Mariles no se inmutó, siguió adelante y materialmente, Arete voló sobre aquel muro... Al cruzarlo y correr hacia la recta final, otro grito de júbilo afloró de los pechos de esa muchedumbre. La manifestación de alegría que presenció Wembley jamás ha tenido paralelo.

¡Victoria!
Humberto Mariles: campeón olímpico con apenas 6 1/4 puntos: fue penalizado con 4 por aquella caída en la ría, y con 2.25 por excederse en el tiempo de recorrido.
El equipo mexicano: campeón olímpico, con 34 1/4 faltas, seguido de España con 56.5 y de Inglaterra, con 67.
Rubén Unza se impuso en la ronda de desempate y para él fue la medalla de plata. La de bronce, para el francés D'Orgeix.
¡Era para México la premiación entera!
La primera medalla olímpica de oro, para nuestro país, había llegado en pareja. Los colores verde, blanco y rojo se perfilaron nuevamente sobre el límpido cielo londinense: tres veces fue izada nuestra bandera nacional; dos de ellas, hasta lo más alto. Y las notas de nuestro Himno Nacional hendieron los aires en dos ocasiones.
Tomado de la crónica de Bob Concidini:
Brillante colofón olímpico. En esta tarde de sol radiante lo único que faltó fue la presencia de sus majestades; sin embargo, la realeza estuvo presente en el palco de honor. La princesa Juliana y el duque Berhard, el duque de Edimburgo, la duquesa de Kent, lord y lady Mountbatten y el maharajá de Yipur...
En muchos aspectos el acontecimiento de hoy fue mucho más impresionante que la fantástica apertura, porque no fueron sólo los últimos momentos de unos juegos, quizá los más excitantes y fabulosos de la historia, sino la laudable actuación de los jinetes mexicanos. Dos apuestos caballeros: Humberto Mariles y Rubén Unza, triunfaron en las competencias de saltos. Fue un espectáculo inolvidable ver a Mariles Cortés en Arete ganar la prueba. El muy condecorado caballista fue el último de los 44 jinetes que intentaron cubrir el traicionero recorrido de 16 saltos.
En las tribunas, más de 150 mexicanos lanzaron sus sombreros al vuelo y un "¡Viva México!" conminó a la muchedumbre a aplaudir mientras, en el centro de la grama, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Sigfried Edstrom, entregaba las medallas a los triunfadores.

Al concluir la prueba Mariles se apeó de Arete, le besó y fue al encuentro, jubiloso, con sus compañeros de equipo. Gritaba:

¡Nunca más volveré a vivir dos minutos como esos!... ¡Me parecieron todo un año!
La gente invadió el pasto sagrado de Wembley para vitorear al campeón, para estar cerca de él, para escucharlo hablar. Él decía a los reporteros:
-Me siento muy feliz, no tanto por mí mismo sino por mi patria. Sabía que la victoria individual y por equipos estaban hoy en juego.


Sus restos reposan en uno de los jardines del Centro Deportivo Olímpico Mexicano

Doña Alicia:
- Para el general fue un golpe tremendo. Era enorme su cariño por Arete. Resintió su pérdida como se resiente la pérdida de un familiar cercano. Y si alguien me lo preguntase, diría que nunca pudo sobreponerse a ella... Simplemente porque jamás encontró otro caballo como Arete. Y sin Arete afrontaría Mariles su siguiente compromiso olímpico.

HELSINKI: EL INICIO DEL DECLIVE

Era el sino de Humberto Mariles el de aquellos predestinados a vivir y a hacer vivir momentos estrujantes, de gran dramatismo y expectativa.
Cuatro años después de aquel día final de los Juegos Olímpicos de Londres, se repetía la escena en el último día de la XV Olimpiada, disputada en Helsinki:
Agosto 3 de 1952.
Estadio Olímpico de Helsinki, Finlandia. Lleno total: 70 mil espectadores.
En liza, el Gran Premio de las Naciones, al que sucederá la ceremonia de clausura de los Juegos.
Cinco caballistas están empatados, con ocho faltas, en el primer sitio de la competencia.
Y es el ahora general Humberto Mariles Cortés, el último jinete en cubrir el recorrido.
Unicas circunstancias distintas: ahora no hay un mexicano entre quienes dilucidarán la ronda de desempate y la actuación de Víctor Manuel Saucedo -sobre Resorte II - y Roberto Viñals -con Alteño-, no ha sido afortunada: individualmente ocupan, en forma respectiva, los lugares 26 y 36 por lo que por equipos, México tampoco tiene oportunidad alguna... Y tampoco está Arete.

Así que, montando a Petrolero, el general Mariles irá en pos de la gloria individual.
Silencio total cuando suena la campana y el jinete mexicano espolea a su cabalgadura.
Uno a uno, 15 de los 16 obstáculos son salvados. Mariles conduce con mano maestra a Petrolero, quien llega a la valía final: un triple. Si lo salva limpiamente, habrá una medalla de oro más para nuestro país. Pero... En el instante crucial, al iniciar el salto, Petrolero resbala y se precipita sobre el triple.
Mariles corrige. Salva el obstáculo final y encamina a su corcel hacia la meta.
Pasan segundos de gran expectación.
Hasta que en el tablero aparece la puntuación: 8 faltas y el tiempo. ¡Séxtuple empate!
Pero, un momento; los jueces han corregido: hay un cambio en el tablero, en el que ahora se informa: ¡Sexto Lugar!
Doña Alicia:
- Estuve ese día en Helsinki y filmé toda la prueba. Se observa que primero hubo una calificación que, inesperadamente, fue cambiada minutos después. Y nadie protestó. El general Clark Flores, que era jefe de la delegación y presidente del Comité Olímpico Mexicano, debió hacerlo pero no lo hizo; buscaba un puesto en el movimiento olímpico internacional.
Efectivamente: poco después, el general José de Jesús Clark Flores era nombrado vicepresidente del Comité Olímpico Internacional.
La equitación mexicana regresaba de las lejanas tierras nórdicas con las manos vacías. Lo más rescatable: el sexto puesto conquistado por Mariles y el noveno sitio de México en esa misma prueba, el Premio de las Naciones.
Aquí, cómo no, inmediatamente se habló de fracaso.
Mariles intentó el resurgimiento.
Pero no seria posible:
Atareado como estaba en aquella época de entrega del poder, Miguel Alemán Valdés no tenía tiempo para escuchar los nuevos proyectos del general Mariles. Habría que esperar, pues, al cambio de gobierno. Las esperanzas se cifraron entonces en la actitud del presidente entrante, Adolfo Ruiz Cortines, respecto a la equitación.
Virginia Mariles, hija del general, afirma que un problema entre su padre y Ruiz Cortines derivaría en una consigna para desacreditar al caballista y para acabar con la equitación
-o al menos con lo que Mariles edificó- en México.
El licenciado Adolfo Aguilar y Quevedo, abogado de Mariles y entrañable amigo suyo, coincide con esa opinión y explica el incidente, que le fue narrado por el general:
Cuando llegó el momento del cambio presidencial, sucedió lo inesperado: Ruiz Cortines empezó a hablar de corrupción y señaló así, con un dedazo, al que en cuestión de días dejaría de ser presidente. Eso ocasionó un tremendo impacto en el país: ¿Cómo era posible que un presidente entrante juzgara al saliente con tal ligereza? El comentario generalizado fue que había sido un acto de ingratitud. El grupo alemanista se fue a la casa de don Miguel en Fundición y repetía a coro: ¡Traición! ¡Traición!"... Este fue un hecho político real que nadie puede contradecir.
En Fundición se discutió mucho pero, entre todo aquello, se planteó lo inevitable: alguien tenía que entregar a Ruiz Cortines y a su grupo de colaboradores las instalaciones de Los Pinos. En forma unánime fue designado Humberto Mariles, el joven general lleno de prestigio; aquel a quien el pueblo admiraba tanto que por ejemplo, cuando el caballista iba a la plaza, por muy buena corrida que se presentase ésta era suspendida y el general tenía que bajar y dar la vuelta al ruedo como un torero, entre una gran ovación...
En Los Pinos estaban Uruchurtu, Ruiz Cortines y López Mateos, con gente del Estado Mayor. Alguien comentó que faltaban varias cosas: desmantelaron todo. "Se llevaron hasta los candiles". Esto despertó la ira de Mariles quien de por si era un hombre violento. Humberto se volteó y les gritó: "¿Cómo, sinvergüenzas? ¡No!... ¿Por un candil? ¡Qué importancia tiene un candil!... El que muerde la mano al que le dio todo ¡ese sí que es un traidor! ¡Ese sí es un ser despreciable!..."
Uruchurtu se violentó e instó a Ruiz Cortines: ¡Señor Presidente, usted es jefe nato de las fuerzas armadas. "¡Consigne a este majadero!". López Mateos lo observó todo en silencio. El viejito Ruiz Cortines se concretó a esbozar una leve sonrisa taimada y dijo: "Esperemos, esperemos"... ¡Supo esperar! Pero escogió la peor forma de vengarse. Indiscutiblemente, el general Mariles cometió una falta de respeto al Presidente, que incluso se castiga en el Código Militar. La sanción pudo ser de mil maneras pero Ruiz Cortines cometió el gravísimo, irreparable error de destruir al mejor equipo ecuestre del mundo, a Mariles y a la institución que tanto prestigio dio y que tanto costó al país: la escuela ecuestre.
Aquella recordada escuela de equitación estaba ubicada en los terrenos que ahora ocupa el Centro Deportivo Olímpico Mexicano.

14 DE AGOSTO, DIECISEIS AÑOS MAS TARDE

También 14 de agosto, como el de aquel 1948 de las medallas. - -
Pero 16 años más tarde en la vida de Humberto Mariles.
Ha sido invitado el general por el diario La Afición a que asista a sus instalaciones, pues en este 1964 inaugurará rotativas. Después del festejo y a bordo del Chevrolet rojo convertible, de su hija Virginia, el caballista emprende el regreso a casa.
Pero en el camino se produce un incide de tránsito.
De coche a coche, Mariles discute con contratista Jesús Velázquez Méndez, que conduce un lujoso Chevrolet sedán último modelo.
En la investigación oficial de los hechos declaró el médico veterinario Roberto Macías Naranjo, catedrático de la UNAM, quien atestiguó lo ocurrido:
El conductor del vehículo sedán iba carril de alta velocidad en el Periférico haciendo señas, moviendo la mano en actitud grosera. insultando al conductor del convertible. Mas adelante, el hombre del sedán se cerró hacia su derecha acosando al del convertible, quien redujo la velocidad. Posteriormente, el sedán pasó al carril central y siguió cerrándose sobre el convertible. El tripulante del coche grande, además de las señas que hacía con el brazo, tocaba intermitente el claxon mentándole la madre al del carro pequeño. La actitud de este conductor era meramente pasiva: eludía, haciéndose aún más a su derecha, todos aquellos cerrones. Hasta que, de plano, el carro grande embistió abiertamente al convertible. Ellos salieron hacia Reforma Lomas y yo seguí. Ya no pude ver más.
Al salir del Periférico y a unos metros de la Fuente de Petróleos, ya muy cerca de la casa del general se produjo el último cerrón. Velázquez frenó e impidió el paso al militar.
Advirtiendo la posibilidad de un encuentro violento, corrió hacia ellos el policía Ángel Juárez Cruz, quien declaró:
-...Todo pasó rápidamente. Los individuos discutieron acaloradamente, hasta que el conductor del sedán subió a su auto y bajó de él teniendo en la mano derecha la espátula para cambiar llantas y con ella se lanzó sobre el otro hombre. Hubo un forcejeo y de repente se escuchó un disparo y cayó el conductor del sedán.
Humberto Mariles había disparado su calibre .38; hizo blanco en el vientre de Velázquez.
Doña Alicia:
- A un hombre no lo educan en el Heroico Colegio Militar para recibir insultos, menos cuando el insulto es tal que pocos pueden soportarlo. Un militar como Humberto simplemente no podía dejarse insultar a tal grado, no fue educado para eso.
El propio Mariles y el policía Juárez Cruz subieron a Velázquez al convertible. El caballista llevó al herido a la Cruz Roja y permaneció allí hasta que, según los doctores que lo atendían, aquel hombre estaba fuera de peligro.
Tanto el agente del Ministerio Público adscrito a la benemérita institución como los médicos que intervinieron a Velázquez Méndez hicieron constar, en actas, que el herido presentaba una fuerte intoxicación alcohólica.
Escribió el Ministerio Público, después de tomar declaración a Velázquez Méndez:
-...que, sin recordar la hora, manejaba su automóvil cuando tuvo una dificultad por un incidente de tránsito, que esto molestó al general Mariles, quien sacó su pistola y le dio un balazo; que no recuerda más ni recuerda en qué lugar sucedió el incidente.
En la Cruz Roja, Velázquez Méndez charló también con el licenciado Herminio Ahumada:
- ¿Cómo te sientes?-, preguntó el abogado.
- Bastante fregado, ingeniero.
- ¿Pues qué te pasó?
- Es que tuve un agarrón con el general Mariles y me fregó porque yo no traía más que la espátula; me dio un balazo. Me fue mal, pero casi le rompo la cabezota.
Mariles se encargó, personalmente, del traslado de Velázquez Méndez a un sanatorio particular y a continuación se puso a la disposición de las autoridades para la averiguación correspondiente y solicitó su defensa a los licenciados Adolfo Aguilar y Quevedo y Arturo Chaim. En ningún momento negó su responsabilidad en los hechos; aduciría, en cambio, que actuó en legítima defensa.
Los abogados defensores hicieron una exhaustiva y rápida investigación. Se entrevistaron con gente cercana a Velázquez Méndez, obtuvieron datos y documentos y en un fólder, entregaron la recopilación de lo investigado, en la que destacan los siguientes puntos:
- Velázquez Méndez llevaba una vida desordenada y carente de frenos morales; había procreado varios hijos en uniones libres con diversas mujeres.
- Incurría frecuentemente en ebriedad y la intoxicación alcohólica le provocaba -como el día de los hechos- una reacción de embriaguez patológica, con un intenso impulso querellante y agresivo.
- Entre muchos incidentes similares a aquel en el que había resultado herido, destacaba uno similar, sucedido apenas días antes, cuando balaceó a otros conductores en la carretera México-Puebla. Estaba, pues, en libertad bajo fianza cuando se suscitaron los hechos.
Al rendir su declaración en la investigación oficial, Velázquez Méndez dijo algo muy distinto a aquello por él mismo expresado ante el MP de la Cruz Roja:
-...que pasó cerca de la Defensa Nacional, tomando rumbo por el Periférico; tomó la avenida de los Virreyes y al llegar al cruce de calles proveniente del rumbo de Parque Lira, a un automóvil rojo, dado que era una curva, sin intención alguna le dio un cerrón a aquel vehículo, cuyo conductor se dio por ofendido porque lo rebasó y en el momento que tomaba por la avenida Dolores, el conductor le dio un cerrón obligándolo a seguir nuevamente por Virreyes y que para evitar dificultades se dirigió a las obras de ampliación de Chapultepec.
Peritos criminalistas físico-matemáticos demostraron que el itinerario descrito por Velázquez era simplemente imposible.
Lamentablemente, Jesús Velázquez Méndez falleció ocho días después del incidente... Cuando, al parecer, se encontraba ya totalmente fuera de peligro.
No se había llegado, todavía a una resolución.
El general Mariles se encontraba detenido.
Y todo, por supuesto, se complicó.
Los peritos que intervinieron, entonces, fueron los médicos y llegaron a una conclusión:
-... (el contratista) murió por peritonitis generalizada y edema pulmonar, complicaciones de la herida de proyectil de arma de fuego penetrante de vientre y tórax.
La defensa enfocó sus baterías en una pregunta ¿Murió a consecuencia de la herida
provocada por el disparo o a consecuencia de una inadecuada atención médica?
Los doctores Gilbon Maitret y Manuel Merino Alcántara, peritos oficiales, admitieron que en la autopsia encontraron sólo una herida debidamente suturada, en la cara anterior del estómago, a pesar de que hubo lesiones en la región retroperitoneal y en el diafragma postrero-inferior, en la porción freno-gástrica. Todas ellas no fueron adecuadamente suturadas. Descubrieron, además, que no había huellas de que hubiera sido explorada la retrocavidad de los epiplones y mucho menos drenada.
También intervinieron los doctores Víctor Manuel Rojas Calvo, Luis Moreno Rosales y Francisco Castilla Nájera, quienes coinciden y así lo hacen constar, en que no se exploró la retrocavidad de los epiplones lo que provocó la infección peritoneal que al generalizarse,
produjo el edema pulmonar y éste, la muerte del contratista.
Pero, acaso, el dictamen más importante haya sido el ofrecido por el doctor Pedro Barajas. Al final del informe puede leerse: ...las lesiones que originalmente presentaba el herido no necesariamente ponían en peligro su vida.
Fue el del general Humberto Mariles Cortés un largo proceso llevado en una Corte Penal, la que finalmente encontró culpable de homicidio genérico al acusado y lo condenó a una pena de 9 años de cárcel. El Ministerio Público apeló: el castigo era muy benigno.
Aguilar y Quevedo apeló: el castigo era excesivo.
El caso, pues, fue turnado al Tribunal Superior de Justicia.

Vinieron muchos días más de sesiones, comparecencias y presentaciones. En su documento final, establecieron los magistrados:

Queda debidamente aclarado que los hechos que dieron motivo al homicidio tuvieron como origen una dificultad de tránsito, tal y como ambos protagonistas aceptaron; que ésta se desarrolló en el anillo Periférico y siguió por las avenidas de la ampliación del bosque de Chapultepec. Ahora bien, se observa que a este respecto, coinciden tanto el acusado como el ofendido.

Después admiten que Velázquez Méndez era un individuo peligroso, que fue él quien provocó los hechos injuriando al general, persiguiéndolo y finalmente, embistiéndolo con su automóvil.
No obstante, el magistrado Celestino Porte Petit declara a Mariles culpable de homicidio calificado con ventaja y le duplica la sentencia: 20 años en la prisión de Lecumberri.
Pero Aguilar y Quevedo no desmaya. Presenta un amparo contra esa determinación y el caso va, ahora, a la Suprema Corte de Justicia. Escribe Aguilar y Quevedo en la solicitud de amparo:
...la ley no exige, ni puede exigir lo que es imposible para la naturaleza humana. Este principio rector es el más antiguo y también, el de más actual validez en la ciencia del Derecho.

Pregunta:

¿Cómo pueden los magistrados juzgar como
homicida calificado con ventaja a quien actúa bajo estas circunstancias? Y siendo un soldado que no se educó en un colegio de monjitas, ni siquiera en una entidad civil, sino en el H. Colegio Militar en la época del general Rubén Amaro; en esta institución que siempre y con especial dureza en ese tiempo, se ha impuesto inexorablemente el modo más severo, una formación escrupulosa en el cuidado de una exagera dignidad, un rígido concepto formalista del honor, intransigente para la mejor ofensa, cuya tolerancia significa la deshonra y el estigma de la vileza, que amerita repudio y castigo. Formando así, se desenvolvió exclusivamente en el Ejército. Este es Mariles.

Maneja con sutileza la ironía:

...(los magistrados estimaron que Mariles) debió interrumpir, también automáticamente, la reacción que de modo forzoso le produjo la provocación, la grave ofensa, la reiteración de embestida y el acoso de su atacante, para quedarse inmóvil, sereno y tranquilo; juzgan que no debió tener el ánimo conturbado y excitado, en extrema y confusa tensión, sino con mesura que permite frío y calculador raciocinio, contenerse y no usar el arma que portaba.

Finalmente hace alusión al artículo 135 del Código Penal:

No se tendrá como mortal una lesión aunque muera el que la recibió cuando la lesión se hubiese agravado por causas posteriores, como operaciones quirúrgicas desgraciadas.

Cuando la defensa presenta este texto finaliza ya el año de 1967.
Para reforzar los argumentos en ese documento expuestos, Mariles escribe desde la cárcel una carta que, aunque dirigida a su esposa
-"sufrida e inseparable compañera que con la tradicional lealtad y calidad moral de la mujer mexicana ha tenido la entereza para, sobreponiéndose a la adversidad, superar penalidades y privaciones de toda índole y ha conservado la unidad y la respetabilidad de la familia"-, a sus hijos -"la principal razón de mi vida, a quienes debo la inmensa satisfacción de su comportamiento recto, valiente, digno y pleno de comprensión y cariño durante estos años de pesadilla"-, a sus amigos -"los de antaño y a quienes, sin conocerme, me dieron su confianza y me tendieron su mano franca y sincera"-, a los abogados Aguilar y Quevedo y Chaim Sánchez - quienes no sólo me han auxiliado con su bien conocida suficiencia profesional, gran espíritu de lucha y total entrega para lograr que se me imparta justicia, sino que han abierto las puertas de sus hogares a mi familia, prodigándose en consuelo y apoyo" -,a sus superiores y a sus compañeros en la milicia, va directamente a la Suprema Corte de Justicia.
De ella extraemos algunos párrafos:
Como hijo de una institución de gran tradición que enorgullece a todos los mexicanos, el Heroico Colegio Militar, me eduqué desde muy joven en el amor entrañable a mi patria y el respeto profundo a las instituciones penosamente construidas con la sangre de mi pueblo, del que formaron parte algunos de mis ascendientes. Entre todas ninguna tan venerada como la Constitución, que es la síntesis de lo conquistado y la perspectiva de lo por venir.

Del Heroico Colegio Militar no ha salido ni saldrá jamás un traidor, ni un cobarde, ni un felón. Ser su hijo es ser leal y esa lealtad se manifiesta sobre todo en la convicción profunda, sincera, de que el respeto y el acatamiento a nuestra Constitución es la única base sobre la que, todos unidos, podamos construir un México cada día más grande, más respetable, más digno, más hermoso.

¿Cómo no habría, pues, de tener fe en la justicia de mi patria, que sobre esa Constitución se funda?.

Una infortunada cita, que el destino me diera, forzándome a defender mi honor y mi vida, me obligó a ponerme en manos de la justicia. No se trataba de una obligación material, no estaba yo obligado por las circunstancias, pues me encontraba en libertad; mi deber era moral, porque entonces se puso a prueba lo que había sido la razón de toda mi vida. Y no tenía más que un camino, si no quería traicionarme a mi mismo.

Así lo hice, con los resultados de todos conocidos. La sentencia injusta que se me impuso en primera instancia, fue duplicada en años y multiplicada en injusticia, en segunda instancia.
Se diría que la justicia de mi patria había fallado, que mi fe en ella era una simple ilusión, un engaño; los días en la prisión son interminables y a la vez amargos; la desesperación, la soledad y la promiscuidad que vive el preso se reitera cada semana, cada día, cada hora, cada minuto.

¿No habrán de flaquear la voluntad y la fe?

Yo, Humberto Mariles Cortés, no podría vivir sin la fe en mi patria, en su limpieza, en sus leyes, que aprendí a respetar desde la juventud en la institución que me hizo hombre. Si la amargura de la cárcel hubiera quebrantado mi convicción, la más profunda, hubiera muerto. No de muerte física, que al fin esa nos ha de llegar a todos y debemos estar preparados para esperarla serenamente, sino de mi aniquilación espiritual, que es la peor, la más dolorosa de las muertes.
Y debo a mi esposa, jefes, compañeros y amigos, la hazaña inmensa de haber roto con su presencia hermosa y consolada los muros de la cárcel; la hazaña de haberme traído hasta mi encierro la luz resplandeciente del México que he amado siempre y al que he tenido el privilegio de servir por más de cuarenta años en la sufrida pero noble profesión de soldado, contribuyendo, aunque modestamente, al logro de algunos éxitos nacionales e internacionales en la especialidad que se me asignó y que aumentaron su ya grande prestigio. Ellos e han sido para mí el amor, la generosidad, la bondad, el afecto, la grandeza, el desinterés. Han sido, sobre todo, la sensación viva de la justicia que parece estar ausente de los tribunales.
Hoy recurro al más alto Tribunal de mi patria. Argumentan en mi favor los mejores abogados que hubiera podido soñar. Comparezco sereno y confiado ante este Tribunal, que en la rama sagrada de la justicia, tiene la responsabilidad inmensa de aplicar la Constitución, esencia de México y que debe ir a la par de la bien conocida calidad humana y sentido de equidad y justicia del señor Presidente de la República, licenciado Gustavo Díaz Ordaz.

Con la sinceridad provinciana de chihuahuense, orgulloso de haber nacido en ese amado jirón de tierra prócer; con emoción, lealtad y con entereza, a todos aquellos que supieron hacerme presente lo mejor de mi México y refrendarme la bondad del ser humano, ¡Muchas gracias!"

HUMBERTO MARILES CORTES

Aguilar y Quevedo logró el amparo.
La Suprema Corte de Justicia cambió el fallo: Humberto Mariles era culpable de homicidio simple intencional. Y la pena se redujo. El caballista salió de prisión en 1971.

PARIS, DROGAS, Y UNA ABSOLUCION POST-MORTEM

Humberto Mariles en libertad.
El pueblo vuelve a entregársele.
Virginia Mariles:
- Al salir de la cárcel mi padre participó en una exhibición en el Palacio de los Deportes, un escenario muy costoso que después de los Juegos Olímpicos, no se usaba para nada. Pero con el solo anuncio de que el general volvía a montar en público, la gente acudió y se registró un lleno impresionante. Mi padre tuvo un buen día y el público se le entregó, nuevamente, como en los viejos tiempos. Recuerdo que al acabar todo aquello nos abrazó sonriente y nos dijo: "qué hermoso sentir la cercanía de nuestra gente, ésta, que ni defrauda ni es defraudada.
Aún más: -El general Mariles participó en el desfile deportivo del 20 de Noviembre, en 1972.
Y el pueblo se desbordó en aplausos para él.
Virginia Mariles, con el gesto endurecido: - Lógicamente, toda esa entrega no fue aceptada por los detractores del general... Y llegó ese viaje a París.
Se ensombrece su rostro cuando narra: ----Un día después, acaso dos de aquel desfile, mi padre recibió una orden del gobierno: trasladarse a París. Nunca nos dijo el motivo. La petición le disgustó porque mi hermana Alicia estaba por casarse en esos días pero como siempre, por lealtad a las instituciones y como todo militar, cumplió con el cometido que le habían encargado. La única condición que puso fue que el viaje fuera lo más corto posible. Salió, no lo recuerdo bien, el 23 o el 24 de noviembre; yo misma lo llevé al aeropuerto. Me prometió que regresaría a la brevedad.
En París, mi padre se encontró con dos individuos en un restaurante y comió con ellos. Después se sabría que éstos eran narcotraficantes y que al ser aprehendidos por la policía francesa y tras severos interrogatorios, comentaron que dentro de sus actividades anteriores habían estado con mi padre, en un lujoso restaurante.
Nos avisaron por teléfono que mi padre había sido detenido y después, el 6 de diciembre, es decir a dos semanas de que había partido de México, a través de la embajada mexicana nos comunicaron que había fallecido a causa de un edema pulmonar. ¡Mentira! Mi padre estaba muy sano. Incluso, días antes de que él partiera, fuimos a montar y me confesó que se sentía espléndidamente bien.

El licenciado Adolfo Aguilar y Quevedo: -El general recibió la orden de trasladarse a París supuestamente a ver la compra de unos caballos, pero se produjeron una serie de misteriosos sucesos que culminaron con su detención. El tenía que declarar ese día, a las diez de la mañana. Pero a las siete, cuando le llevaron el desayuno a su celda, murió... ¡Envenenado!
-¿Hubiera hablado con su verdad en aquella declaración formal ante la justicia francesa? ¿Tal vez sus palabras comprometerían a más de uno, incluyendo a quienes lo enviaron?
-Conociéndolo, creo que sí. El era un hombre honesto, leal e inocente. Sus palabras hubieran afectado a muchos pero, principalmente, a quienes lo enviaron a París... El general fue un buen hombre, pero su gran error fue decir siempre lo que pensaba; eso le trajo muchos amigos, sí, pero también terribles enemigos.
Virginia Mariles, enérgica:
-¡Mariles fue absuelto! ¡La justicia francesa lo exculpa de tener relación alguna con el narcotráfico!".. - Así, con grandes titulares, debió de haberse publicado aquí esa noticia dada a conocer dos años después de la muerte de mi padre. Él, que fue un gran deportista y que tanto prestigio dio al país, no mereció más que una notita en un periódico vespertino y unos segundos en los noticieros de televisión. Los medios, pues, ignoraron la noticia; se dieron por bien servidos después de que acabaron con el general.

Concluye Aguilar y Quevedo:

-El general Mariles no participó en aquello de las drogas y eso fue probado. El abogado francés Blatou hizo un buen trabajo. Hubo, para el general, una sentencia de absolución post Mortem, de grado tal que incluso ya se da también en nuestro país... Mariles fue una víctima de las circunstancias. Debe de ser reivindicado. Es lo menos que se puede hacer por él, un hombre que lo dio todo, hasta la vida, por su país.

Al fondo de la sobria estancia, de ésta en la que predominan los trofeos y las estatuillas de caballos, el enorme cuadro domina el panorama. Pintado al óleo, presenta al general Manles que porta, con gallardía, el albo uniforme militar de gala. El autor inmortalizó, en su obra, la altiva mirada de aquel hombre cuya característica principal era la gran seguridad en sí mismo.
Sentada sobre el borde de un sillón, la espalda recta, finos sus ademanes de dama distinguida, exquisita en cada uno de sus movimientos, doña Alicia Valdés viuda de Mariles ve el cuadro con admiración profunda, esa, la misma que transmite en cada una de sus palabras cuando habla de quien su marido fue. Y de él hablará con respeto, con infinito respeto. Preferentemente, se referirá a él como " el general" o, en caso extremo, mi esposo".
De voz dulce y firme, doña Alicia dice de aquella controvertida figura mexicana:
-Quizá deba empezar por lo más importante: como hijo, esposo, padre y amigo, fue único.
Acaso ya lo ha dicho todo.
Pero continúa la señora: -Fue un hijo respetuoso, un marido de maravilla, un padre cariñoso en extremo y un amigo honesto y leal... Eso sí, era un hombre con un carácter muy fuerte, pero iba directo a las cosas; jamás daba rodeos. Aquí en casa, se podía hablar de todo, pero era imposible intentar siquiera discutir con él sobre disciplina, orden y limpieza.
Hombre de hábitos rigurosos, Mariles hacía de la limpieza una obsesión: por la mañana, un baño de vapor en casa; en el transcurso del día, dos duchazos más. Eliminaba grasas y harinas de su alimento. Su dieta era a base de verduras, pollo y pescado porque era exageradamente cuidadoso de su figura, la que mantenía permanentemente esbelta. Sentía debilidad por la comida mexicana y en forma especial, por las carnitas. Pero pocas veces se concedía a sí mismo aquellos privilegios. Jamás bebió vino o cerveza en su hogar. Asombraba a todos por su poder de concentración y por su meticulosidad cuando de trazar un programa de trabajo se trataba. Antes de cada competencia, habituaba tomar un baño en la tina y después, ya más tranquilo, se encerraba en una habitación para concentrarse en lo que iba a hacer.
Doña Alicia: -Finalmente militar, era un hombre recio. En sus cosas nunca jugaba. Esa disciplina tan rígida llevó al equipo ecuestre a la cumbre, pero también provocó al general, una serie de problemas nacidos de las envidias, de los celos... Esas sus actitudes inflexibles, contrasaban con su trato familiar. Recuerdo -sonríe abiertamente la dama- que en una ocasión nos visitaron inesperadamente unos personajes muy importantes. La servidumbre les franqueó el paso. Cuán grande fue su sorpresa que nos encontraron al general y a mí, tirados en la alfombra de la sala, jugando a las canicas con nuestros hijos.
Militar era y orgulloso de serlo. Siempre vistió impecable, sin la menor arruga, el traje del Ejército.
Doña Alicia: - Era casi un ritual cuando se vestía...
Una taza de té humeante acompaña la parte final de la charla.
Dice doña Alicia, con un tono de melancolía: - Aquel personaje de mis sueños de juventud se convirtió en un gran hombre. Jamás rehuyó un problema. Fue un triunfador pues llevó muy alto, a través del deporte, el nombre de México. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Es una honra, por tanto, para la nación por la que ofrendó su propia existencia. Sé que tiene que ser reivindicado; que será reivindicado... Porque es un ejemplo. Y aquí no los hay tantos...

LA DECISION DE MARILES

Noche del 3 de agosto de 1948. Villa Olímpica de Londres.

Hasta las manos del teniente coronel Humberto Mariles, capitán del equipo ecuestre mexicano, han llegado dos formas de inscripción.

Tendrá que anotar, en ellas, los nombres de quienes por México participaran en las pruebas olímpicas de los Tres Días y el Premio de las Naciones.

Son seis las líneas en blanco. Y seis los jinetes mexicanos.

Su equipo, pues, se convertirá en dos.
Pero hay un problema:
Nuestros seis caballistas se han especializado en la prueba de salto y sólo tres podrán participar en ella.

¿Quiénes serán los elegidos?
Mariles se encierra en su habitación.
Y reflexiona...

Ya han pasado 12 años de preparación.
O habría que decir 13, si se considera como punto de partida la actuación de México en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, San Salvador 1935: Mariles, Francisco Vieyra y Ramiro Rodríguez Palafox ganaron la medalla de oro por equipos. En lo individual, oro para Rodríguez Palafox y bronce para Vieyra.
Lo cierto es que el entonces presidente Lázaro Cárdenas envió a Mariles y a Rodríguez Palafox como observadores a los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936. Tendrían que diseñar un plan de trabajo para que la equitación mexicana compitiera por vez primera en una Olimpiada: estaría en Tokio, sede de los XII Juegos Olímpicos, a disputarse en 1940 -la capital de Japón había superado a más de 12 candidaturas, entre las que se contaban, por el continente americano, a Río de Janeiro, Buenos Aires y Montreal.-
Mariles, militar y deportista, regresó muy impresionado de Berlín:
Había advertido el grave peligro del estallido de una nueva guerra mundial.
Y había advertido, también, el poderío de los caballistas europeos. Esencialmente, la gran calidad de los jinetes alemanes que, ante su público, conquistaron las seis medallas de oro en disputa en aquellos Juegos.
Al día siguiente de su retorno se puso a trabajar.

Muchas cosas sucederían a partir de entonces:
El 3 de enero de 1937 muere el belga A.G. Berdez, Secretario General del Comité Olímpico Internacional y el 2 de septiembre el francés Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, bajo cuyo auspicio en 1896, renacieron los Juegos Olímpicos en la ciudad de Atenas.

En 1938 el COl anuncia que los XIII Juegos Olímpicos, en 1944, tendrán como sede la ciudad de Londres.

En 1939 estalla la II Guerra Mundial.

Y en 1940, cuando según los planes originales debería de ultimar los detalles para recibir a la juventud deportista mundial, Japón aprovecha la caída de Francia ante el ejército nazi, ocupa militarmente la Indochina Francesa. Alemania que están en guerra. Por segunda ocasión en este siglo -la primera fue en 1916, cuando la 1 Guerra Mundial impidió la celebración de la VI Olimpiada en la propia Berlín-, una conflagración interrumpe el ciclo olímpico.
El 6 de enero de 1942 muere el Conde Baillet Latour, de Bélgica, Presidente del Comité Olímpico Internacional. Un hijo suyo fallece en un combate aéreo contra las fuerzas alemanas; el impacto va directo contra el corazón de Latour, que deja de latir. El sueco Sigfried Edstrom le sucede en el COl.
En 1944, año en el que por obvias razones se cancelan los XIII Juegos Olímpicos, el COl se reúne de emergencia en Lausana y acuerda respetar a Londres como sede de la próxima Olimpiada -1948- siempre y cuando, por supuesto, haya terminado la II Guerra Mundial.
En 1945 concluye la pesadilla: capitulan Alemania y Japón. La guerra ha finalizado.
En 1946 el gobierno de Inglaterra promete al COl que, con el auxilio de los países que fueron sus aliados durante la conflagración, cumplirá con su compromiso y organizará unos austeros Juegos Olímpicos en 1948.
Durante todos esos años Humberto Mariles trabajó afanosamente diseñando un equipo ecuestre que fuera capaz no sólo de competir, sino de ganar.
Lo formó. Y el equipo mostró su capacidad en América.
Pero Mariles quería verlo competir en el Viejo Continente.
Solía decir: - Sólo después de los concursos en Europa se sabrá quiénes serán nuestros jinetes olímpicos.
Para cumplir con su propósito, Mariles y su grupo desafiaron una orden presidencial y partieron hacia una gira prohibida. Nada los detendría: competirían en Europa.
Lo hicieron; vencieron. Ya eran conocidos mundialmente.
Después de concursar en Italia, Suiza y Francia, los caballistas mexicanos presentaban los siguientes números:
Raúl Campero: siete primeros lugares, cinco segundos, un tercero, un cuarto y dos quintos.

Humberto Mariles: cinco primeros lugares, tres segundos, un tercero, un cuarto, un quinto y un sexto.

Victor Manuel Saucedo Carrillo: tres primeros lugares, cinco segundos, un tercero, dos cuartos y un décimo.

Rubén Unza: tres primeros lugares, de segundos, dos terceros, cuatro cuartos y dos quintos.

Alberto Valdés: uno de cada uno: primer segundo, tercero y octavo.

Joaquín Solano Chagoya: dos segundos un séptimo.

Solamente en dos ocasiones se compitió por equipos; los resultados se tomaron en cuenta para elaborar la calificación anterior.

En Roma, Campero- Mariles- Uriza- Valdés primer lugar.
En Lucerna, Mariles-Solano-Campero: segundo lugar.
No se disputó, a lo largo de toda la gira una sola prueba de los Tres Días.
Por eso, al terminar la excursión y después de los éxitos alcanzados en Vichy, los saltadores mexicanos se estremecieron cuando Mariles les informó que México había sido escrito para participar en esa competencia durante los Juegos Olímpicos.
¿Quiénes serían los tres que harían frente a ese compromiso, si todos se han especializado en salto?
Mariles, pues, tendrá que pensarlo mucho. Está en juego más, mucho más que una medalla.
Nunca se sabrán -nadie los supo en su momento- los motivos de Mariles para hacer sus designaciones.

Pero él escribió:

Prueba de Tres Días:
Humberto Mariles- Parral
Raúl Campero- Tarahumara
Joaquín Solano- Chagoya Malinche

¡ Sorpresa!:
Ha inscrito en esta prueba, exclusiva para militares, al mejor jinete de la gira: Raúl Campero. Y, como contraparte, al que menos éxitos obtuvo: Solano Chagoya, cuyo caballo, Malinche, es definitivamente el menos bueno del grupo. Finalmente, se ha inscrito él mismo.
¿Es que pensará eliminarse del Premio de las Naciones?
¿Y Campero?-.. ¿Lo inscribirá en la segunda prueba? ¿Qué pasará con Jarocho, cabalgadura de Campero y sin lugar a dudas un caballo a la altura de Arete y Hatuey?
Mariles da a conocer su segunda lista:

El riesgo es que en los Tres Días pueda sufrir un golpe que le impida competir en el Premio de las Naciones con lo que, de hecho, el equipo mexicano quedaría eliminado.
¿Qué pasó?...
Sólo Mariles supo por qué hizo lo que hizo.

Premio de las Naciones:
Humberto Mariles Arete
Rubén Unza Hatuey
Humberto Valdés Chihuahua

Ha dejado fuera a Campero y con él a Jarocho.
Ha inscrito a su cuñado, Alberto Valdés, con lo que deja sin competir a Saucedo Carrillo, un jinete tan bueno como los mejores. Se dice que su caballo, Poblano, enfermó misteriosamente del estómago.
Finalmente, Mariles mismo se ha inscrito en dos pruebas.
El riesgo es que los Tres Días pueda sufrir un golpe que le impida competir en el equipo mexicano quedaría eliminado.
¡Qué pasó?
Sólo Mariles supo por qué hizo lo que hizo.
Sus decisiones tuvieron un gran éxito en lo deportivo:
Medalla de bronce para el equipo de los Tres Días.
Medalla de oro para el equipo de salto.
Mariles subió, de los bosques de Aldershot al estadio de Wembley, en tres ocasiones al podio olímpico. En dos de ellas fue acompañado por Rubén Unza.
Pero, paradójicamente, aquello fue el principio del fin.
En Londres nacieron rencores que nunca morirían...

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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