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María Teresa Ramírez Gómez
Medalla de bronce
México 1968
Natación

¿La natación o el piano?...

¿Las competencias o los conciertos?...

Maritere Ramírez tenía que tomar esa difícil decisión.

¡Apenas a los siete años de edad!

No dudó:

¡Mejor la natación!

Ocho años después, todavía sorprendida, con una olímpica medalla de bronce pendiendo de su fino cuello, aquella chiquilla vio venir hacia sí a una figura conocida que atropellaba a gente en su prisa; todo mundo le abría paso... Hasta que el presidente Gustavo Díaz Ordaz entró al vestidor de la alberca Francisco Márquez, se acercó a la nadadora y le dijo, también él turbado por la emoción:

¡Conmoviste a nueve millones de mexicanos!... ¿Y quién, realmente, puede hacer eso?

Maritere bajó la mirada, ruborizada.

Continuó el Presidente:

- Lo tuyo fue realmente una cosa muy bonita... ¡Te felicito!

Ella pudo apenas balbucear su agradecimiento.

No quería que nada le distrajera de aquel, su goce interior. Había vencido a la australiana Karen Moras, después de más de 9 segundos y medio de cerrada lucha en los 800 metros de nado libre.

Ya las estadounidenses Debbie Meyer y Pam Krause se habían apoderado, respectivamente, de las medallas de oro y plata. ¿Para quién sería la de bronce?

Son 500 metros de competencia...

Ya Debbie Meyer va muy adelante. Y Maritere sólo alcanza a ver la lejana patada de Pam Krause, quien era su punto de referencia. Pero, entre ella y la nadadora estadounidense, entre ella y la tercera medalla de la prueba, no hay más que una sombra, una molesta sombra:

Karen Moras.

Maritere:

Me di cuenta de que estábamos luchando metro a metro por una medalla. Cuando dábamos la vuelta, Karen se adelantaba, pero, ya en el curso, siempre volvía a darle alcance. Ibamos muy juntas. Yo escuchaba el griterío y ese era mi mejor aliciente. Hasta que llegó el cierre: los últimos 50 metros. Llegué a ellos en cuarto lugar hasta que alcancé a Karen y nadamos, al parejo, los metros finales. Cuando faltaba como media alberca, sentí que había llegado a mí ese famoso segundo aire. Respiré profundo y lo di todo. No volví a respirar sino hasta tocar el muro. Fue una llegada con el corazón por delante, con mucho coraje. Materialmente me aventé para tocar y sentí que lo había hecho primero que la australiana.

Karen y yo volteamos a vernos. Un juez se me acercó y me dijo que yo había tocado primero, que había vencido a Karen, pero no le creí. No estaba segura. Pasaron los minutos hasta que, de pronto, observé que sacaban dos banderas de Estados Unidos, ¡y la de México! Esa era la señal de que había ganado la medalla de bronce. Segundos después apareció el resultado oficial en el tablero.

El cronómetro electrónico marcaba las 20:30 horas de ese 24 de octubre de 1968. Y cedía a la historia los resultados de aquella prueba olímpica.

1.- D. Meyer, Estados Unidos, 9:24,0

2.- P. Krause, Estados Unidos, 9:35,7

3.- M.T. Ramírez, MEXICO, 9:38,5

4.- K. Moras, Australia, 9:38,6

S.- P. Caretto, Estados Unidos, 9:51,3

6.-A. Cough1aw, Canadá, 9:56,4

7.- D. Langforá, Australia, 9:56,7

8.- L. Vaca, MEXICO, 10:02,5

¡Al fin!

Apenas la segunda medallista mexicana en la historia de los Juegos Olímpicos.

Simpática pequeña. Maritere Ramírez Gómez, que apenas a los siete años de edad arranca la sonrisa, orgullosa, de doña Esperanza Espinoza de los Monteros, su maestra de piano.

No se cansa de decir, doña Esperanza, con su atildada voz, que Maritere será una gran concertista.

Empezó hace apenas dos años. Se metió muy adentro de¡ estudio de¡ teclado cuando apenas había cumplido cinco de edad. Ahora tiene siete y ya ofrece algunos conciertos la niña prodigio: va a la Sala Chopin y con gran talento interpreta a Mozart, a Beethoven, a Bach.

Pero ella se siente solitaria.

No le sucede igual cuando se encuentra en la alberca del Club Italiano, en la que, junto a. otros niños, recibe los sonoros gritos de Armando García, el Cavernas, entrenador de natación:

-¡Floten!, ¡Muévanse!... ¡Pataleen!

Técnica rudimentaria, la del Cavernas, para hacer que sus pupilos pierdan el miedo al agua: simplemente los arroja de cabeza a la alberca y comienza a gritarles. Un largo palo, que acompaña cada una de sus instrucciones, es su asistente único; su varita mágica.

Hay, en la piscina, la risa y el compañerismo que no existe en la adusta clase de piano con doña Esperanza, tan exigente ella.

Se producía un cambio en la niña prodigio.

Era ella misma esa, la Maritere de la alberca. No la del piano.

Doña Esperanza advirtió lo que ocurría. Su aventajada pupila perdía concentración a cada instante.

Así que un día decidió entrevistarse con los padres de la pequeña Maritere.

Casi se produce un encuentro que, además de casual, hubiese resultado muy molesto. Por que también el Cavernas visitó a los padres de Maritere. El acudió a solicitar su autorización para que la pequeña compitiera en un torneo a celebrarse en unos días.

Ellos se opusieron:

- ¿Cómo va a ser posible, si hace apenas dos meses que Maritere aprendió a nadar?

A cambio, ofrecieron a doña Esperanza que Maritere se esmeraría en sus clases de piano.

Pero el Cavernas insistió: cronometró las marcas registradas por Maritere en cada una de las pruebas en que se competiría en aquel" torneo y luego las comparó con los tiempos de las ganadoras. Efectivamente: de acuerdo con, los números, Maritere hubiera podido resultar vencedora en varias pruebas. Don Urbano Ramírez y doña Consuelo Gómez se sorprendieron al observar los números.

Maritere:

- Mientras tanto, me invadía una extraña sensación: el piano me gustaba cada día menos y en la alberca todo me resultaba excitante, Veía con asombro que tenía facilidad para dominar los diferentes estilos.
Semanas después se produjo otra competencia y en esta ocasión, así haya sido a regañadientes, el Cavernas obtuvo el permiso de los padres de Maritere. No se arrepentirían: su hija ganó en 25 metros de dorso, 25 mariposa y el crawl.

Ya. La natación había entrado arrolladoramente en la casa de la familia Ramírez Gómez.

Dejaba de ser sólo una distracción.

Los hermanos mayores de Maritere -Lidia, que tenía 12 años y Rogelio, Consuelo y Gustavo, ya adolescentes-, también se entusiasmaron.

Unos meses después, poco antes de cumplir ocho años, Maritere ofreció el que sería su último concierto en la Sala Chopin. Su destino estaba ya marcado por otros rumbos.

Maritere:

- Me sentía bien. Me gustaba interpretar a los clásicos y no lo hacía nada mal. Principalmente porque salía, veía al público y no me inmutaba. Tocaba muy tranquilamente. El piano me gustaba mucho, pero no era el compañero que necesitaba.

¿Y la natación?

¡La natación me fascinó! Me cambió la vida. Estudiaba la primaria en el Instituto Miguel Ángel. Regresaba a casa como a las dos de la tarde, comía y a las cinco ya estaba dentro de la alberca, entrenando. Era un grupo muy bonito de chamacos y con nuestros padres se lograba una convivencia familiar muy agradable. Así que chao, pues, querido piano. Sonríe Maritere:

Todos, desde los más chicos hasta los más grandes, la pasábamos muy bien, principalmente los domingos, cuando nadábamos, después comíamos en grupo y en la tarde salíamos a la calle a tocar los timbres de las casas vecinas!. . Esa era nuestra máxima diversión. Lo malo era cuando cachaban a alguien y lo ponían como campeón.

- Decías que la natación cambió tu vida...

. - ¡Y vaya que si lo hizo!... Mi vida ya no fue igual a la de otros niños de mi edad. Claro que tenía mis juguetes, mis muñecas, pero yo todo lo hacía a un lado. Sólo quería estar dentro de la alberca. Era tanta mi pasión, que aprendí de lo importante de ser disciplinada. Nadie me enseñó a serlo. Ni mis padres ni mis hermanos mayores. Yo solita. Lo entendí; sabía que para lograr grandes metas tenía que acostumbrarme al rigor de la disciplina.


EL CAMINO HACIA EL EXITO

La primera competencia importante en la carrera de Maritere fue en el Junior Club. Faltaban unos días para su octavo cumpleaños. Maritere ganó varias pruebas y eso le deparó la oportunidad de ser seleccionada para el torneo Centroamericano y del Caribe de edades, en Ciudad Universitaria. Compitió en infantil de 8 y 9 años y obtuvo medallas en dorso y crawl.

A los 12 años- participó en la I Semana Internacional -aquellos certámenes deportivos mundiales que, celebrados anualmente, precedieron a los Juegos Olímpicos- a la que asistieron preseleccionados de México y de varios países de América y Europa.

Recuerda Maritere:

Me fue mal. No pasé a finales en ninguna prueba. Y es que estaba muerta de miedo. La mayoría de mis rivales eran como siete años mayores que yo y además, con mucha experiencia. Mis compañeras mexicanas se enojaban porque yo había sido preseleccionada y es que, no obstante mi elevada estatura, la verdad era que yo no estaba lista aún... Se resistían a comprender que eran apenas los primeros pasos; que me estaba preparando para lo que vendría tres años después.

En 1966, Maritere fue seleccionada para representar a nuestro país en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, a celebrarse en San Juan, Puerto Rico. En el grupo destacarían Guillermo Echevarría, Salvador Ruiz de Chávez, Rafael Hernández y Tamara Oynick, quienes ganaron varias preseas de oro. Maritere, a cambio, no pudo vencer a la puertorriqueña Ana Lallande, quien conquistó 10 medallas de oro. Maritere regresó con tres preseas de bronce: una en nado libre individual y dos en relevos.

Maritere:

- En ese entonces ya tenía como entrenador a Rubén Coronado, en el Country Club. Nos preparamos muy bien, pero el equipo de Puerto Rico fue mejor; el mejor que ha tenido en los últimos tiempos.

Al año siguiente, en los Panamericanos de Winnipeg, Maritere compitió en 100 metros de nado libre y de dorso y en ambas pruebas obtuvo el quinto sitio. Ella era la campeona nacional en velocidad, hasta que, en febrero de 1968 -a ocho meses de los Juegos Olímpicos tomaría una decisión que resultaría trascendental en su carrera deportiva: competiría en las pruebas de fondo.

Recuerda:

- No me gustaba nadar tanto. Me aburría. Prefería la excitación de las pruebas cortas. Pero don Manuel, el papá de Memo Echeverría, era muy insistente: "Pásate al fondo; tienes grandes cualidades para ello". Yo no hacía caso.

Hasta que, un día, en el entrenamiento del equipo mexicano se presentó la sueca Lisa Lungren, quien fuera campeona europea de los 800 metros libres y a quien Maritere admiraba mucho. Lisa había casado con un mexicano, tenía apenas 22 años y quería entrenar aquí. Ronald Johnson, al frente de la natación mexicana, lo permitió. Ver nadar a Lisa fue, de hecho, el primer paso en el cambio de Maritere.

En otra ocasión, Ronald Johnson ordenó un chequeo sobre 400 metros. Y Maritere logró un buen registro. Johnson también insistió en el cambio, pero jamás forzó a Maritere. Hasta que, sin anunciarlo así, la inscribió en la prueba de la milla, en alberca de 25 yardas, en un torneo que se realizó en Ok1ahorna.

Maritere:

- Resulta que hice un tiempazo y al otro día que me llevan los periódicos: hablaban de una chiquilla mexicana que había tenido un gran tiempo, que había ganado... Y me dije: oye, pues sí la haces!'. Y me metí de plano al fondo. En aquellos años no era común que las mujeres nadaran grandes distancias, pero ya Paty Caretto había nadado los mil 5,00 metros y era campeona mundial con muy buen tiempo, superior al de muchos varones. Ella fue la que vino a revolucionar el nado femenil de fondo. Y con ella como ejemplo empecé a dedicarme más y más, pues ya sentía que tenía la oportunidad de competir en una Olimpiada y de pasar a la final... ¿Ganar una medalla?... No, todavía era muy prematuro pensar en eso. Tal vez después...

Pronto, el trabajo de Ronald Johnson, Nelson Vargas y Manuel Echevarría en la preparación del equipo de natación, empezó a rendir frutos: Guillermo Echevarría imponía récord mundial en los mil 500 libres -primera vez que esa hazaña era lograda por un nadador mexicano-; en las pruebas de pecho, Felipe Tibio Muñoz había superado a Brian Job, el mejor nadador estadounidense en la especialidad y en el torneo de Santa Clara, por la calidad de sus participantes considerado como uno de los mejores del mundo, Maritere lograba el quinto lugar en los 1500 metros libres. Días después, en el campeonato abierto de Estados Unidos -Lincoln, Nebraska-, se ubicó en el séptimo sitio.


Maritere:

- Después de Santa Clara, el equipo mexicano de natación fue respetado. Ahora sí, nos daban carriles para entrenar. Los periodistas nos dedicaban más tiempo y más espacio en páginas. Ya no nos hacían sentir menos. El equipo mexicano de nado se había ganado un lugar a base de intenso trabajo y de buenos resultados y esto nos dio gran confianza a todos.

UNA META QUE HABIA QUE CUMPLIR

La vida de Maritere se hizo más rígida.

Había que entrenar a las 5 de la mañana, después ir a la escuela y volver a la piscina.

¿Qué no te da flojera? le preguntaban otras jovencitas, sus compañeras de estudio.

Maritere:

Esa pregunta me inquietó. Y es que ves que eres una persona normal, común, como ellas. Pero de repente te preguntas si eso es cierto. Porque en algunas ocasiones te sientes cansada, aburrida, sin ganas de seguir.

- ¿Y?

Y entonces recordaba que me había fijado una meta y que tenía que cumplirla: me había propuesto representar a mi país en unos Juegos Olímpicos y sabía que eso no sería fácil; sabía que tenía que trabajar mucho para lograrlo. Así que apliqué mi autodisciplina y vencí aquellos momentos en los que, cansada' de todo, de¡ extenuante entrenamiento, de los excesivos cuidados en la alimentación, del excesivo orden en mi vida, tenía el deseo de abandonar. Y le eché muchas ganas. Me dediqué en cuerpo y alma a entrenar, a aprovechar lo mucho o lo poco que tenía a mi disposición. Y la mejor respuesta, creo, fueron los resultados que desde niña comencé a obtener.

Explica:

- Porque la natación es deporte desde la infancia. Tienes tantas competencias, que los mismos triunfos te motivan a ir por más. Ese fue mi caso. Si ganaba, iba por más. Si lo hacía en un Centroamericano, le tiraba a un Panamericano y así hasta los Juegos Olímpicos. Mis metas fueron creciendo siempre, porque yo veía que físicamente podía y porque contaba con el total apoyo de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos, de mis entrenadores y con un medio ambiente totalmente favorable.

Así que María Teresa Ramírez fue seleccionada para competir en cinco pruebas olímpicas: 200, 400 y 800 metros libres y combinado y libre de relevos. Para muchos -dice la nadadora-, el estar seleccionado y ser integrante de la delegación mexicana en nuestros Juegos, ya representaba mucho.


Maritere:

- Los nadadores y el resto del equipo nos fuimos a la Villa Olímpica 15 días antes de la ceremonia de inauguración. Era un buen ambiente. Nos recomendaron que no leyéramos los periódicos, pues nos podíamos poner más nerviosos; que hiciéramos nuestra vida normal. El 12 de octubre, día de la inauguración, también entrenamos e hice un excelente tiempo de 9:34 minutos en uno de los tres 800 metros que nadé. Me sentí muy bien. Ronald como que no lo creía. Estaba feliz. Me dijo: "muy bien... Ahora debes mejorarlo en la prueba oficial".

Ya. Los Juegos. La competencia. El sonido de la pistola. El agua.

Maritere debutó en una Olimpiada en la prueba de 200 metros libres. No pasó a las finales. Hizo un tiempo de 2:17 minutos; un segundo más que su mejor marca. Pero se había cumplido el primer objetivo en los planes de Ronald Johnson: que, en esa prueba, Maritere descargara todo el nerviosismo, que aflojara los músculos, que se acostumbrara a la rudeza de la competencia.

Posteriormente, Maritere se coló a las finales de 400 libres. Y lo hizo de una manera sobresaliente: entre 30 competidoras, había logrado el cuarto mejor tiempo y un lugar entre las ocho finalistas. Las medallas se disputarían en la jornada nocturna de aquel 20 de octubre.

¿Medalla?

Quizá lo haya evitado uno de esos imponderables que tan importante papel juegan en la vida de cada persona.

Recuerda Maritere:

- Cuando acabaron las eliminatorias, me fui a la Villa Olímpica. Descansé bien después de comer. Quería estar lista para la final. Cuando decidí regresar a la piscina era muy temprano y como no ví a mis compañeros, tomé un camión que decía "ALBERCA OLIMPICA". Pero, ¿a dónde vamos? Ese camión tenía una ruta larga: ir primero al Estadio Azteca y después hacer todo el recorrido hasta la alberca. Empecé a llorar. ¿A qué hora vamos a llegar? Algunos nadadores de otros países, que competirían en las primeras pruebas, también se habían equivocado. Una señora ya grande, entrenadora, estaba muy nerviosa. Gritaba, se lamentaba de su error, mientras yo me decía: "no voy a llegar". Por fin lo hicimos y corriendo fui a buscar a Ronald, quien estaba más nervioso que yo porque no me encontraban por ningún lado. Y así, toda nerviosa, agitada, me cambié y traté de aflojar un poco, para la competencia. En síntesis: creo que todo eso me afectó porque subí mi tiempo: de 4:39 que tenía, hice 4:42, que me dio apenas el sexto lugar.

Un par de días después, el 22 de octubre, llegó el triunfo de Felipe Tibio Muñoz, que, además de ser algo que fue recibido con gran alegría, dio confianza y serenidad al grupo de nadadores mexicanos.

En ese entonces y decidida a vivir más apaciblemente, Maritere había optado por dejar la Villa Olímpica y regresar a casa. Su hermana Lidia, seleccionada en dorso, prefirió permanecer en la concentración general.

Maritere:

- Yo estaba totalmente tranquila, relajada. Hasta desayunaba hot-cakes, que tanto me gustan. Me pasaba el día en bata, viendo por televisión las competencias. En las mañanas iba Villa Olímpica, entrenaba y regresaba a casa.

Hasta que llegó el momento, Maritere...

- Sí... Pensaba en ello y me sudaban las manos. Pero me decía: "esto lo has hecho miles de veces; no hay problema". Además, conocía a mis rivales y sabía que podía estar en la final.

23 de octubre: heats eliminatorios para los 800 metros libres, femenil.

Maritere:

- En mi eliminatoria estaba Paty Caretto. Y nos fuimos nadando juntas, en un ligero pique. Lo importante era pasar en buen lugar, con un tiempo aceptable. Lo hice, aunque me sentí un poco pesada. El público que asistió a esa jornada matutina salió muy contento, porque gané el heat y clasifiqué bien. Regrese a mi casa y me tranquilicé. Ronald me dijo que no era sino natural que me sintiera muy dura, pesada, pero que al nadar en la noche todo cambiaría. Comí algo y descansé. Estaba convencida de que había tenido una buena preparación y de que horas después tendría que dar el resto.

Existía, en Maritere, un no oculto deseo de encontrarse en la alberca con la australiana Karen Moras. De alguna manera, comprendía que sería muy difícil vencer a las estadounidenses Debbie Meyer -quien ya había ganado las medallas de oro de 200 y 400 metros libres y Pam Krause. Las posibilidades de llegar al podio estaban cifradas, por tanto, en imponerse a la también estadounidense Paty Caretto, a la canadiense Ann Coughlaw y sobre todo, a Karen Moras.

¿Por qué?

Lo recuerda Maritere:

A Karen le tenía muchas ganas, sí, es cierto. Todo empezó meses atrás, cuando su entrenador vino a México, habló con Ronald y le dijo que tenía una nadadora muy buena, que seguramente ganaría una medalla en mi prueba. Johnson, para no quedarse atrás, le comentó que yo podría vencer a su discípula. El entrenador de Karen mostró, entonces, las tablas con las series que cubría Karen. Eran muy similares a las mías. Y, cuando me lo presentaron, así, como muy suficiente, me dio a entender que olvidara mis aspiraciones, que Karen me derrotaría. Yo simplemente le dije: "bueno, habrá que esperar"...

A ella la conocí ya en los Juegos, a bordo de un camión. Era muy delgadita, un poco más bajita que yo -Maritere mide 170 metros-, güerita, de pelo corto y un año mayor que yo. Creo que su entrenador le había dicho algo de mí y al verme se puso muy nerviosa. Simplemente no nos caímos bien.

24 de octubre de 1968.

Ya simpatías o antipatías quedaban atrás.

Era el momento de la verdad.

La final de los 800 metros libres para damas.

Las miradas expectantes de los miles de aficionados reunidos en la Alberca Olímpica caían sobre la chiquilla del carril 3. Los conocedores observaban a la espigada Debbie Meyer, quien ocupó el carril S. Moras competiría en el 4. y Pam Krause en el 2.

20:15 horas.

Suena un disparo.

Ocho esbeltos cuerpos femeninos se lanzan al agua.

Escuchemos la voz, diáfana, de Maritere; que sea ella misma quien narre aquel momento, aquel día, todo:

Esa mañana fui a la alberca a aflojar un poco. Pensaba en el Tibio: su triunfo nos había motivado a todos. Quería dar todo lo que tuviera. Pensaba: "he trabajado mucho y ahora viene mi prueba; tengo que darlo todo, no puedo esperar otro día". Canalicé toda mi energía para este momento.

Con toda calma nos fuimos a la alberca. Aflojé hasta que me sentí bien. Don Manuel Echevarría, quien me ayudó mucho, me acompañó en todo momento: hablaba conmigo, me alentaba, me daba confianza. Cuando las ocho finalistas nos fuimos al cuarto de espera, traté de escudriñar en el interior de mis adversarias. Todas, sin excepción, estábamos nerviosas, pálidas. Algunas se distraían viendo por la televisión del circuito cerrado las pruebas anteriores a la nuestra; otras se arreglaban el traje, el pelo... Yo las veía mientras escuchaba a don Manuel decir. "mira, también ellas sienten el pelo. Tú sólo debes pensar en que has hecho un buen trabajo y en que los resultados serán una consecuencia de ello". Y yo ahí, tratando de serenarme, de alcanzar la concentración total.

Cuando salimos a la alberca, Ronald se quedó en el vestidor. No me dijo nada. Su mirada, en cambio, fue muy significativa. Me lo dijo todo al mirarme así: que me tenía una gran confianza, que no defraudaría a nadie. Y eso me motivó aún más. En esos instantes no me dolía nada. Todo mi ser vibraba, anhelante, ya del momento de lanzarme al agua. Escuché gritería, que era impresionante. Y no quise pensar en la grave responsabilidad de representar a mi país, en mi país, en una final olímpica Lo olvidé todo. Me concentré, me subí al banquillo... Estaba más que lista cuando sonó él disparo.

LA PRUEBA

Karen salió muy rápido. Tomó la delantera y la sostuvo en los primeros 300 metros hasta que Debbie, a la que seguíamos Pam y yo comenzó a atacarla. Y detrás de ella nos fuimos nosotras dos. La gritería era tremenda. A los 500 metros ya Debbie era lideresa inalcanzable y de Pam sólo veía la patada. Así que me concentré en Karen, quien nadaba a mi lado. Entonces ya no pude pensar. Lo único que hice fue bracear casi con desesperación... Hasta que toqué el muro.

Sentí un escalofrío intenso que recorrió cada parte de mi cuerpo. Veía las tribunas y me parecía que sólo había en ellas tres colores: verde. blanco y rojo. Todo mundo agitaba banderas mexicanas había porras y mi nombre se escuchaba a gritos por todos los ámbitos. Sencillamente, indescriptible. Fue increíble. Y de repente, ya, estás en el podio, y ves que tu bandera es izada, y te dan ganas de llorar... Ves que tus sueños se han vuelto realidad; que valieron la pena el esfuerzo y los sacrificios tuyos, los de tu familia... Y entonces recuerdas con cariño esas levantadas a horas tan tempranas, esas largas sesiones de entrenamiento, esas privaciones... Porque sólo piensas en que ya tienes tu recompensa: haber dado a tu país, a tus padres, a tus familiares todos, a tus entrenadores y, en fin, a tí misma, una bellísima satisfacción. Fue una medalla de bronce, pero para mí era como de superplatino.

Esa noche fui a Villa Olímpica, a cenar con unos compañeros, mis entrenadores y algunos amigos. Unos amigos de mis hermanos pensaron que estaba en casa y me llevaron serenata. Fue una pena. Yo no estaba ahí. Mis padres tuvieron que prender la luz de mi recámara y darles las gracias. Porque yo estaba allá, en Villa Olímpica, festejando pero en serio. Me llevaron a hombros, con mi medalla en el cuello.
Esa noche no dormí; no quise dormir; quería recordarlo todo: desde que empecé a nadar en el Italiano, hasta el momento aquel, tan hermoso, en que vi el nombre de mi país en lo alto.

DOS CALLES LLEVAN SU NOMBRE

Maritere continuó en el deporte.

Estaba muy joven y podría buscar otro ciclo olímpico.

Lo hizo.

En 1970, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Panamá, Maritere ganó ocho medallas de oro, una de plata y dos de bronce y fue declarada la reina de la natación en esos juegos.

Pero no fue todo:

Se realizó una encuesta entre los periodistas destacados a cubrir la información de esas competencias, Maritere y un basquetbolista panameño fueron elegidos como los mejores deportistas de esos Juegos. Para homenajearlos, el gobierno panameño dio sus nombres a un par de calles adyacentes al complejo deportivo.

El propio Omar Torrijos, el legendario hombre fuerte de Panamá, en aquel entonces presidente del país, la felicitó por su actuación.

Aquí también se perpetuó su hazaña:

Una calle del complejo habitacional Izcalli, en el estado de México, asimismo lleva su nombre. Otras, los de varios de los ganadores de medallas en aquellos inolvidables Juegos del 68.

En Munich 1972 nació la supremacía del deporte socialista. Incluida la natación, por supuesto. Los avances de esos países en materia deportiva asombraron al mundo entero. Fueron descubiertos nuevos métodos de entrenamiento; la ciencia médica se incorporó totalmente a la actividad física y se convirtió, de hecho, en motor impulsor de los nuevos héroes. Surgieron, con toda su fuerza, los deportistas de Estado: aquellos dedicados tan sólo a la superación de marcas, de tiempos, de distancias; atletas que disfrutaron, desde ya, de todo el apoyo de su gobierno.

Tradúzcase: apoyo económico, ese, siempre ausente, en materia deportiva, en los presupuestos de otros países.

Así que en Munich 1972 ya no hubo oportunidad. Ni para Maritere ni para Felipe Muñoz. Para nadie en la natación, pues.

Maritere:

- En Munich sólo pude realizar el décimo mejor tiempo en los 800 metros libres. Nadé, como siempre, dando lo mejor de mí, pero no obtuve más a pesar de que mejoré en 13 segundos mi tiempo. Y, caso curioso, Karen Moras -quien llegó a ser campeona mundial en esta prueba- tampoco pasó a las finales. Competimos en diferentes heats eliminatorios, pero, para Ripley: le volví a ganar por una décima de segundo. Increíble, pero cierto. Cuando Ronald me mostró los tiempos, me sorprendí. No lo hubiese creído de no haberlo visto.

Así que, tácitamente, en Alemania acabó la carrera deportiva de Maritere, quien compitió por su. club, el Asturiano, algunas festividades. Nada más, porque ya tenía nuevas prioridades: había ingresado a la Universidad Iberoamericana. Sería licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública. Lo es.

LA ULTIMA EXPERIENCIA

Un día, ya en el retiro, Maritere recibió una llamada telefónica. Era de José Joaquín Santibáñez, con quien había empezado a nadar en el Club Italiano y como ella, también nadador olímpico:

- Te invito a China.

- ¿A dónde?...

- A la República Popular China, como oyes, pero hay que competir.

Maritere:

- Bueno me dije, hay otro viaje... Y a China, que no conozco. Santibáñez me explico que

había llegado una invitación para los nadadores del '68 y como aquí se estaban preparando para los Panamericanos de 1975, pues me animé. Empezamos a entrenar. Y yo lo tomé tan en serio,: que un día me pasé y me torcí el cuello al nadar sólo 4 mil metros; sólo eso, cuando, antes, esa distancia no era nada.

Mi único problema era que en ese momento estaba tomando un curso de verano en la Universidad Iberoamericana. Así que hablé con mi profesor, le pedí el consabido permiso y él respondió: "Si ganas el primer lugar te revalido la materia; de lo contrario te repruebo".

Total, fuimos once nadadores. Entre ellos el Tibio y Memo Echeverría. Allá me encontré con varios compañeros de estudios y fue muy bonito recibir el aliento en la competencia. No podía fallar ante ellos. Estaban allí, en las tribunas y, aunque pocos, como buenos mexicanos, eran muy escandalosos. Las porras atronaban fuertes.

Así salí a la prueba de cien metros dorso. No sabía ni cómo nadarla. Me dije entonces., voy a dar todo desde el principio y vamos a ver hasta dónde llego; ojalá que no sea al último y haga el ridículo"... Gané la prueba. ¡Imagínate! Superé a las muchachas de Singapur y de China. Me dieron una medalla muy bonita.

Han pasado 22 años.

La licenciada Maritere Ramírez conserva íntegra aquella frescura de la juventud primera.

Viste un elegante traje sastre azul marino.

En su rostro, de finas facciones, resaltan el rojo de los delgados labios, los enormes, redondos ojos negros y la perlada sonrisa.

Habla, como en aquel entonces, con toda sencillez.

Dice:

- Yo me formé en el deporte. De él aprendí de los satisfactores que brinda una vida disciplinada y metódica; aprendí también de la importancia de tener una meta detrás de otra.

Y eso me forjó como ser humano. Difícilmente, lo hubiera logrado en otra actividad. Fui feliz; soy: conseguí siempre lo que me propuse. Y ahora aquí estoy. Y si mi presencia y la de todos demás medallistas olímpicos sirve para motivar a nuestros niños y a nuestros jóvenes, pues qué mejor. Todavía podemos dar mucho por nuestro país. Porque aquí sobra gente del deporte que vive, a diario, aquel que fue mi sueño hace 22 años.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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