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Manuel Youshimatz Sotomayor
Medallista de bronce
Ciclismo
Los Ángeles 1984

De los héroes anónimos de nuestro deporte.

Se llama José Antonio Urbalejo.

Nació en Cucurpe, una pequeña población al norte de Sonora, a orillas del río San Miguel y entre el principio de la Sierra Madre Occidental y el temido Desierto de Altar.

Hace tiempo ya, que José Antonio se cansó de las polvosas tardes cucurpeñas y de aquel su barrio, al que la pobreza pintaba de gris. Y emigró al norte, allá a California, en pos de mejores oportunidades. Después de varios trabajos a la sombra de la clandestinidad migratoria, quiso el destino instalarlo al volante de un automóvil de alquiler en la ciudad de Los Angeles.

Durante cinco años ha conducido José Antonio el Chevrolet Montecarlo 1979, de la compañía Yellow Cab, por las turbulentas calles y avenidas de la urbe californiana.

Hoy es el viernes 3 de agosto de 1984.

Vive la ciudad la euforia olímpica.

12:15 horas:

José Antonio se aleja del siempre congestionado centro de Los Angeles. Mientras conduce escucha la radio con atención y se entera de los pormenores de la fiesta deportiva. Está al día de la actuación de los competidores mexicanos y sabe qué esa tarde entrarán en acción los primeros marchistas, en la prueba de los 20 kilómetros. Esperará, pues... Un letrero en lo alto le hace recordar que está cerca de las instalaciones de la Universidad del Sur de California (USC), convertida en Villa Olímpica. Pasaje seguro. Vira hacia Figueroa Street y va de frente por la espaciosa avenida. De repente loa ve: dos individuos con pants -uno de ellos carga una fina bicicleta de competencia le hacen señas desesperadamente -José Antonio acelera y orilla -el automóvil. Corren hacia él aquellos personajes. No son muy altos y los dos usan anteojos. El más pequeño es, sin embargo, el de mayor edad; fácil adivinarlo por su pelo ensortijado y canoso, por las arrugas que ya surcan su rostro, por el espesor del cristal de sus viejas antiparras. El otro es joven, muy joven y suda copiosamente. En su rostro moreno, quemado por el sol, se advierten rasgos orientales; sus espejuelos son modernos, de esbelto armazón. La angustia descompone a ambos la expresión. José Antonio descubre que son paisanos: en las verdes chamarras está escrito el nombre de MEXICO con letras mayúsculas blancas. El joven abre violentamente la portezuela, mete su cara oriental y pregunta casi en un grito, atropellando sus palabras en un tartajeante inglés:

- ¿Do you speak spanish-...

- ¡Cómo demonios no, paisas!... Nomás díganme pa' qué soy bueno.

- ¡Abra su cajuela, por favor, pero de prisa!-, demandan ellos.

- Meten como pueden la bicicleta en el portaequipaje. .

Arrojan varios bultos sobre los asientos.

El pasajero más joven ocupa el espacio

¡Ahora vámonos, pero de volada, al Velódromo Olímpico!...

Ruge el poderoso motor de ocho cilindros en cuanto José Antonio hunde el pie en el acelerador.

- Tenemos que estar allí antes de la una... ¿Llegaremos--, pregunta el joven.

Mira José Antonio su reloj.

- Uta, paisa... Son las 12:35 y el Velódromo está en la ciudad de Carson... La cosa va a estar un poco bronca... ¡Pero ahí estaremos antes de la una!

El sonorense enfila el Chevrolet Montecarlo hacia el Harbor Freeway. Como va hacia el sur, entra por Santa Bárbara. Toma el carril del centro y empieza a dejar atrás a los demás vehículos.

Y mientras el automóvil devora el ardiente asfalto, discuten acaloradamente los personajes:

_ ¡Pero cómo es posible que no te hayas acordado de que ya traías tu reloj con la hora correcta!- reclama el adolescente.

No sabe qué responder su compañero.

- ¡Desde cuándo te dije que pusieras en tu reloj la hora local!...

- Lo siento -admite el hombre canoso-. Tienes razón. Perdóname... Espero que estemos a tiempo.

- Ojalá...

Se atreve a intervenir José Antonio. Pregunta:

- Perdón, paisas, pero, ¿es que van ustedes a dejarle a alguien la bicicleta?

Responde el pasajero del frente.

- No, hombre, vamos a competir.

Los mira extrañado el conductor.

Le aclara el individuo que viaja a su lado:

- Yo soy José Luis Téllez, asesor del equipo nacional de ciclismo; él es Manuel Youshimatz y va a participar en la final de la prueba australiana...

Menea la cabeza el sonorense. Arriesga otra mirada por el espejo retrovisor.

- ¿El- -pregunta al fin, incrédulo-... ¡Pero si apenas es un niño!

- Por primera vez sonríen los deportistas.

- No tanto, no tanto-, dice Youshimatz, quien convierte la parte trasera del automóvil en improvisado vestidor. Se quita la ropa de entrenamiento y se ajusta el reluciente uniforme que ha reservado para la gran final.

Se entera José Antonio, entonces, que Manuel Youshimatz ha tenido que sobrevivir a dos heats eliminatorios para clasificar a la final, que se correrá en unos minutos; que esta mañana, como parte de la última práctica, José Luis Téllez lo mandó a lo que en el ambiente ciclístico se llama rodar, sin darse cuenta de que la hora que le señalaba su reloj era la real, de Los Angeles. Apenas un día antes y ya acostumbrado a regirse por él, había quitad de su reloj el horario de México: 120 minutos adelantado. Así que esa mañana, cuando Telléz vio su cronógrafo, éste marcaba las once horas. Pensó, el técnico: "Son las nueve; hay tiempo. Cuando se dio cuenta de su error se sintió morir. Buscó a Manuel por todos lados, obviamente no lo encontró y decidió sacar todos los implementos de competencia y aguardar en la puerta de la Villa, la llegada del pedalista. Eran las 12:25 horas. El autobús que a diario los lleva al sitio de competencia invierte tres cuartos de hora en el recorrido. No, no podrán esperarlo. Tendrán que tomar un taxi porque sólo así pueden llegar a tiempo al Velódromo.Quizás.

El letrero señala:

Next Exit: 190 Street.

El Montecarlo sale de la serpiente de concreto y después vira a la izquierda.

Son las 12:48.

La creciente angustia ha enmudecido a los ciclistas.

- Tranquilos; llegaremos-, promete José Antonio.

12:50.

José Antonio precipita el automóvil amarillo por la 190, después gira hacia la derecha para tomar Avalon. Al llegar a Victoria da vuelta a la izquierda y allá, a lo lejos, se ven ya las instalaciones de la California State University, en Domínguez Hills y su ondulado Velódromo Olímpico. Brama el Montecarlo cuando es ferozmente lanzado a su alcance.

Cierra los ojos Youshimatz. Resopla.

12:54.

Con un frenazo detiene José Antonio la veloz marcha del vehículo. Derrapa el Montecarlo a las puertas del Velódromo.

Todo mundo baja corriendo.

Manuel se pone las zapatillas y se ajusta el casco, así a toda prisa. Entre Téllez y José Antonio bajan la bicicleta.

-¿Cuánto te debemos?-, pregunta Téllez y nerviosamente hurga en sus bolsillos mientras, con la bicicleta al hombro, Youshimatz corre hacia el túnel de la entrada.

-Qué importa, ¡Córrele, no pierdas tiempo! Ya me pagarán algún día.

Téllez lo abraza emocionado y corre también hacia el túnel. Se detiene al llegar a la negra bocaza del pasadizo y grita al sonorense:

¡Si no hubiera sido por tí, mi hermano!...

- Suerte, mucha suerte!-, exclama José Antonio. -Por el radio voy a seguir la carrera.

13:00.

Se da el banderazo de salida.

El joven de los anteojos comienza el rítmico pedaleo.

Están enrojecidas sus mejillas; enormes gotas de sudor descienden por su frente.

Poco más de una hora después, ya está Youshimatz en el podio; con una medalla de bronce reluciendo sobre su pecho y con un sombrero de charro que reemplaza el casco de competencia, mientras la bandera mexicana flamea en uno de los mástiles.
Tiene un nuevo héroe la historia del deporte.

¿Y José Antonio-...

¿Habrá frenado al Montecarlo para, alzar los brazos y celebrar la victoria-.

¿Qué ruta habrá seguido-...

Empieza la década de los sesenta...

Manuel Youshimatz Nava es ya un hombre casado.

En la estancia de su hogar, diplomas y trofeos son mudos testigos de aquellas épocas en las que, como seleccionado de Puebla, enfrentaba a las grandes figuras del ciclismo: Rafael Vaca, Zapopan Romero, Rabanito Díaz, Porfirio Remigio, Borrao Zepeda...

A solas, don Manuel mata la nostalgia.

Ocasionalmente viste el ajustado jersey, se coloca el casco, se cubre los pies con las zapatillas, monta su antigua bicicleta y se va a competir en las pruebas para veteranos. Representa al club Pedal y Fibra, de su Puebla.

10 de mayo dé 1962.

Día de las Madres.

Por fin, lo es para Elodia Sotomayor de Youshimatz.

Nace su primer hijo, se llamará Manuel, como su padre...

Un año después nace Héctor y en 1966 llega Germán.

Ya vive la familia en México. Don Manuel ha conseguido un buen trabajo en la compañía que imprime los boletos de entrada para los cines. Y busca que sus hijos continúen la tradición: cumple cinco años. su hijo mayor y le compra una pequeña bicicleta, con ruedas laterales.

Youshimatz:

- Para que aprendiéramos más rápido, mi papá le quitó las ruedas auxiliares a esa bicicleta y nos llevaba al bosque de San Juan de Aragón, a unas calles de nuestra casa para que allí pudiéramos manejarla sin temor y tomáramos confianza... Nos subía a un puente y de ahí nos soltaba para que controláramos el descenso. Héctor nunca se subió. Yo sí, pero me caía a cada rato. Me costó mucho tiempo, muchos golpes y mucho esfuerzo aprender a dominarla. Pero andar en bicicleta nunca fue una pasión para mí.

Un año más tarde México fue sede de los Juegos Olímpicos.

Recuerda doña Elodia:

- Faltaba poco menos de un mes para la inauguración de la Olimpiada cuando mi marido nos llevó al Velódromo Olímpico. Vivíamos muy cerca de él y aquí se encontraban practicando varios de los mejores ciclistas del mundo. Se permitía la entrada, gratuitamente, a todas las instalaciones. Así que fuimos a ver los entrenamientos. Manuel, que siempre ha sido un muchacho serio y reservado, no dijo una palabra pero lo observó todo. Quedó maravillado con la pista, con las bicicletas, con los uniformes. Iba de un lado a otro parecía estudiar cada detalle. Tal vez en ese momento le nació la afición por el ciclismo.

Youshimatz:

-Los Juegos Olímpicos trajeron a mí la magia del deporte... Cada día me pegaba a la pantalla de la televisión para ver las competencias. Me gustaban todos los deportes, pero sin duda fueron las actuaciones del Tibio Muñoz, del Sargento Pedraza, de Juanito Martínez y del equipo de voleibol, las que más me motivaron.

Y lo intentó casi todo.

Sin éxito.

¿Voleibol?... Muy corta su estatura.

¿Basquetbol-... Por consiguiente.

¿Futbol?... Tal vez. Tiene ocho años, estudia la primaria -que cursó en la escuela Guelatao de Juárez, ubicada en 5 de Febrero- y forma parte del Correcaminos, equipo que se inscribe en un torneo infantil en el deportivo Los Galeana. Es centro delantero, un eje de ataque... Pero no hace goles.

Youshimatz:

- La verdad es que era bastante malito. Raramente tocaba la pelota durante un partido. En una ocasión, lo recuerdo muy bien, el balón me llegó a los pies y me vi ante el portero con todas las ventajas para hacer, por fin, un gol... ¡Fallé! Burlé al portero y después quise pegarle tan fuerte al balón, que lo mandé por arriba del marco. Me dio tanto coraje que salí de la cancha y le dije a mi papá: "no vuelvo a jugar futbol". Pensaba: "este deporte no es para mí", aunque después reflexioné: yo no soy para este deporte.

¿Beisbol?... Lo juegan mucho en el bosque de Aragón.

Habrá que intentarlo.

No lo hace tan mal. Manuel juega una buena primera base y constantemente, el bat hace contacto con la esférica.

Sábado 6 de enero de 1973.

Noche de Reyes. Manuel y sus hermanos reciben los regalos: bats, manoplas, pelota de beisbol. Y el domingo, una sorpresa: su padre levanta muy temprano a Manuel y a Germán porque los inscribiría en la Liga Maya, que encuentra por las Aguilas. Sus hijos cargan felices con todos los implementos. Se dirige trío a abordar el camión cuando, de repente, se detiene bruscamente en una acera del parque Aragón: ante ellos pasan veloces unos pequeños que pedalean con frenesí; compiten en un carrera promocional infantil, organizada por la delegación Gustavo A. Madero. Manuel y Germán quedan hipnotizados.

Youshimatz:

- Nunca supe explicarme qué fue todo lo que sucedió aquél día. Cuando vi a aquello niños -vistiendo unos muy llamativos uniformes de todos colores y desplazándose a toda velocidad, algo misterioso me incitó a participar. Y le dije a mi padre: "Papá, ¡quiero correr!

Preguntó don Manuel a los organizadores

- ¿Qué se requiere para competir-

Le respondieron:

- Nada más un niño y una bicicleta.

Corrieron los tres hacia la casa, entraron como tromba al garaje y sacaron aquella bicicleta guinda en la que los pequeños Youshimatz cumplían con los encargos que les hacía su madre.

Manuel y Germán fueron inscritos y compítieron en su respectiva categoría sobre la bicicleta guinda. Ambos finalizaron en segundo lugar. No hubo trofeo ni diploma para ellos, pero sí un gran premio: la sonrisa y el caluroso, abrazo de su padre.

Al domingo siguiente volvieron a competir.

Manuel finalizó otra vez en segundo lugar y recibió su primer diploma.

Adiós beisbol; hola ciclismo...

La bicicleta guinda fue, a partir de esa ocasión, objeto venerado por los hermanos Youshimatz, que le prodigaban sus cuidados. Frenos, aceite, sillín, manubrios, limpieza...

Gritaba doña Elodia, al máximo de su irritación:

¡Manuel... Germán ... ¿Dónde están rnis trapos de cocina-

Y Manuel y Germán salían corriendo.

Entró Manuel a la secundaria, la 129, tan cercana de su casa. Ya era habitual competidor en las carreras ciclistas. Pero en esa escuela acabó con su última inquietud: el atletismo.

Youshimatz:

- El atletismo me gustaba mucho, pero rápidamente comprendí que tampoco para este deporte tenía aptitudes. Me encantaban las carreras de 100 metros, pero siempre llegaba al último. Y un día, cansado de ver derrota tras derrota, mi maestra de educación física, una jovencita regordeta, me gritó: "¡Ay, Manuel... Tú nunca vas a ser nada en la vida!". Y después me reprobó. Fue en primer año. Todo eso me hizo reaccionar; me dolieron sus palabras y que me reprobara, pero finalmente y como ya participaba en las carreras de ciclismo, me propuse hacer ver a mi maestra cuán equivocada estaba.

Tenía 14 años Manuel cuando ingresó al equipo Pumitas, de la UNAM, para participar en el ciclismo organizado, categoría infantil.

Dos años después obtuvo su primer título nacional: Conquistó el campeonato juvenil en la prueba individual de 800 metros contra reloj. El torneo se celebró en Monterrey.

1979:

Año de contrastes.

Uno. compite Manuel en una carrera delegacional. Recorren los ciclistas las calles de la ciudad. Se aproximan ya al tramo final cuando, imprudentemente, un conductor maneja en reversa su automóvil, proyectándolo contra los pedalistas. Manuel recibe el golpe en seco, sin consecuencias, por fortuna.

Dos. Manuel es seleccionado nacional para competir en el Campeonato Mundial Juvenil que se celebrará en Buenos Aires Argentina. Sale de México por primera vez. Y en el Cono Sur finaliza noveno en la prueba de los 4 mil metros por equipos.

Tres. Carrera en el autódromo. Manuel marcha al frente y está a un par de vueltas del banderazo final. Pero en un campo de futbol aledaño a la pista, un delantero falla lamentablemente su remate y en vez de descansar en las redes el balón viaja por los aires, pasa sobre la verde reja de metal y aterriza justo en la cabeza de Youshímatz, quien cae como fulminado por un rayo. El golpe es brutal. Manuel se desmaya; su rostro está ensangrentado, las rodillas raspadas, con una fractura en la clavícula derecha.

1980:

En Moscú se celebran los XXII Juegos Olímpicos.

Pero competir en ellos es todavía un sueño para Youshimatz.

Su presente es el campeonato mundial juvenil de ciclismo, que Angel Zapopan Romero -ex pedalista considerado como uno de los más grandes ciclistas de México y en ese año presidente de la federación- ha conseguido después de afanosos trámites.

- El equipo necesita fogueo- admite Zapopan y se programa una gira. La selección viaja a Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental e Italia, para enfrentarse a los mejores adversarios de su edad.

Manuel había concluido sus estudios preparatorianos, los que cursó en Bachilleres Vallejo.

Youshimatz:

- Y mi problema era que maduraba no sólo como deportista, sino como hombre. Había estudiado, sabía lo que era justo y me indignaban algunos procedimientos de ciertos funcionarios que más que velar por el deporte anteponían sus propios intereses.

Manuel aprendió a no callar jamás.

Y comenzó a ganar fama de rebelde.

Todo empezó en esa gira por Europa. Durante su estancia en Praga, Manuel enfermó del estómago. Se sentía muy mal y lo comunicó a la jefatura del equipo, pero nadie le hizo caso. José Luis Téllez, asesor técnico, le decía: "No, no te apures, come, anda..." Manuel padeció de fiebre y diarrea. Sanó en la soledad, con el paso de los días.

Después protestó públicamente por lo sucedido.

Y mucha gente comenzó a verlo mal.

No obstante, él respondió con la única medalla para México en el mundial juvenil: el 22 de octubre y en aquel Velódromo Olímpico que conociera en su niñez, conquistó el tercer lugar en la prueba por puntos.

Y se propuso una meta: Competir en Los Angeles 1984.

Tendría cuatro años para lograrlo.

El de 1981 fue un año exitoso: quinto lugar en los Juegos de Verano, en Nueva Zelanda; medalla de bronce -4 mil metros contra reloj por equipos- en el campeonato panamericano de Medellín, Colombia; décimotercero -prueba individual por puntos- en el campeonato mundial, en Checoslovaquia y ya en México: campeón nacional en la prueba anterior y recordman en el kilómetro, que recorre en 1:07.03.

Ya no era el Zapopan Romero presidente de la Federación; este cargo fue ocupado fugazmente por Raúl Hernández, a quien sucedió Dionisio Uríbe.

Youshimatz:

- A partir de entonces tendría que pasar, en cada prueba, sobre la incomprensión y la falta de apoyo de los dirigentes; sólo así podrían llegar a Los Angeles.

. Sucedió en 1982, ya con Uribe en la presidencia:

Youshimatz:

- Se programó mí participación en importante prueba de los Seis Días de Mil Arreglamos todo, pero faltaban los boletos. Uribe dijo que por el momento no había recursos, pero que éstos llegarían pronto, que consiguiera el dinero para comprar los pasajes y que , él me lo devolvería después. Así lo hice conseguí varios préstamos hasta que reuní los 1 300 mil pesos que necesitaba. A mi regreso de Italia busqué a Uribe pero jamás pude encontrarlo' Ya trabajaba él en la Delegación Venustiano Carranza. Yo entraba por una puerta y él salía por la otra. Cuando mi mamá le llamaba por teléfono su secretaria decía que no estaba. Y así... Hasta que di por perdido ese dinero y tuve que reponerlo.

Manuel ganó la quinta etapa de los Seis Días de Milán y finalizó en el octavo sitio Posteriormente compitió en la Vuelta Portuguesa, en Venezuela, en la que obtuvo el tercer sitio en combatividad.

En 1983 disminuyó notablemente su actividad. Corrió la Vuelta Ciclista de la Juventud en la que logró el cuarto sitio individual y el primero por equipos.

Youshimatz:

- En ese entonces el hostigamiento de los directivos era cada día más palpable... Hasta que explotó.

Todo se originó a principios de 1984, el año de los Juegos Olímpicos. La Federación seleccionó a Manuel para competir en la Vuelta a Cuba, que es uno de los circuitos más difíciles que hay en América, no sólo por su recorrido sino por la importante participación de equipos de los países socialistas europeos y la de varios escuadrones cubanos que, si bien suelen ser corderos fuera de la isla, en ella son fieros adversarios. Dionisio Uribe advirtió a los pedalistas: "Aquél que no termine la vuelta tampoco irá a los Juegos. Olímpicos".

Youshimatz:

- Al finalizar la quinta etapa me enfermé del estómago y abandoné la prueba. ¡Nunca lo hubiera hecho! Me llovieron las críticas y Uribe me sacó de la selección... Pero no me dejé derrotar: mientras los seleccionados estaban concentrados en el Distrito Federal yo me fui a Santa Cruz, Tlaxcala, a continuar con mi preparación olímpica. Viví en una casita con los señores Pérez Nava: don Herlindo y doña Elena, unos viejecitos amigos de mis padres y tenía todo el día para entrenar. Me dormía a las 7 de la noche y me levantaba a las cinco de la mañana. Ese entrenamiento en la montaña, durante un mes, fue muy positivo: me ayudó a lograr el tercer lugar en la importante vuelta de Baja California Norte, pese a que el juez José Luis Rico me descalificó en una etapa que gané legalmente, argumentando - que había levantado los brazos en la meta, a menos de tres metros de mis rivales... Lo que sucedió fue que, por una parte, Rico tampoco me quería y por la otra, a la federación no le convenía que yo ganara... Creo que lo que más les molestaba era que yo no me había dejado vencer.

Pero ni Dionisio ni nadie pudieron objetar la inclusión de Manuel en la Selección Olímpica, cuando el joven de los anteojos triunfó en los campeonatos nacionales. En el Distrito Federal venció en la prueba de los 4 mil metros contra reloj, tanto individualmente como por equipos.

Los Angeles...

El mundo de Disney, del celuloide, de la música, convertido ahora en escenario olímpico.

Pero no hay fantasías para nuestros ciclistas, se impone la realidad:

Fracasan los ruteros Rosendo Ramos y Salvador Ríos y también la cuarteta, Raúl Alcalá, Felipe Enríquez, Cuauhtémoc Mimoz y Guillermo Gutiérrez hijo; contra reloj. Hasta ahora, lo mejor es el undécimo sitio conseguido por Alcalá en la ruta individual.

Youshimatz:

- Mis compañeros no tuvieron suerte. Y verlos derrotados me dio coraje. Me decía a mí mismo: "Tú tienes que dar más". Después de tanto trabajo, de tantos problemas y de llegar sin apoyos hasta la olimpiada, no podía dejarme atrapar por el conformismo. Cuando saliera a la pista tendría que actuar con inteligencia, sí, con todo lo que estaba dentro de mí.

Primero de agosto.

Velódromo Olímpico.

Se corren, hoy, los dos heats eliminatorios que arrojarán a los 24 competidores que disputarán la final de la prueba por puntos.

Youshimatz:

-Me concentré en la pista, sin fijarme en la multitud que atestaba el velódromo; sabía que si me dejaba impactar, tendría problemas. Así que cuando arrancamos yo estaba muy tranquilo y con la intención de atacar desde el principio, de no rodar a la expectativa detrás de mis rivales. Ese esfuerzo me cansó y perdí ventaja. Después y aprovechando un descuido de los oponentes, me lancé al frente con otros tres competidores. No alcancé puntos, pero logré una vuelta de ventaja, lo que de hecho me daba la calificación.

Terminó Youshimatz en el segundo lugar general con 8 puntos, detrás del suizo Joerg Mulier, quien acumuló 14.

Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos, un ciclista mexicano llegaba a la final en una prueba de pista.

Youshimatz:

- Pasado ese momento, me sentí seguro de que podría clasificar en un buen lugar en la final. Mi meta era superar el noveno puesto que Magdaleno Cano consiguió en la prueba de ruta, en Melbourne 56.

Después de un día de descanso, 24 pedalistas se reunieron nuevamente en el velódromo de Domínguez Hills. Lucharían, ahora, por tres medallas.

A la una de la tarde, un grupo de mexicanos alentaba al joven de los anteojos que vestía un maillot dejersey blanco con franjas verdes y rojas cruzando el pecho.

Y allá van...

Que sea el propio protagonista quien narre lo que sucedió entonces:

Youshimatz:

- Traté de modificar la táctica de esa prueba y lo logré: los europeos se dedicaban a aguantar las primeras vueltas y atacar al final. Yo lo hice desde el principio. Jalé al suizo Muller, al francés Didier García y al argentino Juan Esteban Curuchet y rompimos el grupo. Lo había logrado, pero me sentía muy cansado al concluir ese embalaje y entonces se mezclaron mis sentimientos: alegría porque, aunque la prueba iba apenas en sus inicios, ya ocupa el segundo lugar; desesperación porque mientras me era imposible seguir el ritmo, Mullery Didier sostuvieron su frenético pedaleo en busca de mayor ventaja-, finalmente, sentía angustia: ¿podría recuperarme y seguir peleando-... Creo que en virtud de mi falta de preparación en la pista, se me cruzaban los, factores: tenía resistencia y velocidad, pero me costaba mucho trabajo recuperarme para los siguientes embalajes, mientras que el belga. Rogers Ilegems y el alemán Uwe Messerschmidt demostraban su gran categoría al irse fácilmente a la punta. La situación se me fue complicando poco a poco. Bajé al quinto sitio; luego al sexto. Marchaba en octavo al cumplirse cien vueltas. pero poco después volví a sentirme entero y comencé a planearla táctica de ataque, el que inicié casi enseguida: sabía que tenía que sacar otra vuelta para volverme a colocar. Y faltaban aproximadamente unos 20 giros cuando, en pleno segundo aire, logré separarme del grupo. Conmigo se fueron también el danés Brian Holm Soerensen, Rogers y Messerschmidt. En esa intentona tuve que dar todo lo que tenía porque por un lado Soeren!wn, como yo$ queríamos acercarnos a la pelea por las medallas y por el otro, Rogers y Messerclismidt no trabajaban a un gran ritmo porque tenían una gran ventaja que les aseguraba los dos primeros lugares. La lucha, pues se concentraría en la medalla de bronce. En ese momento ya éramos seis los corredores con dos vueltas acumuladas, pero yo tenía buenos puntos ya cuando faltaban nueve vueltas apareció mi nombre en el tablero electrónico: ¡tercero ... ! Mas el suizo Joerg Muller se acercó peligrosamente: redujo a sólo seis la ventaja de 11 puntos que sobre él tenía. Y en seguida se produjo un sprint doble que podía ser decisivo, ya que si Muller ganaba o quedaba en segundo lugar, me quitaba el bronce. Así que hice acopio de fuerzas, me pegué a su rueda y al finalizar el embalaje él entró en quinto y yo en sexto. En ese momento supe que había ganado la medalla. Y aquello era una locura; me invadió la alegría y ya ansiaba que terminara la prueba...

Llega a su fin la agotadora competencia.

Oro para el belga llegems, quien recorrió los 50 kilómetros en Ih.03'01" a un promedio de 47.102 kilómetros por hora.

Plata para Messerschmidt.

Bronce para Youshimatz quien logró 29 puntos, por 23 de Muller y 20 de Curuchet.

¡Primera medalla olímpica para el ciclismo mexicano!

De las tribunas vuela un negro, galoneado sombrero de charro. Manuel Youshimatz lo atrapa, se lo pone y así recorre, con la mano derecha en alto, el óvalo olímpico. La multitud le aclama.

Cuando baja de la esbelta bicicleta va directo al podio.

Con sombrero y con anteojos.

Youshimatz:

- Me sentía tranquilo. La gente nos ovacionaba mientras caminábamos hacia aquel pedestal. Yo me sentía flotar... Como si estuviera en un sueño. Tenía ganas de llorar, pero no podía. Y cuando escuché por los altavoces mi nombre y el de México, sentí que un intenso frío recorría cada parte de mi cuerpo. Era la emoción. Y luego llegó el momento sublime: más que recibir la medalla, me conmovió ver que nuestra bandera iba subiendo poco a poco por el asta... La importancia de nuestros valores patrios hizo muy significativos esos instantes...

Aquella victoria deparó a Manuel -como a otros ganadores en Los Angeles- el Premio Nacional del Deporte.

Cuando acabó la fiesta ya estaba a la vista la nueva meta: Seúl '88.

Supuso Manuel que su calidad de medallista le permitiría una vida más tranquila dentro del ciclismo. Error. No sólo no cesaron las anomalías, sino que fueron incrementándose día a día. Manuel fue denunciándolas, una por una.

Las autoridades lo combatieron con un arma poderosa: le negaron su apoyo.

Manuel señaló, sin intimidarse en momento alguno, las incongruencias que encontraba en el trabajo de la Federación. Le indignaba el exagerado e injustificable apoyo del presidente de este organismo, Guillermo Gutiérrez, a un ciclista llamado igual y coincidentemente, su hijo. Con frecuencia se refería Manuel a que la Federación había abandonado al ciclismo de pista y a sus repetidos enfrentamientos con el CREA, organismo que trataba de impulsar este deporte.

Así que recorrería Manuel el ciclo olímpico entre discusiones y competencias.

En las pistas:

1985:

Tercer lugar en la prueba por puntos del Campeonato Mundial, celebrado en Italia; monarca nacional en los 4 mil metros contra reloj, individual y por equipos y campeón por equipos en la Vuelta de la Juventud.

1986:

Campeón absoluto en todas las pruebas nacionales de pista y medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

1987:

Campeón de la prueba por etapas Super Week, en Wisconsin y medalla de plata prueba por puntos de los Juegos Panamericanos en
Indianápolis.

1988:
Manuel solicita apoyo a la Federacion para cumplir con su programa olímpico Guillermo Gutiérrez se lo niega, aduciendo que carece de
presupuesto. Planea Youshimatz competir en Estados Unidos. Gutiérrez se opone. ¿Que tal una estadía de un mes en Toluca, previa a la
competencia olímpica- de ninguna manera, dice Gutiérrez.

Así que Manuel recurre a Raúl Gonzáléz-entonces Secretario de Fomento Deportivo del PRI -a Sandalio Sáinz de la Maza -fabricante de trofeos- quienes si le consiguen los recursos económicos para que compita en Estados Unidos. El industrial Jacinto Benotto le proporciona todos los implementos para sus bicicletas.

Nuevamente interviene Raúl Gonzáléz acompañado ahora de Fernando Corona -titular del Deporte en el Estado de México-

Manuel puede ir a entrenar un mes en las alturas toluqueñas.

Por fin, cuando ya están muy cercanas las competencias en Seúl, la Federación accede a enviar a Youshimatz al Panamericano de ciclismo, realizado en Medellín, Colombia.
Manuel conquista la presea de plata en su prueba predilecta: 50 kilómetros por puntos.

Regresa Manuel. Es seleccionado Olímpico.

-Supongo que viajará conmigo mi entrenador, Juan Sandoval- comenta a Guillermo Gutiérrez.

-No. No hay dinero...

Youshimatz:

- De esta manera, viajé a Seúl con una preparación que apenas cubría los mínimos requisitos para una competencia olímpica.

El 22 de septiembre, Manuel califica a la final: es primero en su heat eliminatorio.

Y se desborda la ambición de algunos personajes.

Se dice, en Seúl, que un alto dirigente del deporte ofrece a Manuel dos mil dólares a cambio de que consiga una medalla.
Youshimatz:

- Sí, sí se produjo ese ofrecimiento, pero yo lo consideré un insulto. Lo rechacé. ¿Cómo me ofrecían, en ese momento, un apoyo que me negaron sistemáticamente a lo largo de cuatro años, en los que prácticamente mendigué ayuda- Yo estaba muy indignado: tontamente había supuesto que por ser medallista, permitirían, cuando menos, que Juan Sandoval estuviera presente en Seúl. Ni siquiera a eso accedieron y ahora se presentaban ante mí ofreciéndome un premio...

La final fue el día 24.

Acaso un titubeo haya privado a Youshimatz de una nueva medalla:

Se acercaba el sprint 14. El danés Dan Frost y el holandés Leo Peelen tenían una vuelta de ventaja sobre el grupo. Al llegar al siguiente giro, puntuable, Manuel -sexto en la clasificación- tomó la delantera. Se esperaba de él un ataque que le permitiera acercarse a los líderes. Pero no sucedió: Youshimatz subió al peralte y trató de estudiar la situación. Perdió entonces instantes preciosos. El pelotón lo absorbió. Se había escapado la gran oportunidad...

Manuel concluyó en el noveno sitio y declaró a los reporteros:

- Este resultado me produce la misma satisfacción que aquella medalla obtenida en Los Angeles. Ahora competí contra los mejores especialistas en esta prueba. Estoy satisfecho de mi actuación; estuve en la lucha en todo momento.

Habrá que decirlo: no, no parece un ciclista.

Sus modales son moderados.

Viste con modernismo pero, a la vez, con elegancia.

Con pulcritud extrema.

Estudió en la Universidad Iberoamericana la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública.

En 1989 se casó con Lorena Hernández, y han procreado a Manuel Alejandro que tiene escasos dos años de edad.

Se expresa con toda seriedad.

Sigue siendo serio y reservado. Ocasionalmente obsequia una tímida sonrisa.

Pero está, todavía, en la lucha. . . como siempre.

Youshimatz tenía en mente Barcelona. Anhelaba cumplir otro cielo olímpico; otros cuatro años de lucha, de buscar todo tipo de apoyos: morales, técnicos, económicos... Soportes -puntualizaba- que me fueron negados sistemáticamente y cuya ausencia influyó decisivamente para que yo no alcanzara mejores resultados".

Pero Manuel encontró ayuda en un excompañero deportista, Raúl González Rodríguez, en su carácter de presidente de la Comisión Nacional del Deporte.

-El sí entendió lo que un deportista necesita para buscar la victoria olímpica, aunque al final tanto yo como otros, no pudimos concretarla, pese a dar nuestro mejor esfuerzo.

1989:

En mayo, Manuel gana el certamen internacional de Osaka, Japón, y se perfila como uno de los favoritos para triunfar en el campeonato mundial a celebrarse en Lyon, Francia, en agosto. Un peleado cuarto lugar coronaría sus esfuerzos; tan valioso ese resultado como aquella presea en Los Angeles. A fines de año, ganaría una etapa de la Ruta México y sería líder durante cuatro días.

1990:

Manuel y Lorena se casaron en febrero. En julio, Manuel obtendría el título de la prueba por puntos en el campeonato panamericano que tuvo lugar en Duitama, Colombia; meses después se ubicaría en la décima posición en el mundial de Japón. En septiembre, participó con mala suerte en la Ruta, cayendo en el trayecto de la etapa Toluca-Cuernavaca; no se recuperó, sin embargo, aún así compitió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en la ciudad de México, ubicándose apenas en el sitio 19.

1991:

Youshimatz, "casi siempre solo---, acompañado en su preparación por su hermano Germán, su entrenador Julián García y el doctor Eduardo Velázquez, y con el apoyo de la Comisión Nacional del Deporte, enfocó su atención en el campeonato mundial de Stuttgart, al cual prefirió, olvidándose de los Juegos Panamericanos, que casi por las mismas fechas se realizaron en La Habana, Cuba. En Alemania, el mexicano obtendría otro valioso, quinto sitio.

Y llegaba el año olímpico: 1992.

Barcelona estaba a la vista.

Poco había faltado a Manuel para ubicarse en el podio, tanto en Lyon como en Stuttgart, ante los mejores del mundo. Pero Youshimatz era uno de ellos. Como lo hicieron los marchistas y algunos fondistas, Manuel también probó un entrenamiento de altura en Bolivia, en abril y mayo; posteriormente incrementó su preparación en Toluca, compitiendo en algunas pruebas en los Estados Unidos.

Sin embargo, a dos meses de la cita olímpica, sufrió un mal momento: la muerte de doña Elodia Sotomayor de Youshimatz, su madre, su apoyo. . .

-Esto me afectó anímicamente mucho.

Mas, llegó el momento olímpico para Manuel.

28 de julio: la eliminatoria en el óvalo de 250 metros del velódromo de madera de Val D'Hebrón...

Manuel hace lo justo; ha madurado. Ya no es aquel ciclista que se come la pista, corno en Seúl, en las eliminatorias -para llegar exhausto, aún a la final, donde quedaría noveno.

Hoy Youshimatz acumula 28 puntos y queda en la cuarta casilla. Ha asegurado su participación, entre los 24 mejores ciclistas, en una difícil prueba sobre 200 vueltas al óvalo.

Diría a Armando Satow, allá en las tribunas de Val D'Hebrón:

-El primer objetivo era calificar y está cumplido. Hoy fue una prueba de tanteo pues nadie enseñó sus armas... No se puede saber si uno ganará una medalla. Eso se siente allá, en la pista; como va sintiendo uno la prueba y si hay el momento idóneo para atacar y sacar ventaja.

Viernes 31 de julio, final de la prueba por puntos, o también llamada australiana, sobre 50 kilómetros:

La noche cae sobre Vall D'Hebrón, pero una excesiva humedad parece que será el peor enemigo de los ciclistas que se lanzan, como tromba, sobre ¡a madera de] óvalo, que cruje a su paso...

Desde el primer momento queda patentizado que será una férrea lucha por las medallas. Más de una docena de ellos tienen las cualidades para triunfar, y más que rodar y cuidarse, la gran mayoría pedalea sin cesar en un desmedido, afán de acumular puntos.
Manuel ataca y logra dos puntos en el giro 18.

Pero tras él, va el resto, como jauría.

Cuando se cumplen cien giros, el checoslovaco Tesar Lubor y el italiano Giovanni Lombardi puntean, seguidos del alemán Guido Fulst, el belga Cedric Mathy y el hábil y enjundioso holandés Leon van Bon. Manuel Youshimatz ocupa la vigésima posición.

Tras dos o tres intentos, por fin, Manuel logra cuajar nueve puntos, antes de concluir la prueba un cerrado duelo entre Van Bon y Lonbardi, quien se alza con la medalla de oro con 44 unidades, seguido por el holandés a un punto. Maatthhyy quedó tercero con 41 puntos.
Manuel se ubicó en el lugar 14, con 11 puntos, en una prueba en la cual ninguno de los 24 medallistas que actuaron en la final logró, como en otras ocasiones, sacar una o dos vueltas al resto de competidores, pues en promedio se rodó a 49.190 kilómetros por hora.

Diría Manuel en Barcelona:

-Fue una prueba muy rápida. Quise irme en fuga, pero no pude, no se logró. Esta es una competencia que no tiene reglas; es muy impredecible, pues ahora se ganó con sprints.

Como otros tantos deportistas que actuaron en Barcelona sin éxito, Manuel fue severamente asediado, criticado, incomprendido; sin embargo, Youshimatz guardó silencio ante las críticas, la mayoría sin fundamento, hechas por personas que no fueron, al menos, testigos de lo que sucedió en Val D'Hebrón.

En el deporte mexicano se sucedieron varios cambios en 1993. Manuel empezó a perfilarse como entrenador, con juveniles en la UNAM; y al parejo buscó nuevamente representar a nuestro país, ahora en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Ponce, Puerto Rico, a donde acudiría. Un noveno lugar culminó una de las más exitosas carreras como pedalista, durante casi 20 años en activo.

-Un sueño ser ahora entrenador...

-Tenía pensado llegar a ser entrenador nacional de pista, dar a las nuevas generaciones parte de mis conocimientos, de mis experiencias, sin embargo... lo comenté con el presidente de la federación, Hector Soberanes, y me dijo: ni pensarlo. Eso no está en mis planes. . . realmente decepcionante.

-Muy dura la vida de un ciclista, Manuel.

Youshimatz responde con toda seriedad:

-Pero muy apasionante e ilustrativa a la vez. . . el ciclismo me enseñó a valorar la vida, a valorar a las personas; a comprender que las situaciones difíciles pueden ser resueltas si se combaten con un poco de empeño y mucho trabajo... el ciclismo me ha enseñado a creer en mi país y a comprender que no obstante la labor negativa de algunos individuos, puede haber un futuro favorable si se trabaja con determinación y coraje, haciendo a un lado la adversidad.

Se produce una pausa en la conversación.

La rompe así Youshimatz:

-Cuando un ciclista está arriba de la máquina y le dan el banderazo de salida, es como si le dieran una señal para empezar una nueva vida. . .

-¿Eso es, Manuel?

Youshimatz asienta con un movimiento de cabeza.

... Ojalá y hubiera un banderazo de salida para que todos los mexicanos iniciáramos la carrera hacia una nueva meta: un mejor país para todos.

-Ojalá, Manuel

Ahora, él empieza otra carrera: la de político en el deporte, buscando llegar al éxito como lo tuvo en Los Angeles.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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