Juan Favila Mendoza
Medallista de bronce
Tokio 1964
Boxeo
Es, el chiquillo, un fanático de las películas del Oeste.
Y es, él mismo, uno de sus personajes predilectos: el buen gatillero perseguido por su propia fama... Aquel obligado a sostener "duelo tras duelo, acosado por quienes quieren ser mejores que él.
Aquel que se niega a matar... Pero tiene ,que hacerlo si quiere vivir.
Porque corre la voz, aquí, en Tlalpan, de que no hay quien pueda vencer a este chiquillo de 11 años, tan flaco que pesa sólo 29 kilogramos...
Nadie sabe que ha endurecido los músculos de brazo y pecho y también los nudillos, golpeando a diario la pera y el costal con los que, al atardecer, su padre -que fue un buen prospecto del boxeo amateur- mata la nostalgia por aquellos sus años mozos vividos en el gimnasio.
Ya esperan al chiquillo los altivos retadores allí, a las puertas de su casa, rumbo a la escuela.
¡Nos vemos en la tarde!
Es realidad su fantasía.
La vive a cada instante.
Y allá va él, a la primaria -escuela Vida¡ Alcocer-, con deseos de que nunca acaben las clases. Porque le han cansado los pleitos. Ya no quiere más... Pero... -¡Ora sí, méndigo Juan, a ver si con éste puedes!...
-Mejor váyanse a sus casas. Yo ya no quiero pelear.
-¡Se me, hace que tienes miedo, güey!
-¡Yo no le saco a nadie! -¡Pos éntrale! Sigue el escupitajo. O el insulto. -¡Pus ya vas!.
Nunca perdió el chiquillo una pelea callejera.
Jamás fue derrotado en la primaria.
Y los problemas continuaron en la secundaria, hasta que fue expulsado de ella.
El padre del niño-peleador entendió perfectamente la situación
Años más tarde, acudió a despedir a su hijo a la terminal aérea.
Porque el chiquillo de ayer, hombre hoy, tenía nuevos sueños.
Quería ganar una medalla olímpica. Y partía al lejano Japón en su búsqueda; al encuentro con el reto.
Era boxeador, como su padre, don José.
Y era, su hijo, quien don José Favila hubiese querido ser.
Un par de semanas después volvió a abrazarlo, ahora jubiloso
Y en el encuentro con él sintió, sobre su pecho, la medalla de bronce que en el pecho de su hijo descansaba.
Don José Favila fue boxeador en los años veintes.
Se distinguió como amateur: fue campeón en Tlalpan y también de los alejados San Ángel y Tacubaya.
Pero nunca pudo llegar a más.
Jamás encontró a un guía adecuado.
Después se casó.
Y se dedicó al negocio de la carnicería.
Cuando morían las tardes solía reunir en torno suyo a sus tres hijos: Guillermo, Antonio y Juan y les contaba las historias de sus años en el ring ; de las peleas que sostuvo; de los temibles adversarios que cayeron bajo sus puños; del dolor de una derrota.
Era Juan, el menor, el que escuchaba con más atención aquellos relatos.
Y prometía:
- Papá, yo voy a ser campeón del mundo... Voy a ser famoso.
- Ojalá lo- logre, hijo... Ojalá así sea.
Juan:
- Mi padre era mi ídolo. Nunca tuve uno más grande que él mismo. Me fascinaba oir sus historias, saber todo lo que había hecho como boxeador aficionado. Y yo le juraba que sería un buen peleador, que saldría en los periódicos, que sería famoso. Mi mamá, doña Sara Mendoza, nomás me regañaba por mis ideas. Decía que eso del boxeo era muy peligroso... Tiempo después comprendí que, en realidad, lo que yo quería era ser alguien... ¡En lo que fuera! Me gustaba el boxeo, pero cuando mi hermano Guillermo era novillero, yo quería ser matador; cuando mi hermano Antonio dijo por qué quería estudiar Derecho, yo quería ser un gran abogado. Y me decía a mí mismo: "tú, Juan, tienes que ser alguien... ¡Y lo serás!
- ¿Escuché bien? ¿Dijo que no le gustaba pelearse?
-No, la verdad no. Yo nunca fui de pleito. Pero me provocaban, me buscaban y pues, ¡a darle! Ya de repente estaba dándome en la torre con alguien y sin razón. Inclusive y de tanto gallito que me llevaban mis compañeros de escuela, yo ya no quería ir a la secundaria. ¡Tenía pánico! Me daban retortijones en el estómago -nomás de pensar que, a la salida, siempre habría un grupito que ya había escogido quién iba a ser el que me iba a derrotar. Unos iban nerviosos, otros con miedo, algunos con mucha seguridad en sí mismos. A todos les di. Y así, todos los días. Las únicas veces en que no me peleaba era cuando me iba de pinta. Entonces llegaba hasta los baños Avenida, a pesar de que estaban tan lejos, y me ponía a observar en silencio, sin conversar con nadie, a todos los boxeadores, a estudiar sus movimientos. Porque ya sabía que al día siguiente habría una nueva pelea. Hasta que, un día, ya en tercero de secundaria -la 29- el director mandó llamar a mi papá para decirle que yo estaba expulsado. Que ya habían sido demasiadas las riñas en las que yo me había involucrado Yo le expliqué lo que sucedía. Y él lo entendió. Y me puso a ayudarle en la carnicería.
Poco después, cuando Juan Favila acababa de cumplir 11 años -nació el 5 de junio de 1944- sufrió el gran dolor de su vida.
Juan:
- Falleció mi madre. Y yo estaba muy pequeño para entender por qué se me había ido. Murió a consecuencia de una vieja afección cardiaca. Me dejó muy solo...
La vida transcurría, a partir de entonces, en una dolorosa aunque tranquila monotonía.
Juan, alejado ya de la escuela y de los pleitos constantes, se había incorporado plenamente al oficio paternal.
Pero no habían muerto sus sueños.
Tampoco sus inquietudes.
Así que un día, poco antes de cumplir los 16 años, Juan Favila pide permiso a su padre: quiere ser boxeador; quiere que le permita intentarlo; quiere ir a los baños Avenida; quiere que lo dirija Pancho Rosales.
Quiere, quiere, quiere. .
Su padre concede el permiso.
Los hermanos mayores se oponen. Pero no llegan mas que a eso.
Porque allá va Juan, al encuentro con su sino.
Favila:
- Mucha gente me preguntó por qué opté por los Avenida. Es que ahí estaba Pancho Rosales quien, para mí, era el mejor de los managers y el más famoso. El tenía, en ese tiempo, a, todos los campeones nacionales: desde Nacho Escalante en mosca, hasta Memo Ayón en peso.. medio, pasando por Kid Anáhuac en pluma y Babe Vázquez en ligero. Y ya con el permiso de mi padre, me presenté con Roberto el Tío Jiménez -quien años después, muriera sobre el ring en plena función, herido fatalmente por la bala perdida de un apostador-, asistente de Rosales y le dije: "quiero ser boxeador", me miró de pies a cabeza y me dijo: "ándale pues a ver si es cierto. Cámbiale y haz soltura" y que me pone a hacer soltura toda la mañana. Y yo que ya quería aprender a boxear. Pero tenía que obedecer y lo hice. En la semana siguiente, nada más a caminar frente al espejo. Caminar y caminar. Si acaso, tirar el jab . Qué aburrido... ¡Pero quería ser boxeador!
Dos o tres semanas después, primera golpiza.
Narrada por quien la sufrió:
- Sucedió que el Tío tuvo que ir a atender a un chamaco a provincia y me dejó encargado con Juanito Montes, quien apenas me vio. Pero al día siguiente, sin más, me dijo: " a ver tú, muchachito, ven acá. Cálzate los guantes porque le vas a ayudar a Nacho Escalante". Yo nomás abrí los ojos. "¿Qué, le tienes miedo?", preguntó él. Y yo con ganas de decirle que sí, pero pues cómo... Nacho, que ya era un veterano de más de 30 años, pensó que yo ya sabía boxear y me empezó a dar una macaniza tremenda que hasta me descompuso el oído. Me bajé llorando del cuadrilátero y le prometí a Montes: "cuando aprenda a boxear me voy a desquitar. .
Nunca habría oportunidad:
Escalante se retiró del pugilismo cuando Favila comenzaba apenas a destacar en el boxeo amateur.
Quince días después, segunda golpiza.
Narrada, también, por quien la sufrió:
- Otra vez Juanito, quien era un canijo, me puso a boxear. Ahora con Fili Hernández, que era campeón gallo juvenil, mientras que yo apenas era un aprendiz y peso mosca. ¡Y vámonos!... Que me finta el derechazo y ¡pum!, que me mete un gancho izquierdo al hígado con saña, perfecto, limpiecito. Me dobló. Me arrastré por todo el ring. ¡Qué dolor! Y volví a llorar de rabia, de impotencia. "Ya verá, me voy a desquitar", le dije otra vez a Juanito. "¡Por el recuerdo de mi madre que lo haré!" El nomás se burló.
En esta ocasión sí hubo oportunidad.
Tardó en llegar: cuatro años. Pero llegó.
Favila:
- Fue en 1963. Yo acababa de regresar de los IV Juegos Panamericanos, en Sao Paulo, donde perdí una injusta decisión en la primera ronda. Todavía no digería el coraje cuando, en una ocasión, fuimos a dar una exhibición a la colonia El Bramadero. No llegó el rival de Fili Hernández y le pedí la oportunidad a Juanito Montes. "¿Quieres otro bailecito?... ¡Orale pues!". Me desquité cabalmente. Gancho izquierdo abajo, cruzado de derecha al mentón y el qué se revolcó entonces fue Fili.
Volvamos, volvamos al pasado.
Retrocedamos a aquellos días de aprendizaje.
Son ya dos meses los que Favila ha pasado en el gimnasio.
Es tarde hoy. El entrenamiento ha finalizado. Prepara Juan sus cosas para regresar a casa. Le detiene el Tío Jiménez:
- ¡Hey, Favila!... No te vayas. Prepara tus cosas, porque nos vamos a pelear a Tehuacán.
- ¿Pelear?... ¿A Tehuacán?...
Lleno de entusiasmo, Favila sólo acierta a comunicarse telefónicamente a la carnicería de su padre.
Responde Guillermo, el hermano mayor, quien protesta:
- ¿Pelear?.-.. ¡Estás loco!... Apenas estás aprendiendo. ¡No vayas!
Juan colgó la bocina.
Y se armó la confusión en la carnicería.
Al enterarse del debut de su hijo, don José supuso que sería esa misma noche y pidió a su hija Sara que le acompañara a ver pelear a su hermano en Tehuacán. Y se fueron. Viajaron en un autobús de pasajeros. Pasarían dos noches de locura en Tehuacán, donde se realizaba la Feria de las Espigas y no había alojamiento para nadie.
Y mientras ellos buscaban con desesperación a Juan, éste dormía plácidamente en la casa de Pedro Ruiz, el encargado de la transportación del grupo. Ese día no pudieron salir a Tehuacán porque el vehículo en el que harían el viaje se encontraba en el taller.
Tampoco a ellos les fue muy bien al llegar a la ciudad poblana. No había cuarto ni para los peleadores. Así que los llevaron a un local del PRI y tuvieron que dormir en el suelo.
Ya en su tercer día en Tehuacán, don José y Sara encontraron por fin a Juan. Sería esa noche la pelea. Pero don José, quien había desatendido sus negocios, tuvo que regresar con su hija. No pudo ver el debut de su hijo.
Acaso fue lo mejor.
Porque...
Juan:
- Esa noche me enfrenté a José Monroy, tan novato como yo. La arena estaba llena. Y yo espantado. Jamás había visto junta a tanta gente. Y cuando comenzó el combate, ¡horror! No sabía ni qué hacer. Se me olvidó todo lo que había aprendido. Al finalizar el primer round no sabía ni qué estaba sucediendo. Sonó la campana y me quedé parado ahí, en el centro del ring. El Tío Jiménez, quien actuó como réferi, me gritó: ¡Órale, chamaco baboso, váyase para allá, a su esquina!". Después de tres rounds de pelea, si así se le puede llamar, los jueces decretaron empate. Ninguno de los dos merecía ganar, era lo cierto. Y yo me sentía muy decepcionado de mí mismo. Me decía: el no, el boxeo, no es para mí; jamás vuelvo a pelear... No volveré a subir a un ring ". Después de la función nos fuimos a cenar. Todos se divertían, menos yo. Creo que si esa noche hubiera perdido, me habría suicidado. Ni cené. Lo único que quería era regresar inmediatamente a México.
Aquí le esperaba, expectante, don José. Y al verlo llegar a la carnicería, le preguntó sonriente:
_ ¿Cómo le fue m'hijo ?
Escuchó la triste historia.
- No vuelvo a pelear-, remató Favila.
Don José prefirió esperar:
- Usted decidirá...
El retiro duró sólo una semana.
Cumplida ésta, Juan se acercó nuevamente a su padre:
_ Voy a regresar al gimnasio, papá.
Sonrió don José.
- ¿No que no? -dijo-.. . Ande, ya váyase a dormir y que mañana le vaya bien.
Al otro día, a temprana hora, Juan estaba otra vez en los Avenida. Pidió al Tío Jiménez una nueva oportunidad, éste aceptó y dos semanas después Favila sostenía su segundo combate.
Escenario: el deportivo Hacienda.
Rival: José Luis Jiménez -a quien Favila identificó inmediatamente como el muchacho aquel, a quien veía por televisión, portando el cartel que anunciaba el cambio de round en cada pelea.
Resultado: Juan Favila vence por nocaut en el segundo asalto.
Ha sido el punto de partida.
Favila ha saboreado la dulzura de la victoria.
Y quiere más.
Aprovecha entonces la euforia pugilística; que en el deportivo Hacienda ha creado su director el infatigable profesor Ramón G. Velázquez, organizador de torneos sin fin y pelea casi a diario.
Favila:
- Eran ya mediados de 1960. Y yo entrenaba por la mañana y en la tarde peleaba. Me tardaba más en llegar que en irme: salía, dos, tres golpes y ¡pum!, los noqueaba. Me dolían más las regañadas de mis hermanos, que no comprendían por qué peleaba a diario; decían que descansara. Yo nunca pude hacerles entender lo que eso significaba para mí.
1961: conquista Favila el campeonato del Distrito Federal; en el combate por el título en la arena Escandón, derrota a Alfonso Cázares y obtiene el derecho de ir a Guadalajara, a disputar el torneo nacional. Y nuevamente es campeón: en la final derrota al sonorense Ramiro García, quien, con el tiempo, será uno de sus más enconados rivales. A finales de año se organiza, en la arena del Cortijo, la pelea llamada Campeón de Campeones porque enfrenta a Fabila -monarca nacional- y a Luis Zorrita González -vencedor en los Guantes de Oro-. Fabila gana por decisión.
1962: repite Favila como campeón nacional y posteriormente derrota a Guillermo Saldívar -hermano de Vicente, quien había competido sin éxito en los Juegos Olímpicos de Roma, dos años atrás y se convertiría en campeón mundial pluma-. Después se inscribe en los torneos eliminatorios para integrar el equipo mexicano que competirá en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, a efectuarse en Kingston, Jamaica.
Deja su paso diseminado de adversarios. Avanza rápidamente hacia su internacionalización.
¿Llegará a ella?
No. Por ahora no.
Favila:
- A un lado de los Avenida había un puesto de tacos y un día se me antojaron. Me comí 5 tacos, acompañados de mi buen tepache. Cada taco costaba 45 centavos. Y que me enfermo. Pesqué una buena infección intestinal. Me puse muy grave. Pesaba 54 kilogramos y bajé hasta 42. Pero venía la eliminatoria definitiva, en Poza Rica y me inscribí. Gané 4 combates y llegué a la final, pero ya estaba muy debilitado.
No podía ni pararme, Tenía alta temperatura y se me doblaban las piernas. Le di cerrada pelea a Apolinar Vázquez, pero perdí por clara decisión. Los dirigentes de la Confederación Deportiva Mexicana supieron lo que había hecho y me regañaron. Me dijeron que no debía de haberme expuesto y que no lo hiciera nunca más. Que siguiera preparándome y que si surgía alguna posibilidad, me tomarían en cuenta.
Así lo hizo.
Una vez restablecido, continuó su entrenamiento normal y siguió peleando casi a diario.
Hasta que en una ocasión le avisaron que en el deportivo Hacienda iba a ver una prueba con los seleccionados. Tomó un taxi y ya, ya estaba allí.
Favila:
- En el Hacienda se encontraban muchos periodistas y además, funcionarios de la Confederación...Ahí, don Memo Montoya me dijo. que me felicitaba porque había ganado el campeonato nacional gallo, pero me dijo que no podían quitarle el lugar a Apolinar, porque era un lugar que había ganado legítimamente sobre el cuadrilátero. Me dijo: "supe la tontería que hiciste en Poza Rica, al pelear en aquellas condiciones, pero ya no podemos hacer nada. Cuídate y prepárate para los Panamericanos de Brasil el año que entra... Del Hacienda salí todo desmoralizado. Cuando iba caminando veía los puestos de tacos y me decía: "por bruto, eso te pasa por bruto". . . Y prometí no volver a comer tacos en la calle. Y lo he cumplido.
En 1963 llegaron las eliminatorias para los Juegos Panamericanos de Sao Paulo. El certamen se realizó en la arena Isabel, en León, Guanajuato. En peso gallo, Fabila triunfó en la final al vencer por puntos a Germán Bastidas.
Sin embargo, el viaje a Brasil no estaba todavía seguro:
Había poco presupuesto para hacer ese viaje y la excursión sudamericana resultaba muy costosa... El boxeo tenía asignadas sólo tres plazas y había cuatro boxeadores preselección Octavio Famoso Gómez, en mosca; Adalberto Hernández, en ligero y una duda: Fabila en gallo o Manuel Pulgarcito Ramos en peso completo.
Favila:
- Nos reunieron a los cuatro en las oficinas de la CDM. Y empezamos a discutir con los dirigentes. Allí el técnico, Efraín Rubio, me empezó a criticar: que ¡mi estilo no era el correcto, que juntaba los pies, que cruzaba las piernas y mil cosas más! Yo pedía la palabra, no me la concedían y ya me estaba desesperando. Por fin me la dieron y entonces expuse: yo soy el afectado y aquí estos señores me critican. Pero quisiera saber por qué estas eminencias del pugilismo, que se creen la Biblia en boxeo, no han forjado un peleador que me gane. Con todo lo malo que soy, he clavado a cada uno de sus boxeadores.. . Creo que he ganado, sobre el ring , limpiamente, el derecho de representar a mi país, lo que es mi único y gran anhelo".
Los funcionarios de la Confederación pidieron a los boxeadores que abandonaran el recinto porque iban a hacer las consideraciones que los llevaran a tomar una decisión.
Pasados largos minutos de angustia, nos llamaron para informarles:
"Los seleccionados a Brasil son: Hernández, Gómez y Favila..."
Favila:
¡Qué gusto me dio!... Lo malo fue que cortaron al Pulgarcito, al que yo había estado animando a que se defendiera en aquella junta.
Dijeron de él que no iría porque estaba chaparro y gordo y que era muy lento... imagínate el mismo Pulgarcito Ramos que, tiempo después, llegaría a disputar la corona mundial de peso completo a Joe Frasier, quien por cierto, ganaría la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Y a propósito del Pulgarcito, recuerda Favila:
- Una vez, cuando éramos preseleccionados, nos encontrábamos entrenando. Y nadie... quería subir al ring con el Pulgarcito porque pegaba muy fuerte. Estaba bien grandote. Pero él era mi amigo y le dije: vamos, yo te ayudo, pero que no se te pase la mano". Boxeamos y ¡pácatelas!, que se le pasa. Me dio tal mandarriazo en la cabeza que nomás sentí que se me descuadraba todo por dentro. El, muy apenado, ya no quiso seguir; yo sentía que todo me daba vuelta y eso que después me decía: "ya, ni te pegué tan duro". Por si las dudas, nunca más volví a ayudarle; se me quitó lo valiente.
Ya en Sao Paulo, Favila tuvo pésima fortuna pues en la primera ronda tuvo que enfrentarse al estadounidense Arthur Jones, un negro muy fuerte y de técnica depurada.
Favila:
- Nos dimos con todo. Fue una pelea dramática y sigo creyendo que la gané. Incluso al final, cuando el público nos premiaba con una gran ovación, se sentía que me había escogido como el ganador. Mucha gente se acercó al ring para felicitarme. Pero los jueces vieron vencer a Jones y le dieron la decisión. Fue un robo. Los periódicos de México hablaban más del despojo a Juan Favila que de la derrota. Don Memo Montoya y don Víctor Luque, quienes vieron la pelea, también me felicitaron. Estaban indignados por el fallo, pero ya no se podía hacer nada. Don Memo me aconsejaba: "Juan, tú tienes mucho futuro en el boxeo de aficionados, no te vayas a ir al profesionalismo. Espérate a los Juegos Olímpicos, que van a ser en Japón".
1964: otra vez, Favila alcanza el título en -el torneo del Distrito Federal y en la final del campeonato nacional, en Ciudad Juárez, vence a Miguel Zamudio. No obstante, el camino para llegar a Tokio es aún muy largo y ya son muchos quienes desean verlo en el profesionalismo.
Como lo hiciera Memo Montoya, también el Tío Jiménez aconsejó a Favila:
- No, hijo, no lo pienses por ahora. Mejor concéntrate en la0limpiada. Ya falta muy poco y el fogueo que en ella adquirirás, te servirá enormemente; después, en su momento, hablaremos del profesionalismo.
Favila continuó, pues, en el boxeo de aficionados.
Y ya dentro del programa eliminatorio preolímpico, fue dos veces a Mexicali a pelear con Ramiro García a quien derrotó en ambas y luego repitió victorias, también en dos ocasiones, pero sucesivamente en Guadalajara y en México. La última prueba para integrar la preselección nacional sería enfrentar a Santos Arellano en dos combates. Arellano fue noqueado en el primero; no se presentó al segundo.
Juan Favila ingresó, así, a la preselección olímpica.
Y entonces descubrió un nuevo mundo.
Lo primero, que tendría que trabajar bajo las órdenes del entrenador argentino Bruno Alcalá, contratado expresamente para que adiestrara al equipo mexicano de boxeo que competiría en Tokio.
Dice de él Juan Favila:
- Era una buena persona, ni qué dudarlo, pero también muy irritable y sus maneras nunca nos gustaron.
De boxeo amateur lo desconocía todo, aunque presumía de que era el mejor entrenador de su país y que él había hecho a Pascual Pérez, -ganador de la medalla de oro en los Juegos de 1948, en Londres-
Alcalá convenció a los dirigentes de nuestro deporte, pero no a nosotros los boxeadores: no sabía que el boxeador amateur debía pelear con camiseta, que los combates eran nada más a tres rounds , que había reglas de protección, que no se podía pelear en las cuerdas, que un boxeador podía recibir cuenta aun sin haber caído, que el réferi podía parar una pelea cuando uno recibiera un golpe muy fuerte y todo eso. Ni exámenes médicos ni nada. Simplemente no sabía nada... ¡Ah!, pero como era extranjero, pues...
Ya a unos días de la salida a Tokio, los dirigentes de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur concertaron un dual meet entre la selección "B" de Estados Unidos y el equipo olímpico de México.
Favila:
- Venía el negrito Jones y me tocó volver a pelear con él. Yo recordaba aquella pelea que habíamos tenido en Brasil, en la que fui despojado y nada más sonó la campana y me le fui encima. Lo tumbé en el primer round pero, en el descanso, el Ché Alcalá me dijo: "maricón, -que era su palabra predilecta, y que tanto nos molestaba-. . . No quiero que te fajes...
Sólo técnica, mucha técnica. Así lo hice. Gané por decisión. Pero no protesté porque pensé que, si lo hacía, corría el riesgo de no ser llevado a Tokio.
Después de ese dual meet se dieron a conocer las listas de quienes viajarían a la capital nipona. Los escogidos en boxeo fueron: Antonio Durán, Juan Favila, Mariano Serrano, Alfonso Ramírez y Eduardo Zazueta. Alcalá eliminó al Famoso Gómez. Dijo de él: "boxea muy feo; con esa guardia y ese estilo mi prestigio como manager caería por los suelos".
HISTORIA DE UNA
MEDALLA MENOSPRECIADA
Acude don José Favila a despedir a su hijo.
Le abraza éste en el aeropuerto. Y le promete:
- Papá, voy a traer una medalla de Tokio. No sé cómo le voy a hacer, pero se la prometo.
Y se trepó en el pájaro de acero que pronto, muy pronto, inició su largo vuelo.
Favila debutó en la arena Korakuen el 11 de octubre de 1964. Con todo éxito: derrotó por puntos al iraní Sadek Aliakbar Wadenkhoi... Y mientras se desmoronaba el resto del equipo mexicano de boxeo, él seguía acumulando victorias: otro triunfo, ahora sobre Pak Chaw de Hong Kong, lo colocó en la antesala de la medalla olímpica.
Pero entonces surgió el pesimismo alrededor de él:
- ¿Y ahora contra quién te toca, manito? - Parece que con el soviético Grygoriev...
- ¿Quién?... ¡El campeón olímpico de Roma!... Ni modo, manito, mejor vete olvidando de tu medalla.
Favila, apesadumbrado:
- Nadie creía en mí. Ese día, el 18 de octubre, mis compañeros de equipo ni siquiera se tomaron la molestia de ir a la arena a pesar de que yo siempre fui a cada una de sus peleas, sin importar que me tocara descansar. Creí que era muy importante que todos sintiéramos el apoyo de todos.
Un campeón dejaría de serio esa noche.
Grygoriev ofreció lo mejor de sí mismo. Opuso su experiencia, su capacidad combativa, todo su empuje. Pero jamás encontró el blanco que perseguía con tanto afán. El boxeo sobre piernas realizado por Favila y fortalecido por la esplendidez de un exacto jab de izquierda, hubieran sido suficientes para inclinar la puntuación hacia el peleador mexicano. Pero Favila sumó más puntos al conectar precisos cruzados de derecha aprovechando las francas entradas del soviético.
La decisión de los jueces fue de 4-1.
¡Juan Favila había asegurado, ya, una medalla!
Y no lo sabía nadie de la nutrida delegación mexicana en el llamado Imperio del Sol Naciente, pero sería la única con la que volvería a nuestro país el grupo entero.
Favila:
- ¡Creí morir de gusto! Ya estaba ganada una medalla para México. Había vencido nada menos que al campeón olímpico. Había ofrecido una buena pelea y el público me aplaudía. Pero nadie me felicitó en la arena. Yo salí brincando de puro gusto. Alcalá estaba serio. Y cuando llegué a la Villa Olímpica ni siquiera tomé la acostumbrada bicicleta -porque nuestro edificio quedaba muy lejos de la entrada-, sino que me fui corriendo y cuando mis compañeros me abrieron la puerta comencé a gritar: "¡le gané al ruso, le gané al ruso!". Ni siquiera me hicieron caso; siguieron jugando a las cartas. Tomé mis cosas y me salí. Empecé a caminar y a decirme: "te lo mereces, esto te pasa por loco, la culpa es tuya". En la noche, el Ché Alcalá estaba ya contento. Se frotaba las manos y me decía: "mirá, pibe, el coreano ese es fácil; le vas a ganar". Ahora sí me decía pibe Y no maricón... Claro. Ya tenía asegurada la medalla de bronce-, su "prestigio" estaba a salvo.
La pelea semifinal contra el coreano Shin Cho Chung fue el 21 de octubre.
Favila perdió inexplicablemente.
Las crónicas de periodistas enviados a aquella Olimpiada coinciden al señalar que en ese combate a Favila le faltó brío, coraje; que tal vez si hubiera forzado el ritmo de las acciones, si hubiera ido a una pelea más directa, podría haber avanzado a la final, con lo que, cuando menos, la medalla de plata estaría asegurada.
Favila:
- Lo que sucedió fue que ese coreano jamás presentó batalla. Al saber que yo había vencido al soviético Grygoriev, como que se espantó, porque se dedicó a correr todo el tiempo. Y cuando lo tenía cerca, me abrazaba y me daba cabezazos. Yo me indigné tanto, que me quité el posicionador bucal y le pedí al réferi que lo amonestara. Y lo peor fue que lo hice varias veces. Resultado: fue a mí a quien amonestaron. Y seguramente me quitaron puntos. La verdad fue que perdí el control. No supe manejar a un adversario de esas características; nunca pude alcanzarlo y perdí la pelea. Seguramente le dieron la decisión más por los puntos que me quitaron que por los que él ganó. Total, que fue una decepción completa. Y si mis compañeros no se entusiasmaron cuando gané la medalla de bronce, no fue sino obvio que ni me saludaran cuando perdí. De toda la delegación, los únicos que me felicitaron fueron los basquetbolistas Rafael Caballo Heredia y Carlos Aguja Quintanar.
Tal vez por todo esto, aquella noche de la premiación mientras era izada la bandera mexicana, por la mente de Juan Favila se cruzaron los pensamientos más encontrados.
Predominaba una inquietud que ahora revela:
- Nadie me felicitó cuando gané la medalla; a cambio, todo mundo me recriminó cuando perdí ante el coreano. Y ahora estoy aquí, en el podio, tal vez sin merecerlo... ¿Habré deshonrado a mi patria?
La situación se agravó cuando, al regresar de la ceremonia, Alcalá vio la medalla de bronce y gritó a Favila:
- ¡Eres un maricón!... ¡Esto es una porquería! ¡Por tu culpa he perdido mi prestigio como entrenador!
Fuera de sí, Favila le dio un golpe en el pecho... En el momento preciso en el que hacían su aparición los reporteros que iban a entrevistar al peleador.
Con lágrimas deslizándose por sus mejillas, el boxeador explicó lo inexplicable.
Favila:
- Quise hacerles entender que yo era un muchacho de 20 años que lo había dado todo de sí, con aciertos y con errores, por representar dignamente a su país; que había ganado una medalla y que no obstante el mundo se te venía encima, se frustraban sus ilusiones y que no era posible que hubiera tenido adversarios más fuertes fuera del ring, en su propia esquina, en su propia habitación, que dentro del cuadrilátero...
Todo comenzó a cambiar para él desde el momento mismo del regreso.
Entonces, Favila comenzó a cobrar real conciencia de lo que había logrado.
Fue abrazado por aquel inolvidable ciclista Porfirio Remigio, quien le dijo:
- Eres el único de nosotros que merece regresar a México. Tú sí puedes volver con la frente en alto.
Favila:
- En el avión comenzaron a repartir periódicos y para mi sorpresa, todos hablaban de mí... Y yo que pensaba que había deshonrado a mi país, que había fallado. En algunas notas hasta me alababan. Fue entonces cuando se me quitó ese complejo de culpa. Fue entonces cuando realmente comencé a disfrutar de mi medalla. Y más cuando sentí el recibimiento de la gente, que se volcó en el aeropuerto y me hizo sentir su calidez. Eso fue muy hermoso. Todos me felicitaban. Era el único que regresaba con una medalla. Aquí, en Tlalpan, hasta una valla hicieron a mi paso. Y me homenajearon en la escuela en la que cursé la primaria... El delegado ofreció una cena-baile en mi honor. Y así. . No obstante todo eso, Juan Favila había tomado una determinación: el boxeo de aficionados había muerto para él. Emprendería un nuevo camino. Ahora cambiaría golpes por dinero.
Debutó inmediatamente: apenas el 6 de diciembre de ese 1964, en León. La decisión con la que se impuso- a Rufino Rosales parecía el preámbulo de una brillante carrera, pero ésta nunca se produjo. Favila sostuvo cerca de 40 combates hasta que se retiró, el 21 de marzo de 1973, al ser noqueado técnicamente en el cuarto round por José Torres.
Tiene el aspecto de un hombre próspero.
Vive bien. Viste bien.
No hay huellas, ni en su rostro ni en su razonamiento, de aquel largo andar por los cuadriláteros.
Es esposo feliz. De doña María Guadalupe Alanís, con quien casó en mayo de 1965.
Es padre feliz de Daniela, Martha, María Guadalupe y Mónica.
Hombre de nítidos recuerdos
Y hombre de trabajo.
Es jefe de la rama de boxeo en la delegación de Tlalpan y además, tiene un gimnasio particular.
Y nuevos sueños llegan a él.
Favila:
- Mi mayor ilusión es la de llegar a ser, algún día, manager de la selección boxística mexicana en unos Juegos Olímpicos. Y para ello me estoy preparando: con muchos cursos y con libros, no sólo de boxeo sino de psicología, de alimentación, de todo. He llevado a la selección del Distrito a cinco campeonatos nacionales, con bastante éxito. Pero no es suficiente. Quiero llegar a unos Juegos. Quiero estar allí, al lado de quien como yo, culmine el sueño de toda una vida y gane una medalla olímpica. Quiero vivir todo aquello de lo que me perdí en el momento más importante de mi existencia.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004. REGRESAR |