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José Pedraza Zúñiga
Medallista de plata
México 1968
Caminata, 20km

José Pedraza era un fanático del basquetbol y de las carreras.

Y del Ejército.

Y por eso, a los 15 años ingresó a Transmisiones.

Y siguió corriendo las distancias largas.

No desmayó a pesar de dos frustrados intentos por ser atleta olímpico.

Y no obstante que su estatura no le ayudaba, aprovechó que el equipo de la Brigada Mecanizada jugaba en Liga Mayor, para incorporarse a él.

Pedraza:

- Y pese a mi estatura, jugué tres partidos. Era bueno, pero muy chaparro para este deporte en el que se requiere de cuates muy altos. Era muy hábil para botarla y pocos me podían parar; me gustaba llevarla y llevarla y llevarla y colarme debajo del tablero y encestar...

En aquellos años -principio de la década de los 50- Transmisiones rivalizaba, pero en serio, con Politécnico, Universidad y Venados. Aquellos duelos atléticos en el Plan Sexenal eran inolvidables.

Pedraza:

- Nos dimos muy buenos agarrones y en algunos torneos los vencimos, hasta que el equipo se deshizo -1955- y varios de sus integrantes entre ellos Pablo Colín y yo, nos fuimos al Venados, equipo de atletismo que manejaba el profesor Eutiquio del Valle Alquicira, que era muy admirado en el medio. A mí me gustaba correr los 1,500 metros; sentía que esa era mi prueba, aunque a veces tenía que participar en 5 y 10 mil metros para alcanzar puntos y ganar por equipos.

Pasaron los años.

Hasta que en una tarde de agosto de 1964, la vida comenzaría a cambiar para el militar Pedraza.

Ese día, después de sus labores castrenses, se fue a la pista de tierra del Plan Sexenal. Habría un chequeo con Eligio Galicia, los hermanos Tinoco y otros buenos corredores, sobre la distancia de los 1,500 metros. Pedraza ganó.

Era la primera vez que vencía a Galicia, sin lugar a dudas el mejor en esa prueba. Después del duchazo, todavía feliz, saboreando la victoria, Pedraza y sus compañeros se pusieron el uniforme y regresaban ya al cuartel.

De repente, se escuchó la potente voz de Eutiquio del Valle:

- ¡Caramba soldadotes, veo que ya se van!

- Sí, maestro...

- Los felicito, hicieron una buena carrerota pero me gustaría que probaran en la caminata.

Los soldados intercambiaron miradas incrédulas.

Cuchicheó Pedraza al oído de Colín:

- Mira, mira... Nos acabamos de dar una buena "madrina" en la pista, después de trabajar toda la mañana y ahora el viejo quiere caminata...

- No profesor, mejor nos vamos-, dijo Pedraza.

- Nada de eso. A ver... ¡Fuera botas!

El profesor buscó a Esperanza Girón.

- A ver Esperanza, enséñales a estos soldadotes qué es caminata.

Pedraza:

- Ella dio unos pasos en la pista y que empieza a caminar, a mover las, caderas. La verdad nos dio risa, -pero le entramos.

Y le entraron en serio.

Llevaban retraso de dos o tres semanas en un grupo en el que destacaban Alfonso Márquez de la Mora y Miguel Baños. Así que la carrera desapareció del esquema atlético de Pedraza y de Colín.

Como a los 15 días de aquella invitación, Del Valle Alquicira organizó una competencia: un chequeo sobre 5 mil metros de caminata. Eran los últimos días del año. ¡Sorpresa! los ganó Pedraza, con ventaja de 300 metros sobre Márquez de la Mora; Colín llegó tercero y Baños en cuarto lugar.

Al finalizar la prueba, Alquicira se acercó a Pedraza y le gritó con su voz estentórea:

- Oiga, mí soldadote... ¡Usté si está bueno para la caminata!

Cuatro años después, Alquicira era una entre aquellas miles de personas que poblaron las tribunas del estadio de Ciudad Universitaria y que, trepidantes, atestiguaban ese inolvidable cierre de la prueba de los 20 kilómetros de marcha en los Juegos de la decimonovena Olimpiada...

Porque allí va el sargento Pedraza, con un ataque rabioso en los 300 metros finales. Marcha en el tercer lugar. Se lanza su figura morena sobre los rubios soviéticos VIadimir Golubnichy y Nikolai Smaga.

Ya, ya, mírenlo, mírenlo... ¡Se acerca! ¡Se acerca ..!

Nació José Pedraza -21 de marzo de 1937 en el rancho La Mojonera , que se yergue entre los verdes campos de la zona lacustre de Michoacán: la meseta purépecha.

Corría él, desde Pequeño, por las llanuras interminables.

Recuerda:

- No hacía más que correr cuando chiquillo. No tenía fronteras. Corría hasta que me cansaba, correteando animales o nomás por gusto. Respiraba aire puro. Me gustaba andar por ahí, desbocado como un potrillo. Era como todos los niños de rancho: mi mejor juego era tomar todo lo que la naturaleza nos había dado, árboles, campo, piedras, arroyos, animales...

Era Pepito, sí, el consentido de la abuela, doña Francisca Sánchez.

Y la escena se repetía cuando Pepito no tenía ni cinco anos:

Como a las cuatro de la mañana llegaba abuela hasta su cama.

- Ándele muchacho, ya alevántese vamos a visitar a su tía en el rancho San Ciro.

Nomás a 17 kilómetros de distancia

Pedraza:

- Y ái nos íbamos, caminando. A mí me gustaba correr por tramos. Ella mantenía un mismo paso, rapidito, rapidito. A veces le ayudaba con el itacate que había preparado para, almorzar: otras veces agarraba una vara y me iba por el camino raspando la tierra. Antes de llegar, nos sentábamos a la vera del ánimo ¡y a darle!, a almorzar. Terminábamos y luego, luego le seguíamos. Ya cuando caía el atardecer nos regresábamos.

¿Qué hay, en los triunfadores, a desde temprana edad se les desarrolla espíritu de la competencia?

No fue Pedraza la excepción:

Nosotros, chamacos de rancho, no teníamos ni idea de qué era el atletismo, pero desde chiquillos mis hermanos y yo organizábamos nuestras carreritas. Mi especialidad era correr entre los surcos que dejaba el arado. En esas carreritas sólo uno de mis hermanos mayores me ganaba, pese a que yo era el más chavalillo. Como era flaco, ágil y resistente, les daba buena pelea a los grandes, que estaban gorditos o no les gustaba tanto correr.

José Pedraza cursó la primaria en el Internado número tres, que se encontraba en las márgenes del lago de Pátzcuaro y proseguiría sus estudios en la Escuela de Prácticas Agrícolas en Guaracha, cerca de Jiquilpan, donde su afición por la actividad física se acrecentó.

Lo recuerda así:

- Me gustaba jugar basquetbol en una canchita que teníamos en la escuela, pero más me gustaba correr las carreras de 1,500 y 5,000 metros. Incluso, una vez que estaba en la Escuela de Prácticas, donde estudiaban pelaos más grandes, se organizó una competencia. Y ai voy corriendo a inscribirme. No querían dejarme correr, porque nomás tenía 13 años. Pero lo hice, a chaleco, y que les doy la sorpresota: quedé segundo en las dos pruebas que tanto me gustaban.

Pero en aquel rancho había poco qué hacer...

Las opciones a futuro no eran pródigas.

Y sí mucha la inquietud que corría, tan briosa como él mismo, por el interior de José Pedraza.

Había aprendido a admirar a aquellos soldados que patrullaban la zona, tan impresionantes dentro de sus verdes uniformes.

Le infundían un gran respeto.

Así que un día sin meditarlo mucho, dejó el pueblo y se inscribió en Transmisiones, en el Campo Militar donde, además de las labores castrenses que tanto le forjaron el carácter, podía practicar el deporte. Tenía apenas 15 años.

Por las tardes todo era basquetbol.

Los fines de semana: carreras, atletismo todo... ¡Hasta pentatlón! Salvo las pruebas con vallas y el lanzamiento del martillo, Pedraza lo practicó todo en pista y campo.

Y tuvo sueños inalcanzables.

Soñó en competir en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960.

Y se preparó intensamente para competir en steplechase , pero fue eliminado en las pruebas clasificatorias.

Soñó en competir en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.

Y se inscribió en las eliminatorias de las pruebas de 5 y 10 mil metros. En ambas quedó en cuarto lugar. Por poquito...

Pedraza:

- Yo ya tenía 27 años... Sentí que había perdido toda ilusión por representar a mi país en el extranjero... ¿Cómo sería posible? Los años se me habían venido encima.

Así, así, hasta llegar a Transmisiones, hasta el Plan Sexenal; hasta aquel sonoro grito con el vozarrón de Del Valle Alquicira.

Y una reflexión:

- Y sí, nos quedamos definitivamente con la caminata. Pero lo malo es que no sabíamos si lo estábamos haciendo bien. Ni el profe sabía, a ciencia cierta, lo que era la caminata y cuál era su técnica. Eladio Campos, José Oliveros y un muchacho de San Luis Potosí, de apellido Fabregat, tenían más conocimientos que nosotros.

Pero allí iban, los queridos soldadotes del profesor Alquicira, a toda competición.

Como ésta, en San Luis en abril de 1965, que se organiza con el fin de iniciar-una especie de eliminatoria para que surja el primer campeón nacional de esta disciplina, nueva para el atletismo mexicano pese a que desde 1956 forma parte del atletismo olímpico.

Pedraza:

- Fuimos a competir, pero la verdad es que ni siquiera sabíamos qué tipo de zapato usar. Yo me puse unos de ciclista, y cuando habíamos recorrido 18 kilómetros ya llevaba todo el empeine inflamado y el zapato me chacualeaba. Los deshice. Cuando me los quité me sangraba profusamente el pie derecho. Eladio ganó esa competencia y yo llegué en segundo lugar, nomás por puro corazón.

Ya. Vengan ahora los campeonatos nacionales.

Y venga ahora, por primera vez en la historia de estos torneos, la caminata.

Vuelve Pedraza a su patria chica, a su estado natal, porque los campeonatos serán disputados en la pista del estadio de Morelia.

Cuando aparece en la pista, le cobija una cariñosa ovación.

Pedraza, evocador:

- Me dio mucho gusto porque fui el primer campeón de caminata, nada menos que en mi estado y pese a que me atarugué la noche anterior.

Breve historia de un atarugamiento:

- Aquella era una época difícil. No teníamos muchos recursos económicos y menos como para alimentarnos bien. Así que cuando llegué a la concentración y me encontré con la abundancia, le entré con fe a los alimentos y comí tanto huevo con jamón, que como a eso de las 3 de la mañana no podía salir del baño. Tenía una diarrea tremenda y para evitar la deshidratación, antes de la prueba me bebí como tres litros de agua. Me sentía pesado, pesado... Pero aún así les gané. ¡Ya era campeón nacional!

UNOS JUEGOS EN SU FUTURO: LOS OLIMPICOS

Ya en ese entonces se hacían los preparativos para organizar los XIX Juegos Olímpicos, en México 68. Y para vencer la reticencia de ciertos países que temían a la altura de la ciudad de México, se organizaron las Semanas Deportivas Internacionales a celebrarse en octubre, como la Olimpiada. En las tres que se efectuaron -una por año, desde 1965- participaron atletas de reconocida calidad y experiencia. Para ellos eso fue una prueba; para nuestros atletas, una gran oportunidad de adquirir fogueo, enfrentándose a los mejores de cada especialidad. Para José Pedraza, una última esperanza. Que había llegado de la nada.

Allí estaba el flamante campeón nacional de caminata.

Pedraza:

- Participé en esa primera semana. Ya para entonces sabía un poco más de caminata porque, después de lo que nos pasó en San Luis Potosí, el profesor Alquicira le pidió a un amigo suyo que vivía en Chicago, que viniera unos días y nos diera algunas indicaciones. Era nada menos que el sheriff Tegermann, figura legendaria en los Estados Unidos porque fue uno de los que participaron en aquella famosa captura de Al Capone. El nos corrigió todo. Fue entonces cuando supimos que nos movíamos mucho, que gastábamos energía de más en el movimiento de cadera y en fin... En esa Semana Internacional finalicé en tercer lugar, superado sólo por los soviéticos.

Primer éxito en caminata.

Así que no somos tan malos en esta exótica prueba...

Pues hay que ver si es cierto.

Que se inscriba a la caminata mexicana en los Juegos Centroamericanos y del Caribe -1966 en Puerto Rico-.

Pedraza:

- Fue mi primer viaje fuera de México. Y era también, la primera vez que en este tipo de Juegos se disputaba la caminata. Nos programaron una prueba a diez kilómetros. Los cubanos y yo nos dimos un buen agarrón y al final les gané: mi primer viaje al extranjero y mi primera victoria internacional. Estaba feliz, sí, ¿y cómo no?

Pedraza registró un tiempo de 51:32,4 mientras que los cubanos Euclides Calzado y David Jiménez cronometraron, respectivamente, 51:34,4 y 52:17,8.

Iniciaba, así, la larga jerarquía de la caminata mexicana en el área.

Nadie lo sabía, nadie podía imaginarlo, pero con el tiempo ese dominio se extendería por todo el orbe.

En la II Semana Internacional, Pedraza volvió a ocupar el tercer sitio.

Y era ya tanto el interés por la marcha que en 1966, el Comité Olímpico Mexicano -por gestiones del general José de Jesús Clark Flores contrató los servicios del entrenador polaco Jerzy Hauslelber, quien poco después llegó a México como parte de un grupo de técnicos extranjeros -la mayoría poloneses- para hacerse cargo de la preparación olímpica de los atletas mexicanos.

En los primeros meses de 1967, ya con Hausleber al frente, el equipo nacional de caminata hizo su debut en los principales circuitos europeos.

NO SIN EL COBIJO DE MI BANDERA...

Pedraza:

-Llegamos a una competencia en el centro de alto rendimiento de Postdam, Polonia y surgió un problemón: en la ceremonia inaugural de la competencia ondeaban las banderas de todos los países participantes, menos la de México. Y de inmediato protesté. Mi formación de militar no podía permitir ese desaire. Mi actitud enardeció al público, que empezó a gritar y a insultarnos. "Mexicano mugroso", me han de haber dicho; pero cuando gané, todos me aplaudieron... Como la competencia fue de diez kilómetros y nos habían visto muy enojados, rápidamente se movilizaron y consiguieron una bandera mexicana. Total, que al momento de la premiación ondeaba en lo alto nuestro bello lábaro patrio... ¿Cómo competir en el extranjero sin el cobijo de mi bandera?

Después de Postdam, había sido programada una prueba en Varsovia.

Pero antes y como había tiempo, se atendió a la invitación hecha por funcionarios daneses y Hausleber envió a Pedraza, como único representante, a competir en un pequeño pueblecito cercano a Copenhague.

Pedraza:

-Hausleber me dio el boleto de avión y pues que me voy así, a la mexicana, sin hablar pero nada de inglés. Cuando llegué a Copenhague me preguntaron: "¿Qué idioma habla usted?" Y yo, muy orgulloso, les dije: "tarasco, purépecha y español". Buscaron a un gallego y entonces sí nos pudimos entender.

Luego Varsovia., Después la Unión Soviética.

Y una reflexión:

- Me di cuenta de que estaba progresando. Las mejores marcas en los 20 kilómetros estaban en una hora y 29 minutos y yo había hecho ya una hora y 30, que era uno de los mejores tiempos del año.

Y de las pistas soviéticas, el equipo mexicano viajó directamente a Winnipeg, Canadá, para competir en los Juegos Panamericanos de 1967.

Error, en opinión de Pedraza:

- Porque fue un viaje muy largo. Llegamos muy cansados y yo, en lo particular, no tuve tiempo para recuperarme y perdí la medalla de oro. Tuve que conformarme con la de plata

Siguiente destino: Chicago.

Y una confidencia:

- Nunca me ha gustado competir en Estados Unidos. Por esto: cuando estábamos allá, necesitaba hacer unas compras y como no hablaba inglés, vi a un paisanote y le pedí que me ayudara. El muy jijo me hizo señas de que no hablaba español. Y su rostro se me quedó muy grabado. ¡Si era más indio que yo!... El día de la prueba, cuando todo mundo se acercó a felicitarme por el triunfo, allí estaba él, condenado, hablándome en español. Sentí que la sangre se me subía a la cabeza y muy enojado, que lo mando allá, muy lejos...

Poco después en octubre, José Pedraza obtuvo su primera gran victoria: en la tercera Semana Internacional se impuso a los alemanes orientales Hans Reimann y Peter Frenkel -este último sería campeón en los Juegos Olímpicos de Munich, 5 años después

Trascendía, va, la fama de los andarines mexicanos

Y en diciembre de ese año, viajaron a Inglaterra.

La rubia Albion tampoco fue muy del agrado de Pedraza:

- Los ingleses no estaban muy convencidos de que yo caminara bien. Es más: como que dudaban que en México se hiciera caminata. Incluso, muy serio nos dijo un juez: " sabemos que existe México porque los españoles lo conquistaron pero, dígame, ¿dónde queda? Me enfurecí y entre gritos le dije: "mire, jijo de la tal por cual, si usted sabe leer y tiene dinero para comprar un libro, cómprese uno de geografía y deje de decir estupideces". Intervino otro juez: " y usted, ¿a qué viene?". Le contesté: "sinceramente, vengo a aprenderles, pero si puedo, les gano". Y el dulce sabor de la venganza: lo hice y en tres diferentes competencias: dos en Londres y otra en Lester.

Días después tuvieron que viajar a Roma, para que el presidente de la Comisión de Caminata de la FIA hiciera una evaluación de la técnica mexicana que según los ingleses, "estaba revolucionando la caminata"

Roma.

Aquellos sueños de la adolescencia.

Aquella frustrada ilusión por competir en a Ciudad Eterna.

Roma, la bella...

Pedraza:

Por supuesto que me importaba el chequeo pero, como apasionado estudioso de antropología e historia, conocer Roma era como un sueño. Lo visité todo. Pasé horas en el Coliseo. Por las noches me salía, solitario, a caminar. Estuvimos allí sólo tres días, pero los aproveché íntegros.

"México contaba ya con un respetable equipo de caminata, dirigido por un reconocido técnico, como Jerzy Hausleber y un grupo de fuertes competidores, encabezados por Pedraza, José Oliveros, Pascual Ramírez, Pablo Colín y Eladio Campos".

Por fin: el ya sargento Pedraza estaba en la antesala de los Juegos Olímpicos.

Recuerdos de alegría para él. Y también de profundo dolor:

- Para esas fechas yo ya estaba casado. Me casé en 1961 y mi esposa sufrió muchas privaciones. Eso me preocupaba y me dolía mucho. Y es que era paradójico: allí andaba yo, viajando por todo el mundo, comiendo bien, protegido médicamente y mientras tanto ella por acá, enferma, padeciendo lo indecible con mi raquítico sueldo de sargento. Murió en 1970 y aunque recibió las mejores atenciones médicas, nunca pude olvidar, nunca pude dejar de hacerme el reproche de que esos meses que pasé compitiendo en Europa me privaron de estar más tiempo con ella.

EL MOMENTO DE LA VERDAD

Y llegó el día olímpico: 14 de octubre de 1968.

El momento de la verdad.

Esa tarde, el estadio México 68 de Ciudad Universitaria lucía pletórico. Copeteadas sus tribunas.

Había expectación por corroborar si era cierto todo aquello que se decía de nuestros andarines. Los tres mejores de la prueba de 20 kilómetros -se competiría en un circuito diseñado en los terrenos de la Universidad, sobre piso duro, rocoso, impropio para la caminata estarían en liza: José Pedraza, José Oliveros y Eladio Campos.

El relato es del sargento Pedraza:
-Hausleber y yo estábamos seguros de que ganaría una medalla porque ya había vencido a los mejores, incluido Golubnichy, quien era muy famoso por haber ganado la medalla de bronce en Tokio y poseer las mejores marcas mundiales. Sabíamos de los riesgos, pero pensábamos que de acuerdo con nuestro plan de competencia, la prueba no iba a ser muy difícil. Pero nunca calculamos que, al salir del estadio, uno de los andarines iba a pisarme y a safarme el zapato. ¡Qué barbaridad! Cuando vi que el grupo se me adelantó como 40 metros perdí la cabeza. De otro modo, no hubiera cometido el error de eliminar esa desventaja de inmediato-, al subir por la rampa para salir del estadio. Ese jalón fue la muerte... Una burrada total. Competí tan a lo loco, que al llegar a los primeros cinco kilómetros ya estaba en la punta, con el grupo en el que se encontraban Golubnichy, Smaga, Reimann, el japonés Saito y el estadunidense Rudy Haluza. Iba al parejo de ellos, pero ni mi respiración ni mis pulsaciones estaban bien y poco a poco fui perdiendo terreno.

A los 12 kilómetros marchaba en el decimosegundo lugar, pero no me encontraba a mí mismo; parecía que no sabía caminar. Un grito de Hausleber me hizo reaccionar. Entonces apreté y paulatinamente empecé a mejorar hasta que en el kilómetro 16, pasé al tercer lugar, detrás de los soviéticos. En esos momentos me sentí feliz: "ya tengo una medalla... Pero voy por más". Estaba seguro de que los alcanzaría antes de la subida al estadio, pero entonces surgió otro problema: me tropecé antes de la subida y para no cometer un faul, tuve que hincar la rodilla en el piso. ¡Qué mala suerte!. . . Otra vez, cuando ya los tenía a unos cuantos metros, los soviéticos volvían a escapárseme. Perdí como seis metros, distancia que a esas alturas, es ya muy importante.

Cuando llegamos al estadio, ellos aprovecharon la bajada. Sabían que yo nunca me había distinguido por ser un buenazo para recorrer las pendientes, así que me vi forzado a dar más y más.

La llegada de los soviéticos a la pista causó, estupor.
La de Pedraza, un alarido.
La prueba se redujo, ya, a esos 300 metros

- ¡Vamos, mi sargento!...

- ¡Échele, Pedraza!... ¡Es por México! ¡México!, ¡México!, ¡México!..

El paso firme del militar era como un presagio de que aquella medalla no sería sólo de bronce.

Pedraza atacó con rabia.

Hay quienes dicen que violó los reglamentos de la caminata en esa violenta acometida final.

Lo cierto es que, centímetro a centímetro, Pedraza iba reduciendo la ventaja de los soviéticos.

Ya.

Es la primera curva. Smaga cede ante el brutal acoso. Es rebasado por Pedraza. Pero va tras él. Y el mexicano tras Golubnichy.

Pedraza:

- Cuando pasé a Smaga me dije: "sí puedo, sí puedo" y concentré mi atención en Golubnichy. Sentí que lo alcanzaba. Pude escuchar su muy agitada respiración. Pero en los últimos 50 metros él dio el resto; ese que yo había perdido cuando me pisaron y me desconcentré; ese que se me fue en el tropezón; ese que se me fue en los metros que perdí en la bajada... Y ya no pude alcanzarlo. Quedé a paso y medio de él, con una rabia infinita por no haber sido capaz de ganar...

Sólo dos segundos entre primero y segundo lugar; tres entre segundo y tercero:

Golubnichy cronometró una hora, 33 minutos y 58 segundos; Pedraza, una hora y 34 minutos; Smaga, una hora, 34 minutos y 3 segundos.

Pedraza agradecía la ovación frenética.

Pero lo hacía con un lamento interior:

- Me había preparado para ganar... Y comprendía que esa medalla de plata era la consecuencia de mis propios yerros.

Tres días después, la prueba de 50 kilómetros.

Una locura, dirá Pedraza:

- Un gran error en la programación. Otro error de mexicanos: el profesor Molina Celis las colocó tan cerca una de la otra porque nunca entendió que la caminata podía dar varias medallas a nuestro país.

A competir así, rápido, rápido, sin tiempo para recuperarse de todo el esfuerzo realizado 72 horas antes.

Pedraza:

- A los 22 kilómetros iba vomitando. Tenía deshecho el hígado. Sentía que todo se me movía. Cuando se me acercaban para darme indicaciones, ni las escuchaba. A los 40, una vez que me recuperé de la crisis que siempre se sufre en esta prueba, me encontraba en el sitio 32; cuando entramos al estadio marchaba en décimo y finalmente llegué en octavo lugar, a 17 minutos del ganador, el alemán oriental Christoph Hohne.

La medalla de plata de José Pedraza fue la única que México ganó en el certamen atlético de los juegos, en los que también destacó Juan Máximo Martínez, tan cerca él de las medallas de bronce: terminó en cuarto lugar tanto en los 5 mil como en los 10 mil metros.

¿Y después?

Después los festejos, los regalos...

-Y la amargura:

-A mí sólo me dieron un Rolex, que luego tuve que vender porque no tenía dinero para comer.

Ya era subteniente.

Pero tendría que volver a enfrentar aquellos añejos problemas:

Terminaron los Juegos y yo seguí en el deporte hasta que mi director, José Suástegui Salgado, un viejo general, me lo permitió. Debo decir que, si por él hubiera sido, yo jamás hubiera llegado a los Juegos. Mi general Marcelino García Barragán era quien directamente me extendía los permisos para faltar y competir. El sí entendía la posición que tenía nuestro país como anfitrión de la Olimpiada y que los mexicanos teníamos que hacer un buen papel.

Cuando, después de mis vacaciones, me presenté al cuartel a las 7:45 de la mañana del 22 de diciembre de ese nuestro año olímpico, el general Suástegui se me quedó mirando socarronamente y me dijo: "¡ah, qué muchachito, mire nomás qué bonito se ve! Vamos a ver si es cierto... ¡A ver, oficial de guardia, que éste reciba la guardia! ¡A ver si es tan bueno como dicen!". Recibí la guardia el 22, y el 23 quedé arrestado. Salí hasta el 17 de abril, nada más por sus pantalones...

Y yo me sentía tan mal allí arrestado, con mi esposa enferma y con la amargura de saber que mientras tanta gente estaba orgullosa de que yo, un humilde miembro del Ejército Mexicano, hubiera logrado una medalla olímpica, aquel viejo y ególatra general no podía aceptar que los jóvenes progresáramos y fuéramos famosos. En dos ocasiones me mandó a la prisión militar y a la tercera, me quería procesar. Hasta que hablé por teléfono con el gobernador de Michoacán, en ese entonces Carlos Gálvez, a quien pedí ayuda. El me escuchó y me dijo que personalmente hablaría con el general y que si éste no hacía caso, trataría el asunto directamente con el señor presidente Díaz Ordaz, con quien tendría acuerdo en fecha muy cercana. Sólo así me dejó en paz el viejo.

Pero estaba tan desanimado por todo lo que había sucedido que, pese a haberme ganado un lugar, ya no quise Ir a los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Luego murió mi esposa y pues menos. Me negué a ir a los panamericanos de Cali en 1971 y también a los Juegos Olímpicos de Munich en 1972. No había entrenado lo suficiente. Y no comprendía por qué no me habían dado todas las facilidades a pesar de ser, ahora, un subteniente y un subcampeón olímpico. Sabía que no estaría a la altura de las competencias, así que decidí quedarme y no hacer el ridículo.

Sus objetivos, entonces, fueron los de mejorar en su carrera como militar.

Lo hizo.

Primero fue ascendido al grado de teniente y desde 1977 pasó a ser capitán, cargo que ostenta aún.

Pedraza:

- Nada me moverá del Ejército. Soy un soldado. Y orgulloso de serlo.

Hay un dejo de tristeza en la expresión de éste, el inolvidable sargento Pedraza de redonda cara, morena y arrugada; de gruesos labios y ojos empequeñecidos, cuando dice con su ronca voz:

- Al deporte le di todo. Me gustó desde que era niño y jamás lo practiqué con desgano. Primero fui corredor y luego marchista y en todos esos años tuve satisfacciones y penurias, principalmente económicas pero, pues qué se le hace. . .

Luego reacciona. Y ya, sonríe:

- Mi mayor deseo es ver que los niños y, los jóvenes de nuestro país tengan, quizá como yo, una oportunidad para progresar. Yo la recibí cuando la creí perdida y la aproveché al máximo, con mucho coraje, con gran determinación de ser. Eso prueba algo: que somos capaces... Les diría a estas nuevas generaciones, que si optan por la práctica del deporte, lo hagan al máximo, gozándolo y que cuando representen al país lo hagan con empeño, con honestidad, con honor. Entonces sabrán que no hay nada comparable con ver izada nuestra bandera en el mástil más alto.

Duro el gesto en el mensaje final:

- Llegar a la cúspide deportiva no es fácil. Sin embargo, cuando se quiere y a uno le dan los medios para intentarlo, no hay que dudar. Hacen falta medallistas. Más y más. Hacen falta ejemplos en nuestro país. Podemos tenerlos. Decidámonos a ello.

Se cuadra el capitán Pedraza.

Un saludo militar en el adiós.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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