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Joaquín Capilla
Máximo ganador de medallas en México

México, D. F., 28 de octubre (apro).- De pequeño, Joaquín Capilla siempre soñó con ser médico o "apaga-fuegos". Luego, en la etapa de su adolescencia creció con el estigma de su propio padre, que de "guerrista y chambón" siempre se refirió a los cinco hijos. Chambón es la palabra que describe a las personas de escasa habilidad en el juego o los deportes, pero para Joaquín aquella expresión --que persistiría en su madurez-- no tenía otro significado que no fuera el "bueno para nada".

--Papá, ¿por qué no puedo hacer esto?

--Porque eres un chambón...

El golpe anímico de esta palabra casi cotidiana en el lenguaje del progenitor doblegó el espíritu de los hermanos Capilla Pérez:

"Mi padre (Alberto) no sabía que sin querer o por ignorancia nos calificó a sus hijos de buenos para nada, pues uno llega a ser nada en la vida: mi hermano quiso ser ingeniero y no se pudo recibir; yo quise ser arquitecto y no me pude recibir, y mi otro hermano pretendió ser contador público, y tampoco lo consiguió. Ninguno de los cinco hermanos nos recibimos profesionalmente porque nos dijeron que éramos chambones. Fue una maldición porque maldice, porque dice mal".

Pero casi siempre, en la vida el ser humano saca a relucir el verdadero talento. En el caso específico de Joaquín la historia le tenía reservado un lugar en el deporte nacional. El país perdió acaso a quien pudo ser un excelente arquitecto, pero aquel muchacho de espigada figura se bañó de gloria hasta convertirse en el máximo ganador mexicano de preseas olímpicas de todos los tiempos: medalla de bronce en Londres 48, plata en Helsinki 52 y preseas de oro y bronce en Melbourne 56.

Y algo más: fue cuatro veces campeón panamericano --hazaña jamás alcanzada por otro atleta nacional hasta la fecha--, seis veces monarca centroamericano y tres veces campeón de Estados Unidos en la modalidad de clavados.

"Es la vocación", refiere el aludido, alguna vez actor circunstancial en la película Paso a la juventud cuando las compañías de cine nacional intentaban sacar provecho de la fama del atleta y las salas eran abarrotadas por el público, que tan sólo con escuchar el himno nacional o el nombre de Joaquín Capilla --Joaquín Carrillo su nombre artístico en el celuloide-- se ponía de pie para aclamar al campeón.

En 1948, cuando trajo para México la presea de bronce, el héroe de la pileta recuerda que su primera expresión antes de viajar a Londres fue de asombro: "¡Qué bruto! Para qué me metieron en este lío, tan a gusto que estaba comiendo palomitas en el cine con mis cuates. Le suda a uno la espalda, se te suelta el estómago. Es una cosa tremenda, una pesadilla".

Pero cuando regresó a México en plan triunfador, el público se emocionaba entonando el himno nacional. "Hasta mi profesor estaba llorando". El maestro le dijo: "Joaquín, esto ya se lo merecía desde hace mucho tiempo".

De cierto modo, Capilla niega que su familia, en el caso preciso de su padre, le haya picado lo que él llama el orgullo, "pues es uno mismo el que trae la vocación. De niño sentía todas las noches que corría y que volaba. Luego descubrí que era un sueño, pero cuando me trepé por primera vez desde una plataforma de 10 metros llegó mi realidad. Ahí estaba yo a 10 metros de altura entre el temor y la angustia por saltar. Cuento: una, dos... híjole desde arriba se ve como si fueran 20 metros... Una, dos... no me pude lanzar".

El segundo intento llegó una semana después en el mismísimo Deportivo Chapultepec, un club hasta la fecha exclusivo de la gente adinerada. Y cuando al fin logró ejecutar el clavado, Joaquín Capilla sintió de pronto el deseo de regresar a su anterior disciplina deportiva, la natación, aunque ya estaba harto de practicarla y de llegar --no en el eterno segundo sitio-- siempre en el último lugar entre ocho competidores. "Si la alberca tuviera nueve carriles de seguro que me hubiese tocado siempre en el noveno lugar".

Así que Capilla siguió en la natación, "pero me echaba mis clavaditos de un metro, de cinco metros y con vuelta y media un mortal hacia atrás". Luego, cuando al fin "aprendí que volaba, pues era lo que soñé desde niño, encontré mi verdadera vocación, esa que no todo el mundo la tiene".

Dice que subir al podio de vencedores es el premio al esfuerzo, "la satisfacción del deber cumplido. Es un sueño cristalizado, pero nunca cuelguen las medallas a nadie antes de tiempo porque nadie tiene la seguridad de ganarla, en virtud que cualquier cosa puede fallar. El deporte es como la rueda de la fortuna: unas veces estás arriba y otras abajo. Nadie sabe cuándo es el día perfecto, así que debe estar preparado para todo, pero ganar y oír el himno nacional en el extranjero, o volver a casa con las manos vacías".

Joaquín Capilla, el chico que remontó la cascada de subestima del progenitor y llegó a lo más alto en los Juegos Olímpicos, charla como cuando era campeón olímpico. Y lo hace como si hablara en bronce, en plata o en oro:

--Esto es muy difícil de olvidar, sobre todo porque Estados Unidos había dominado todas las pruebas de clavados en las Olimpiadas durante 45 años. Estados Unidos siempre había ganado el primero, el segundo y el tercer lugar. Eran los dueños de los clavados hasta que aparecí en el 48.

"Después gané la de plata en Helsinki y la de oro y otra de bronce en Melbourne, Australia. Es decir, cuatro medallas olímpicas en 12 años, pero el día que gané el oro, todos los australianos me aplaudieron como si se tratara de un compatriota. Fue un privilegio haber escuchado el himno nacional, porque desgraciadamente sólo premian al primer lugar, pero los que hacen el mayor esfuerzo son los que no ganan las medallas. Eso ocurre en la actualidad con Ana Gabriela Guevara, en la que sus competidoras hacen más esfuerzos por alcanzarla. En cambio, Ana sale como si no hubiera corrido.

--¿Será difícil que algún atleta mexicano pueda igualar la marca de Joaquín Capilla en las Olimpiadas?

--No se pueden comparar los tiempos anteriores porque toda la tecnología ha avanzado tanto, que es increíble que los clavados se realizan ahora con un trampolín que es de un aluminio especial, fabricado con el mismo material con el que se construyen las naves espaciales. Entonces los clavadistas están botando hasta 40 o 50 centímetros más alto. Por ello gozan de mayores beneficios.

Lamenta la falta de una cultura del deporte en México

México, D. F., 29 de octubre (apro).- Hace rato que ha pasado los 70 años. Todos los momentos, cuando se habla de los medallistas olímpicos nacionales, resurge su nombre. Se llama Joaquín Capilla, que también se hizo clavadista movido por el impacto que le generaba su hermano mayor Alberto, primero en las preferencias familiares.

Para Alberto fueron las cosas nuevas: "Le regalaban el traje nuevo y yo lo heredaba, le daban el juguete nuevo y también lo heredaba". Así que se propuso ser el primero "para que me dieran las cosas, y hasta llegué a tocar el piano en aras de agradar a mis padres, pero no me hacían caso".

La otra parte de la historia lo llevó a la natación, que le resultó aburrida. "Siempre agarraba el octavo lugar porque eran ocho carriles", por lo que buscó un nuevo reto en los saltos ornamentales. En realidad, Joaquín no ejecutaba más que "paraditos" desde el trampolín y la plataforma, pero no sabía que a los 12 años de edad, aún siendo nadador, era seguido por los ojos expertos del gran maestro de clavadistas mexicanos, Mario Tovar, en el Deportivo Hacienda.

--¿Qué pasó contigo? --le preguntó Mario Tovar a Joaquín al verlo tan afligido.

--Que la natación me resulta reteaburrida. Siempre soy último.

--¿Y por qué no pruebas en los clavados?

--Pues sí, pero ¿quién me enseñará?

--Yo.

Ya no es aquel muchacho que a los 19 años hizo su presentación olímpica --la primera de tres consecutivas-- en Londres 48 y obtuvo la medalla de bronce en plataforma, y luego la presea de plata en Helsinki 52, y la de oro y bronce en Melbourne 56, en esta última a punto de haber cumplido 28 años.

Desde sus inicios siempre tuvo un espejo en quién mirarse: el regiomontano Gustavo Somohano, su ídolo, además de los hermanos Mariscal, aunque fue Somohano su mayor reflejo. "Era el único mexicano que se echaba tres vueltas y media al frente desde los 10 metros, y fue él quien me jaló en esta disciplina, porque el líder jala a su gente".

Son los líderes, insiste Joaquín Capilla, los que motivan a las nuevas generaciones "una cultura de educación física que, lamentablemente, no tenemos en nuestro país, cuando debe ser obligatoria, así como lo es la educación".

Explica: "En nuestra época Cuba no nos ganaba. Hoy nos hace pedazos. ¿Qué tiene Cuba que no tengamos nosotros, si hasta tenemos un poquito más de dinero? Lo que pasa es que Cuba tiene seguimiento de sus atletas y aquí no lo hay. Por ejemplo, vino Raúl González a la Comisión Nacional del Deporte (Conade) y puso una escuela de clavados, de natación, de caminata, pero al ser relevado por Nelson Vargas fue borrón y cuenta nueva, porque al no haber seguimiento no aprovechan a las personas que tienen conocimiento".

Joaquín ejemplifica que Estados Unidos aprovechó a su nadador Mark Spiks, "el único que obtuvo siete medallas olímpicas, le sacaron beneficio para que transmitiera su técnica a las nuevas generaciones, desde cómo dormía, qué sentía. Y a los cuatro años siguientes salieron cinco mejores que él y rompieron todos sus récords".

Se queja que cuando dejó la actividad deportiva no hubo autoridad que le dijera siquiera cómo poder encauzar a los nuevos valores de clavados, "cuando somos los que tenemos experiencia. Con decirle que cuando González llegó a la Conade (en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari), algunos medallistas olímpicos trabajaban de taxistas y otros no teníamos trabajo. Y es hasta ahora, después de 16 años, que estamos saliendo para hacerles llegar mensajes a los niños. Por eso cuando Ana Gabriela Guevara pare de correr, deben aprovechar sus conocimientos".

Expresa que el deporte mexicano ha sobresalido en las actividades de clavados, box y caminata, porque son disciplinas que de alguna u otra manera han sido ejemplos a seguir. "El mejor líder jala a los demás. De mi parte salieron Juan Botella (ganador de la única medalla en Roma 60), Alvaro Gaxiola y Carlos Girón, a quien le costó tres olimpiadas ganar la medalla de plata, y de ahí surgió Jesús Mena. Ahora están los entrenadores Jorge y Francisco Rueda aplicando las enseñanzas de Mario Tovar en Fernando Platas y Rommel Pacheco. Igual ocurre en caminata: primero salió el sargento José Pedraza y después vino Daniel Bautista, quien a su vez jaló a Raúl González y a Ernesto Canto, y éstos a Carlos Mercenario.

"Lo mismo pasó en el boxeo: el primer mexicano que ganó medalla olímpica en esta prueba fue Francisco Cabañas (bronce en Los Ángeles 32). De ahí surgió Juan Fabila, luego Agustín Zaragoza y Joaquín Rocha (ambos en México 68). Hay posibilidades de más triunfos en el deporte mexicano, lo que pasa es que sólo en México 68 fue cuando más se atendió al deporte. Se ganaron tres de oro, tres de plata y tres de bronce, pero jamás lo han vuelto a atender. Ahora, por lo general, sólo un mexicano trae medalla de Juegos Olímpicos porque nunca han aprovechado a los medallistas".

El deporte de México le debe mucho a Joaquín Capilla. ¿Cómo espera ser recompensado?, se le pregunta.

--No, no, no. Eso lo hace uno por la vocación, no por el dinero, que en mi época no existía. Ahora dan hasta becas, y es una desgracia que los atletas digan que si no se les pagan bien se van del país. Lo más importante es que hay becas para niños, porque es en la etapa de estudiante cuando más se necesita el dinero. Yo entrenaba en la alberca del Deportivo Chapultepec, vivía en la colonia Roma y estudiaba en la Universidad y no tenía coche para trasladarme de un lugar a otro. Hasta me quedaba sin comer con tal de entrenar. Uno es el que tiene que hacer los sacrificios cuando hay la vocación para llegar a ser. Pero no todo el mundo tiene esa vocación. Algunos la tienen para ser políticos o artistas. En fin, para gustos hay colores, pero en el deporte tiene uno que saber que puede triunfar para ser bien elegido en la disciplina.

Tiene 75 años de edad. Posee una memoria prodigiosa que le permite revivir cada pasaje como si hubiese sido ayer. A fines de los cincuenta y principio de los sesenta, vivió ocho años en Estados Unidos como clavadista profesional, hasta que allá por 1964 ya no pudo realizar más clavados porque se le perforó el tímpano de la oreja izquierda.

Ahora es un siervo del señor. "Tengo 16 años leyendo la palabra del Señor, estudiándola de día y de noche con la misma dedicación cuando fui campeón olímpico. Ya acabé mi maestría en teología y estoy haciendo mi doctorado en teología, y tenemos la unción de profeta, que no es el que dice que va a hacer las cosas, sino el que viene con mensajes de parte de Dios. Somos la unción del rey. Seremos reyes porque vamos a reinar con Él, porque si usted se muere ¿a dónde se va? Muchos no saben que hay una vida más allá que esta, que aquí todos estamos de paso y Dios nos ha comprado para la eternidad, y el que vive con esa esperanza, va a ver a Dios cara a cara".

Casi se le resbalan las lágrimas a Joaquín Capilla cuando habla de su nueva devoción. "Dice el mundo que todo tiene solución, menos la muerte, pero para nosotros, con Jesucristo, todo tiene solución, hasta la muerte".

Tomado de:

Ochoa Rincón, Raúl.
Joaquín Capilla: romper la maldición .
Proceso.
29 de octubre de 2003.

Ochoa Rincón, Raúl.
Líderes, los que motivan a las nuevas generaciones: Capilla.
Proceso.
30 de octubre de 2003.

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