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Joaquín Rocha Herrera
Medalla de bronce
México 1968
Boxeo

Febrero de 1967

Se acerca el gigantón, con toda timidez, hasta la recepcionista del Centro Deportivo
Olímpico Mexicano.

Perdone, señorita

Ella le mira, curiosa. -¿Dígame?

- Sabe, es que quiero representar a México en el boxeo de las Olimpiadas del 68.

Sin reponerse de la sorpresa, la joven acerca al visitante un documento en blanco.

- Está bien -dice-. Llene esta forma.

Ponga todos sus datos personales y su currículum vitae en el deporte.

- ¿Mi currículum?-... No, señorita, yo apenas voy a empezar.

Crece el asombro de la dama.

-Huy, joven... Aquí sólo aceptan al campeón o al subcampeón nacional. Si acaso, al tercer lugar, pero de ninguna manera a un principiante.

El mundo se le viene encima a Joaquín Rocha.

Pero, en ese momento, pasa por ahí el polaco Enrique Nowara, nada menos que el entrenador del equipo nacional de boxeo. La recepcionista advierte su presencia y lo llama a la pequeña oficina.

- Profesor -se dirige a él-, aquí está este joven. Dice que quiere representar a México en los Juegos Olímpicos, ¡pero que viene a aprender!

Nowara ve de arriba a abajo al mocetón.

- Estás fuerte... Vente a entrenar esta tarde-. No dice más.

Joaquín:

- Seguramente el entrenador pensó: "este muchacho no regresa", pero si lo hizo así, se equivocó. Porque en una maleta yo traía un pantalón blanco y mis tenis. Ya ni siquiera regresé a mi casa. Me entretuve curioseando, viendo pasar a los deportistas que iban a entrenar al CDOM y en especial, a aquellos que tenían cara de boxeadores, así, con la nariz chata. En la tarde me presenté en el entrenamiento.

Las miradas de curiosidad fueron, ahora, de los boxeadores para ese individuo, alto y fuerte, que se acercaba a Nowara.

- Aquí estoy, profesor.

Nowara no contestó. Empezó a dar indicaciones al grupo de veteranos del equipo olímpico, entre quienes destacaba Arturo Delgado, Ricardo Cervantes, Antonio Roldán, Antonio Durán y Agustín Zaragoza.

-Venga para acá, muchacho -dijo al fin-. Y cámbiese porque va a subir al ring...

Joaquín:

- Mientras los demás empezaban a entrenarse, que me cambio a toda prisa. Me lo prestaron todo: un calzón que me quedaba muy justo, guantes, careta, vendas; todo, en fin, para poder boxear.

Sin mediar pregunta alguna, Nowara indicó:
- ¡Súbase con éste! .

Ese "éste" era Enrique Villarreal, nada menos que el campeón nacional semicompleto en el pugilismo de aficionados. Un peleador que, obviamente, sabía mucho más que aquel rival inesperado, fuerte, pero verde, muy verde.

Joaquín:

Yo ni lo pensé. Que me subo pero pa' pronto. Y sucedió una de esas cosas que uno nunca sabe, pero mientras más me hacía llegar sus golpes, más me decía a mí mismo: "a éste le voy a dar uno, le voy a dar uno que ya verá". De repente, que me empieza a salir sangre de nariz y boca. Eso me irritó. No me aguanté más y me le fui encima. Lo arrinconé en una esquina y que le empiezo a tundir. Hasta que se cayó. Y estaba yo tan enojado que quería agarrarlo a patadas; tal vez lo hubiera hecho si es que no sube Nowara y me dice: "coraje no, coraje no". Yo le contesté: "pero si me estaba dando muy duro". Me dio una palmada en la espalda y me sacó del ring.

De inmediato, Joaquín Rocha fue rodeado por los demás boxeadores, que habían observado el improvisado combate. Un peleador como él, de 1.92 metros de estatura y 85 kilogramos de peso, no podía pasar inadvertido. Todos lo alentaron a seguir.

Joaquín:

-El profesor Nowara me aceptó en la preselección y desde ese momento el boxeo fue una obsesión para mí. Tenía que asimilar todo en el menor tiempo. Para mí, las 24 horas del día eran de boxeo. Sólo así podría llegar a los Juegos Olímpicos.

Llegó. Con apenas 11 peleas, pero llegó.

Y no sólo eso: Joaquín Rocha conquistó la medalla de bronce, en la división de peso completo.

Así como la palabra destino se escribe con tres sílabas, el destino de Joaquín Rocha fue escrito con una palabra trisilábica: de-por-te.

Estaría con él, en todo momento.

Desde su nacimiento mismo: es hijo del ex luchador profesional Florencio Yaqui Rocha.

El deporte se le presentaría en las más diversas especialidades -triunfó en cada una de ellas- hasta el instante aquel en el que decidió que había llegado el momento de retirarse como competidor activo, pero continuar como entrenador.

Lo paradójico es que Joaquín -quien nació el 16 de agosto de 1944, en Azcapotzalco- pasó gran parte de su infancia no en las pistas de atletismo o en las canchas, sino en cama, enfermo, o víctima de algún accidente."

Repasemos:

En cierta ocasión, al jugar con una reguladora en una tienda de la Conasupo, el aparato se le vino encima y estuvo a punto de fracturarle el cráneo.

Otra vez, en una guerrilla entre pandillas de infantes, recibió una pedrada en la ingle, tres meses en la cama.

La resbaladilla era uno de sus instrumentos predilectos para causarse daño: un día se deslizó de boca, no frenó a tiempo y se rompió los dientes; en otra ocasión, no vio que un metal estaba suelto y al pasar sobre él, en vertiginoso descenso, éste le abrió una profunda herida en el estómago.

¿Columpios? Cómo no: se fue de bruces desde las alturas y se fracturó la quijada.

Agreguemos varias enfermedades más que le obligaron a la postración y tendremos a un chiquillo alto y delgado, como una torre.

Joaquín:

-Y ya que mi padre era luchador, en aquella época del Santo, de la Tonina Jackson, de Black Shadow, Blue Demon y demás, se podía suponer que yo amaría ese deporte, sobre todo porque me gustaba acompañarlo a la arena o a los entrenamientos. Pero la lucha nunca me llamó la atención. Admiraba a quienes la practicaban. Pero hasta ahí. . . Y como para confirmarme esa impresión: un día, el Santo fue a la casa. Mi padre me había prometido que lo conocería el día de mi cumpleaños. Cumplí 9 años y ahí estaba, en mi fiesta, espere, y espere al Santo. De repente, me dice mi padre: "el Santo es ese señor", porque había ido sin máscara. Me desilusioné al verlo. Allí estaba, en persona, pero me gustaba más verlo con su máscara plateada. Sin ella era como cualquier otro...

En la primaria, el deporte predilecto de Joaquín fue el voleibol, en el que destacaba por su estatura, pero cuando ingresó a la secundaria se inclinó hacia el atletismo. Tenía 15 años y medía 1.85 metros y pesaba 67 kilogramos. Se especializó en pista y campo y su amor por el atletismo creció cuando, al inscribirse en la Preparatoria 5, su maestro fue Alfredo Araña González, aquel héroe inolvidable de la tribuna universitaria en los buenos tiempos del futbol americano.

Joaquín:

Me gustaba correr los 800 y los 1,500 metros. Un día, en la escuela, hice el heat más rápido, pero en la final me tropecé y caí, por no usar el zapato adecuado. Meses después me desquité: Meche Román me prestó unos picos, los primeros zapatos buenos que me calzaba para correr y con ellos gané los 800 metros en uno de los festivales estudiantiles Wilfrido Massieu, que se realizó en Ciudad Universitaria

De repente, el frontón.

Joaquín:

-Como tenía muy largos los brazos y además unas manotas, se me facilitó mucho jugar al frontón. Mi debilidad era la pelota vasca y en un tiempo fui considerado como el mejor zaguero de la República; incluso, en 1962 estuve nominado para- ir al campeonato mundial de pelota vasca, en la especialidad de frontón a mano. .. Una vez fui invitado a unos juegos de exhibición y allí derroté a varios de los mejores pelotaris, entre ellos a los mundialistas, unos muchachos de Xochimilco. Los vencí a base de poder y fuerza, pues pocos le pegaban bien a 40 metros de distancia del frontis.

De repente, el beisbol.

Joaquín:

- En ese frontón se encontraba Alejo Peralta, quien se me acercó y me preguntó si me gustaba el beisbol. "Siendo deporte, yo le entro", le contesté y me dijo que me presentara al día siguiente en el parque del Seguro. Fui muy temprano, con mi pantalón blanco y unos tenis. Cuando me dijeron que me pusiera el uniforme, me sorprendí. Les dije que así estaba bien: con mis tenis y con mi pantalón blanco y que se ríen de mí. Me llevaron a una tienda afuera del parque y me dieron el uniforme del Tigres, de primera calidad. Y luego, luego a las prácticas. Me mandaron al jardín central y la verdad, yo no tenía problemas para llegar la pelota a home .

Ni tiempo tuve para adéntrame mucho en las prácticas, porque esa noche había un juego crucial contra los Charros de Jalisco. Si los Diablos perdían automáticamente seríamos campeones. Cuando nos enteramos que los Rojos habían perdido, nosotros estábamos apenas en el quinto inning y estalló la alegría en el dogout .

Y como teníamos una amplia ventaja, yo creo que para probarme el Chito García me llamó al bat. Emergente por Ramiro Rubio, Joaquín Rocha, anunciaron. Tomé un bat 36, pesado, y ya me iba rumbo a la caja cuando se me acercó Ricardo Garza, coach en tercera y me dijo: "mejor toma un 35, de cuello de botella". Así lo hice y me encaminé a home . Pasaron dos rectas y las pellizqué. Entonces, Garza me preguntó que si podía batear a la zurda y yo, sin saberlo realmente, le dije que sí, porque me sentía mejor girando el cuerpo a la derecha, en un hábito de pelotari. Me cambié, pues y pegué un doblete. Fue mi única aparición al bat en aquella temporada, 1964-1965, que ya fenecía. Pero, eso sí, disfruté del título como si hubiera jugado todo el torneo.

Lo curioso fue que jugué sin que jamás me fuera pagado un centavo. Incluso, en una ocasión, un reportero llevó una revista especializada Super-Hit al deportivo Hacienda, donde también jugaba beisbol. Me mostró un artículo en el cual se me mencionaba como una de las mejores promesas del Tigres. Eso me molestó mucho. Entonces demostré que nunca me habían pagado y por eso, en 1966 dejé la pelota profesional.

De repente, el boxeo.

Joaquín:

- Como yo vivía en la colonia Roma, no era sino obligado que perteneciera al deportivo Hacienda. Un día, por pura curiosidad, fui a ver la final de un torneo de aficionados llamado Cinturón de Diamantes. Sucedió entonces algo muy curioso: en peso completo se habían inscrito sólo dos boxeadores, de los cuales nada más se presentó uno. Alguien, al verme grande y fuerte, me invitó a que peleara con el que estaba allí. Y le entré. Jamás me había calzado unos guantes. Me había peleado varias veces en la Prepa 5, cómo no, para defender a mis amigos, a quienes les pegaban los grandotes o los maloras, pero hasta ahí. Me prestaron las cosas y venga, pues, a pelear...

El nombre de aquel adversario se pierde en la bruma del tiempo transcurrido. De él sólo recuerda Rocha que era un hombre más bajo de estatura, regordete y con una vasta experiencia.

El combate no duró ni un round .

Joaquín:

-El pensó que me iba a agarrar por sorpresa y me tiró una izquierda volada que me pasó muy cerca de la cabeza. Me hice a un lado, lancé el derechazo y lo acabé en ese primer asalto.

Tenía 22 años y estaba en plenitud física.

Impresionaban su cuerpo, atlético y su elevada estatura.

Ya no era el chiquillo aquel que, tomado de la mano de su padre, lo acompañaba a las arenas. Al verlo nuevamente, el promotor Chavo Lutteroth le propuso que iniciara una carrera como luchador profesional. Le dijo que si le apenaba que lo vieran en público, podía con convertirlo en una nueva y sensacional maravilla enmascarada.

Rocha desechó toda proposición respecto de la lucha.

Había probado ya, el sabor del triunfo en el boxeo

Y quería más.

Así que, después de ese fortuito campeonato en el deportivo Hacienda, se armó de valor y con toda candidez se presentó en el CDOM.

Una tarde, camino a la Escuela Superior Comercio, donde estudiaba Joaquín Rocha, decidió comunicar la buena nueva a su tío, Gabriel Rocha -peso medio que ganó medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en El Salvador 1935- quien era entrenador, de pugilismo en el gimnasio Tíber.

- Tío, ya soy boxeador-, le dijo.

Acaso esperaba una sonrisa.

Pero el tío respondió con una burla:

- Tú qué sabes de esto... Vamos a ver ¿cómo te paras?

Rocha ya estaba molesto.

Perfiló una guardia, estrafalaria, desdibujada, como aquella que lo caracterizó durante los Juegos Olímpicos.

Y antes de que el tío volviera a reír, le dijo Joaquín:

Bueno, si tú sí sabes, no me critiques;

El tío Gabriel lo hizo.

Joaquín:

Empecé con las clásicas rayitas, a pararme, a caminar, a lanzar golpes, a quitármelos... Y por las tardes iba con Nowara y con el equipo. Tenía que asimilarlo todo. Incluso, servía de sparring a Delgado, a Cervantes, a todos.

Como que creían que era un buen costal.

-Pero cuando se les empezaba a pasar la mano, con un golpecito los ponía quietos. Ya lo sabían: me gustaba boxear con ellos porque les aprendía todo lo que podía, nomás que no se mandaran.

Allí iba, el gigantón, rumbo a los Juegos Olímpicos.

Aunque, más que un peso completo, Joaquín Rocha parecía un semipesado. Lo máximo que podía dar en la báscula eran 85 kilogramos.

¿Por qué no descender una división?

Rocha:

- Eso me lo propusieron, pero no acepté.

Les dije: "a mí déjenme comer como yo sé comer y olvídense de lo demás". Por una parte, era la envidia de mis compañeros, que veían azorados cómo comía carne y tomaba mucha leche. Eso me mantenía contento.

Inclusive, los cocineros me preparaban un buen lunch nocturno: pan, leche, fruta y una torta, por si me daba hambre en la madrugada... Pero, por otra parte, esa envidia de mis compañeros se convertía en ocasional regocijo, sobre todo en aquellos que tenían una dieta rígida, como Roldán, Delgado y Cervantes; Porque, como de vez en cuando sí me daba hambre, iba a mi locker a buscar mis guardaditos y ¡oh! sorpresa!, ya habían desaparecido. Ni les preguntaba al día siguiente. Con sólo verlos y poner cara de enojado, cualquiera de ellos se delataba. Les daba un coscorrón y olvidábamos el asunto.

No había tiempo para torneos. 0, al menos, no lo había para Joaquín.

Sus días se iban completos en el gimnasio. En eterno aprendizaje.

Por eso llegó a la III Semana Deportiva Internacional -México, octubre de 1967- con sólo dos combates disputados.

Joaquín:

- Esa vez gané sólo medalla de bronce, por culpa de Nowara. Me tocaba enfrentarme a un búlgaro, al que no le veía gran cosa, pero Nowara me mandó aguantar y aguantar cuando soltaba un poco las manos, inmediatamente me reprendía. Simplemente no me dejó pelear y perdí por clara decisión con ese búlgaro cuyo apellido no recuerdo. Fue mi primera derrota y doblemente dolorosa, no me derrotó tanto mi adversario, como la actitud del entrenador polaco, quien antes de comenzar el combate me dijo: "muchacho, si no puedes, tírate". ¿Cómo me iba a tirar?... Presenté pelea, pero casi con los brazos amarrados por culpa de Nowara.

Durante 1968, Joaquín sostuvo varios combates en Texas, en California y en la ciudad de México. Se impuso en todas. Pero, no obstante, su historial era uno de los más breves de cualquier púgil inscrito en el torneo boxístico de las olimpiadas de México 1968: 11 peleas, 10 victorias y una derrota.

Tendría, a cambio, una ventaja:

En virtud de que hubo muy pocos registros en peso completo y de que en México 68 se instituyó que se entregara medalla de bronce a los perdedores de los combates de cuartos de final sin que éstos tuvieran que ir a una pelea extra para dilucidar tercero y cuarto sitios, Joaquín necesitaría de solamente dos victorias para asegurar, cuando menos, una presea de bronce.

Pero, sólo dos victorias suelen ser demasiadas en Juegos Olímpicos y sobre todo para quien llega a ellos después de haber sostenido apenas 11 combates.

Rocha no era, pues, una esperanza boxística. Ni siquiera una leve esperanza.

Joaquín:

-Nadie confiaba en mí. Todo mundo creía que me iban a eliminar en la primera pelea. Pero...

Acción.

18 de octubre de 1968.

Noche de gran expectación en la Arena México.

Se presenta el peso completo mexicano.
Ya no acude Joaquín a acompañar a su padre.

Será a él a quien vea la gente.

A él, quien viste el uniforme nacional.

A él, quien saluda marcial y ve subir al ring a su adversario: el ghanés Adonis Ray, un hombre de negra piel, tosca mirada y poderosa, musculatura.

Joaquín:

- Me llevaba mucha ventaja en el peso y era difícil por sus conocimientos. Pero logré descifrar su defensiva y le clavé muy buenos golpes. Con uno de ellos, me acuerdo muy bien, un derechazo a la mandíbula, casi lo saco del ring . Y ya no quiso más. La pelea no fue muy emotiva, porque la dominé con toda claridad. La decisión fue a mi favor por 4-1.

Había dado ya, el primer paso.

Faltaba el segundo; el importante.

Así que, sin saberlo, aquel rubio holandés, Rudolfue Lubera, de impresionante físico, -aun-, que no tan alto como Joaquín-, se convertía en el enemigo más peligroso del todavía incipiente boxeador mexicano.

Joaquín:

- La gente pensó: "este güerito lo va a matar", pero se llevó una sorpresa. La pelea fue en corto y nos dimos muy buenos golpe Los dos. Yo tenía instrucciones de soltar más las manos; de sacrificar fortaleza a cambio de velocidad y precisión. Así lo intenté y por fortuna salió todo bien. La decisión fue muy apretada: 3-2 a mi favor y yo creo que se la gané por la serie interminable de cruzados de derecha que le conecté al rostro siempre que entró a la pelea en corto.

¡Medallista sorpresa!

¿Cómo, en México, donde no abundan lo pesos completos?

¿Cómo, con apenas 13 peleas y 24 años de edad?

Ahí estaba él, con el brazo izquierdo en alto, anticipando, desde ya, el momento de sentir una medalla descansar en su pecho.

Joaquín:

- Cuando le gané a Lubers, todo mundo, me felicitó. Y es que pocos, muy pocos, habían imaginado que yo podía ganar una medalla. Ya no digamos porque yo no era un dechado de técnica, sino, simplemente, porque no tenía experiencia alguna. Así que después de eso, cualquier cosa que sucediera ante el soviético sería ganancia.

Jueves 24 de octubre.

Noche de semifinales.

En peso completo: el estadounidense George Foreman contra el italiano Giorgio Bambini, y Joaquín Rocha contra Ionis Chepulis, de la URSS.

Joaquín:

- El sí que era un gigante. Era un poco más bajito que yo: medía 1.90 metros pero, a cambio, me aventajaba como con 30 kilos, no obstante que ese día me presenté con mi peso máximo: 85 kilogramos. Nunca me había enfrentado a un rival de su fortaleza, de su peso, de su experiencia. Y yo entraba y entraba y nomás salía rebotado. Era evidente que sus golpes me hacían daño. Fue así que, en una de esas, me pegó un opercot que me hizo trastabillar. Y en virtud de mi inexperiencia, me recargué en las cuerdas; el réferi supuso que ya estaba muy dañado y paró la pelea en el segundo round . Creo que si hubiera tenido más fogueo, más instrucción, hubiera podido llegar más lejos en esa semifinal.

Aquella final de peso completo presentó, pues, el duelo clásico: Estados Unidos-URSS. Pero Chepulis no fue rival para Foreman, quien lo noqueó en dos asaltos. Años después, el negro estadounidense llegaría invicto, al campeonato mundial de peso completo, al noquear espectacularmente a Joe Frasier en Kingston, Jamaica.

Joaquín:

- Cuando me entregaron la medalla, el día 26, fue mi gran noche. Fui el último deportista mexicano en recibir una presea en esos juegos y para mí eso fue un gran orgullo. Cuando estábamos en el podio recordaba aquellas palabras de mi padre antes de que empezara a entrenar en serio en el CDOM. Entró a mi recámara y me dijo: "el boxeo no es una diversión. Aquí te estarás jugando tu porvenir. Representar a México es lo máximo y tendrás que dar tu mejor esfuerzo por conseguirlo. No importa si ganas o pierdes; lo importante es que des lo mejor de ti". Pensé en él, en mi madre, doña Emma Herrera de Rocha, en mi país, en lo hermoso de ser mexicano, aquella noche en que mi bandera era izada.

Fue esa su auténtica recompensa.

Las otras, las materiales -afirma él-, no fueron tan importantes:

-En mi trabajo -contador en la SARH me aumentaron el sueldo y el presidente Gustavo Díaz Ordaz me proporcionó un taxi.

Se había escrito el punto final en un apasionante capítulo de su vida.

Joaquín Rocha comenzaba a escribir otro, que según sus proyectos terminaría cuatro años después, en Munich 1972.

Comenzó a entrenar para los Juegos Olímpicos.

Pensaba:

- Si aquí, sin experiencia alguna, gané medalla de bronce, con cuatro años de aprendizaje puedo superar mi actuación.

Apagada la euforia de los juegos de México 68, Rocha siguió trabajando por las mañanas y entrenando por las tardes en el CDOM.

Intervino en cuanto torneo fue posible.

En los Juegos Centroamericanos y del Caribe -1970, Panamá-, obtuvo la medalla de plata; en la final fue vencido por el cubano José Luis Cabrera, quien también había sido campeón cuatro años antes.

Sucedió lo mismo en los Juegos Panamericanos de 1971, en Cali, Colombia: llegó a la final, pero ahí fue derrotado por un estadounidense que posteriormente sería muy destacado en el boxeo profesional, en el que se le consideró como la nueva esperanza blanca: el rubio Duane Bobick. Otra medalla de plata para Rocha.

El daba como un hecho su participación en el torneo boxístico de Munich 72.

Joaquín:

- Pero de pronto, así como así, días antes de viajar a Alemania, el presidente en turno del boxeo amateur, el profesor Moisés Saldívar, informó que ningún peso completo iría a Munich. A nuestros dirigentes no les importó que yo hubiera ganado medallas tanto en Olímpicos como en Centroamericanos y en Panamericanos. Tampoco les importó acabar, de un plumazo, con ilusiones que me forjé durante casi cuatro años y el trabajo que desarrollé durante todo ese tiempo para ser tomado en cuenta. Esta situación me molestó mucho, me deprimió y decidí retirarme del boxeo.

De inmediato, las tentadoras ofertas de la promoción pugilística profesional le acariciaron la barbilla.

Rocha las rechazó:

- Aunque me ofrecían muy buen dinero, jamás acepté ingresar al boxeo profesional. Siempre pensé que el ser humano pierde su personalidad cuando ingresa a este deporte. La gente, principalmente los managers y los promotores, lo ven a uno más como un signo de pesos que como una persona.

Por otra parte, Joaquín tenía un empleo seguro -el ya mencionado, como contador en la SARH- y además era entrenador de boxeo en el Ejército, equipo con el que tuve, ciertos éxitos. Uno de sus discípulos, Elías Equihua, ganó el tercer lugar en el campeonato mundial militar -1974- en Carolina del Norte, Estados Unidos.

Es el hombre siempre sonriente, simple, natural...

Alto y fuerte, de andar desgarbado y sonrisa franca. El pelo, ensortijado, cae en cadena sobre la frente.

Gruesa la voz, cuadrado el mentón.

Joaquín Rocha, 22 años después: contador, instructor de boxeo.

Está casado con la señora María Magdalena Fonseca y tiene cuatro hijos: Ángel Joaquín, Laura Magdalena, Alejandro Antonio y Flor Verónica.

Y tiene, también, un gran orgullo:

- Yo no tengo que decir a mis hijos qué hice en la vida; eso es historia en el deporte mexicano. Ellos ven con satisfacción esa medalla, que es mi mejor tarjeta de presentación.

Joaquín, quien externa sus inquietudes:

- La experiencia indica que si nos ponemos a trabajar con los muchachos, con las nuevas generaciones, no sólo el boxeo sino todo el deporte volverá a dar buenos logros a México. Y tratándose en especial del pugilismo, nada más habrá de imaginar si, a pesar del poco apoyo que reciben surgen y surgen buenos peleadores, lo que sucederá cuando sean guiados al través de un programa serio, de alimentación, de seguimiento, de competencias.

Se despide Joaquín.

Y ya en el adiós:

- Tal vez hoy alguien juzgue que mi participación en los Juegos Olímpicos fue precipitada. Podría ser así, pero medito en dos cosas: cuántos mexicanos quisieron participar en nuestros Juegos Olímpicos y que yo no obstante mi inexperiencia, a base de trabajo y gran dedicación, lo conseguí en menos de dos años. Y fui más allá: gané una medalla, Me venció gente que me superaba en experiencia pero no en valor y en coraje por ver en lo alto el nombre de mi país. Eso, eso es lo que hace el deporte en los individuos...

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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