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Joaquín Pérez de las Heras
Doble medallista de bronce
Ecuestre
Moscú 1980

Joaquín Pérez de las Heras acababa de cumplir 11 años.

Y entonces montó a Arete.

Le habían dicho que tenía que cabalgar sobre los lomos de aquel alazán tostado que tan bien lucía al ser conducido por su primo, Ricardo Guash Jr., quien iniciaba ya en las competencias ecuestres.

Lo encontró Joaquín, un día, en la inmensidad de lo que fuera el rancho La Naranja -propiedad de don Manuel Ávila Camacho y ya entonces sede de¡ club Hípico Francés, que era administrado por su tío, Ricardo Guash. Este era también un gran caballista; podía ser seleccionado nacional. Sólo que, en aquel entonces, 1947, el deporte ecuestre era dominado totalmente por los militares. Ellos tenían la palabra. Y el poder.

- ¡Ven acá, Marra!-, gritó don Ricardo a su sobrino. -¡Vamos trépate en esta belleza y sabrás lo que es bueno!

Joaquín:

- Era realmente un supercaballo; un animal fortísimo, un tanque... Era un caballo muy agradable de montar, dócil, aunque siempre tuvo problemas con la ría.

No habría muchas oportunidades más de montar a Arete, caballo predilecto de Casimiro Jean, presidente del club.

Un día, en el Hípico Francés se presentó aquél teniente coronel llamado Humberto Mariles, ya famoso caballista, quien estaba a cargo de la selección nacional ecuestre que se preparaba con miras a los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Montó el militar a Arete. Y quedó prendado de él.

Joaquín:

- Le gustó tanto el alazán, que Mariles le dijo a mi tío: "si consigues que me lo presten ¡te llevo con el equipo a Europa!". Y mi tío, que nunca había sido seleccionado, que nunca había salido de México a competir, de inmediato habló con Jean, que era su gran amigo. Este cedió a Arete. Pero Mariles no cumplió su palabra: organizó su equipo y se fue sin mí tío; lo dejó colgado. Yo era un niño todavía, pero nunca perdoné aquel engaño.

Meses después, Mariles y Arete llegaban a la cumbre olímpica.

En la casa de don Ricardo Guash no hubo muchas sonrisas.

Joaquín:

- Yo quería mucho a mi tío, quien, al morir mi padre, 1945, no nos dejó en el abandono. Junto con mí madre y mis dos hermanos menores, Enrique y Leonel, nos fuimos a vivir a su casa. El fue un segundo padre para mí. Lo quería y lo admiraba. Por eso me dolió lo que le hizo Mariles y no me gustó que éste consiguiera la medalla. Entonces me fije dos propósitos: ser honesto en todos los actos de mi vida, y ¡conquistar una medalla olímpica!

Invertiría 32 años en lograr lo segundo.

Y no fue una; fueron dos las preseas que ofrendaría a la memoria de su tío.

Joaquín Pérez de las Heras, doble medallista de bronce: en salto individual y en el Premio de las Naciones, Moscú '80. Juegos de la XXII Olimpiada.

Retumbaba la voz, en un grito de doña Carmen de las Heras, por toda la casa:

- ¡Hey, Marra, ya estáte quieto!

Joaquín:

- Mi padre me llamaba Marramaquiz. Este era, al parecer, un gato muy travieso sacado de quién sabe qué fábula. Me decía así porque era un chiquillo incontrolable, siempre saltando aquí y allá, subiéndome en los muebles... No podía estar quieto ni por un minuto. Pero mi madre había aprendido que las voces de mando tenían que ser cortas y secas, así que cuando estaba muy enojada por alguna diablura, sólo me gritaba Marra... Y el sobrenombre se me quedó para toda la vida.

Joaquín Pérez de las Heras nació -por accidente- en Ameca, Jalisco, el 25 de octubre de 1936. Su padre, don Joaquín Pérez Villarreal, capitán del Ejército de ese lugar. Pero sólo viviría allí unos meses, pues su padre fue removido al Distrito Federal; posteriormente a Sayula, Jalisco, cuando Marra tenía 5 años; después a Oaxaca, a otro regimiento.

Joaquín:

- Esta situación era incómoda para mis padres, pues con tantos cambios la que más sufría era mi madre, quien no sabía a ciencia cierta en qué escuela me inscribirían. Así que, mientras vivimos como cuatro años en la ciudad de México, acudí a una escuela pública en la colonia Anáhuac. Ahí cursé mis tres primeros años de primaria, pero como nuevamente empezaron a comisionar a mi padre, él y mi madre tomaron una decisión: que estuviese interno y concluyera la primaria en el Colegio Williams, por Mixcoac, ya que mi madre decía que las escuelas de pueblo no estaban a la altura de las de la capital.

Interno el Marra, pues, apenas a los 7 años de edad.

Joaquín:

- Nunca me había separado de la familia, así que los primeros días fueron los más difíciles. La escuela era muy grande, por lo que tomaba tiempo hacer amigos. Me invadió una gran tristeza; sin embargo, al paso del tiempo, la vida en el colegio se tornó más interesante. Teníamos una especie de casino: en él había juegos, una mesa de boliche, dos de ping pong, y también pool y carambola; mesas para jugar damas, ajedrez... Y actividades deportivas complementarias. Jugué softbol, futbol y volibol.

Pero Marra no dejaba de ser, esencialmente, un chiquillo travieso.

Joaquín:

Lo más emocionante era salirse de la escuela; brincar una barda e irte ya fuera al cine o a caminar en aquellas calles, algunas empedradas, comprar nieve y regresar sin ser visto. Claro está, cuando nos cachaban otra parte, uno se portaba mal, el castigo era quedarse encerrado el fin de semana. A mí me castigaron una que otra vez, pero si nos portábamos bien, un profesor nos llevaba al cine.

El caballo no le había sido ajeno. Su padre militar de carrera, gustaba de llevarlo a las reuniones familiares entre soldados. Y ya desde los cinco años fue trepado a un pony. Paradójicamente, al morir su padre, Joaquín se adentró definitivamente en el mundo de la equitación

Joaquín:

- Cuando mi padre murió, mi madre mis dos hermanos menores y yo, nos fuimos vivir con mi tío, don Ricardo Guash, quien estaba casado con una hermana de mi madre era administrador del Hípico Francés, que estuvo en lo que hoy es Polanco. Pero cuando este lugar comenzó a fraccionarse para ser convertido en zona residencial, el club se pasó atrasito de la zona de panteones, en lo que era el rancho de La Naranja, propiedad de don Manuel Ávila Camacho. Ahí viví y los caballos pasaron a ser, para mí, una especie de juguetes Mis primos, Carlos y Ricardo, así como mis hermanos y yo, tuvimos los mejores caballos a la mano. Montábamos a ver quién era el que caía menos.

Joaquín cursó la secundaria en el Instituto Bachilleres, de jesuítas -que estaba Gelati, Tacubaya- y que posteriormente, crecer, se convertiría en el Instituto Patria donde Marra concluyó el bachillerato de cinco años.

Joaquín:
- Cuando regresaba de la escuela, inmediato iba a ver a los caballos. Los sacamos para que hicieran algo de ejercicio. Fue realmente la práctica lo que me ayudó a montar: ya después, mi tío me enseñó a hacerlo adecuadamente.

No fue pues, sino lógico, que siendo aún muy joven, Joaquín Pérez de las Heras empezara a concursar. Comenzó con una yegüita, Esmeralda, que pertenecía a uno de los socios del club. Pero fue con El Joven, también prestado, con el que obtendría su primer triunfo.

Joaquín:

- Antes no había tantos concursos como ahora, ni divisiones de infantiles, juveniles y mayores. Esa competencia fue en 1950. Estaba por cumplir 14 años. Y recuerdo una cosa muy simpática: ahí estábamos mi primo Ricardo y yo en el podio, por ocupar primero y quinto lugares, éramos dos pirinolas entre adultos.

La equitación en nuestro país gozaba en aquella época de gran popularidad y apoyo: el triunfo del equipo nacional ecuestre en la Olimpiada de Londres, 1948, hacía que los extranjeros quisieran competir en nuestro suelo; todos querían venir a aprender y se celebraron varios concursos en la capital y en Monterrey.

Joaquín:

- Después de las olimpiadas de Helsinki '52, los mejores acudieron a las competencias de Harrisburg, Nueva York y Toronto. Y, aprovechando perfectamente las magníficas relaciones que se hicieron en esos cuatro años después del triunfo de Londres, Mariles organizó un concurso hípico en lo que fue la inauguración del Auditorio Nacional. Se presentaron jinetes de Islandia, Irlanda, Francia, Canadá y Guatemala. Y, caso curioso: el certamen lo inauguró un presidente: Miguel Alemán, y lo clausuró otro: Adolfo Ruiz Cortines, porque el torneo coincidió con la semana del cambio de poderes.

Después de actuar en México, los jinetes se trasladaron a Monterrey, donde se presentaron en el concurso hípico en el estadio Universitario. Esto representó a Joaquín la oportunidad de participar, al menos, en las pruebas nacionales -disputadas previamente a las internacionales-.

Joaquín:

- Saltar ante los extranjeros y que ellos te vieran, ya era un gran premio. Pero lo mejor fue que gané un concurso nacional. Sobre Jerónimo, un caballo grandote, criollo, que salió de uno de los criaderos en Coahuila, aunque mi triunfo no fue muy bien recibido, porque en aquella época había cierto pique entre el Hípico Francés y la Asociación Ecuestre, que manejaba Mariles. No soportaron que yo ganara el primer lugar al derrotar a Eva Valdés, hermana de don Alberto, el medallista olímpico, cuñado de Mariles.

Poco a poco se fue operando el milagro y la equitación mexicana dejó de ser exclusividad de un sector. En la Asociación, Mariles había permitido la entrada de civiles, mientras que el Hípico Francés seguía su trabajo; además, la Secretaría de la Defensa, que había retirado su apoyo a Mariles, seguía promocionando concursos entre regimientos y contaba con el "equipo de los capitanes": Rubén Uriza, Víctor Manuel Saucedo Carrillo y Raúl Campero, quienes ya habían tenido diferencias con Mar¡les. Este equipo era ayudado, también por Gunnar Beckinan, un industrial que apoyó fuertemente a la equitación mexicana desde los tiempos en que Mariles fue designado jefe de equipo para la olimpiada londinense. Además, el también medallista Joaquín Solano Chagoya, comandante del regimiento en Chihuahua, hacía una gran labor en los criaderos.

PRIMER GRAN TRIUNFO: CARACAS '59

A la vista estaban los Juegos Panamericanos y del Caribe, que, tras la caída del régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, habrían de efectuarse en Caracas en enero de 1959.

Joaquín:

- Los buenos caballos del Francés se habían hecho viejos, así que tanto mis primos como yo nos pusimos a trabajar con caballos novatos. Uno de ellos era Can Can, con el que me colé entre los mejores en el selectivo con miras a esos Centroamericanos; pero como los marilistas trataban de que yo no fuera, diseñaron una prueba muy difícil que, con esa mugrita de caballo, no pude pasar. Aún así me ubiqué en sexto lugar. Mi primo Ricardo se colocó entre los primeros cuatro y ganó un sitio en el equipo. Los demás: Martha Cano y los militares Fernando Hernández Izquierdo, Jaime de la Garza y Muñoz Morales. Pero sucedió un problemón: la Secretaría de la Defensa impidió competir a los militares. Quedaron, así, dos lugares; salieron De la Garza y Muñoz Morales, porque Hernández Izquierdo ya estaba retirado. Entré, pues, de rebote, pero, en fin, ya era seleccionado. Iba a representar a México, por vez primera, en un concurso oficial. Sin embargo, mi mayor problema era que no tenía un buen caballo... Pero la suerte me acompañó: poco antes del viaje, Mario Pani Jr. me dijo que tenía un caballo que quería vender; lo vi, lo monté y me gustó. Era el Comodoro. "Después te lo pago", le dije. Así que llevé a Can Can y a Comodoro a Caracas en mi primer viaje internacional por avión. Al llegar, nos trataron de maravilla. Los organizadores de las pruebas ecuestres nos llevaron al majestuoso hotel Círculo de las Fuerzas Armadas, un sitio muy exclusivo construido durante el régimen de Pérez Jiménez. Los venezolanos nos decían que si Mariles los había tratado muy bien cuando fueron a México en 1954, ellos no se quedarían atrás. Eso si hizo muy bien Mariles: gustaba de ser espléndido y los jinetes extranjeros siempre tuvieron excelente trato en nuestro país, aunque aquí se debiera hasta la camisa.

Exito total: la prueba de salto individual fue ganada por México. Joaquín Pérez de las Heras -quien montó a Comodoro- y Hernández Izquierdo hicieron el 1-2. Medalla de oro, también, por equipos. Los vencedores: Pérez de las Heras, Martha Cano, Ricardo Guash y Hernández Izquierdo.

Joaquín:

- El equipo causó muy buena impresión; tanta, que nos invitaron a que nos quedáramos una semana más. Querían que nos enfrentásemos a todos sus jinetes: los que habían competido en los juegos y los que se habían quedado fuera. Total, que de 14 pruebas les ganamos diez; en las otras cuatro obtuvimos segundos lugares.

Y un motivo de orgullo para Marra:

- Gané en mi primera salida internacional. Por vez primera escuché nuestro himno en el extranjero y también vi izar nuestra bandera en dos ocasiones. Un sentimiento de orgullo nos invadió a todos.

Sin embargo, en 1960 la equitación mexicana descendió totalmente y por eso no compitió en los Juegos Olímpicos de Roma; no obstante, en noviembre se disputarían los concursos de Norteamérica... Y Pérez de las Heras atesoraba un sueño, una ilusión.

Joaquín:

En aquellos años ya se hablaba de que iban a demoler el Madison Square Garden... Y yo corría el peligro de no tener la oportunidad de competir en aquellos famosos torneos. si que me preparé como nunca para participar en ellos. Pero surgió otro problema: en esos meses se había creado la federación ecuestre con Luis Quijano, Pablo Jean, Gunnar Beckmann y José Antonio Gribbs y, por otra parte, existía la asociación que dirigía Mariles y que era la que reconocía la Federación Internacional. Mariles no tenía recursos para asistir y nos mandó llamar a Ricardo a Enrique Ladrón de Guevara y a mí. Nos dijo que nos iba a extender los pases, para que pudiéramos participar en esa gira, pero que no lo haría el capitán Rubén Uríza, también seleccionado.

- Como el capitán Uriza no podía ir, Enrique le pidió prestados los caballos ya que nosotros no teníamos muchos. Nos prestó a Perico y a Porfirio. Cuando llegamos a Harrilburg, Enrique -jefe del equipo- presentó al aval de nuestra federación; los organizadores dijeron que nuestros papeles no valían, pero que ya Mariles había enviado las acreditaciones. Entonces no participamos", les respondió Ladrón de Guevara. "Espérate", le dije Imagínese. Nunca había participado en esos concursos y ahora me lo impedían unos papeles. Pedí hablar a México con don Pablo Jean, le expliqué la situación y lo convencí. Don Pablo autorizó que participáramos, aunque por el, momento no reconocieran a nuestra federación; que no por eso seríamos traidores grupo.

Pérez de las Heras respiró aliviado.

Joaquín:

- Todo eso valió la pena. Y en qué. forma: ¡Ganamos la Copa de las Naciones en Nueva York!... Vencimos al equipo de Estados, Unidos, que días antes se había apoderado de la la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Roma, superado apenas por Alemania Federal.

Ricardo Guash, que tenía lastimado a Piel Canela, montó a Comodoro; Ladrón de Guevara, a Porfirio y Pérez de las Heras a Perico. Un gran caballo, pero tan delicado que si uno jalaba de más, cabeceaba y hacía perder el ritmo, así que me dije: "Lo voy a llevar con la punta de los dedos, como si las riendas fueran de papel"... Ricardo tuvo un cero y un 4, de Guevara, 4 y 0; Joaquín, dos recorridos limpios.

No obstante aquellas grandes experiencias, Pérez de las Heras no logró clasificar para la justa olímpica de Tokio '64. Siguió preparando caballos y participando en giras a Norteamérica. En 1966 se casó con Elisa Fernández, una excelente amazona, con quien procreó a Katia y a Joaquín; se separaron en 1975.

1968:

Cada vez más cerca, los XIX Juegos Olímpicos.

Los Juegos Olímpicos de México.

Joaquín:

- Don Raúl Salinas Lozano, padre de Raúl y Carlos Salinas de Gortari, quería que sus hijos fueran a Europa, que se foguearan, con el objeto de buscar su inclusión en el equipo olímpico. Así lo habló con Leopoldo Peralta, presidente de la federación, pero como ésta no contaba con mucha experiencia en viajes y concurso, se invitó a Saucedo Carrillo -que había formado parte de los equipos para los Juegos Olímpicos de 1948 y 1952- y a Manuel Mendívil Yocupicio, que era el jinete modelo de Peralta. Pero faltaba un tercero con experiencia. Peralta no me quería, pero don Raúl, que me había visto en una competencia cuando se inauguró Cocoyoc y quedó muy impresionado cuando en un desempate salté un murote a 1.90 metros, le preguntó: "¿Por qué no va el Marra?". Don Leopoldo tuvo que llamarme; a regañadientes, pero lo hizo. Yo tenía a Nancel, así que pedí permiso al señor Emilio Azcárraga para quien trabajaba adiestrando sus caballos, y nos fuimos.

- En general, la gira fue muy provechosa para todos, aunque Mendívil Yocupicio y yo sobresalimos. Gané un Gran Premio en Suiza y en un torneo de parejas, ahí mismo triunfé con Yocupicio. En lo que cabe a los hermanos Salinas les fue bastante bien, pues eran dos buenos jinetes, aunque todavía novatos. Raúl llevó a El Mexicano, un excelente caballo, mientras que Carlos tenía una yegüita llamada la Xihuitl. Allá compró al Agualeguas. En lo que ganaron fue en experiencia: como sabían hablar perfectamente el inglés y francés, aprendieron mucho al preguntar a los demás jinetes sobre sistemas de entrenamiento y formas de saltar.

El ingeniero Peralta había planeado conjuntar a este equipo, para que fuera base de la selección olímpica; sin embargo, esa decisión causó protestas. Los jinetes que no habían podido ir a esa gira presionaron de tal forma que a escasos días de la competencia olímpica se realizó una selectiva.

Joaquín:

- Nosotros regresamos felices de la gira. Los caballos habían tenido que permanecer en Nueva York, por la cuarentena y estaban descansados, sí, pero esa inactividad resultó finalmente perjudicial. Yo había llevado a Nancel y a Sam, al que vendí en dos mil dólares y, con tres mil más que me prestó Peralta, compré al Shannon Shainrock; me desprendí de un caballo que más estaba bueno para un recorrido en

Chapultepec y adquirí a un supercaballo, gracias a mi buen amigo, el brasileño Nelson Pessoa.

Las presiones surtieron efecto. De los jinetes que se habían preparado en Europa, sólo Joaquín Pérez de las Heras -sobre Nancel pudo lograr su inclusión. El equipo olímpico fue integrado por Ricardo Guash, Fernando Hernández Izquierdo y Joaquín y su esposa, Elisa Fernández de Pérez de las Heras.

Joaquín:

- Aquello fue más que un sainete de circo. El trabajo previo en Europa se vino abajo. Se le murió el caballo a Saucedo; a Yocupicio no le prestaron a tiempo una montura y a los hermanos Salinas no les fue bien, pues aunque sus caballos estaban descansados, habían perdido el ritmo de competencia. Nosotros debimos llegar y preparar a los caballos aquí, con calma; en vez de eso, tuvimos que hacer frente a esa selectiva, desgastante y absurda.

Esa fue la base.

Después se sumaría una inadecuada programación.

Resultado: fracaso.

Casi un estrepitoso fracaso.

El mejor clasificado mexicano fue Fernández Izquierdo. Joaquín: - Nos fue como en feria. ¿Por qué? Simplemente porque no pudimos sacar provecho de nuestra calidad de anfitriones. Me explico el país que organiza una Olimpiada tiene esa ventaja, porque hay mucho de política deportiva. Aunque se supone que el recorrido no se sabe sino hasta horas antes de la competencia en realidad en la ciudad sede sí se conoce y los jinetes locales se adiestran así para salir lo mejor posible. Aquí sucedió todo lo contrario y más aún: el diseño de la pista fue tan difícil tan malo, que incluso nos llamaron la atención. Esa pista era una trampota: 14 obstáculos sobre 750 metros.

Coincide con él el mayor Víctor Manuel Saucedo Carrillo, quien aún recuerda aquel obstáculo invisible: una valla mal trazada en la cual cayeron muchos jinetes; había, también, obstáculos muy delgados pintados con laca. De nada sirvió, pues, el asesoramiento de la Federación Internacional. En esa pista fracasaron jinetes reconocidos mundialmente, como el francés D'Oriola y los hermanos italianos Piero y Raymundo D'Inzeo.

Ya, ya pasé.

Ahora hay que mirar hacia Munich y sus XX Juegos Olímpicos en 1972.

En 1970 se produce una nueva gira a Europa. Viajan Joaquín y su esposa; Jesús Gómez Portugal y los hermanos Raúl y Carlos Salinas, quienes cuentan ya con más experiencia y con tres buenos caballos para concursar: Agualeguas, El Mexicano y Valedor.

Los caballistas nacionales realizan buenas montas en Francia y Alemania pero, sin duda, el mejor resultado es el cuarto lugar que obtiene la señora Fernández, con Eleonora: cuarto sitio en el campeonato mundial de salto femenil, en Copenhague.

Ese equipo se convierte en la base de la selección nacional que en 1971 compite en los Juegos Panamericanos -Cali Colombia y conquista la medalla de plata.

Y Elisa Fernández alcanza el triunfo en la prueba individual.


Estos eran jinetes y cabalgaduras:

Elisa Fernández, sobre Eleonora; Carlos Salinas de Gortari, en Agualeguas; Joaquín Pérez de las Heras, con Nancel, y el capitán Rubén Higareda sobre Acapulco IL Raúl Salinas de Gortari, con El Mexicano, suplente. Su entrenador: Rubén Uriza.

Ya estaban a solo un año de Munich.

Pérez de las Heras logra su clasificación.

Todo está listo...

Pero azota al país una epidemia de encefalitis equina y los caballos mexicanos no pueden ser embarcados a tiempo. La federación realiza gestiones para que en la capital de Baviera presten cárceles a sus jinetes.

Joaquín resume así su impresión de aquellas monturas:

- Buenas, sí, pero no para un concurso olímpico.

Los nuevos caballistas olímpicos son: Joaquín y su esposa, Higareda y Hernández Izquierdo. Como suplentes: Carlos Aguirre y Rubén Uriza Jr.

Munich 72: nada para recordar.

Si acaso: Joaquín y Elisa empatan en el vigésimo sitio y califican a la segunda ronda. Pero ya en la vuelta final y ante obstáculos de más de 1.60 metros, los caballos alemanes se niegan a saltar y son eliminados.

Y a esperar otros cuatro años...

En el camino hacia Montreal 76 son programados, en México, los Juegos Panamericanos de 1975, originalmente asignados a Chile. Joaquín no clasifica para competir en ellos.

Tampoco lo hace Fernando Senderos, quien, no obstante, finaliza con la medalla de oro en esa competencia.

Joaquín:

- Fue una victoria en la que hubo de todo: drama y mucha suerte. Sucedió así: Senderos había comprado, en una millonada, a un gran caballo: Jet Run. No obstante, quedó eliminado en el torneo selectivo. Pero faltando unos días para la celebración de los juegos, el capitán Higareda falleció, al parecer de un infarto, mientras montaba en el club El Popular. Senderos ocupó su lugar. Y, por esas extrañas cosas del destino, Fernando, que había sido ,incapaz de imponerse a sus propios compatriotas, acabó venciendo a todos los de su continente.

1976, que es año olímpico, encuentra otra vez a Pérez de las Heras en el equipo nacional.

El compite y no en la olimpiada de Montreal.

Lo explica:

- Yo andaba muy animado con una yegüita que se llamaba Lady Mirka, con la que gané el Gran Premio en Connecticut, concurso celebrado a unos días de la inauguración de los Juegos. Pero, durante el certamen de la Amistad, ya en Montreal y previo al Premio de las Naciones, Lady Mirka se dio un trancazo muy fuerte en la mano izquierda, y me quedé sin caballo. No pude participar en la prueba individual; competí en la de equipos, sobre Cancún, un caballo que me prestaron a última hora.

Pero me fue muy mal. Como a todos los demás...

EL ENCUENTRO CON ALIMONY

Alimony era un hermoso caballo que vivía en un rancho californiano. Su dueña se había quedado con él, ganándolo en un juicio de divorcio a su ahora ex-esposo, un rico agricultor, ganadero y criador de caballos. Alimony fue adiestrado por John Harris, uno de los mejores instructores del sur de Estados Unidos y amigo de Pérez de las Heras, a quien recomendó su compra.

Pero Alimony no era un caballo barato.

El que lo compró fue José Gómez Sáinz, quien -años sesenta fuera presidente de la federación ecuestre.

Pero el caballo estaba desperdiciado. Nadie había sido capaz de llevarlo al éxito. Alimony era montado por hijos de Gómez Sáinz o por Adolfo Lecuona.

Lánguidamente transcurría, en las caballerizas, la vida de Alimony.

Hasta que...

Joaquín:

- Como Juanito Gómez Sáinz no se acomodaba con él y Lecuona iba a salir de México, me recomendaron que lo pidiera. No fue difícil. A nadie le interesaba Alimony, así que empecé a montarlo. Rápidamente nos identificamos y que empiezo a tener éxito con él. Gané en la temporada regular aquí y quedé seleccionado para los Juegos Olímpicos de Moscú 1980.

Con Joaquín irían su primo Ricardo Guash; Gerardo Tazzer, Jesús Gómez Portugal y Alberto Valdés Jr.

Joaquín:

- Lo primero que hicimos fue planear una gira de fogueo a Europa. Normalmente se hace una excursión, pues el mejor entrenamiento es la competencia. Participar en cuatro o cinco pruebas diferentes es vital antes de un concurso tan importante como unos Juegos Olímpicos. Y así lo hicimos. Tuvimos una buena gira. Por lo que a mí respecta, empecé en Wulfrath, Alemania Federal. Alimony saltó bien, derribando una barrita aquí y una allá, pero mejor que eso: me enseñó lo que podía hacer; mostró sus facultades.

- De ahí nos fuimos a competir en Wiesbaden y el caballo saltó muy bien. En un desempate me quedé con el tercer lugar. Alimony había dejado boquiabiertos a todos; hizo gala de poder y tranquilidad. Y de un gran corazón.

Después pasamos a Aachen. Alimony saltó muy bien; algo excitado, pero muy bien. Empatamos seis jinetes, pero por un segundo ya no pude ir al desempate y quedé en sexto lugar, con una falta en mi primer recorrido y un cero en la segunda. Hacer esto en Aachen era muy satisfactorio, máxime que se trataba como de un campeonato mundial, pues participaron más de catorce países: los que sacudirían a Moscú y algunos otros, como Alemania, Estados Unidos y Francia, que no irían. Luego competimos en La Boulle, donde quedé en quinto lugar en el Gran Premio.

- Posteriormente fuimos al concurso de Lieja, donde Alimony se portó muy bien. Lo metí a la prueba de potencia y logré una pista limpia. Quedamos empatados tres jinetes, y saltamos hasta 2.10 metros. Ahí me retiré. Cuando subieron las barras a 2.20 metros, ya no quise exponer a mi caballo y me quedé con un buen tercer lugar. Estábamos ya a unos días de los Juegos Olímpicos.

El binomio Alimony -Pérez de las Heras estaba a punto.

MOSCU: DOBLE MEDALLISTA

29 de julio de 1980. Estadio Lenin.

Competencia de salto ecuestre: Gran premio de las Naciones.

El boicoteo estadounidense afecta esta prueba, como en ningún otro deporte. Se resienten notables ausencias: Estados Unidos, Canadá, Alemania Federal, Francia Inglaterra...

Por los resultados obtenidos en la gira previa a la Olimpiada, los jinetes mexicanos eran considerados entre los favoritos para adjudicarse la medalla de oro, ya que los países del bloque socialista nunca habían destacado en esta prueba.

Pero los soviéticos presentaron un equipo bien preparado y, además, aprovecharon muy bien su calidad de anfitriones. Aleccionaron perfectamente a sus jinetes sobre tipo de obstáculos y recorrido. Estos se llevaron la presea dorada con 20.25 puntos en contra.

Polonia, encabezada por Jan Kowalczyk, ganó la de plata con 56 faltas.

Y México, con Alberto Valdés Jr., Jesús González Portugal, Gerardo Tazzer y Joaquín Pérez de las Heras, la de bronce, con 59.75... Menos de una barra los separó de la presea de segundo lugar.

Muy atrás los demás países: Hungría con.. 124; Rumania, 150.50 y Bulgaria, 159.50.

Joaquín:

- ¡México no había ganado una de bronce; había perdido, por lo menos, la de plata!

Días después, la prueba individual:

Joaquín:

- Una medalla es una medalla; sin embargo, no estábamos conformes. Estábamos conscientes de que habíamos fallado.

Pero había otra oportunidad para él. Participaría en la prueba individual.

Domingo 3 de agosto.

El estadio Lenin vive las últimas horas de euforia olímpica. La prueba ecuestre individual cerrará los juegos de la XXII Olimpiada.

Hay esperanzas de que el mejor binomio mexicano, el de Pérez de las Heras y Alimony, pueda tener, por fin, la actuación esperada por todos. Son ya, 30 los años de experiencia del jinete nacional -con participaciones en tres Juegos Olímpicos: México, Munich y Montreal-.

Joaquín:

No me presioné, aunque sabía que tenía que ganar una medalla. Mi preocupación era Alimony: estaba muy excitado, nervioso, muy deseoso de saltar... Una reacción muy natural de los caballos. Lo único que podía hacer era darle confianza, dejarlo trotar un poco para no perder el control. Así lo hice, pero no se compuso. Tras mis dos recorridos terminé con 12 faltas. Tuve problemas con un obstáculo, un vertical que tumbé dos veces.

Al concluir los recorridos, el polaco Jan Kowalczyk, con Artemor, sólo tuvo ocho puntos en contra: medalla de oro. El soviético Nicolai Korolkow, con Espadrón, le siguió con 9.50: medalla de plata. Y, empatados, Pérez de las Heras y el guatemalteco Oswaldo Méndez Herbruger, con 12 faltas.

¡Había que ir al desempate!

Joaquín:

- Perder ante el guatemalteco hubiera sido la hecatombe. Nadie me lo hubiera perdonado.

El recorrido se recortó: ya no fueron 14 los obstáculos, sino sólo siete, aunque más altos. Y ahora el tiempo sería determinante. Lo fue...

Primero salió Méndez Herbruger, quien montaba a Pampa...

¡Pista limpia, con 43.59 segundos!

Tocó el turno al mexicano. Clavadas estaban en él y en su cabalgadura las miradas expectantes de cien mil personas. Eran los últimos suspiros de otra epopeya olímpica...

Joaquín:

- Solté a Alimony. Lo dejé ser. ¡Y saltó como nunca! Tan seguro, tranquilo y poderoso como antes. Increíble que, hasta ese momento, ya al final, respondiera de esa forma. En el último obstáculo oí el ruido del casco de una pata pegar en una barra, pero ya no voltee. Pensé que todo estaba perdido y acicateé a mi caballo. Casi desbocado cumplí los últimos metros. Cuando paré volteé a ver el obstáculo... No había caído... ¡Pero fueron cuatro segundos de angustia!

Sólo faltaba saber el tiempo realizado. En un tablero apareció la leyenda: 43.23 segundos. ¡Había ganado la medalla de bronce por 36 centésimas de segundo!

Ya. El podio. A olvidarlo todo...

Joaquín:

- Las medallas, como decía, nadie nos las iba a regalar; había que ir por ellas, ganarlas. Es mejor el primer lugar, por supuesto; sin embargo, ahí estaba yo, en el podio, con mi medalla de bronce y viendo nuevamente a la bandera mexicana en un mástil olímpico. Y ese fue para mí un momento inolvidable... Porque es entonces cuando uno se da cuenta de la magnitud de los Juegos Olímpicos y lo que para un país representa una conquista en ellos. Mil recuerdos venían a mi mente: pensaba en que estaba otra vez entre los triunfadores; recordaba aquellos momentos de 1959 en Caracas, el éxito en el Madison, la medalla de Cali '71 y ahora, por segunda ocasión, presea en Moscú... Victorias algo espaciadas, pero finalmente muy satisfactorias todas ellas. Pensaba, sobre todo, en mi tío, en don Ricardo, en el hombre que fue mi segundo padre...

Se extiende la verde pradera en este campo de adiestramiento en El Paso, Texas.

Trotan por doquier los briosos corceles.

Hace tiempo que Joaquín radica aquí. Es instructor y monta todavía. Dice que no tuvo caballos para competir en las justas de los Angeles y Seúl...

Joaquín:

- Pero una nueva ilusión llena mi vida: acompañar a mis hijos, Katia y Joaquín -18 y 14 años, respectivamente- en una olimpiada. Espero tener el tiempo suficiente para verlos competir. Montar con ellos sería lo ideal, pero estoy consciente de que es algo prácticamente irrealizable.

El cabello, ya ralo, es casi totalmente blanco. Transparente la sonrisa.

Hombre afable, directo, Marra se declara un apasionado del mundo de la equitación.

- Mi pasión es el caballo. Lo ha sido toda la vida. Seguirá siéndolo.

Caminamos por la pista ovalada.

Se sincera Joaquín:


- El caballo me lo ha dado todo: grandes satisfacciones, instantes de felicidad, viajes, relaciones, amistades.... El deporte ecuestre me ha servido en mi formación como ser humano; principalmente, me enseñó a ser derecho, honesto: jamás he cometido la mínima trampa. He sido honrado conmigo mismo y eso, que al final es lo más importante, lo aprendí siendo aún muy pequeño, gracias al caballo...

Relincha Good Bye.

Y es como su saludo al hombre que en ágil movimiento ya está en la silla de montar.
Espolea Joaquín al potro de nívea piel... Y se va al galope. Enfila hacia el primer obstáculo.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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