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Gustavo Huet Bobadilla
Medallista de plata
Los Ángeles 1932
Tiro

Año de 1932 en la todavía entonces romántica Ciudad de los Palacios.
Por los coloridos pasillos de la feria caminan tomados de la mano, inadvertidos, de no ser por esa vistosa gorra blanca, con un metálico escudo nacional al frente que porta él, una de tantas jóvenes parejas.

El es Gustavo Huet Bobadilla, 20 años, deportista, medalla de plata en la competencia de tiro con rifle a 50 metros, en los recientemente celebrados Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Ella es Luz Núñez, 15 años, novia, enamorada.
Pasan por el stand de tiro.
Bromea él:
-¿Quieres la exhibición gratuita de un campeón?
-¡Vamos!-, dice ella encantada.
Cinco centavos por doce tiros.
De pie los pequeños blancos, sobre plataformas de madera, a no más de 5 metros de distancia.
El arma es un destartalado rifle que dispara municiones.
-¡Tírale a los difíciles, a los clavitos!-, reta ella.
El se apresta. Apunta.
Ella espera expectante.
Dispara él. Una y otra vez. Caen algunos clavitos. Pero otros siguen de pie.
Se molesta él. Frunce el seño. -¡Otra carga!-, exige.
Pero se repite la historia: siguen erguidos, desafiantes, algunos clavitos.
De pronto, unos policías que rondan el lugar, se acercan y preguntan, agresivos, al hombre con el rifle en la mano:
-Oiga usté, ¿por qué trae esa gorra? ¿Dónde la compró?... Esa gorra nomás la pueden llevar los deportistas olímpicos y está penado que otros la traigan...
-Precisamente, oficial, yo soy deportista olímpico...
-¿Usté? ¡No me diga! A ver, ¿cómo se llama?
-Soy Gustavo Huet. Gané medalla de plata en tiro con rifle.
-¡No me haga reír! Se me hace que usté se robó la gorra. Ande, jálele pa' la delegación.

A ver si ante el juez nos cuenta la misma historia.

Ella se angustia.

El trata de tranquilizarla:
-No te preocupes. Espérame aquí. Esto se arregla en un dos por tres.

Efectivamente, minutos más tarde, los avergonzados policías acompañan a Gustavo Huet en su regreso a la feria.

- ¿Ya lo ven? -les dice él, ante su novia, en suave tono recriminatorio-. . . Les dije que era Gustavo Huet, el que ganó medalla de plata en tiro con rifle en Los Ángeles.

-Pos sí, mi jefe, pero, pos, ¿cómo íbamos a creerle si ya llevábamos un buen rato observándolo y usté nomás no tiraba los clavitos?

Ya estaba acostumbrado, Gustavo Huet, a trocar incredulidad por admiración.

Lo había hecho apenas un par de semanas antes -el 13 de agosto-, en un stand de tiro muy diferente a aquel de la feria: el stand de tiro de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Fue así:
La competencia de tiro, en esa Olimpiada, constó de únicamente dos pruebas: la de tiro con pistola -en la que el coronel mexicano Arturo Villanueva obtuvo el cuarto lugar- y la de tiro con rifle de pequeño calibre .22 cuerpo a tierra.

Hasta ella llegó Gustavo Huet.
Narran las crónicas de aquella época que la de tiro era, sin lugar a dudas, la más elitista de todas las pruebas olímpicas. Los tiradores -sobre todo los europeos- pertenecían a ricas familias de abolengo y algunos de ellos se presentaban a la competencia vestidos de frac, cubiertas las manos con blancos guantes; en los labios la inseparable pipa y a su lado un mozo de ayudantía.
Ya Gustavo Huet les había sorprendido:
¿cómo es posible que este mexicano acompañe su comida con café y no con vino?... ¿Cómo es posible que tome café, que duerma una siesta después de comer y que mantenga el pulso tan firme en los entrenamientos vespertinos?. . -
Pero cuando, ya en la competencia final, vieron tomar posición a aquel joven no tan alto, que cubría su cuerpo moreno con modestas ropas, y que portaba una vetusta carabina que contrastaba con sus modernas armas de competencia, dejaron escapar algunas sonrisillas burlonas.
Pronto tuvieron que mudar la expresión de su rostro.
Porque aquel mozalbete de apenas 20 años acertaba disparo tras disparo.
Con su vieja carabina firmemente pulsada, Gustavo Huet acumuló 294 aciertos. Y estaba ya en el primer lugar.
¿Medalla de oro?...
Los jueces revisaron minuciosamente cada tarjeta, cada blanco.
Y se produjo un largo debate porque los jueces, que al parecer no encontraban la perforación en un disparo del sueco Bertil Ronnmark, decidieron otorgarle, también, 294 blancos. ¡Empate en primer lugar! Medalla de bronce al húngaro Zoltan Hradetsky-Soos, quien logró 293 puntos.


A ronda de desempate, pues.

Dramática, intensamente dramática.
Porque Huet llegó nuevamente empatado con Ronnmark al último disparo, el 25. El sueco lo hizo bueno. ¡Huet lo falló!

Logró, no obstante, el honor de una medalla de plata y por sobre todas las cosas, el honor de hacer escuchar por primera vez en la todavía incipiente historia de los Juegos Olímpicos de la era moderna, el Himno Nacional Mexicano. Porque, oficialmente, tanto Ronnmark como Huet habían finalizado en primer lugar y así se registró en la puntuación.

Pero el oro se lo llevó el rubio Ronnmark, quien, al revisar aquella vieja carabina del mexicano exclamó:

-Si yo hubiera tirado con este rifle, no hubiera hecho nada. Este, comparado con el mío, es como para matar pajaritos.

Nadie, jamás, volvería a sonreír sarcásticamente cada vez que Gustavo Huet se tirara al piso con su vieja carabina al frente.

Gustavo Huet, el menor de una extensa familia de 18 hermanos, nació en la ciudad de México el 22 de noviembre de 1911. Sus padres: el abogado Adolfo Huet -de padres franceses- y doña Celsa Bobadilla, de ascendencia española. Fue la suya, una niñez feliz, sin angustias económicas. Porque su familia era de linaje. Tenía una inmensa casa en la esquina de Doctor Velasco y Calzada de la Piedad -hoy Cuauhtémoc-. Su abuelo, don Eduardo Huet, fundó la escuela de sordomudos en Brasil y posteriormente la de México. Su padre estudió derecho, pero jamás ejerció. Gustavo Huet murió trágicamente el 20 de noviembre de 1951... Apenas a dos días de su cumpleaños número 40.
Le sobrevive doña Luz Núñez, aquella damita que era su novia cuando sucedió el incidente de la feria. Con ella casó y procrearon tres hijos: Gustavo, Marcelo Humberto y Roberto Octavio.
Doña Luz está pensionada. Recibe del ISSSTE 105 mil pesos al mes y después de los sismos de 1985 se quedó sin casa. Vive con su hijo Roberto -ingeniero químico- en un departamento de la colonia Cuauhtémoc. Ahora tiene 71 años de edad, pero se mantiene fuerte -"gracias al deporte"-, siempre sonriente -"es la herencia de mi marido"- y con lucidez narrará, brevemente, una larga historia: la historia que no pudo ser contada por el propio Gustavo Huet.
Es, doña Luz, dueña de la palabra.
Concretémonos a escuchar.

Es suyo el relato:
- Conocí a Gustavo en la escuela y allí surgió nuestro romance. El cursaba preparatoria en otro colegio pero en el mío, donde yo estudiaba comercio, él daba clases de guitarra. La tocaba muy bien, al igual que la armónica y el serrucho, sí, un cerrote cualquiera, de esos para cortar madera. El lo doblaba un poco encorvándolo y lo tocaba con el arco de un violín. Su sonido era precioso, semejante al de un chelo.
- A Gustavo le fascinaba el tiro y como antes los deportistas no tenían ningún apoyo, él lo practicaba con Guillermo su hermano mayor, quien también fue a la Olimpiada, en el patio de su casa. Un día vio en el periódico una convocatoria al torneo selectivo para integrar el equipo de tiro que competiría en Los Ángeles. La idea le entusiasmó tanto que habló con mi cuñado y ambos se inscribieron. Su viejo rifle estaba tan acabado, que para concursar tuvo que atarlo en algunas de sus partes. . . ¡Y aún así ganó!
Eran los primeros días de julio de 1932. Gustavo y yo teníamos apenas un mes de novios. Y nada más me hablaba de su sueño de competir en aquellos Juegos Olímpicos. Sólo de eso. Recuerdo que me contaba que era la tercera Olimpiada; que las dos primeras, en Paris y en Amsterdam, habían sido una buena experiencia para el deporte mexicano. Fuimos de los primeros en saber que, pese a que el país no contaba con los suficientes recursos económicos, poco más de 50 deportistas irían a esos Juegos Olímpicos. Se decía que, como Los Ángeles estaba tan cercana, seria una tontería no asistir. No obstante, los periódicos de la época calificaban como desorganizada misión olímpica" a nuestra delegación.
Nos moríamos de nostalgia cuando llegó el momento de ese viaje a Los Ángeles. Yo no fui a despedirlo a la estación Colonia. Como ya dije, teníamos apenas un mes de novios y yo no frecuentaba a su familia. Y se fue. Pensé que me escribiría, pero no lo hizo. Estaba segura de que se había olvidado de mí. Y es que estábamos muy chicos: yo tenía 15 años y él estaba por cumplir los 21.
Por los periódicos me enteré cuando ganó la medalla. Los compraba todos los días. Me acuerdo muy bien de ese día, el 14 de agosto, cuando en los diarios apareció la noticia de que dos mexicanos habían ganado medalla de plata:
Paco Cabañas en boxeo y Gustavo Huet en tiro. De él decían: "Huet, segundo mundial en la Olimpiada". Y yo, claro, me sentía en las nubes, muy orgullosa de su actuación.
Tampoco fui a recibirlo. No me acuerdo por qué. Tal vez se debió a que llegó muy tarde. Lo que si recuerdo es que su familia le dio una gran fiesta de bienvenida. Y yo allí, en casa, nada más suspirando...
Al otro día me fue a ver. Mira -me dijo-, gané esta medalla. Es tuya". Y también me enseñó un anillo muy bonito que su madre le había regalado la noche anterior. Era su premio. Se lo quitó y me lo puso. Fue, de hecho, el anillo de compromiso, porque al mes nos casamos. Una boda muy sencilla pero muy bonita, inolvidable.
Gustavo, cómo no, estaba muy orgulloso de su actuación, la primera en el extranjero, sobre todo porque logró el reconocimiento de los tiradores europeos que tenían más, mucho más experiencia que él. Le enorgullecía su medalla, pero más le excitaba el recordar como fue obtenida. Siempre recordaba aquella frase final de Ronnmark.
El era un hombre muy sencillo. Sonreía en todo momento. Hombre bueno y apacible, la medalla no lo cambió para nada. Lo que sí cambió es que, como ya estábamos casados, tuvo que ponerse a trabajar. Ya había terminado su preparatoria. Quería ser ingeniero. Inclusive, se había inscrito en la Facultad. Pero tuvo que dar marcha atrás; primero, por los Juegos Olímpicos; después por nuestra boda. Entró a la policía, a la cual representaba en las competencias.
Gustavo era, en ese tiempo, también el mejor armero de México. Era muy hábil con las manos. Compraba armas usadas en La Lagunilla, las arreglaba y después las vendía. Una vez compró dos pistolas y extrayendo y uniendo las mejores partes de cada una de ellas, hizo una sola, a la que quería mucho porque con ella ganó varios torneos en México.
En 1935, tres años después de aquellos juegos, Gustavo volvió a Los Ángeles. Lo invitaron a una competencia y allá, el jefe de la policía, un tal mister Davis, le ofreció trabajo. Lo que en realidad quería era que Gustavo representara a la policía angelina en los torneos, pero Gustavo no aceptó, aunque el sueldo era muy atractivo, muy tentador. Gustavo le dijo: "No, mister Davis. Si alguna vez logro ganar otra medalla, el triunfo será de México, mi país". Davis no lo convenció jamás y no obstante, siguieron siendo muy buenos amigos.
En aquellos años, practicar un deporte no era fácil y menos el tiro, muy costoso cuando no se recibía el apoyo del sector militar. Gustavo tenía que hacer su propio parque. Con él aprendí a hacer balitas. Era todo un proceso que Gustavo lograba muy bien, porque de lo contrario no tendría con qué entrenar. Las balas buenas, las de fábrica, sólo las usaba en las competencias, cuando se las daban. De otro modo era imposible adquirirlas; nosotros no teníamos dinero para ello.
A principios de 1936 Gustavo entró a la Policía Federal de Caminos. Y nadie pensó en favorecerlo con ese trabajo. Entró como cualquier hijo de vecino. Traía su motocicleta y salía a la carretera, como todos los demás. Era muy feliz en su trabajo, no obstante que no tenía tiempo para entrenar. O mejor dicho, no obstante que, como una consecuencia de esas ilógicas envidias, sus superiores no le daban facilidades para entrenar. Lo terrible era que uno de esos envidiosos era precisamente su comandante, Miguel Aranda Díaz, quien se sentía terriblemente celoso de él. Le ponía los peores turnos para que Gustavo no tuviese tiempo de practicar. Quería evitar, a como diera lugar, que Gustavo destacase. Pero, aún así y a pesar de que a muchas competencias llegaba sin una adecuada preparación, mi esposo ganaba siempre.
Además, como eran civiles, tanto Gustavo como su hermano Guillermo tuvieron que enfrentar varios problemas con los militares que recibían, ellos si, todo el apoyo económico y quienes querían que fueran sus representantes los que participaran en los torneos importantes. Y así, no obstante que en los certámenes eliminatorios Gustavo y Guillermo conquistaban a pulso su lugar en los equipos nacionales, la milicia encontraba la manera de poner piedritas en el camino. Una de ellas estuvo a punto de causar que Gustavo no acudiera a los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936.
Hace una pausa doña Luz.
Tercia su hijo Roberto, quien explica el incidente:
-Mi tío Guillermo, quien tiraba con pistola, me contó que él había ganado la eliminatoria pero que no fue seleccionado. Que en su lugar había sido designado un militar. Que mi padre se indignó y declaró que si no corregían esa arbitrariedad él no iría a Berlín. Y como mi padre había sido medallista cuatro años antes, respetaron los resultados del torneo selectivo y, así, los dos fueron a Berlín.
La competencia de tiro de la Olimpiada tuvo lugar el 9 de agosto de 1936, en la capital alemana. En rifle, además de Gustavo Huet, el teniente coronel Álvaro García Taboada y el teniente Antonio García Almanza representaron a México.
Roberto Huet:
- Los europeos habían avanzado notoriamente. Sus armas eran magnificas y aunque en aquella época el gobierno del general Lázaro Cárdenas apoyó mucho al tiro, el armamento de la escuadra mexicana no se comparaba con el de los europeos sobre todo porque en esos tiempos de preparación para la guerra, la tecnología al respecto había avanzado mucho. Y en el tiro esto es básico.
No obstante, desde los primeros disparos Gustavo Huet se colocó en el grupo principal encabezado por el noruego Willy Rogeberg, quien finalizó con un perfecto 300 y conquistó la medalla de oro. Seis tiradores empataron en segundo lugar con 294 aciertos -extraña coincidencia: los mismos que don Gustavo alcanzara cuatro años antes-: Gustavo Huet, el húngaro Ralph Berszenyi, el polonés Wladyslaw Karas, el filipino Gison, el brasileño Trindale y el francés Mazoyer.
Todo mundo, pues, esperaba el desempate, como había sucedido en Los Angeles 1932.
Pero los jueces ignoraron la posibilidad de una ronda extra y sorpresivamente, dictaminaron que las medallas de plata y de bronce fuesen otorgadas a los representantes de Hungría y Polonia. La maniobra política había sido clara: eran países que podían jugar un papel muy importante para Alemania, en la inminente conflagración mundial.
Gustavo Huet fue relegado hasta el séptimo sitio.
Roberto Huet:
- Aquello, según nos explicaron, fue muy raro. Al parecer, los jueces celebraron un misterioso sorteo para dictaminar los lugares. Pero nadie tuvo acceso a él. Simplemente, los jueces hicieron el anuncio... Había sido una sucia maniobra de política y de racismo.
Actuación de los militares:
García Taboada finalizó en décimo lugar, García Almanza en el vigésimo sexto.
A pesar de todo esto y como sucedió cuatro años atrás, la delegación mexicana no regresó de los Juegos Olímpicos con las manos vacías. Conquistó tres medallas de bronce: la del boxeador Fidel Ortiz y las de los equipos varoniles de polo y de basquetbol.


MEDALLA DE ORO Y OJO MORADO

Vuelve la voz sonora, amable, de doña Luz:
-Gustavo siguió su vida de siempre: trabajando en la Policía de Caminos y compitiendo cada vez que le era posible. Había torneos clásicos como la Bala de Oro, en el polígono de Santa Fe, así como disputas de varios trofeos challenger. Lo ganaba todo. El era imbatible en México.
En 1938 nuestro país acudió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Panamá, y Gustavo fue seleccionado. Regresó con la medalla de oro en rifle y con un ojo morado...
Sucede que en Panamá querían mucho a los mexicanos y los alentaban en todas las competencias. Cuando Gustavo ganó su prueba, el público local lo vitoreó y fue muy festejado. Pero tuvo la mala ocurrencia de ir a la final del basquetbol femenil, un par de días antes de que los Juegos fueran clausurados. Le acompañó su gran amigo, el futbolista Toño Azpiri -el equipo mexicano de futbol fue campeón de ese torneo- y cometieron el error de sentarse al otro lado de la porra mexicana. Disputarían la medalla de oro el equipo de México, integrado casi totalmente por jugadoras de las Politas y la escuadra de Panamá. El gimnasio estaba lleno. El público esperaba una nítida victoria local. Sin embargo, las chicas mexicanas dieron brava pelea y en un juego muy disputado, empataron el marcador cuando el final se acercaba. Hubo una acción muy discutida y la mecha se encendió en las tribunas: comenzó una riña colectiva. De pronto Gustavo, quien era enemigo de las trifulcas, sintió un fuerte golpe en la cabeza y se desmayó. Después le dieron un macanazo en el ojo derecho, mientras que a Azpiri casi le desprenden la oreja con un feroz navajazo. Cuando la bronca acabó, ambos fueron llevados de emergencia a la enfermería. Y allí los curaron; muy bien, por cierto. Pero, mientras eso sucedía allá, los periódicos mexicanos publicaban que Gustavo había perdido un ojo; que estaba ciego. Yo me asusté muchísimo. Y ahora sí, estaba puntual en el aeropuerto para recibirlo, para ver cómo se encontraba. El estaba bien, afortunadamente. Llegó con un inmenso parche sobre el ojo y Toño con la cabeza vendada. Eso si, los dos muy orgullosos con su medalla de oro.

Dos paréntesis obligados. Para dos acotaciones.
Una: curiosamente, tanto en las ramas varonil como femenil, los equipos de basquetbol de México y Panamá permanecían con el marcador empatado, al aproximarse el final de los respectivos partidos por el título. Y en ambos se produjeron sendas broncas. Así que el Comité Organizador determinó que, en virtud de que no había garantías para el equipo visitante
-México- se declararía vacante el primer lugar. Las escuadras mexicanas y panameñas recibieron medallas de plata.

La segunda es de Roberto Huet:
- Como tirador, mi papá tenía una característica muy peculiar: tiraba con los dos ojos abiertos. Y como se sabe, por lo regular los tiradores cierran uno al apuntar. Es raro aquel que tira como lo hiciera mi padre.
La Segunda Guerra Mundial -1939-1945-, que vistió de luto al orbe entero, apagó la llama olímpica. El deporte mundial quedó en la. oscuridad. El regional también. Don Gustavo Huet mientras tanto, se dedicó a entrenar y a participar, en sus ratos libres, en el equipo de acrobacia de la Policía Federal de Caminos.

EL CHAMACO HUET

Doña Luz:
Decían que era tan bueno con la motocicleta como con el rifle. Desde que se fue a Los Angeles les dio por llamarlo El Chamaco Huet. También se esforzaba por pulir sus tiros de fantasía, con los que incrementó su fama...
Por ejemplo: en una ocasión fue a una competencia a Puebla y allí le pidieron que diera una exhibición ante el Presidente Manuel Ávila Camacho. Ahí estaba también el cómico Palillo. Mi esposo, que lo conocía bien, lo llamó y le dijo:
- Colócate aquí, muy firme, no te muevas.
Y le puso una naranja sobre la cabeza.
Y Palillo: -No, mano, pus como crees.
Gustavo, muy serio: -Tú nomás tenme confianza. Las balas son de salva. No te va a pasar nada...
- ¿Me lo juras?. .. Bueno, mi hermano, que conste...
Gustavo tiró y destrozó la naranja. Palillo se quedó tieso. No podía ni limpiarse la cabeza. Dijo después que sintió que se le caían los pantalones.
En otra ocasión, otra vez en Puebla y asimismo ante un Ávila Camacho, -nada más que este era Maximino, el gobernador-, Gustavo puso un puro en la boca de un soldado y se alejó unos pasos. El chiste era romper el anillo del puro, no destrozar el habano, como sucede a menudo. Y Gustavo lo hizo. Ávila Camacho se quedó con el puro y lo guardó como si fuera un trofeo.
También Roberto Huet quiere narrar una anécdota de su padre. Lo hace así:
- Un día, mi tío Guillermo, que era ingeniero y trabajaba en el reparto agrario, tenía que hacer un deslinde, una medición de terreno en la sierra guerrerense e invitó a mi padre a que lo acompañara. Cuando llegaron a Chilpancingo les dijeron que tuvieran cuidado, pues en la sierra se refugiaban muchos bandidos; les pidieron que fueran armados y que tuvieran muchísimo cuidado.
Total, se internaron en la sierra y allá bien adentro, tal como les fue advertido, un grupo de forajidos los capturó y los mantuvo incomunicados día y medio hasta que se dio cuenta de que no eran ni policías ni militares, y que sólo habían ido a realizar un trabajo topográfico. Los soltaron y les ofrecieron una comida en señal de desagravio.
- Me contó mi tío que los bandidos platicaban que un alemán había estado con ellos y que tiraba muy bien. Supongo que mi padre, de quien dicen era espléndido relatando anécdotas y chistes, les dijo que él había ganado una medalla olímpica como tirador. Así que al finalizar la comida, mi padre pidió permiso de sacar su pistola y ofrecerles una exhibición. A lo lejos se divisaba un naranjo. 'Me gustaría comer algunas naranjas; puedo tirar algunas de aquellas', les dijo. Ellos se rieron: ¿cómo cree usted que se las va a comer, si las va a destrozar con la bala?'. Mi padre les replicó: 'Hay que tirarlas, si, pero del rabito'. Y ellos, incrédulos. Hasta que mi padre comenzó a disparar. Y las naranjas a caer. Los gritos de júbilo siguieron a las exclamaciones de admiración. Total, que quedaron tan sorprendidos por esa extraordinaria puntería que los invitaron a otras dos comidas y después los acompañaron hasta que mi tío terminó su trabajo.


ABANDERADO EN LONDRES '48

Por sus méritos deportivos, Gustavo Huet fue elegido como abanderado de la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948. El primero de julio de ese año, el presidente Miguel Alemán le entregó el lábaro patrio en una sencilla ceremonia realizada en el parque Anáhuac.
Y así, Huet encabezó al representativo mexicano en el desfile inaugural de la justa, el 29 de julio, en el estadio de Wembley, ante el rey Jorge VI y poco más de 80 mil espectadores que cálidamente recibían a los deportistas de 59 países en aquellos llamados "Juegos de la austeridad", en tiempos de posguerra.
A Huet le fue concedido ese privilegio en una delegación en la que resplandecían los nombres de notables atletas mexicanos, Como Humberto Mariles, Rubén Uriza, Joaquín Capilla, Antonio Carbajal, Raúl Cárdenas, Clemente Nicho Mejía, Delmiro Bernal y Francisco Cabañas, el boxeador que conquistó para México la primera medalla olímpica y quien ahora acudía como entrenador del equipo de pugilismo.
Pero a don Gustavo, deportivamente, no le fue tan bien: ocupó el trigésimo sitio, mientras que sus compañeros Oscar Lozano y José Guadalupe de la Torre se situaban en los lugares 26 y 51 respectivamente, en una prueba dominada por los estadounidenses Arthur Cook y Walter Tomsen.

Roberto Huet:
- Esto no es una excusa, sino la realidad:
mi padre seguía tirando muy bien, pero la gran diferencia eran las armas. Había que imaginarse los rifles que tenían en ese momento, después de la guerra, los tiradores de Estados Unidos y de Europa.
Doña Luz:
Sus compañeros del 48 lo querían mucho. Le decían Sherezada porque de verdad los cautivaba con relatos y cuentos. Su plática era muy amena. Ahora era él quien tenía la experiencia y los deportistas más jóvenes siempre se le acercaban cuando necesitaban de un consejo... Le tenían mucha confianza, mucho aprecio.


...EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER

La charla va llegando a su final.
Arriba, ahora, al tristísimo capitulo en el que se hablará del fallecimiento del notable deportista.

Cuando doña Luz recuerda la forma en que murió su marido, sus tranquilos ojos se encienden por la ira y su voz se quiebra por una emoción no contenida. Todavía...
Dice así la dama:

- En la Policía Federal de Caminos continuaba la labor del comandante en contra de mi marido. La guerra contra él fue abierta. Nomás no le daban tiempo para entrenar. Y mucho menos para competir. Lo peor fue que, sin comprender que el daño se lo hacían al país y no a Gustavo, le negaron el permiso para participar en los primeros Juegos Panamericanos celebrados en Buenos Aires, en el verano de 1951.
Poco después de aquella amarga experiencia falleció mi marido. Fue a la una de la mañana del 20 de noviembre, cuando ya nos preparábamos para festejar su cumpleaños número 40. Murió atropellado, en cumplimiento de su deber como policía de caminos. Ostentaba ya el grado de capitán.
Fue así:
- Ese día a él no le tocaba el turno de la noche, pues había cumplido con el de la mañana. Estaba cansado pero como no había personal suficiente e iba a celebrarse la carrera automovilística Panamericana, le llamaron para que con otro compañero, se trasladara a la carretera de Puebla. Su misión era revisar la documentación de todos los transportes que salían de la ciudad y que llegaban a ella.
Su compañero le dijo que tenía mucho sueño y le pidió el favor de cubrir el primer turno mientras él dormía un rato. Mi marido accedió no obstante su cansancio... Ya era tarde cuando pasó un camión que iba a Puebla. Gustavo lo detuvo y revisó la documentación. Al concluir, observó que de Puebla venía otro camión a la ciudad y se dispuso a revisarlo. Pidió al chofer sus documentos. De repente, ¡Dios mío!, fue arrollado por un automóvil Packard que circulaba a gran velocidad conducido, en completo estado de ebriedad, por Abraham Kuri Zaiter, a quien acompañaba también perdido de borracho, Luis Aguilar Zavaleta. Mi marido murió instantáneamente, prensado entre el Packard y el camión.
Esos señores hicieron caso omiso de los señalamientos de advertencia, pues la carretera estaba en reparación. Incluso, había varios botes con fuego y más adelante, una aplanadora a la orilla del camino. Iban como a 120 kilómetros por hora, cuando se advertía a los conductores que no manejaran arriba de los 40. Se iban a estrellar con el camión que iba a Puebla y que había arrancado muy despacio. Viraron violentamente para evitar el choque, perdieron el control del vehículo y se fueron a estrellar contra el camión, contra mi esposo, que estaban al otro lado de la carretera.
Es inútil hablar del dolor.
Mejor es hacerlo del orgullo de haber sido su esposa.
Del orgullo de mis hijos por haber sido sus hijos.
Gustavo junior que en ese entonces tenía apenas 9 años, me daría las gracias tiempo después, por haberlo llevado al entierro de su padre. Me dijo que para él había sido un orgullo arrancado a la tragedia, escuchar los múltiples elogios que la gente hacía al recuerdo de su padre y recibir las muestras de cariño y de amistad que, no sólo sus compañeros y amigos le dieron en el adiós, sino también los propios camioneros... Porque mi esposo fue siempre un hombre caritativo, buen compañero y honrado como pocos. Era un policía, como lo puede atestiguar su gran amigo León Rivas Colín, muy respetado por los mismos camioneros, quienes, cuando no traían su documentación en regla y veían que él estaba de turno, de plano aceptaban su culpabilidad y la consecuente infracción. A muchos choferes, incluso, Gustavo les prestaba dinero para comer. Y siempre le pagaban...
Mi esposo fue, como tal, como padre, hijo, mexicano y deportista, un hombre ejemplar. Una muestra de que sin importar las condiciones, es posible triunfar y ser buen ciudadano; una muestra de lo que el deporte puede lograr cuando se forja un ser humano.

EL LEGADO DE HUET

Narra, doña Luz, una última anécdota de su marido.
La llama "el legado de Huet".
Dice:
-Mis nietas, Odelie y Paola Huet Bello, se presentaron un día en el CDOM. Querían aprender esgrima, pero les dijeron que no había lugar y les pidieron que dejaran sus datos por escrito. Cuando vieron que su apellido era Huet, les preguntaron si tenían algún parentesco con mi esposo. "Sí, fue nuestro abuelo; ganó una medalla de plata en tiro en Los Ángeles", dijeron las niñas. Y todo cambió de inmediato: "entonces, por supuesto que hay lugar para ustedes".
Actualmente ellas viven en Guadalajara. Odelie continúa con la esgrima; Paola prefirió la equitación.
Ojalá y no sólo ellas a quienes se atendió por ser familiares de un medallista, sino cualquiera que así lo requiera, reciba la adecuada atención y se impulse a todo aquel que quiera iniciar una carrera en el deporte... ¿Cómo, de no ser así, surgirán los Gustavo Huet del futuro?
Dicho esto, cierra doña Luz el dorado libro de sus recuerdos.

Gustavo Huet Bobadilla es el único tirador mexicano que ha ganado una medalla olímpica. Su nombre aparece en las placas alusivas a esta especialidad, en el Salón de la Fama del deporte mexicano.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero, 2004.

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