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Héctor López Colín
Medallista de plata
Boxeo
Los Ángeles 1984

Principios de mayo de 1984...

Desde hace 10 años vive en Glendale, suburbio de Los Ángeles, aquí, donde en tres meses se disputarán los juegos de la XXIII Olimpiada.

Y es, sin duda, el mejor peso gallo en los Estados Unidos.

Nadie como él para integrar el equipo olímpico que defenderá los colores de la Unión Americana.

Pero no lo hará. Por dos razones:

La primera: tiene tan sólo 17 años.

La segunda: acaso su edad no sea determinante pero este peleador, al que apodan Huracán, se llama Héctor López, nació en la ciudad de México y conserva su nacionalidad.

Imposibilitado en el equipo de Estados Unidos.

Desconocido en México.

No hay posibilidad de cumplir el anhelo de pelear en los Juegos Olímpicos.

Héctor López Colín decide, entonces, acelerar su inminente ingreso al boxeo profesional.

Es ese su panorama al afrontar esta noche en la Sports Arena, un compromiso más en su ya larga carrera: la final de un torneo citadino. La ganará, por supuesto; su calidad es mucha. Boxea como un profesional; elude los golpes y contraataca con dos armas mortales: sus disparos son de lo más certeros y llevan el letal mensaje del nocaut.

Pero esta noche habrá de cambiar radicalmente su vida.

Porque al dar comienzo la función, el anunciador ha comunicado al público que entre los presentes se encuentra nada menos que el mexicano José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo. Y el hombre que rige los destinos del máximo organismo boxístico es, desde hoy, uno de los más fervientes admiradores del boxeador mexicano radicado en Los Ángeles. Y es tanto su fervor, que habla de él con Raúl Ratón Macías, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur Macías se deja llevar por el entusiasmo de Sulaimán.

Espera, espera un momento... ¿Héctor López, dijiste?

- Así es...

Revisa el Ratón un calendario.

- ¡Aquí está!. . A finales de este mes tenemos un dual meet contra una selección de California, en Santa Ana. Y ese muchacho del que hablas va a pelear contra Edgar García, nuestro preseleccionado olímpico en peso gallo. ¿Qué mejor oportunidad para verlo en acción?

Al día siguiente y en las instalaciones del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, Macías sostiene una informal conferencia de prensa con algunos reporteros habla con optimismo del chamaco mexicano que vive en Los Ángeles, que tiene un récord espléndido de casi 80 peleas como amateur, que estaría dispuesto, ya lo ha comprobado mediante una entrevista telefónica a representar a México en la ya tan cercana Olimpiada y que en unos días enfrentará nada menos que a Edgar García, campeón nacional en peso gallo.


-¿Y si gana?-, pregunta un reportero a Macías.

- Habrá ganado, también, un lugar en el equipo.

Finales de mayo de 1984...

Santa Ana, California. Dual meet: preselección nacional mexicana contra selección californiana.

Peso gallo: Edgar García, por México, contra Héctor López, de California.

Nocaut en 45 segundos: combinación de gancho de izquierda abajo y remate con la derecha sobre la mandíbula. Edgar García cae. Se levanta en malas condiciones. El réferi detiene el combate.

Al día siguiente en México, Raúl Macías informa que oficialmente Héctor López ha sido invitado a formar parte de la preselección mexicana.

Pero la noticia causa estupor y controversia.

- ¿Cómo es posible? -preguntan ciertos funcionarios del deporte amateur- que con sólo una pelea Héctor López haya, ganado una oportunidad por la que han luchado decenas de boxeadores en nuestras propias fronteras-

- Pero venció al campeón Y él también es mexicano.

La controversia finaliza con un acuerdo:

Habrá revancha entre García y López -porque, además, Edgar alega que el réferi se precipitó en Santa Ana-. El ganador será seleccionado nacional.

Se programa la pelea, a puertas cerradas, en el propio CDOM. Vuelve, pues, Héctor López a su tierra, ésta, que dejó definitivamente siendo apenas un chiquillo de siete años.

Y se apresura a declarar en su llegada:

- Vivo en Los Ángeles, efectivamente, pero jamás he dejado de ser mexicano.

Poco qué contar de aquella revancha:

Primer round de clásico estudio, de marcar distancias. López luce su precisión en el jab.

Segundo round explosivo: acorta López los espacios. Asume la ofensiva. Finta con la izquierda el gancho abajo. García baja la guardia. López dispara la derecha, arriba, cruzada. García cae. Es noqueado por segunda ocasión.

Héctor López se convierte, desde ya, en seleccionado olímpico mexicano.

Mediados de agosto de 1984...

Baja del ring Héctor López.

Se mezclan en su interior todo tipo de sensaciones.

Se dice despojado de una clara victoria.,,

Pero entonces sube al podio y todo cambia.

Ve izar la bandera tricolor.

Siente, sobre su pecho, el ardiente calor d e la redonda placa metálica revestida de plata.

La ofrenda a México.

Le dicen el Cebollo a Héctor, el menor de los López Colín. Por chillón.

Y llorar no es tan bien visto aquí en la bravura de la colonia Romero Rubio, tan cercana a la Morelos, tan cercana a Tepito. Aquí la cosas se arreglan a golpes, no con lágrimas

Pero el Cebollo sigue llorando.

Y es tan diferente a los demás.

¿Por qué le gustarán tanto los perros?

Tiene 4 años -nació el primero de febrero de 1967-. Y ya sus padres, Salvador López, y Alma Lucinda Colín, han decidido separarse.

El no lo comprende.

Su pasión son los perros. Los recoge en la calle, los baila, los alimenta, los cura en mucha! ocasiones y luego se le escapan. No hace mucho que buscando uno de ellos, se salió de casa de su abuela y sin quererlo llegó hasta el aeropuerto. Allá lo encontró al caer la noche, angustiado, su hermano Salvador.

Tampoco comprende este viaje intempestivo a la ciudad de Los Ángeles. Sólo escucha a su madre cuando ésta se dirige a sus hermanos Jesús y Miguel Ángel Colín:

Voy a ver si con Martha -la cuarta hermana- puedo abrirme un nuevo camino

Doña Lucinda regresa a los pocos meses. No ha podido encontrar trabajo por irregularidades en sus papeles migratorios.

La pasión de Héctor es ahora distinta- la lucha libre.

Ya no será el Cebollo. Ahora es un chico de carácter explosivo.

Héctor:

Decían de mí que era un chico listo y desconfiado; que no me dejaba de nadie. De lo que sí definitivamente me acuerde es de que era un niño diferente.

Su ídolo es el Santo.

Lee los libros de historietas del platinado Enmascarado de Plata.

No se pierde una sola de sus películas por la televisión.

Ya tiene 5 años y acude al kinder. Una tarde, al regresar, informa a su madre:

- Mañana no voy a ir a la escuela, mamá.

- ¿Por qué?-, pregunta ella.

- Porque me peleé con un niño que dice que su papá es luchador profesional. Y que me lo va a echar.

Interviene el tío Jesús:

- ¿Está muy grandote?

- No...

- Pues vuélvetelo a sonar y dile que tu tío es el Santo.

Abre desmesuradamente los ojos el chiquillo.

¿De veras?...

No hay limite en su admiración por el santo.

Con lo que gana en sus funciones de teatro guiñol -en una Navidad, su abuela les regaló el cartón y dos muñecos; Héctor y su hermano Roberto montaron una función; atraían a los chiquillos del barrio, cobraban 20 centavos la entrada y como única inversión pagaban un peso a otro chamaquito que tenía la voz chillona, para que personificara a la mujer- ha comprado una máscara plateada con la que cubre su rostro, trepa por el muro de la barda y desde una altura aproximada de dos metros, emulando a su ídolo se lanza al vacío. Su intención es atrapar los tendederos -¿acaso lianas salvadoras en la inmensidad de unos árboles selváticos?- pero éstos se rompen y el niño enmascarado aterriza sobre un montón de grava. Se rompe la clavícula izquierda. Lo llevan de emergencia al hospital, donde le enyesan el hombro. Advierte el doctor:

- Tendrá que usarlo como unos dos meses.

Error de cálculo.

Porque Héctor roe el yeso. Lo hace desaparecer como a las tres semanas de instalado.

La clavícula nunca volverá a quedar en su posición original.

Ya Héctor tiene seis años cuando ve venir a su querido primo, Sergio, quien le dobla la edad y que llora porque en la tortillería un niño y su hermana le pegaron con una cubeta. Se organiza la excursión familiar para ir a vengar la afrenta. Van todos los hermanos de Héctor: Salvador, Sergio y Roberto. Ellos quieren una explicación. Pero Héctor llega y sin mediar palabra, hace explotar un fuerte derechazo en pleno rostro del agresor de su pariente.

No, definitivamente ya no es el Cebollo.

Dentro de poco será el Huracán. Pero no aquí, sino en Glendale, porque doña Lucinda ha arreglado sus papeles y decide volver a intentarlo en California, donde ha encontrado trabajo en un taller de costura.

Se va Héctor. Tiene apenas siete años.

Héctor:

- No sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando. Sólo sabía que decía adiós a mis mejores amigos, que iba a un lugar que desconocía, a nuevos ambientes y eso no me gustaba.

Doña Lucinda:

- Allá Héctor y Roberto, que seguían muy unidos, continuaban demostrando su gran ingenio. Como veían que el dinero escaseaba, fueron al taller donde yo trabajaba, hablaron con el dueño y le propusieron un trabajo: ganarían un dólar por barrer el local. El dueño aceptó, pero les hizo ver que la aspiradora no servía. Ellos la probaron y al ver que en vez de aspirar, expulsaba el aire, decidieron emplear otro método: fueron aventando los pedazos de tela con el mismo aire que expelía la máquina, los juntaron en un rincón y después los recogieron. El trabajo, por lo tanto, fue hecho mucho más rápido de lo que supuso el dueño del taller. Y admirado por el ingenio de los chamacos, en vez de los cincuenta centavos de dólar que correspondía a cada uno, les dio cinco dólares por cabeza.

Pero el destino del Huracán estaba marcado por otros rumbos.

Por aquellos que seguían sus hermanos mayores, Salvador y Sergio, quienes iniciaban una carrera boxística que nunca fructificaría, pero que despertaba gran inquietud en los hermanos menores. Pronto Salvador se desanimó. Siguió Sergio, a quien se unió Roberto, el inseparable compañero de Héctor éste quiso agregarse, pero como estaba tan pequeño, todavía no cumplía 8 años, toda la familia se opuso.

Héctor:

- Yo sentía, ya, la excitación del boxeo... Porque el boxeo, ¿sabe?, es algo que uno trae dentro; algo que nace con uno y que sale naturalmente. A golpes había tenido que resolver varias diferencias con chiquillos que, como soy descendientes de familias mexicanas, sufríamos de cierta discriminación... Y a veces, también me peleaba en el propio barrio, donde nos dábamos pero en serio. Así que cuando mis hermanos y mi mamá se opusieron a que fuera al gimnasio, lo que hice fue seguirlos sin que se dieran cuenta, hasta que los vi meterse en un edificio muy grande, impresionante, allá, por las afueras de Glendale.

Ese edificio tan grande e impresionante era la sede del Ejército de Salvación y al mismo tiempo, del cuartel policíaco de la localidad, ubicado en una zona netamente industrial, rodeado de vías de ferrocarril y de muchas fábricas. Había sido una de las primeras cárceles del condado y es, hasta la fecha, uno de los escenarios predilectos de los directores cinematográficos cuando de filmar películas de ambiente penitenciario se trataba. En el cuarto piso de aquella reliquia se encontraba el gimnasio.

Héctor:

-Cuando entré por primera vez, me quedé asombrado: había decenas de tipos entrenando en la amplitud de esas instalaciones tan limpias, tan iluminadas, tan llenas de implementos. Los peleadores cambiaban golpes arriba de los rings. Eran cuatro cuadriláteros y los vestidores eran largos, largos, llenos de casilleros. Me parecía estar viviendo en un sueño. Me escondía para poder ver entrenar a mis hermanos. Y no sabia que, a mi vez, era observado detenidamente.

En una ocasión, el corazón de Héctor López se paralizó cuando vio venir hacia sí al individuo aquel, que daba órdenes en el gimnasio.

- ¿Qué haces tú aquí?-, le preguntó el entrenador Gordon Wheeler.

-Soy hermano de Sergio y de Roberto, e aquellos...

¿Saben que estás aquí?

No, porque si lo supieran no me dejarían. Y yo quiero aprender a boxear.

Yo puedo enseñarte, a condición de que no abandones tus estudios.

Trato hecho.

Salvador, el hermano mayor, había conseguido ya un trabajo y doña Lucinda -en sus ratos libres, por las tardes, había tomado un curso intensivo- se graduó de enfermera. Ahora cuidaba enfermos en forma particular. La situación económica en casa, por tanto, había mejorado ostensiblemente.

Héctor y Roberto podrían, pues, dedicarse íntegramente al deporte y a sus estudios.

Gordon Wheeler enseñó a los López los secretos del boxeo a partir del momento en que Héctor cumplió los 8 años de edad.

Había, en aquellos dos chiquillos mexicanos, la esencia del pugilismo. Wheeler sólo tenía que pulirlos.

Y pronto, muy pronto, inscribió a los dos hermanos en el torneo de la Liga Policíaca de la localidad.

Doña Lucinda:

- Consentí en que Roberto y Héctor continuaran en el boxeo porque así hacían deporte y se mantenían alejados del alcoholismo y la drogadicción, tan comunes en los jóvenes de ahora. No me gustaba mucho el que golpearan y fueran golpeados, pero era preferible eso a que corrieran el otro peligro.

Pronto, quizá antes de lo que todo mundo esperaba, Roberto comprendió que no era, la del boxeo, su auténtica vocación. Y fue alejándose...

En cambio, Héctor se entregó a ella con una pasión que se reflejaba en su consistencia en los entrenamientos, en la exactitud con que cumplía las instrucciones que le eran dadas... En sus avances, pues.

Así fue normal que, poco antes de cumplir los 10 años, se presentara jubiloso ante su madre:

Mamá, mamá... ¡Peleo el próximo sábado!

Y doña Lucinda, con un nudo en la garganta:

- Está bien, hijito... Nomás cuídese mucho.

No tendría necesidad de hacerlo.

No hubo pelea: El contrincante no se presentó.

Héctor:

- Esa noche lloré de decepción. Me había emocionado mucho. No pude ni dormir en toda la semana, nada más de lo excitado que estaba.

Cuando vi el ring, los demás combates, a la gente aplaudiendo y a mi familia esperando verme en acción, ya se me hacía tarde para lanzar el primer golpe. Me vestí con todo cuidado, me pusieron las vendas y esperamos, esperamos, esperamos...

Gordon Wheeler se movilizó rápidamente y consiguió una nueva pelea.

Héctor:

- Ahora sí, mi debut fue en serio. Sucedió en Fontana, un pueblo no muy lejano de Glendale. Y le gané por decisión a un chiquillo que, si recuerdo bien, se llamaba Rudy Montoya. Y cuando el réferi me alzó el brazo derecho y lo mantuvo así, viví mi primera gran emoción en el boxeo. Ya sabía exactamente, hacia dónde encaminaría mis pasos.

Comenzaron a sucederse triunfos, títulos, trofeos, diplomas.

Ya en 1980 y ante la celebración de los Juegos Olímpicos de Moscú, Héctor empezó a pensar en la posibilidad de llegar al máximo acontecimiento deportivo y se trazó una meta: competir en la Olimpiada que, cuatro años más tarde, se escenificaría nada menos que en casa. Pero fue advertido:

- Aún entonces serás demasiado joven, un menor de edad y conservarás tu nacionalidad. Es preferible que esperes a los Juegos Olímpicos de 1988-, le dijo Gordon Wheeler.

Héctor:

- Y muy dentro de mí sentía el anhelo de pelear en Los Ángeles, pero representando a mi país. Siempre había dicho que, aunque viviera en Los Ángeles, yo había nacido en México y -que esa era mi patria. Sin embargo, no me hice ilusiones; sabía que ese era un sueño imposible.

1981:

Ya Héctor tiene 14 años de edad y vence en Albuquerque, a Mark Virgil, ahora ex campeón nacional policíaco. El título pasa a la vasta colección del Huracán, que está incontenible: es campeón de los Guantes de Oro, del Cinturón de Diamantes, de la liga Atlética Policial y del torneo Olímpico Junior. Es clasificado como segundo minimosca del país. Y se distingue también en los estudios: es de los alumnos sobresalientes en el Roosevelt High School.

Y su gran ídolo ya no es el Santo.

Héctor:

- Me había entusiasmado al ver pelear a Carlos Zárate, a Sugar Ray Leonard y a Danny Coloradito López, pero cuando vi en acción a Salvador Sánchez me electricé. Y es que era fantástico, lo tenía todo; estilo, en especial. Y desde entonces me propuse tener, el mío propio, distinguirme entre los demás. Procuré basar todo en un buen boxeo, pero que fuese también espectacular y dramático, como el de Salvador. De modo que cuando avizoro la posibilidad de un nocaut, voy por él, o me fajo cuando hay que cambiar golpes.

En 1983 su propio desarrollo lo llevó a cambiar de división.

Al cumplir los 16 años era minimosca. Al finalizar el año, peso gallo.

Y ya en el 1984 Olímpico, comenzaron a caer bajo sus puños todos sus adversarios en esta nueva división.

Héctor:

- Pero seguía molestándome la idea de que no podría pelear en los Juegos Olímpicos. Y la verdad, ya no quería esperar a Seúl. Ya pensaba en el profesionalismo. Así que casi me desmayo cuando aquella tarde de mayo, Gordon Wheeler nos avisó que íbamos a sostener un dual meet contra la selección mexicana. Fue algo maravilloso. Yo siempre sentí respeto y admiración por el boxeo de mis paisanos. Y ahora estaría contra ellos, siendo también mexicano y en mi propia casa. Me invadieron los nervios. Sentí una gran responsabilidad. Pero esa noche actué con toda naturalidad. La pelea fue fácil, por fortuna: Edgar García sólo duró 45 segundos. Y yo saboreaba todavía la victoria, cuando alguien llegó a mi camerino a preguntarme si me interesaba formar parte del equipo nacional mexicano. ..-¡Casi me muero! Por supuesto que acepté. Luego me dijeron que la única condición antes de concentrarme en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, era la de concederla revancha a Edgar García. Si lo vencía, tendría mi lugar en la escuadra.

"Aquella invitación no fue muy bien recibida en el equipo," admite Emeterio Villa-. nueva, -quien fue olímpico mexicano, peso medio, en los Juegos de Munich 1972-; asistente del entrenador nacional, el búlgaro Stavri Baclívarov.

La verdad, como que no nos cayó muy bien el hecho de que Héctor noqueara a Edgar, y cuando nos avisaron de la invitación, reaccionamos muy mal: con celos por todos lados. Sentíamos que se iba a cometer una injusticia., Por eso nos alegramos cuando se concertó lo dé la revancha. Queríamos que Edgar cobrara venganza, aunque todos sabíamos que nada estaba seguro porque, nos pesara o no, Héctor había demostrado que era un gran boxeador.
Héctor viajó por la mañana en un vuelo directo Los Ángeles- México Pasó esa tarde en casa de sus tíos, en la Romero Rubio, recordando viejos tiempos, luego se fue al CDOM La pelea sería la mañana siguiente.

Héctor:

- No obstante que yo sabía que en el deporte todo puede pasar y en especial en el boxeo, en el que un buen golpe acaba con todo, me sentía muy confiado en mis propias posibilidades. Había palpado mi superioridad sobre García sólo era cuestión de confirmarla.

Lo hizo.

Permitió que García asumiera la ofensiva en un primer round de tanteo.

Fue él quien avanzó en el segundo. Cercó a su adversario, fintó la izquierda abajo y cruzó la mandíbula con sólido derechazo.

Edgar García volvió a ser noqueado.

Ya estaba el Huracán en el equipo.

Héctor:

- Y nadie podía decir que me habían favorecido. Gané mi lugar en el ring, donde es el boxeador quien habla.

No obstante, había alguien muy importante que no estaba del todo complacido: el entrenador nacional, Stavri Baclivarov.

Sobre todo porque el recién llegado, quien de inmediato captó la simpatía del grupo tenía costumbres que rompían con su modelo de disciplina y además su estilo, netamente profesional, contrastaba con el del resto del equipo. Y el del resto del equipo era típicamente amateur; un reflejo, al ciento por ciento, de la más clásica técnica europea. O al menos, pretendía serlo.

Emeterio Villanueva:

- La verdad es que en cuanto Héctor se agregó al equipo supo hacerse amigo de todos nosotros, que aún lo veíamos con recelo. Su buen carácter acabó muy pronto con nuestra actitud reacia. Es un muchacho de muy buen humor y a todos nos divertía su apochada manera de hablar. El único que no acababa de aceptarlo era Bachvarov.

Héctor:

-Así sucedió. Desde un principio sentí que no le caía muy bien al búlgaro. Y es que, ¡imagínese! a poco menos de dos meses de los Juegos Olímpicos pretendía hacerme cambiar de estilo. Por otra parte, yo tenía mi propio sistema de entrenamiento, diseñado por Gordon Wheeler especialmente para mí y tenía que apegarme a él dentro de lo posible. Si me había dado resultado durante tanto tiempo y con él había llegado a la selección mexicana, ¿por qué insistir en cambiarlo- También estaba yo acostumbrado a entrenar a ciertas horas, con determinado ritmo, a correr de tales a tales distancias... Bacharov no respetó nada de mis costumbres. No supo adaptarse a las nuevas y especiales circunstancias. Quiso que fuera yo el único que cediera, sin que él concediera ni un centímetro de terreno. Se estableció una especie de guerrilla. Pero yo sabía quién seria el triunfador al final.

Emeterio:

- Efectivamente, Héctor causó problemas en ese sentido; Bacharov se desesperaba con él. Y es que, además de todos sus razonamientos, algunos muy válidos, Héctor era medio flojito, sobre todo para levantarse en las mañanas.

Me decía Bacharov como a las seis de la mañana: "ya despiértalos para ir a correr". Y yo iba y lo hacía. Héctor me decía: "no, yo no voy ahorita. Al rato los alcanzo". Y yo me le ponía muy serio: "lo siento, señor, pero usted forma parte de nuestro equipo y tiene que cumplir, así que levántese, pero ya". Luego venían los otros problemas: Stavri lo veía entrenar y se quería morir... "Ese López, míralo, míralo, es muy flojonazo. ¡Exprímelo, exprímelo!... Y hazlo que tire el jab, Villanueva, el jab siempre por delante". Y allá arriba del ring, de repente Héctor abría ataque con la derecha. Y Bacharov nomás ponía carota. Y yo ahí, en medio de los dos. Hasta que llegué a un acuerdo con Héctor: "mira, cuando Bacharov te esté observando, haz las cosas como a él le gustan, porque al fin y al cabo no te cuesta ningún trabajo y en cuanto él dé la espalda, continúa como nosotros sabemos.." Finalmente, se declaró la guerra abierta entre ellos. Ya ninguno de los dos se hablaba.

Acaso como una consecuencia de eso, Bacharov presionó ante las autoridades de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur para que Héctor concediera a un muchacho de Arizona, la misma oportunidad que él tuvo: pelear por un sitio en el equipo. Y no obstante la cercanía de los Juegos, fue tanta su insistencia que en la FMBA tuvieron que aceptar.

Fernando Araux, también nacido en México pero radicado en aquella ciudad de Nuevo México, viajó exclusivamente para retar a López. Si lograba vencerlo, sería él quien ocupara un sitio en la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos.

Y se anunció formalmente, en aquella función que se presentó a mediados de julio en la Arena Coliseo, que todas las peleas, a excepción de la que sostendrían Araux y López de carácter eliminatorio, serían de exhibición.

Las ilusiones de Araux murieron en el segundo round.

Gancho izquierdo abajo, remate con la derecha arriba y adiós.

Nada arrebataría a Héctor el derecho de representar a México en Los Ángeles.

Quedó concentrado definitivamente, en el CDOM.

Recuerda su tío, don Jesús Colín:

- En sus ratos libres venía a charlar coh1 nosotros, a bromear con nosotros. Después dé casi 10 años sin verlo, se nos presentaba como un muchacho muy normal, afecto a ir al cine, al futbol, a las diversiones propias de su edad. Le gustaban todo tipo de paseos. Y es que a los 7 años, de hecho estaba descubriendo la ciudad en la que nació. Sólo se ponía serio cuando hablaba de boxeo y del compromiso que había adquirido. Entonces nos decía, con una seguridad que nos daba confianza a todos, que sería el único del equipo que ganaría medalla en los Juegos Olímpicos.


Héctor:

- No estaba fanfarroneando. La verdad era que, a pesar de que la mayoría de mis compañeros tenían más edad que yo, no habían acumulado tanta experiencia. Mi récord era muy superior al de ellos. Sabía cómo hacer frente a situaciones que a ellos causaban muchos problemas. Y decía aquello consciente de",, que en el equipo había extraordinarios pelea. dores, como Genaro León y Javier Camacho que eran los dos que más impresionaban.

Todavía antes de salir a Los Angeles, hubo un último problema: las autoridades del Comité Olímpico Mexicano consideraron que, a pesan de que Emeterio Villanueva había participado a todo lo largo de la preparación del equipo mexicano de boxeo, no era necesaria su presencia en la ciudad californiana.

Y roto el vínculo con el entrenador Bacharov, ¿quién atendería a López-

Emeterio optó por costearse sus propios, gastos y hacer el viaje.

Y ya en Los Angeles su intervención fue decisiva.

Porque fue él, de hecho, quien se encargó...de supervisar el trabajo final de Héctor Y de subir con él a la esquina.

Bacharov se apartó totalmente.

Gordon Wheeler, el instructor de siempre de Héctor, guardó respetuosa distancia. Se concretaba a observar en silencio las prácticas de su peleador y a hacerle comentarios cuando éstas finalizaban.

Héctor López se presentarla ante su público en los Juegos Olímpicos con números extraordinarios, considerando sobre todo, su corta edad: 92 peleas, con 84 victorias -41 de ellas antes del límite y 8 derrotas-.

Dos de agosto de 1984...

Noche de expectación en el Olympic Auditorium.

Porque hoy se presenta, vistiendo el uniforme de México, quien tantas veces lo ha hecho con el uniforme de California: Héctor López.

Y es Héctor López quien despierta el entusiasmo del público con su boxeo, elegante y preciso desbarataba el plan de ataque del indonesio Johnny Assadoma, a quien, en el tercer round, clava ganchos de izquierda con tal fuerza que obliga a la intervención del réferi Nowedine Aldalá, de Nueva Zelanda.

Primera gran ovación para el mexicano. Se desgrana desde lo alto de las tribunas populares.

Tres días después, espléndida entrada. Y Héctor no decepciona: es demasiado rival para el nigeriano Joe Orewa, quien pierde por puntos de 4-1.

Esa tarde, el sudcoreano Moon Dung Kii da la gran sorpresa del día: vence al estadounidense Robert Shannon quien, de acuerdo con la gráfica del torneo, podría haber llegado a enfrentarse al mexicano, nada menos que en la final. Muertas sus esperanzas en esa división, el público local apoyará definitiva y exclusivamente a López.

El 8 de agosto se presenta la pelea más importante de su carrera, ganar te representará haber asegurado, cuando menos la medalla de bronce. Héctor ofrece su mejor actuación del torneo. Ahora boxea sobre piernas... entra, golpea y sale rápidamente de la zona de fuego. Ocasional. mente remata con poderosos cruzados de derecha, que Ndaba Nube, de Zimbawe, resiste a pie firme. Y así, a pie firme, logra llegar al final de los nueve minutos de acción, pero no evita la derrota por unánime decisión de 5.0.

Héctor:

- La felicidad invadió a quienes me rodeaban. Todo mundo estaba eufórico; se había asegurado una medalla. Y yo, por supuesto, estaba contento. Pero no me sentiría satisfecho sino hasta llegar a mi objetivo, que era el de conquistar la de oro.

Apenas 24 horas después de aquel combate,,Héctor afronta el duro compromiso llamado Dale Walters, un tozudo peleador canadiense obstinado en dar a su país la medalla de oro que desde hace 32 años se le niega en competencias olímpicas. Y se entrega sobre el ring. Ofrece lo máximo de sí. Y es tanta su fortaleza y tan inquebrantable su voluntad de triunfo, que todo se traduce en un franco ataque que obliga a López a cambiar de estrategia. . . El mexicano opta, al inicio del combate, por la pe. lea a la distancia. Jab, mucho jab. Pero en el segundo, se ve forzado a aceptar el intercambio de golpeo. Sudan los dos peleadores, copiosamente. Enardece la gente cuando, después de un gancho izquierdo arriba, disparado por fuera de la guardia del canadiense, éste recibe el conteo de protección. Pasado el susto y con renovados bríos vuelve Walters a acortar distancias y a forzar el intercambio de golpeo. Y así, así, hasta el final.

Otra decisión unánime para Héctor.

Pero preocupa la bolsa de hielo -sobre el puño izquierdo, con la que Héctor se presenta a hacer frente a la acostumbrada conferencia de prensa.

Héctor:

- Es que me había lastimado ligeramente. El canadiense tenía la cabeza sólida como una roca. Todo él era sólido como una roca. Sin duda, fue el rival más fuerte al que me enfrenté en los Juegos y quizás, en toda mi carrera como amateur. Fue un adversario mucho más difícil que el propio Stecca quien, más que un boxeador, parecía un luchador.
El italiano Mauricio Stecca: 22 años, hermano del peleador profesional Loris Stecca, nacido en Rimini; desde 1979 campeón nacional de su país, actual monarca europeo y también campeón mundial amateur y del torneo mundial militar. Récord de 90 victorias, 25 de ellas por nocaut, un empate y sólo cinco derrotas.

Ese es el rival, el tremendo rival que separa a Héctor de la medalla de oro.

Ese es el rival, el tremendo rival al que impide a Héctor conquistar la medalla de oro.

Enviado por el diario Unomásuno, el cronista Sergio Guzmán escribió de aquella final celebrada el 11 de agosto:

Cuando concluyeron los tres minutos del último asalto, Héctor López caminó con paso seguro hacia su esquina. Se fundió en un abrazo con sus ayudantes, agradeció la oración colectiva y esperó el fallo con optimismo. Tenía la certeza de haber ganado.

Pero instantes después, el anunciador oficial dijo en inglés, francés y español, que Mauricio Stecca era el dueño de la medalla de oro... Que el italiano era el monarca olímpico de peso gallo.

"El ganador, en la esquina azul y por decisión de 4-1, el italiano Mauricio Stecca". . .se escuchó.

Una profunda tristeza se apoderó entonces de Héctor López, quien bajó con lentitud del cuadrilátero, conteniendo toda la rabia de lo que consideraba una injusticia.

No había habido tal..

Durante nueve minutos sobre el ring fue el más elegante, el más preciso, quizá e indudablemente el más fuerte. Conectó los golpes más sólidos y en más de una ocasión italiano con certeros impactos a la mandíbula

Pero esas no son armas suficientes para un adversario como Stecca, de vasta experiencia en el boxeo de aficionados. El Italiano sé mantuvo adelante en las puntuaciones, siempre a base de una gran velocidad en sus ofensivas. Se hizo de la iniciativa y con notable precisión en sus disparos, golpeó a un ritmo muy superior al semilento de López quien además, cometió un grave error: boxeó al más puro estilo profesional. Ante el acoso de su rival, pretendió mantener la distancia a base de un bailoteo de piernas y de brazos tan exagerado como inútil. En fintas, en poses, perdió tiempo que en el boxeo amateur es precioso. Pugilismo en el que no se puede desperdiciar ni uno solo de los 180 segundos de pelea.

Eso lo sabe Stecca quien, además de convertirse en campeón olímpico, ostenta el título de monarca mundial de la división. Fue a fondo en los dos primeros asaltos, ante la parsimonia de su contrincante y en ellos fincó la victoria. Tuvo la virtud, además, de resistir los fuertes golpes que le conectó el mexicano y reaccionar de inmediato para superar, a base de velocidad, los malos momentos.

Una prolongada rechifla acompañó al veredicto.

Y se escuchaba aún cuando el réferi Sukar levantaba el brazo del triunfador.

En su esquina López lloraba, recostada su cabeza sobre el hombro de Emeterio Villanueva.

Personalidades del boxeo como José Sulaimán, Muhammad Alí y Marvin Hagler, se acercaron al mexicano para confortarlo.


Héctor:

- Hasta la fecha sigo creyendo que se cometió un despojo en esa pelea. Habrá que imaginar el dolor que sentía en esos momentos. Me dolía por sobre todas las cosas, como me sigue doliendo, el no haber sido capaz de conquistar para México la medalla de oro.

Y de repente, el momento...

Héctor:

- Subí al podio. La gente me ovacionaba como si fuese yo el auténtico campeón olímpico. Y ahí estaba, confundido en mis sentimientos, cuando la vi Brillaban sus colores, en bellos contrastes, curiosamente los mismos de la bandera italiana, pero esa nuestra águila al centro es como un símbolo de la hidalguía de nuestro pueblo. Y me estremecí. Había aprendido a amarla en el extranjero. Ahora la izaban delante de todos.

Estaba majestuosa y comencé a llorar de emoción. Nunca más he vuela sentir lo de ese instante, con esa intensidad. Entonces vi mi medalla de plata y como que ya no me importó el color. ¡Qué alta y qué hermosa se veía nuestra bandera! Eso era lo que realmente importaba...

Héctor regresó a México con el resto de la delegación

Y aquí fue tratado como toda una figura del deporte

Se sucedieron los homenajes para él.

Llegaron pergaminos, diplomas, trofeos.

Le fue obsequiado un departamento, en la colonia Guerrero, que conserva todavía.

El presidente Miguel de la Madrid Hurtado le entregó el Premio Nacional del Deporte y a continuación, Héctor participó en el desfile deportivo del 20 de noviembre.

Y sintió, una vez más, la calidez de su pueblo

El respondió con igual nobleza:

Propuso su debut como peleador profesional programado para ese 20 de noviembre, para sostener su primera confrontación en el pugilismo de paga en la función que el Consejo Mundial de Boxeo organizó el primero de enero de 1985 en El Toreo, a beneficio de los damnificados por la explosión de la estación de gas en San Juan Ixhuatepec.

En esa ocasión derrotó a Roberto Solís, por decisión, luego de seis rounds de brillante exhibición de buen boxeo.

Héctor López finalizó su preparatoria, con estupendas calificaciones en la Hoover High, en Glendale.

Eso sucedió en octubre de 1984.

Había cumplido con la promesa hecha a su madre

Ahora podía dedicarse en cuerpo y alma, al boxeo profesional.

Pelea en peso pluma. Ha embarnecido, aunque su rostro conserva los rasgos infantiles que le hicieron tan popular en México. Desapareció la fina trenza que le descansaba en la nuca. y llegaba hasta la espalda.

Ya no es ni el Cebollo ni el Huracán; es el Torero López.

Dicen en Los Angeles que cada una de sus peleas es una faena.

Está clasificado corno primer peso pluma en las listas del Consejo Mundial de Boxeo, aunque su carrera se encuentra en un receso obligado por circunstancias extradeportivas.

Héctor:

- Espero reanudar muy pronto mi carrera boxística. Es mi máximo anhelo. Quiero llegar a ser campeón mundial, aunque y esto es extraño, estoy seguro de que no viviré lo que viví aquella ocasión tan especial.

Combatí por México, ahora combato por mí mismo; no gané la gloria para mi, sino para mi país; ahora sé que puedo ser campeón, pero también sé que nada podrá ser comparable a aquella sensación que tanto me impactó al ver ondear mi bandera. Y no habrá jamás trofeo que supla a la medalla. Porque esa la traigo siempre en el corazón...

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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