Felipe Muñoz Capamas
Medallista de oro
México 1968
Natación
Nadie como él mismo, estaba convencido de que sería campeón olímpico.
Y lo sería en México, ante su propia gente.
Días antes del gran momento, dicho ante unos amigos:
O gano o me ahogo.
Vivido en los momentos previos al gran momento:
Impera el nerviosismo en el vestidor de aquellos ocho finalistas en los 200 metros de nado de pecho, en los inolvidables Juegos de México 68.
- Irrumpe Nelson Vargas en el camerino. Fuma. Luego tira el cigarrillo e intenta dar un masaje a Felipe Tibio Muñoz. Pero no acierta a hacerlo.
Hasta que le dice el nadador:
- Mejor ya no me dé masaje, profe. Mire nomás cómo le tiemblan las manos. Me va a poner más nervioso a mí. No se preocupe: ya le he dicho que a éstos les voy a ganar.
Segundos previos a la final:
Se acerca don Felipe, Muñoz al rostro de su hijo, lo toma suavemente por el cuello y le dice, en tono cariñoso:
- Hijo, no te preocupes... El haber pasado a la final ya es grandioso. El lugar que ocupes ahora. es secundario; diste una gran satisfacción al pasar como primero en las eliminatorias y hoy la gente viene no a verte ganar, sino a verte dar un buen esfuerzo...
El Tibio escucha pacientemente aquellas palabras. Pero apenas ha terminado su padre de decirlas cuando, en un vigoroso movimiento, se aparta de él y con gran firmeza en la voz exclama:
- No, papá... ¡Yo voy a ganar!
Y se va a la piscina.
Cuando cruza aquella puerta, el griterío es estremecedor: Mé-xi-co, ¡Mé-xi-co, ¡Mé-xi-co"...
Y con los pies golpea la multitud, rítmicamente, el piso de las colmadas tribunas.
Exige un vencedor.
Un vencedor mexicano.
Lo tendrá.
Palabra de Tibio.
Era un competidor nato.
Dice de él su hermano Javier:
- Era algo más que eso. Era un líder en todo lo que emprendía. Y ejercía el liderazgo a través de su entusiasmo, de su buen humor, de su entrega total en todo aquello que acometía.
Opina Felipe:
- Yo era muy inquieto, muy travieso. Y me encantaba todo lo que implicara competencia: futbol, béisbol, basquet, tocho, canicas, trompo, balero. A todo le entraba. A juegos y a deportes. Incluso, me gustaba más practicar el deporte con los muchachos más grandes que con los más pequeños, porque así me obligaba a un esfuerzo extra.
Vivía, la familia Muñoz Capamas, en la colonia Roma.
Y al descubrir la alberca del club Vanguardia -apenas 18 metros de largo-, Felipe cambió sus costumbres: allí iba a divertirse, no a competir, no a vencer.
Recuerda su madre, doña Areti Capamas:
- Era preferible tenerlos en un club a que anduvieran nada más jugando en la calle-. Felipe tenía 12 años nació en el Distrito Federal el 3 de febrero de 1951- e iba con sus hermanos menores, Javier y Sergio. Pero a él, pese a que no era muy alto, le gustaba más el basquetbol.
En el Vanguardia, la natación era atendida por Arturo Rivera, quien, más que entrenador, era un salvavidas, y trabajaba también en la Unidad Independencia, del IMSS.
Sería Rivera quien llevara al Tibio a su primera competición formal, apenas a los doce años de edad: lo escogió para representar al Vanguardia en una prueba a lo largo de 25 metros, en la ceremonia de inauguración de la alberca de la Unidad Independencia; la presencia del presidente de Estados Unidos -en visita oficial a nuestro país-, John F. Kennedy, dio un gran realce al acto. Fue él quien puso en marcha aquella piscina que, con el tiempo, se convertiría en uno de los mayores y más importantes semilleros para la natación mexicana.
Felipe:
- Me encantó competir en esa alberca. La veía grandota, grandota, como un océano. Y desde entonces decidí comenzar a nadar más en serio; decidí, de hecho, comenzar una carrera en la natación.
Nació, allí, su apodo.
Porque Felipe se quejaba constantemente: o el agua estaba demasiado caliente, o demasiado fría. Sus compañeros comenzaron a llamarle el Tibio y a odiarlo el director de esa unidad, el profesor José García Cervantes -quien, de 1966 a 1970, fue presidente de la Confederación Deportiva Mexicana-, con el que sostenía frecuentes discusiones.
Pronto encontraría el profesor la manera de vengarse de las que él consideraba impertinencias de aquel chiquillo:
A principios de 1966 -el Tibio iba a cumplir 15 años de edad- y en la Unidad Independencia, se llevó a cabo un torneo selectivo para integrar el equipo del Distrito Federal que iría a Austin, Texas, para sostener un dual meet contra la selección local. Viajarían los cuatro primeros de cada prueba. Y Felipe finalizó en cuarto lugar en los 100 metros de pecho. No obstante, García Cervantes intervino e Impidió su viaje. Su lugar fue ocupado por Gustavo Salcedo.
No lo supo el profesor pero ese día empezó a perder a un futuro campeón olímpico
Todo culminó con el desquite del Tibio.
- Me sentía tan impotente, estaba tan irritado por no haber sido seleccionado para-ir-, a Austin pese a haber ganado mi lugar, que fui al estacionamiento, busqué el coche de García Cervantes y me hice pipí en la manija de la Portezuela. Cuando el profesor se enteró, me corrió de la Unidad.-
Felipe se refugió, entonces, en la Unidad Morelos -también del IMSS-, donde el entrenador era el profesor Nelson Vargas, quien llegó a jugar basquet en el Vanguardia y a quien veía trabajar en la Unidad Independencia como responsable de la natación. En ese tiempo, Vargas Basáñez ya había formado un equipo de nado que empezaba a ser reconocido por varios triunfos en competencias locales.
Eran, mutuamente, lo que el otro necesitaba. Y por eso la amistad entre Nelson y el Tibio se acrecentó día a día.
Felipe:
- El Profesor pasaba por mí todas las mañanas a las cinco. Yo vivía en las calles de Mitla, en la colonia Vértiz-Narvarte el profe en la Clavería. Así que era una larguísima excursión todos los días: pasaba por mí, por mis hermanos y por otros nadadores y nos llevaba a la Unidad Morelos. De ahí nos íbamos a la secundaria Isaac Ochoterena, regresábamos a la alberca y por la noche, Nelson nos iba a dejar allá por Buenavista, donde mi madre trabajaba en el departamento administrativo de una línea de autobuses. Ya de ahí nos regresábamos solos a la casa, en camión o en taxi.
A mediados de 1966 y ya con el estadounidense Ronald Johnson como uno de los entrenadores del equipo nacional que se adiestraba para intervenir en la próxima Olimpiada -México 68-, Felipe fue convocado al Centro Deportivo Olímpico Mexicano, como seleccionado del IMSS. Ahí, el Tibio alternaría con nadadores como Juan Alanís, Rafael Hernández, Guillermo Echevarría, Maritere Ramírez, Laura Vaca, Gabriel Altamirano Y otros, quienes tenían -a diferencia del recién llegado un nutrido historial deportivo.
La presencia de Johnson había creado una gran controversia porque él fue contratado por Josué Sáenz, en ese entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano, mientras que Javier Ostos, titular de la Federación Mexicana de Natación, había invitado al húngaro Bela Raky, a quien varios nadadores y clavadistas acusaban de ser más un entrenador de polo acuático que de natación.
Por supuesto, la decisión de Sáenz no fue del agrado de Ostos Mora. Y surgieron fuertes divergencias. Fueron los mismos nadadores quienes, rápidamente, pidieron que se solucionaran los problemas. Ostos Mora sugirió que Raky se hiciera cargo de los más aventajados -como Guillermo Echevarría, Gabriel Altamirano, Mario Santibáñez, Juan Alanís, Salvador Ruiz de Chávez y Luis Alberto Acosta, entre otros-, con el auxilio de los entrenadores Manuel Echevarría -padre de Guillermo y Jorge Villegas y que Johnson estuviera al frente del equipo femenil y de los novatos del IMSS, encabezados por Felipe Muñoz, Victoria Casas, Jorge y José Luis Rueda y Marcia Arriaga, por nombrar a unos cuantos, con Nelson Vargas como auxiliar.
La moción fue aceptada, no obstante que se advertía a las claras la jugada de Ostos Mora...
Y todo mundo a trabajar en santa paz. Y de prisa, porque ya sólo faltan dos años...
Raky optó por la sofisticación y previamente a los Juegos Panamericanos de Winnipeg - 1967-, llevó a su grupo a entrenar a Isla Margarita, Hungría, por casi tres meses.
Johnson y los suyos trabajaban aquí, en largas y agotadoras sesiones de entrenamiento a marchas forzadas.
El técnico estadounidense tenía ya a un claro candidato para los 200 metros de nado de pecho. Era aquel jovencito de 16 años a quien le decían el Tibio. No era precisamente un dechado de facultades pero, a cambio, era un ejemplo de perseverancia; uno de los pocos que soportaban, sin pestañear, las severas jornadas de prácticas. Su propia disciplina era férrea y sobresalía por sus deseos de ser mejor cada día, lo que realmente lograba.
Ya desde entonces, quizás sin tomar conciencia de ello, daba el Tibio las primeras brazadas hacia una medalla olímpica.
No obstante, Felipe no dejaba de ser aquel chiquillo inquieto. Nelson Vargas recuerda dos anécdotas que antecedieron a la justa de octubre de 1968, ambas en Oaxtepec, durante la concentración.
La primera:
- Había un severo control sobre el peso de los nadadores, quienes, como es normal por las fuertes prácticas y por el sofocante calor estaban ávidos de comer un helado. Varios de ellos se dieron cuenta de que en el restorán -La Meseta- faltaba un vidrio y habían localizado unos botes de helado, así que prepararon sigilosamente un ataque nocturno.
Esa noche, Ronald y yo nos quedamos revisando las series para el fin de semana, cuando escuchamos ruidos y varios silbatazos de los guardias. ¿Qué pasa?, nos preguntamos, y salimos corriendo. Nos imaginábamos lo peor.
Cuando llegamos al comedor nos enteramos de que Felipe y varios más entraron por aquella ventana sin vidrio, tomaron los botes de helado y al ser descubiertos, se echaron a correr. Sólo que Felipe decidió no soltar el botín y se fue por el otro lado y ¡cruzó por donde sí había un ventana, ¡y la rompió! Fue increíble, pero no le pasó nada. Ni un rasguño. Nada. Cuando lo encontramos estaba pálido, todavía con el bote entre las manos. Les fueron recogidos los helados. Nosotros tuvimos que suplicar a los guardianes que no reportaran lo sucedido. De haberlo hecho, simplemente nos hubieran corrido... No, no hubo ningún castigo para ellos. Pero, al otro día, el entrenamiento fue una hora más temprano, mucho más fuerte y se acabó una hora después.
La segunda:
- Sucedió algo que nos puso a temblar: estábamos en la alberca cuando de repente se descompuso el clorinador, por lo que decidieron purificar el agua con mangueras, que vaciaban directamente el cloro.
En una de las series, no recuerdo si fue Felipe o Marcia Arriaga quienes nadaban en el mismo carril, pero uno de ellos arrancó accidentalmente la manguera y cuando Felipe llegó a la orilla, en el pechazo al máximo esfuerzo, involuntariamente tragó cloro.
De inmediato lo llevamos al servicio médico, pero era insuficiente. Se puso grave. Y nosotros desesperados. Se iba... Total, que acabamos en Cuautla porque requería de una mejor atención médica. Finalmente, gracias a Dios, se salvó... ¡Pero fue un sustazo!
Anécdotas y sustos aparte, se había cumplido al pie de la letra, con milimétrica exactitud, el plan de trabajo.
Llegaba, ahora, el momento de la verdad:
Se enfrentarían en un interesante duelo interno, los discípulos del grupo encabezado por Raky, y los pupilos del equipo que comandaba Ronald Johnson.
El resultado, a favor de estos últimos, fue apabullante.
Ronald Johnson -asesorado principalmente por Nelson Vargas y Manuel Echevarria- fue designado entrenador nacional.
Bela Raky regresó a casa.
La gran prueba que culminaba el proceso selectivo diseñado por Johnson, sería el torneo internacional de Santa Clara, famoso por la caidad de quienes en él compiten. Se decía que una final de Santa Clara tenia más importancia que una final olímpica.
Ahí en esa piscina californiana al aire libre, Felipe dio la gran sorpresa al vencer a Brian Job, el número uno de Estados Unidos y segundo en las clasificaciones mundiales, en las que era superado únicamente por el soviético VIadimir Kosinsky. El Tibio nadó los 200 metros de pecho en 2:29,3 minutos, aunque su, hazaña fue opacada porque ese mismo día -7 de julio de 1968-, Guillermo Echevarría implantó record mundial en los 1,500 de nado libre; es, a la fecha, el único nadador mexicano que ha logrado esa proeza. Guillermo cronometró 16:28,1 minutos.
Los notables progresos de los competidores mexicanos obligaron a una reacción de sus rivales de allende la frontera norte.
Apenas tres semanas después de aquellos éxitos mexicanos, el estadounidense Mike Burton recuperaba el record mundial de los 1,500 metros y se perfilaba, desde ya, el gran duelo olímpico -que en realidad, nunca se produjo-: Burton-Echevarría. Por otro lado, a la semana siguiente y en Lincoln, Nebraska, Job se vengaba del Tibio, al derrotarlo en un torneo de la asociación estadounidense; cronometró 2:31,2, por 2:31,7 del mexicano.
El siguiente encuentro, el tercero, el bueno, sería en la alberca olímpica.
En ésta, del complejo Francisco Márquez, que hoy martes 22 de octubre de 1968, registra un lleno como nunca antes.
Más de 10 mil personas -sobrecupo atestan tribunas y pasillos.
La expectación está al rojo vivo porque esta mañana un nadador mexicano casi desconocido, a quien apodan El Tibio y se llama Felipe Muñoz, ha dado la gran sorpresa de pasar a la final con el mejor tiempo en los heats eliminatorios.
Ha encendido la luz de la esperanza.
Desde temprano lo busca la prensa. Y también el pertinaz caza-autógrafos.
Johnson, Vargas y Muñoz se ponen de acuerdo para evitarlos a toda costa e impedir así, que el Tibio pierda su concentración: aflojará, pues, no en la alberca de calentamiento del complejo deportivo de División del Norte y Río Churubusco, sino en el club Libanés. Pero algo pasa: están cerradas sus puertas. Ese día no hay actividad, pues la mayoría de los directivos y de la gente de natación se ausentó para estar a tiempo, por la noche, en la gran final. Los policías no ceden a las peticiones de aquel extraño trío a bordo de un viejo Volkswagen. El trío pide. No Ruega. No Implora. No. Hasta que advierte: "este es el Tibio Muñoz. De ustedes depende de que esta noche sea campeón olímpico". Las puertas, finalmente, son abiertas. Entrena el Tibio Muñoz, solitario en la inmensidad de la piscina. Se prepara, rodeado de quietud y de silencio, para la gran cita.
Y parte hacia ella.
Irreconocible en el asiento trasero de aquel destartalado Volkswagen que cada mañana, a las 5 en punto, hacía sonar su bocina llamándolo a entrenamiento, el Tibio Muñoz cruza entre la multitud, se apea en el propio túnel del vestidor, camina unos pasos y se mete a las entrañas de aquel monstruo de concreto.
Faltan minutos para la prueba.
Felipe:
- En el vestidor, mientras esperábamos la final, todos estábamos muy tensos. El japonés meditaba, el alemán tenía las piernas hacia arriba; los gringos, más tranquilos, veían retadoramente a los soviéticos, quienes también estaban muy nerviosos... ¿Yo?... Los veía y me reía, creo que también de nervios. Pero estaba irremediablemente seguro de que nadie podría vencerme esa noche; de que nada sería más grande que mi anhelo de ofrecer a mi país una medalla de oro.
Fuera del camerino, la gente comenta la enésima decepción en futbol: en semifinales, la selección nacional ha sido eliminada: cae ante Bulgaria, en Guadalajara, por 3-2.
Pero todas las especulaciones y todos los comentarios quedan atrás cuando el público ve avanzar a los ocho finalistas, que se aproximan a la alberca.
Entonces estalla la gritería.
Es, para Felipe, el carril de honor: el 4, en virtud de que esta mañana, como ya se ha dicho, ha registrado el mejor tiempo en las eliminatorias: 2:31,1 minutos. A su lado derecho, en el carril 2, el temible campeón, el soviético Kosinsky -2:31,5- y a su izquierda,: el rival de siempre, Brian Job -2:32,5-. Completan la línea de salida: el japonés Osamu Tsurumine -carril 1-, los soviéticos Nikolai Pankin-3- y Eugehy Mikhailov -6-, el estadounidense Philip Long -7- y el alemán Hennin. ger -8-.
Se acomodan en el banco de salida.
Lentamente, Felipe se quita el pants rojo con esas franjas blancas que dibujan una "V" en la chamarra.
El reloj de la alberca marca las, 8:04 de la noche cuando el juez llama a los competidores.
Se escucha sólo el sonido del silencio.
"¡Listos!. .."
Ya. El disparo.
Un rugido acompaña el breve vuelo de los nadadores.
Felipe:
- Las instrucciones de Ronald fueron precisas. Había insistido en que nadara sin presiones, lo más suelto posible, sin voltear a ver a los demás. Teníamos todo preparado: el número de brazadas, el ritmo, las vueltas. Todo estaba calculado para hacer menos de 2:30 minutos, lo que nos permitiría entrar a la disputa de las medallas. Enérgicamente, Ronald me decía que no quería que me emocionara, que me enfrascara en un duelo inicial y después no tuviera fuerza al cerrar. Obedecí al pie de la letra esas indicaciones ¡y cerré como debía hacerlo!
En los primeros 50 metros del recorrido, Felipe se coloca en quinto sitio, detrás del alemán Henninger, el estadounidense Job y de los soviéticos Pankin y Kosinsky. Son sólo 21 sus brazadas, a un ritmo semilento. Acelera en el regreso. Y la multitud se enardece al instante.
Cien metros: el alemán va al frente. Le siguen Job y Kosinsky. Felipe, ya a un metro de ellos.
Crece el aliento de la muchedumbre... Van por el último tramo. Se estrujan los nervios.
¡Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!". 175 metros: Felipe rebasa a Henninger y a Job, en vigorosa ofensiva que obliga a Kosinsky a una rabiosa reacción. Ya es sólo un duelo entre dos. Pelean brazada con brazada, centímetro a centímetro. Final escalofriante. Es Felipe quien cruza primero la raya imaginaria a diez metros del final, con casi medio cuerpo de ventaja. Intenta el europeo un último embate. La masa humana apretujada en las tribunas se estremece. Pero el Tibio, a su vez, -ha decidido ofrendar su último esfuerzo. El pechazo final, al máximo y el toque de la placa, casi simultáneo.
¿Quién ganó?
Transcurrieron apenas fracciones de segundo entre tres toques a la placa, porque Job también aceleró al final.
Lo único cierto es que una medalla ha sido conquistada.
Y explota la algarabía.
El paroxismo es colectivo.
En la piscina el Tibio recibe las felicitaciones de los jueces del cronometraje manual. También las de Job. Kosinsky permanece a la expectativa.
¿Será?
¡Es!
Finaliza esa corta espera tan larga como un siglo. En el tablero electrónico aparece la leyenda oficial de los 200 metros nado de pecho:
1.- F. Muñoz (MEXICO) 2:28,7
2.- V. Kosinsky (URSS) 2:29,2
3.- B. Job (EUA) 2:29,9
4.- N. Pankin (URSS) 2:30,3
S.- E. Mikhailov (URSS) 2:32,8
6.- E. Henninger (Alemania) 2:33,2
7.- P. Long (EUA) 2:33,6
8.- 0. Tsurumine (Japón) 2:33,9.
En las tribunas se produce un extraño rito de celebración: unos gritan, otros lloran; unos cantan, otros bailan; unos lanzan al aire las porras a México, otros al Tibio.
Se mezclan las más encontradas expresiones de alegría.
Y es que esta noche México ha ganado, ya a sólo cinco días del adiós a los juegos, su primera medalla de oro en la XIX Olimpiada...
Sube a lo alto del podio el jovencito de sólo 17 años.
Alza los brazos, jubiloso.
La multitud le responde.
De repente, otra vez, el silencio total.
Nuestra bandera es izada.
Y son diez mil voces las que cantan: "Mexicanos al grito de guerra. .
Y el jovencito enjuga, con su mano derecha, una furtiva lágrima.
No controla aún sus emociones el Tibio. Han pasado apenas unos minutos de su dramática victoria, cuando recibe una llamada: es del Presidente Gustavo Díaz Ordaz quien -a través de la televisión- ha seguido la prueba.
He aquí la reseña de la conversación, como apareció en los diarios de la época:
- Felipe...
- Sí...
- Le mando una muy cariñosa felicitación. Me da gusto que en esa hermosísima alberca olímpica, que se construyó con dinero del pueblo mexicano, haya tenido la oportunidad un joven campeón, también mexicano, de ganar la medalla de oro en estas competencias olímpicas que tienen por sede a nuestra patria. Escucha el Tibio el largo monólogo del mandatario:
Ese es el fruto de su esfuerzo. De su disciplina, de la obediencia a las indicaciones de quienes le han enseñado y del corazón que usted puso en la prueba.
Me siento muy contento, como mexicano, de tener una medalla de oro ganada por un joven limpio como usted.
Le hago públicas felicitaciones y le ruego hacerlas extensivas a quienes, sin alcanzar el galardón máximo como la señora Pilar Roldán y el sargento Pedraza, y aún a quienes, sin llegar al podio, como Juan Martínez -cuarto sitio en 5 y 10 mil metros en atletismo- han puesto su mejor esfuerzo para competir por México.
Ya buscaré la oportunidad de hacerle una felicitación personal. Le mando un abrazote muy cariñoso y apretado.
Que sigan los triunfos, Felipe. Hasta luego... Gusto en saludarlo.
Felipe:
- Yo nada más atinaba a decirle: "Sí Presidente"... "Sí Presidente". . . Estaba más nervioso que cuando nadé.
Felipe, ante los reporteros:
- Yo no soy un héroe... Soy, simplemente, un deportista que ha comprendido que para llegar a donde se desea, hay que poner toda el alma de por medio. Lo hice, nada más.
No quería ser héroe.
Pero lo era. Irremediablemente.
El hombre del día. Su fotografía, en cada publicación; su imagen, a todas horas en la televisión y en los noticieros cinematográficos; su voz, en todo momento por la radio.
El 28 de octubre, Alfonso Corona del Rosal -regente de la ciudad- lo recibió en su despacho y le dijo: usted es el hijo mimado de la ciudad. Le obsequió un juego de plumas y un reloj de oro.
Felipe, perturbado, sólo alcanzó a decir:
- Yo nomás les quería mostrar que también en San Juan hace aire.
Y Corona del Rosal, entre risas:
- Pues que siga haciendo aire...
También el Presidente Díaz Ordaz mandaría llamar a Felipe. Había prometido felicitarle personalmente. Lo esperaba una tarde, en Lo Pinos. Pero Felipe se encontraba en Acapulco festejando su victoria.
Recuerda doña Areti Capamas:
- Hablaron por teléfono a la casa. Que - el señor Presidente quería ver a Felipe en su despacho. Pero él no estaba. Se había ido al con sus amigos. ¿Qué hacíamos?... Bueno... Todo mundo intervino. Hasta Miguel Alemán, prestó un helicóptero y en Acapulco, buscaron, a mi hijo por todas las playas... Con altavoces le decían que se reportara a la ciudad de México. Fueron varias horas de inquietud, pero al fin lo encontraron. Llegó en la noche y al otro día acudimos a ver al Presidente. Nos presentamos en Palacio Nacional. El licenciado Díaz Ordaz lo abrazó afectuosamente.
Dijo el Presidente:
- Quiero obsequiarte una casa... Tú no me has pedido nada.
Doña Areti:
- Nosotros vivíamos en un pequeño departamento en la calle de Mitla y la gran ilusión de Felipe era regalarme una casa. Y se lo dijo al Presidente: "quiero una casa para mi madre". El aceptó: "escoge la que quieras".
Días después nos pusimos en contacto con el licenciado Legorreta y Felipe, que había visto una casa en doctor Vértiz con el letrero de Se vende, le dio la dirección. Pero había un problema: esa casa la vendían con todo y muebles. Nos dijo después el licenciado Legorreta que la esposa del licenciado Díaz Ordaz, que quería mucho a Felipe, fue la que insistió en que esa fuera la casa que nos dieran ¡con todo y muebles!
Felipe:
- Yo no busqué ser el mejor para después explotar esa fama. Me preparé para ganar en un ambiente de mucha motivación, como eran los Juegos Olímpicos en nuestro país. Mi triunfo se debió a las ganas que todos le echamos: dirigentes, entrenadores, deportistas e incluso, hasta quienes limpiaban los baños.
El Tibio continuó en las competencias.
Llegó inclusive a los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, pero sólo obtuvo el quinto lugar en la especialidad en la que fue campeón cuatro años antes.
Felipe:
-Trabajamos aún más fuerte, pero los s para el deporte ya no fueron los mismos se nos prodigaron para competir en México. Antes viajábamos frecuentemente para enfrentarnos a los mejores; después, nada o casi nada. Llegamos a Munich para encontrarnos con una natación más evolucionada, con un trabajo más científico y más fuerte; con nuevos métodos de entrenamiento. Y tuvimos que ceder.
El Tibio se retiró del deporte activo dos años más tarde, después de ganar dos medallas oro -100 y 200 metros nado de pecho- y a de plata -200 metros relevo combinado en los Juegos Centroamericanos y del Caribe disputados en Santo Domingo, en 1974.
Dice Felipe:
- No me quise ir en 1972 porque yo nadaba y competía por gusto. Y ya había vivido el triunfo, ese momento de gloria que marca una vida. En 1968 me di cuenta de que el deporte me serviría para forjar mi carácter; que la disciplina a que me obligaba sería, después, primordial en mi desarrollo. Así que quise retirarme como un ganador. Por eso esperé.
El Tibio quedó en la historia.
Felipe Muñoz Capamas concluyó su carrera de publicidad en la Universidad de Texas, donde se graduó y además, conoció a Wendy, quien es ahora su esposa y madre de tres pequeños: Donald, Jéssica y David.
Posteriormente, trabajó en las delegaciones Benito Juárez, Venustiano Carranza y Cuauhtémoc; después fue subdirector de Control y Dirección, en la Dirección de Desarrollo del Deporte -en la Subsecretaría del ramo- y en 1984 inició una carrera como comentarista deportivo de una estación televisiva, y de la que ahora es funcionario, en la ciudad de Los Angeles, donde radica.
Aquel delgado jovencito de ayer es hoy un hombre de amplias espaldas y gran bigote que, sin embargo, no oculta la sonrisa franca de siempre.
Felipe Muñoz, 22 años después:
- Qué importantes son los recuerdos... Porque no son todo dulzura, sino que uno vuelve a vivir, a sentir la hiel del esfuerzo, del sacrificio, del empeño, de la constancia, de la disciplina. . . De todo eso a que obliga el deporte si uno quiere trascender y que se traduce en una sola palabra: trabajo... Eso, eso es lo único que necesitamos: trabajo de¡ funcionario, trabajo de¡ entrenador, trabajo de¡ atleta... Mi gran deseo es hacer sentir a niños y a jóvenes que como gringos, rusos o alemanes, también tenemos dos brazos, dos piernas, una cabeza e inteligencia... Entreguémoslo todo en pos de una ilusión, sin esperar a que los problemas se una resuelvan por sí solos; luchemos por triunfar.
Yo tenía sólo 17 años cuando viví mi gran momento, pero ya había una historia detrás. Y esos instantes valen una vida. Porque, finalmente, el triunfo no es sólo de uno, sino de la familia, de tus amigos, de tus compañeros y sobre todo, de tu país: de México. Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004. REGRESAR
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