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Carlos Girón Gutiérrez
Medallista de plata
Clavados
Moscú 1980

Fueron hechos que marcaron su vida.

Que lo impulsaron hasta una medalla olímpica.

Acapulco, 1964.

Su delgada voz era un cántico a los turistas:

- ¡Hey, mister, one coin to the water!

Y los turistas arrojaban las monedas al mar.

Era, entonces, una parvada de chiquillos la que se tiraba de cabeza en el malecón. Había que llegar primero; alcanzar la moneda que ganaba fondo.

Carlos Girón era uno de ellos. Tenía apenas 10 años de edad.

Allí, en el bello puerto del Pacífico, había aprendido a nadar...

- Tragué cantidades industriales de agua salada, me hundí cientos de veces en el bravío oleaje del puerto, pero lo hice: aprendí a nadar. Porque sólo así podía estar con mis amigos, de vagos, cuando salíamos de la escuela. Pero nadar no me atraía; lo que más me gustaba era tirarme del trampolín, de las rocas, del malecón... Porque lanzarte de clavado es como volar, y el encuentro con la masa sólida, y la sumersión... Todo eso es indescriptible. Yo me lanzaba muy bien. Desde entonces sentí una fascinación especial por ir de cabeza, el cuerpo en libertad, al encuentro con el agua.

México, D.F., 1968.

Dos años antes ha obtenido ya Girón el campeonato Centroamericano Infantil de clavados -El Salvador-. Ahora participa en los ensayos de la ceremonia inaugural del torneo de clavados de los Juegos Olímpicos a celebrarse en México.

- Se trataba de representar a un clavadista de cada país que acudía al torneo olímpico. A mí me tocó el de Estados Unidos. Me gustó actuar. Lo sentía. Me posesioné tanto del personaje que pensaba que en verdad era yo quien se encontraba a unos minutos de la competencia.

Después me preguntaba a mí mismo:

"¿Cuándo llegaré a esto?" Y cuando lo platicaba con Jorge Rueda, me decía él: "Llegarás, sé que llegarás... ¡Juntos lo lograremos ... !

Dicen que la historia de los clavados se divide en tres nombres: Joaquín Capilla, Klaus Dibiasi y Greg Louganis...

Munich 72.

Ahora se disputa la final de la plataforma de 10 metros.

Y Dibiasi, campeón olímpico cuatro años antes, en México, es el líder.

Pero enfrenta la tenaz oposición de este joven mexicano de apenas 17 años que, hace apenas un mes y medio, sorpresivamente lo ha derrotado en la tradicional competencia de Suecia.

Llegan al último clavado separados por una mínima diferencia: Dibiasi aventaja por sólo tres puntos.

Un buen lanzamiento y...

Dos vueltas y media de holandés. El mejor clavado de Girón. Cientos de veces ejecutado con gran limpieza.

Pero ahora... ¿Tal vez la presión? El giro es demasiado fuerte y muy alto. Girón cae casi de espaldas.-Puntuación mínima. Del segundo lugar se va hasta el octavo. De la posibilidad de una medalla de oro, a las manos vacías; al espíritu vacío... A dos horas de llanto, solitario, en su vestidor. A las ganas de mandar todo al demonio... Y, finalmente, al encuentro con un niño, mexicano también, que pacientemente esperó hasta verlo aparecer por aquella puerta. Le dijo, entonces:

- Híjole, Carlos... ¡Qué padres clavados te echaste! Y ese último también estuvo padrísimo... Lo que debe de haber pasado fue que la alberca estaba muy arriba; si hubiera estado un poquito más abajo, te sale derechito, derechito.. .

Girón:

- Fueron las palabras mágicas. Me levantaron; me puse a reir. Fue algo muy impactante para mi el ver a ese pequeño que, pese a todo, me felicitaba. Fue mi punto de partida para olvidar la terrible falla. Lo dicho por ese niño y por Jorge Rueda me hicieron prometerme a mí mismo que nada me apartaría de mi gran ilusión: conquistar una medalla olímpica.

La lograría ocho años después, en tierras moscovitas.

¿De quién son esas finas manos que golpean hasta enrojecer, éstas, que algún día serán posaderas olímpicas?...

Son de doña María Emilia Gutiérrez, actriz; tan dedicada a su profesión que viaja de ciudad en ciudad, como parte de una compañía teatral.

Una vez más, doña María ha sorprendido a su pequeño hijo Carlos, de diez años, zambuyéndose en el malecón para rescatar aquellas monedas que buscaban el lecho marino.

Se lo había prohibido terminantemente.

El chiquillo tendría que pagar, pues, las consecuencias.

Girón, con una sonrisa:

- Desde esa época comienza ya a sufrir un futuro campeón...

Ahora vive en Acapulco, pero Carlos Girón nació el 3 de noviembre de 1954, en Mexicali, Baja California.

-"Nací de clavado, allí, en las escaleras de mi casa"- Pero, a los pocos mi la familia emigró a Chihuahua, donde permaneció cinco años. Otros cinco en la ciudad de México y, justo al arribar a los diez años de edad, el puerto de Acapulco... El mar...

Girón:

- Andaba del tingo al tango acompañando a mi mamá. Mi vida transcurría en breves períodos en hoteles, casas y departamentos. En Cuernavaca había un hotel que, recuerdo, tenía muchos canarios. Allí empecé con los clavados me gustaba muchísimo tirarme desde un metro. No sabía nadar muy bien, pero me gustaba el agua. Tendría como ocho años de edad. Me metía a la alberca cuando no había nadie. Me levantaba muy temprano y, con todas las dificultades del mundo, me trepaba al pequeño trampolín y me tiraba para luego llegar, penosamente, a la orilla. Sin embargo, nunca me dio miedo... En Acapulco tuve que aprender a nadar, pero a fuerza ... ¿Si no, cómo podría estar con mis amigos? Había que ir con ellos por las monedas el mar; los gringos. Era por pura diversión, aunque a veces sacábamos nuestros buenos pesos.

Fueron dos años en Acapulco. Y toda alegría allí vivida fue dolor intenso al dejarla:

Girón:

- Estaba por cumplir los doce años cuando volvimos a la ciudad de México, en la cuál había vivido con mi padre, Jorge Humberto Girón, y con mi abuela, cuando tenía cinc aquí andaba yo, invadido por la nostalgia cuando mi primo Alfonso Girón me invitó a nadar en la alberca de la Unidad Morelos IMSS, donde él empezaba a entrenar a varios muchachitos. Me metí casi de contrabando, sin credencial y me quedé. Me encantó estar ahí no tanto por nadar, sino por tirarme unos clavados desde el trampolín. Mi escuela había sido ver los clavados de avioncito allá, en la Quebrada.

Aquella unidad deportiva del IMSS comenzaba a ser, silenciosamente, el emporio de la natación mexicana. Era 1965 y los clubes privados estaban fuera del alcance económico de las masas. En el IMSS daban sus primeros pasos los monarcas del mañana.

Girón:

- Ahí recibí algo impagable y de lo cual siempre viviré agradecido: la amistad de toda esa gente que, incluso sin recibir paga, trabajaban con un profundo amor por lo que hacían, impartiéndonos generosamente sus conocimientos. El compañerismo, la unión y ese gran espíritu de echarle todas las ganas del mundo a la empresa que se emprendiera fue para todos nosotros, en ese entonces unos chiquillos, un gran ejemplo. Todo el mundo daba lo mejor de sí. Ahí estaban, entre otros, nadadores como el Tibio Muñoz y Ricardo Marmolejo. Nos preparaban Nelson Vargas; mi primo Alfonso y Jorge Rueda, quien empezaba a ser el gran entrenador que es. Una gran época de aquella unidad. Quizás la mejor.. .

Rápidamente, Jorge Rueda detectó el talento de Carlos para lanzarse al agua desde las alturas, y lo invitó a participar en los entrenamientos, junto con el equipo que encabezaba el entonces campeón nacional, Juan Manzo.

Girón:

Como era natural, los muchachos más grandes contaban ya las experiencias vividas en los viajes. Ya iban a Miami y a otras ciudades. Y a mi siempre me atrajo viajar. Esa posibilidad fue otro de mis alicientes.

No tenía ni siquiera un mes entrenando cuando vino mi primera competencia, una de novatos. Recuerdo con emoción aquel traje de baño que mi mamá me hizo de un paliacate. Gané ese torneo y me empezaron a tomar en cuenta; incluso, hasta un periódico deportivo me hizo un reportaje. Adquirí cierta fama y los maloras, como siempre, trataban de enfrentarme con Manzo. Un día, ya medio molestos los dos, llegué a retarlo: "pues tú serás muy Juan Manzo, pero no está muy lejos el día en que te venza"...

Y siguió, llevado de la mano por Jorge Rueda, trabajando intensamente en la fosa.

En 1966, Girón compitió en el selectivo que tenía como finalidad integrar al representativo para el Campeonato Centroamericano infantil y juvenil, que se celebró en El Salvador. En esa ocasión fue vencido por Mario Baeza. Pero ambos fueron seleccionados.

En San Salvador, Girón cobró venganza sobre Baeza.

Y no sólo eso: resultó campeón del torneo.

Girón:

- En aquel entonces ya me tiraba un vistoso clavado de vuelta al frente con tres giros, y también uno de vuelta y media en holandés, que eran mis mejores saltos para juvenil A. Gané el Centroamericano, y se me abrió un nuevo mundo: el de los viajes, el de las medallas de oro, el de las banderas y los himnos; el del amor por la camiseta, del amor por tu país...

Ya se aproximaba 1968 y, con él, la celebración de los Juegos Olímpicos de México.

Todo era actividad aquí. Y, por supuesto, polarizaba la atención ese intenso entrenamiento del equipo olímpico mexicano. En trampolín y plataforma se encontraban los mejores: José de Jesús Robinson, Álvaro Gaxiola, Luis Niño de Rivera, Jorge Telch, Raúl Izorial y Luis Cervantes. Con ellos, sin formar parte de la escuadra, practicaba también aquel chamaco de sólo 13 años de edad: Carlos Girón.

Este Girón que recuerda:

- ¡"Bájate de ahí!", me gritaban; sin más explicaciones me bajaban del trampolín o de la plataforma porque llegaba la hora de las prácticas. No me gustaba la forma en que lo hacían, pero tenía que acatar. Por otra parte, Cervantes y Robinson me picaban: A ver, a ver, échate tus mejores clavados . No podía faltar el que más me gustaba: tres vueltas y media al frente, desde tres metros. Y como me salía bien, ellos seguían retándome. Con la ventaja de ser mayores que yo... Así que todo eso fue generando en mí un incontenible espíritu de competencia. Mi ilusión más grande, en esos momentos, era el de llegar a enfrentarme a ellos, y derrotarlos.

Ya. México 68.

Los deportes acuáticos ofrecían buenos resultados: Álvaro Gaxiola, medalla de plata en 10 metros; Luis Niño de Rivera, cuarto sitio en trampolín; Felipe Tibio Muñoz, oro en 200 metros de pecho y, Maritere Ramírez, bronce en los 800 libres.

Girón:

- En ese momento yo estaba totalmente inmaduro. A mis casi 14 años, no comprendía lo que era ser campeón olímpico... Ni siquiera era capaz de apreciar, de entender muchos clavados. Me impresionó, eso sí, el italiano Dibiasi y gocé la medalla de Álvaro, pero, si lugar a dudas, la actuación de Felipe fue muy significativa para mí. Con el Tibio vibré, sentí como si me hubieran encendido un fuego por dentro. Yo ardía aquella noche en la alberca mientras él se lanzaba en pos de la victoria y, la gente se desbordaba en las tribunas, llorando de alegría al llegar el triunfo y, con él triunfó con la medalla de oro. Eso me llenó de energía. Lloré también. Sentí todo aquello. Comprendí que los Juegos Olímpicos tenían algo fuera de contexto, y me propuse que, como Felipe, yo también debería de tener mi momento olímpico

La cita era Munich 72.

Y Carlos se la fijó a sí mismo como la gran meta.

Ya en 1970, a los 16 años de edad, Girón era campeón nacional en mayores. Había desbancado a su amigo y compañero de siempre. José de Jesús Robinson. Y contaba, además de la presencia de Jorge Rueda, con la invaluable experiencia de Mario Tovar, allí, a la orilla la alberca, ofreciéndole toda su Inmensa sabiduría.

1972:

Ya se habla de Carlos Girón en el mundial olímpico de los clavados.

Porque el joven mexicano ha ganado las copas de Austria e Italia, aunque falta la más importante: la de Suecia. Será muy difícil, porque a ella acudirán los ocho mejores del mundo, quienes enfrentarán a los clavadistas locales.

Girón:

Era una competencia corno las de tenía, por eliminatorias. Cuatro duelos en un día. Algo para locos. Cuando vino el sorteo anunciaron: "Klaus Dibiasi, de Italia, contra Carlos Girón de México". Muchos rieron. Klaus era el campeón olímpico, y el lógico favorito para Munich. Y ahora tenía que eliminarse con un muchachito, casi un escuincle. ¡Qué bárbaro!, Incluso en el equipo cundió el desaliento. Pero, cuando me lo dijeron, no me afectó. No me puse nervioso. Recuerdo que Jorge Telch mi compañero de equipo, se puso muy serio y me dijo: "Carlos, ¡tú vas a ganar!". El estudiaba sicología y como que me trató de hipnotizar."¡Tú vas a ganar!", me repetía una y otra vez. asta que me convenció de ello. En la noche anterior a la competencia revisamos los clavados. Allí, acostado, repasé lentamente las vueltas y los giros, mi presentación en la fosa, cómo tenía que pararme en el trampolín. Estaba tan metido en la competencia, que cuando me dormí la soñé; soñé que ganaba, y veía a los jueces, las calificaciones, la premiación, todo... Como en una película.

A competir, pues.

Enemigos anexos: el frío verano sueco, y los pésimos trampolines.

Aliciente externo: vencer al mejor.

Girón:

En los clavados obligatorios, Klaus lograba calificaciones de 9.5 y 9.0, mientras -que yo sólo alcanzaba 8.5 y algunos 9.0-. Pero todo empezó a cambiar con los clavados libres. Entonces repuse lo perdido y, ante la sorpresa general, acabé superándolo por dos puntos. Ya no había risitas; había admiración. Y felicidad en nuestro equipo. Siguieron las confrontaciones y así, casi sin darme cuenta, ya estaba en la final. La perdí ante un australiano, pero jueces y competidores empezaban a conocerme. A mes y medio de los Juegos. Olímpicos de Munich me había hecho de un nombre; ya tenía un lugar en este deporte.

LA VILLA OLIMPICA: UN MUNDO APARTE

Munich 72.

La Villa Olímpica.

Girón:

- Ya estaba en unos Juegos Olímpicos. Tenía apenas 17 años y andaba como sonámbulo, allí en ese mundo nuevo para mí, tan complejo, al verme rodeado, de pronto, de periodistas conocidos y de reporteros de otros países; de gente que te pide un autógrafo, de encontrarme en una Villa Olímpica tan cerca de enormes atletas, como Abebe Bikila y Mark Spitz, entre otros...

Ahí me encontraba yo, en el centro de la vorágine.

En la prueba del trampolín de tres metros,

Carlos exhibió su inexperiencia, pero finalizó en el octavo sitio.

Su esperanza, pues, estaba cifrada en la plataforma de diez metros, en donde se sentía más a gusto.

En esta competencia narrada por él mismo:

- Iba con una mentalidad muy positiva y empecé muy bien, muy concentrado en lo que hacía. Tuve buenas calificaciones y pasé a la final. Ya dentro de ésta, noté que iba escalando posiciones a un ritmo que ni yo mismo esperaba. Me sentía muy tranquilo. Estaba haciendo correctamente las cosas.

Por fin llegamos al último salto. Y allí estaba yo, en segundo lugar, a sólo tres puntos de Dibiasi, lo que no era extraño para quien recordaba aquella competencia en Suecia, pero sí para buena parte del público. No recuerdo por qué, pero vino un receso. Todos lo aprovechamos para afinar los últimos detalles. Se trataba de mi mejor clavado, así que le dije a Mario Tovar que me gustaría ensayarlo dos veces. Pero él no quiso. Me dijo que con una era suficiente. Y bueno, pues, sería sólo una. Me lancé bien para practicar ese salto en el que iba de por medio una medalla; quizás la de oro: dos vueltas y inedia de holandés. Lo metí bien, pero quedó cierta duda; sentía que sería mejor si volvía a ensayarlo. Pero no era posible...

Acabó el receso. Ultimo salto. Y sucedió lo inesperado: cuando estaba en lo alto de la plataforma, y al anunciar mi nombre y mi salto, sentí que me prendían fuego, que el cemento me quemaba. No sabía qué hacer, estaba desconcentrado. Mario me hacía señas, que estuviera tranquilo, que todo iba bien, pero yo me encontraba en otro mundo. Hasta que vino el shhhh de la gente, pidiendo silencio...

Empecé a repasar, inútilmente, mi clavado. Necesitaba concentrarme, pero me sentía muy presionado. Sabía que tenía que hacerlo, y hacerlo ya. A último momento decidí que tenía que ser más alto y más rápido; muy diferente a como lo había practicado. Y salí. Giré muy alto y muy fuerte, ¡y pácatelas!, que caigo casi de espaldas. Del segundo lugar me fui al octavo. Era el golpe más fuerte en mi vida en los clavados. Sentía odio, coraje, ansia de decirle a Mario que él había tenido la culpa por no haberme dejado tirar ese segundo clavado de ensayo; sentía la impotencia de saber que tienes una sola oportunidad y se te va. Me pasé dos horas en el vestidor, llorando, pensando en el retiro de los clavados, acompañado sólo por Jorge Rueda, quien me decía: "No te preocupes, vas a hacerlo mejor en una segunda oportunidad. Le vamos a echar todas las ganas del mundo y vamos a ganar una medalla olímpica". Luego vendrían aquellas mágicas palabras de ese niñito mexicano en las afueras de la alberca...

MONTREAL 76: TODO UN FRACASO

Las esperanzas, pues, se cifrarían en Montreal 1976.

Otros cuatro años de trabajo.

Saltos y más saltos; competencia tras competencia.

Aquella caída de Munich quedaba en el olvido.

Carlos Girón ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos celebrados en México, 1975 y todos los anhelos se renovaron. Sería él, no había duda, quien continuara con aquella tradición de los clavadistas mexicanos en olimpiadas, iniciada por Joaquín Capilla y a quien siguieron Juan Botella y Álvaro Gaxiola.

La preparación fue excelente.

Pero...

Girón:

Parecía que se había logrado un buen equipo. La calidad de sus integrantes y el trabajo realizado durante tres años, así lo hacían suponer. Pero había problemas internos muy fuertes. Teníamos en contra, nada menos, a la Federación Mexicana de Natación que presidía Javier Ostos. Y todo explotó cuando fuimos a Europa a una gira de fogueo previa a los grandes torneos. Jorge Rueda tenía muchos problemas, que se agudizaron con la protesta de quienes se sintieron desplazados en el equipo. Ostos hizo regresar de Europa a Francisco Rueda, sin permitirle siquiera competir en una prueba. El grupo se desmoronó. En lo personal, me sentí deprimido. Había buenos entrenamientos, pero sin lugar a dudas faltaba disposición para el trabajo. Estábamos, todos, envueltos por el mal humor.
Resultado: Girón finalizó cuarto en plataforma y séptimo en trampolín.

Y de este cielo olímpico sólo rescató el Premio Nacional de Deportes, en 1975, entregado por el entonces presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez.

Girón:

- Ese ha sido el máximo galardón que he recibido porque, como sucedía antes, era el único reconocimiento que como deportista, recibías de tu país. Y era un premio limpio, ganado a ley en competencia y no como ocurriría después, fuera de ella...

MOSCU 80: EL CAMINO


Las experiencias de Munich y Montreal aportaron un valioso cúmulo de vivencias para Girón.

Ahora, más maduro, emprendió de nueva cuenta el largo camino hacia unos Juegos Olímpicos. Otros cuatro años hasta llegar a Moscú 1980.

Podría ser la última llamada...

Girón:

- Jorge Rueda y yo hicimos un trato: trabajar más en serio, superarnos día a día, manteniéndonos, dentro de lo posible, lo más ajenos a lo que. sucedía en nuestro alrededor... Dedicarnos a nuestro objetivo al ciento por ciento. Y creo que cumplimos.

Trabajar más de ocho horas al día es algo que pocos aceptan. Y nosotros no descansamos de 1977 a 1980. Competencia tras competencia, siempre nos esforzamos por mejorar, por vencer. En esos años gané un ochenta por ciento de los torneos en los que participé. En Estados Unidos se me consideró como el mejor clavadista, y así fue ratificado por la revista especializada Swimming World, que me proclamó número uno en 78, 79 y 80. En ese período vencí a Louganis y a Portnov, que eran los mejores rivales que podía encontrar. Había aprendido a rendir; a ser, pues, un triunfador. Me habían cambiado aquellos miles de saltos, aquellos cientos de horas de estudio, de concentración y de ejercicios físicos. Ya no era aquel chiquillo que se presentara sin experiencia en Munich, ni aquel muchacho acosado en Montreal; ahora era Carlos Girón, con un gran trabajo que me respaldaba y dispuesto a luchar por la medalla olímpica, a estar en el podio, entre los tres mejores. Tenía la mentalidad adecuada y por otra parte, un nuevo aliciente: en enero de 1980 contraje nupcias.

Girón se casó con Silviana Uribe. Tienen dos hijos: Carlo Patricio y Silviana.

Julio de 1980.

Juegos Olímpicos de Moscú.

La ausencia de los Estados Unidos afecta al movimiento olímpico. La labor de boicoteo encabezada por el presidente Carter, al que siguieron varios mandatarios, opacó los juegos moscovitas.

Girón:

- Para mí fue impresionante que no acudiera Estados Unidos. Fue un shock el saber que no estarían sus atletas. Pero me reconfortaba el hecho de recordar que en anteriores competencias había vencido a sus representantes, y estaba seguro de que en Moscú también hubiera hecho patente mi superioridad. Y lo digo así porque en 1980 no gané como una consecuencia de lo que ese día, sino por el gran trabajo realizado largo de cuatro años. Y eso es lo que importa; no que si fue de oro o de plata la medalla, sino que fue el premio a la constancia, al esfuerzo cotidiano, a las intensas jornadas en la alberca. Importa saber que lo que diste entró eco en las personas, y que te encuentras la satisfacción personal de haber triunfado. De pronto sientes que todo ha sido un sueño, una ilusión que se resumió en dos horas de competencia. Y vuelves a la realidad al ver la. mela. La tocas y no ves de qué color es; finalmente, es una medalla olímpica.

EL MOMENTO OLÍMPICO


Ya pasaron las eliminatorias.

Hoy es 23 de julio de 1980.

Carlos Girón llega a la final en trampolín de 3 metros con una inmejorable preparación. Cada detalle, técnico, táctico, físico, atlético y ,anímico, ha sido mil veces revisado y perfeccionado. Tiene la experiencia de dos olimpiadas y a su lado está quien lo acompaña desde hace 14 años: Jorge Rueda.

Sólo falta un compromiso: saltar. Y hacerlo bien, muy bien.

El complejo deportivo de Moscú luce esplendoroso.

Al lado de la fosa, la alberca olímpica, en la cual las nadadoras de Alemania Oriental cosechan victorias y arrancan las exclamaciones de júbilo... Estas, que destrozan el que debería de ser silencio sepulcral de¡ escenario de los clavados.

Ya se lanza al agua el primer finalista...

Ya estamos en plena competencia. De aquí saldrán tres ganadores.

De inmediato, Carlos Girón, Alexander Portnov, el italiano Giorgio Cagnotto y el germano oriental Falk Hoffman se separan del grupo.

La calidad es evidente. Pese al boicoteo. Pese a Carter.

Girón se coloca al frente al culminar la ronda de cinco saltos obligatorios, que ejecuta con gran limpieza, en este orden: al frente en posición A, atrás simple en B, inverso simple en B, vuelta y media adentro en B, y vuelta y media al frente con un giro. Su más cercano perseguidor es el soviético Portnov.

A continuación, los clavados libres.

Los de Girón: dos vueltas y media con un giro, dos vueltas hacia atrás en posición C, dos vueltas y media hacia adentro en posición C, una vuelta y medía al frente con tres giros y, finalmente, tres vueltas y media al frente en posición C.

Girón:

- La lucha había sido muy fuerte. En la penúltima ronda me alcanzó Portnov. Teníamos los mismos puntos. Y como estábamos tan adelantados, la pelea por el oro sería entre nosotros dos. Y llegó el momento decisivo para él. Su décimo clavado. Dos vueltas y media inversa en posición B. En esos momentos se había registrado un récord en la alberca, y hubo una exclamación general. Pero, de cualquier manera, Portnov se lanzó. Y ¡vámonos!, que cae de espaldas. Lo había perdido todo. Como yo, hacía ocho años. Salió cabizbajo de la fosa. La frustración del público fue evidente. Pero, de pronto, los delegados soviéticos comenzaron a protestar. Arguyeron que el grito en la piscina había perturbado a Portnov. La presión se hizo más fuerte a cada instante, y los jueces finalizaron por ceder. Concedieron a Portnov otra oportunidad, y éste la aprovechó perfectamente. Subió al trampolín y tuvo mucho tiempo para preparar su salto; lo corrigió y, finalmente, lo ejecutó muy bien. Y ganó la medalla de oro. La que ya había perdido. La que me pertenecía.

Las puntuaciones fueron muy cerradas:
Portnov: 905.02 puntos; Girón: 892.14; Cagnotto: 871.20

Nadie oficialmente, protestó por México.

Simplemente, porque México no tenía un delegado en esa competencia:

En ese entonces, el señor Javier Ostos Mora presidía no sólo la Federación Mexicana de Natación, sino la propia Federación Internacional de Natación Amateur. El se había arrogado, pues, la función de delegado mexicano. Pero, en ese momento, se encontró con un grave dilema: ¿cómo protestar, como delegado mexicano, ante el presidente de la FINA, si era él quien ocupaba los dos cargos? Así que, aunque integrantes de los equipos mexicano, italiano y alemán, se acercaron a él para pedirle a gritos que interviniera en su calidad de presidente de la FINA y que evitara aquel atropello, él selló sus labios. Le recordaban lo sucedido minutos antes, cuando el propio juez-árbitro -el sueco Olaf Holanders- había impedido que el alemán Hoffman repitiera un clavado -que obtuvo buena calificación- a pesar de que fue distraído por un haz de luz que penetró por entre las cortinas que cubrían los amplios ventanales de la fosa. Este Holanders, tan benigno en el caso Portnov, había sido inflexible con Hoffman. Ostos, como máxima autoridad de ese deporte, pudo haber intervenido decisivamente. Pero algo le maniataba las manos: en esos momentos pugnaba por su reelección. Y prefirió callar. Su actitud motivó fuertes reacciones de ira. Ostos Mora fue insultado por el propio Jorge Rueda, mientras que, a la orilla de la fosa, indignado, el juez mexicano Antonio Mariscal arrojó al piso su gafete. Difícilmente se le convenció de que no abandonara su puesto.

Carlos:

- Fue algo demasiado amargo, porque hasta entonces descubrí que muchas personas carecen de honestidad en determinado momento y, más que nada quien estaba involucrada en aquel instante y que no supo dar la cara para defender no a Carlos Girón, sino al representante de México, que se encontraba luchando por una medalla de oro... No tiene caso dar nombres; no vale la pena. La historia juzga mejor que uno. Para mí, no tiene valor alguno una persona que no tuvo la honradez de decir: "primero está mi patria que mi posición política en el deporte".

Posteriormente, sin digerir aún el momento vivido, Girón compitió en plataforma de diez metros, prueba que ganó Hoffman.

Girón:

- Ocupé el cuarto sitio. Los jueces, tan benévolos al calificar sobre todo a Hoffman, parecían tener una consigna en contra mía.

Ellos fueron realmente quienes me derrotaron, Muchos premios y reconocimientos, seguramente.

No, aclara Girón:

-Mi premio fueron 300 dólares que me, entregaron algunos funcionarios del Comité Olímpico Mexicano.


LA ODONTOLOGIA...Y LOS ANGELES

Al regresar a México, Girón fue objeto, entonces sí, de varios homenajes principalmente del IMSS.

Y se encontró de pronto con que la carrera deportiva pasaba, por primera vez en su vida, a segundo término.

Girón:

- Ya estaba casado y mi primer hijo venía en camino. Ya había adquirido nuevos compromisos. Opté por el retiro del deporte. Porque ya había determinado finalizar mis estudios de odontología y en la Universidad las cosas no eran fáciles. Mis profesores me decían: "Sí, si quieres vete a esa competencia al extranjero, pero sí hay examen y no estás, simplemente repruebas". Así que me dediqué al deporte. Hice una carrera. Me recibí de odontólogo. Me gusta mi profesión. Es otro de mis grandes orgullos. Los clavados me gustaban, de eso no hay duda, pero cuando necesitas mantener a una familia las cosas se ven desde diferente óptica. Ahora siento que puedo ofrecer la Imagen de un deportista que triunfó en lo que se propuso. Y esa era mi meta: cumplir no sólo en el deporte, sino ante la sociedad misma.

No obstante... nunca muere en un deportista aquel gusanillo.

Dedicado ciento por ciento a sus estudios, Girón descubrió en 1983 que, de acuerdo con sus horarios en la Facultad, un adecuado plan ,de entrenamientos y el programa de competencias de Los Angeles 84, podía intentar acudir a una última cita olímpica.

Ya no era más el líder del equipo de clavados.

Su ausencia dio lugar al surgimiento de jóvenes valores, como Salvador Sobrino, Francisco Rueda y Jorge Mondragón, y de una pléyade de sobresalientes chamacos, como Jesús Mena, José Luis Rocha y Ricardo Bañuelos, entre otros.

Pero había que intentarlo.

Era el último gran reto.

Girón lo afrontó en cuerpo y alma. Se le veía llegar a las prácticas con el albo uniforme de odontólogo y lleno de libros.

Estudiar y entrenar.

Y así, hasta llegar a las pruebas clasificatorias, vencer y encontrarse en Los Angeles 84: su cuarta y última cita olímpica.

Sabía que las posibilidades de éxito eran mínimas, pero insistió a pesar de eso. Llegó a la final. Fue su máximo logro en aquel verano californiano.

Después se retiró definitivamente.

Girón, con un dejo de nostalgia:

- Había llegado el día de dejar el paso libre a las nuevas generaciones.

Es su imagen la de un hombre que ha triunfado.

Viste con modernidad y elegancia.

Vivo en él ese gesto de quien no conoce de fronteras.

Girón, el medallista olímpico; el profesionista exitoso es ahora, también, vicepresidente de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.

Y dice:

- Si ya no puedo representar a nuestro país en el deporte activo lucharé por él aportando mis conocimientos, mis experiencias a los niños y a los jóvenes. Nuestra asociación se propone llevar a la población el mensaje del deportista que ha podido, que ha sabido coronar sus esfuerzos; no para que, como una consecuencia de esto lleguen más medallas, porque eso es secundario, sino para que nadie olvide que el deporte es una educación constante, una vía de desarrollo; un espejo de la vida misma, en la que siempre hay competencia... Que lo que necesita nuestro país es contar con hombres vigorosos, que luchen cada día por ser mejores... De esos que no se rinden por más grande que parezca el reto.

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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