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Agustín Zaragoza Reyna
Medalla de bronce.
México 1968
Boxeo

Lo daría todo con tal de estar en aquella Olimpiada.

Era para él algo tan importante que, de hecho, justificaría ante sí mismo su propia existencia.

Se había preparado ya durante seis años. Y ahora estaba, nuevamente, fuera de toda posibilidad.

La primera derrota de su carrera, cuando era todavía un púgil incipiente, le había impedido pelear en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964.

Así que se concentró en el siguiente compromiso: México 1968.

Durante cuatro años fue él peso welter número uno del país. Simplemente imbatible.

Pero llegó la segunda derrota en el momento más inesperado.

Y le faltaría vida a Agustín Zaragoza para recriminarse por aquél exceso de confianza que se tradujo en ese revés... Porque le había costado un lugar en el equipo mexicano de boxeo que competiría en la XIV Olimpiada.

3Suplicó una segunda oportunidad. Imposible

Y ya casi resignado al ostracismo, vio encenderse una luz diminuta en el oscuro panorama.

- Ya sabemos que eres peso welter, pero no contamos con un buen peso medio. ¿Quieres intentarlo?

Él medía 1.82 metros, pero en su peso máximo alcanzaba únicamente 72 kilogramos. En plena forma para combatir, detenía la romana de la báscula., en 66.600 kilos. Si accedía, tendría que enfrentarse a rivales con registro mínimo de 75 kilogramos.

¡Acepto!-, exclamó. Ni siquiera lo meditó.

Un par de meses después, Agustín Zaragoza subía al podio olímpico.

Era dueño de una medalla de bronce.

Y de su paz interior.

Agustín Zaragoza Castillo fue boxeador en aquella, la llamada época de oro del pugilismo nacional.

Finales de los treinta... Principio de los cuarenta. . .

Sostuvo alrededor de 50 peleas, pero nunca alcanzó el estrellato. Llegó a enfrentarse, inclusive, a Rodolfo Chango Casanova. Perdió, por supuesto. Pero a la gente le gustaba su estilo de boxeador fino. Y le apodó Zurita II. Decían que sí, que boxeaba como Juan Zurita, aquél inolvidable peleador mexicano que en 1944 ganó el campeonato mundial de peso ligero reconocido por la National Boxing Association.

Tuvo, Zurita II, un último admirador. Un fiel admirador. Se llamaba como él: Agustín Zaragoza. Era su hijo mayor; el primero de doce. Estaba muy pequeño y acudía con él a las arenas para verlo en acción.

Ese niño de los ayeres conserva algunos recuerdos:

- Yo pensaba que mi padre era el mejor boxeador del mundo. Se movía sobre el ring con mucha elegancia. Creo que cuando tuve uso de razón mi primer deseo fue llegar a ser tan bueno como él.


Y muy pronto enfiló sus pasos hacia esa meta lejana:

- Usted será un gran deportista. Yo lo voy a preparar-, le decía su padre.

Y ya desde los cinco años -Agustín Zaragoza Reyna nació el 18 de agosto de 1954, en San Luis Potosí, pero tenía cuatro años de edad cuando su familia emigró a la ciudad de México-, el hijo de Zurita II comenzó a recibir clases de boxeo, dictadas por su propio padre.

Agustín:

- Era como jugar. Yo no tiraba golpes. Sólo aprendía técnica.

Los golpes vendrían después, en aquella casona que la familia Zaragoza Reyna tenía en la calle de José Morán, en Tacubaya. En el inmenso patio se improvisaba un ring y Agustín y sus primos sostenían tórridos combates. Y cuando no había primos, pues a darle con los cuates.

Ahí nació la afición por el boxeo...

Agustín:

- Yo fui un poco más alto que los chiquillos de mi edad, así que siempre me gustó andar con niños más grandes que yo, por lo que tuve que ser más brusco, más peleonero. Mi padre se preocupaba por esa situación y por eso decidió enseñarme a boxear. Yo fui el primero, pero después siguieron mis otros seis hermanos varones. A todos nos adiestró en el arte del boxeo.

Habría que acotar aquí, que Agustín es hermano mayor de Daniel Zaragoza, quien asimismo fue un destacado boxeador amateur y en el pugilismo profesional ha alcanzado las máximas alturas: fue campeón mundial gallo y actualmente ostenta el título mundial en la división supergallo.

Prosigue Agustín:

- Cuando estaba en la primaría, a cada rato me expulsaban por pelearme. ¡Pero es que me encantaba darme de catorrazos con cualquier muchacho a la hora del recreo! No me importaba que fuera más grande que yo. Me gustaba sobresalir, aunque me dieran mis buenos trancazos... Lo malo era cuando llegaba a la casa y doña María, mi madre, me regañaba: "no venga aquí con un ojo morado o la boca volteada. Mejor aprenda a defenderse y póngase abusado", me decía. Mi padre también me regañaba: "¿qué no tiene usted fuerza? ¿Qué...no es valiente para darles más de lo que recibe?. Yo salía más fortalecido de cada reprimenda. .. Y al otro día ya estaba sonándole con más ganas.

Agustín cursó así, con grandes altibajos los estudios primarios. Y cuando estaba por cumplir los 16 años -estudiaba el tercer grado de secundaria- su padre decidió que era momento.

Se acercó a su hijo, le tomó de un brazo le preguntó:

- ¿Quiere subirse a un ring e iniciar una carrera?.

-¡Pero ya, papá!...

Agustín:

- Él me fue preparando poco a poco. Y antes que los secretos del pugilismo, me inculcó la obligación de adquirir una inmejorable preparación físico-atlética. Cuando se convenció de que yo la había logrado y sólo hasta entonces, comenzó a enseñarme a boxear: la técnica de cada golpe, los pasos sobre el ring, los movimientos para esquivar un disparo; en fin todo lo que uno necesita aprender para sobrevivir arriba de un cuadrilátero. Yo estaba muy entusiasmado y ya pensaba en llegar a ser un gran peleador profesional, como mi padre, pero él se opuso. Me dijo: "en su peso, usted tendrá que irse de la casa; para destacar tendrá que irse a la frontera o de plano a Estados Unidos. Mejor prepárese para representar a México y sí lo hace, trate de hacerlo lo mejor posible". Yo estaba muy largo: medía como 1.75 metros y pesaba alrededor de 65 kilos; era un peso welter.

Agustín sostuvo un buen número de combates como aficionado y se mantuvo invicto durante largo tiempo. Nadie podía con él. Ganó torneos inter- zonales, distritales, juveniles...

Fue campeón de los Guantes de Oro. Y así llegó 1962 y con él, la victoria que lo lanzaría en pos de hazañas mayores: se impuso en el certamen de Las Flores, en Xochimilco, al que acudió lo mejor del boxeo capitalino de aficionados. Ya estaban cercanos los Juegos Olímpicos de 1964. Agustín y su padre se propusieron alcanzar un lugar en el equipo nacional de pugilismo.

El mozalbete fue inscrito, pues, en el torneo selectivo.

Y ganó cada uno de sus combates hasta llegar al final.

Pero...

Agustín:

Ya en la última pelea para definir al equipo olímpico, sufrí mi primera derrota. ¡Qué dolorosa! Me venció Alfonso Ramírez un welter jalisciense que me superaba en experiencia. Así que me quedé con las ganas de participar en Tokio. Pero después traté de reanimarme y me dije: " tengo que estar en los Juegos de México. Nadie podrá evitarlo". Y mientras Ramírez y los demás fueron a pelear a Tokio, el Famoso Gómez y yo, entre otros que perdimos, nos quedamos a entrenar aquí. Lo hacíamos en la Escuela de Transmisiones, allá, por El Toreo.

La posibilidad de retiro también cruzó por su mente: tenía 23 años y había que esperar cuatro más para que se cumpliera nuevamente el ciclo olímpico.

No obstante, la imagen de un triunfador le inyectó nuevos ánimos.

Agustín:

- Fui al aeropuerto a recibir a la delegación que volvía de Tokio. Y ahí saludé a Juanito Fabila, quien regresaba con su medalla. Todo mundo lo adoraba. Y yo quise ser como él. Me propuse ser como él. Ganaría una medalla en nuestros Juegos Olímpicos.

Lentamente transcurrió el nuevo cielo...

1965:

Octubre: 1a Semana Deportiva Internacional. Agustín Zaragoza da la gran sorpresa del torneo: dirigido por los técnicos polacos Enrique Nowara y Casimiro Mazek, conquista la medalla de oro en peso welter. En la final se impone al francés Jean Pierre Leconte.

1966:

Julio: Juegos Centroamericanos y del Caribe en San Juan, Puerto Rico.

Agustín Zaragoza obtiene la medalla de bronce. En la semifinal es derrotado por el colombiano Linfer Carter, quien lo vence por decisión de 3-2.

Octubre: 2a Semana Deportiva Internacional:

Zaragoza vuelve a destacar. Ahora es medallista de plata, pero todo mundo recuerda el fragoroso combate sostenido con el soviético Yuri Mavriachin, ante quien pierde por 3-2. Pero antes deja sembrado en el camino al peligroso cubano Juan Luis Martínez, al que se impone claramente por 5-0.

1967:

Inicia mal el año.

En febrero, Agustín es operado del tabique nasal, lo que interrumpe su preparación y además, le dicen los doctores que tendrá que mejorar su defensiva porque un golpe en la nariz puede producirle una lesión de peligrosas consecuencias. Y ya están muy cercanos los Juegos Panamericanos de Winnipeg.

Llegaron en julio. No obstante que su preparación no es la más adecuada, Zaragoza obtiene la medalla de bronce. No puede avanzar. El tope le es marcado por el extraordinario peleador cubano: Rolando Garvey.

1968:

Año olímpico.

Y de intenso entrenamiento.

Agustín:

- En los primeros meses de ese año, yo me dediqué íntegramente a mejorar mi boxeo defensivo. Quería hacerlo más técnico para evitar los golpes en la nariz. Tenía que cuidarme mucho para llegar a los Juegos Olímpicos al ciento por ciento.

Zaragoza participa en el selectivo. Y todo va bien, como siempre. Nadie puede con él. Y sonríe cuando llega a la final, pletórico de optimismo: su rival será José Cebreros, de Sinaloa, a quien ya ha vencido en tres ocasiones. Ahora aquí, en el CDOM, en casa, ¿una cuarta?... Pero cómo no.

Sólo que no hay nada escrito en el boxeo.

Agustín:

- Me perdió el exceso de confianza. La verdad es que menosprecié a mi contrincante. Y él, que era un valiente del ring, poco a poco fue adueñándose de las acciones, peleando siempre por dentro. Se exponía, sí, pero también acertaba buenos golpes. Yo no forzaba el ritmo porque estaba seguro de que en cualquier momento podía acabar con él. ¡Gravísima estupidez! Cuando intenté atacar fue muy tarde. Cebreros ya estaba Incontenible. Me ganó limpiamente. Yo lo sabía desde que sonó el último campanillazo. Y empecé a lamentarme. Qué mala suerte. ¡Estaba eliminado de los Juegos! Me decía: "¡Eres un zonzo!, ¡un burro!. . . Cómo fuiste a perder hoy". Era apenas mi segunda derrota y mi segunda frustración. Porque las dos eran muy importantes.

La ira de Agustín se acrecentó cuando burlonamente, Cebreros le dijo, camino a los vestidores:

- Esta fue la última pelea entre nosotros. La buena. Porque ahora yo voy a los Juegos Olímpicos. Y tú te quedas.

Agustín:

Y yo ahí, furibundo. Pensaba: "tantos años de prepararme y en una pelea lo pierdo todo. ¡Estoy salado!. Todavía intenté un quinto combate con Cebreros, pero las autoridades me lo negaron. Adujeron, con toda razón, que él había ganado sobre el ring su derecho a participar en las Olimpiadas y no podían quitarle su lugar.

Todo parecía perdido.

- Pero entonces se produjo una reunión entre los dirigentes Eduardo Hay y Josué Sáenz y los técnicos Nowara y Mazek. Estos informaron que hacía falta un buen peso medio en el equipo. Se dirigieron a Zaragoza. Y fue Josué Sáenz quien le habló. Así:

- Ya sabemos que eres peso welter, pero no contamos con un buen peso medio. ¿Quieres intentarlo?

- ¡Acepto!

- Entonces tendrás que pelear otra vez el selectivo. Tendrás que eliminarte. Si puedes con los que hay, no serás seleccionado.

Agustín:

- Realmente ni me preocupé por la diferencia de peso. Sabía que tendría que hacer frente a rivales más poderosos que yo, pero la lección vivida días antes había sido muy dolorosa. Quería estar en esos Juegos y ya nada me importaba. Así que ellos organizaron un selectivo en peso medio, yo me inscribí y gané todas las peleas. ¡Ya, ya era seleccionado! Me exigieron no fallar a ningún entrenamiento. Por otra parte, mi dieta causaba la envidia de todos mis compañeros de equipo: tenía que alimentarme muy bien para ganar peso. Comía mucha carne, verduras y fruta. Bebía litros de leche. Tenía que estar arriba de los límites de la división para después desechar los líquidos sin debilitarme. Aún así, mi peso máximo fue el de 72.5 kilogramos.

17 de octubre.

Arena México

El hijo de Zurita II, ya todo un hombre de 27 años, sube al ring para hacer por fin su presentación olímpica.

Hay expectación entre el público. No es común ver en acción a un peleador nacional en peso medio. Pero las perspectivas son interesantes: en virtud de que en esta división se han registrado muy pocos competidores, con sólo dos victorias el mexicano puede llegar a obtener una medalla.

Ese musculoso jamaiquino, Dinsdale Wright, moreno de físico impresionante y dura mirada, que espera en la esquina roja, será el sinodal. El primer obstáculo.

Agustín:

- Estaba bravo el negrito. No era muy agresivo, pero golpeaba muy fuerte. Prefería la técnica al combate abierto. Así que aquel fue un duelo de buen boxeo. Y ese era mi terreno. Yo me sentía muy confiado, peleando en casa y a base de jabs de izquierda que me mantuvieron a la distancia, gané con toda claridad: 5-0. El público, que me recibió escéptico, me aplaudió a rabiar.

Faltaba ya sólo un paso...

La noche del 22 de octubre, la gente colma las tribunas de la Arena México. El peso medio mexicano, ese, de buen estilo, puede afianzar hoy una medalla.

Pero, ¿podrá con el gigantesco checoslovaco Jan Heiduk?

El eslavo mide 1.91 metros de estatura y es campeón de Europa.

Parece demasiado... Agustín:

- La verdad es que él estaba impresionante. Era tan grande que me hacía aparecer como un chiquillo. Daba duro, sobre todo con la derecha. Pero no era muy ágil. Y yo aproveché esa circunstancia para hacer una pelea en corto, que impidiera sus desplazamientos y el manejo de su distancia. En el segundo round se produjeron algunos buenos intercambios de golpes; sin embargo, al sonar la campana, automáticamente bajé los brazos y él lanzó el derechazo. Me sorprendió. Me derribó. Me había dado a la mala y fue amonestado. Yo sentía que todo me daba vueltas, pero no quise que él se diera cuenta y me levanté muy derechito. Durante el descanso, yo decía en mi banquillo: "me voy a desquitar, me voy a desquitar... Lo voy a tumbar". Pero Nowara me calmó: "tú tienes ganada la pelea, no te expongas. Hay que boxearlo, ¿entiendes?-. Tuve que tragarme mi coraje y salí a boxear. Lo trabajé bien. Le dí la vuelta, no le permití que se acomodara. Lo golpeaba con el jab de izquierda y luego salía. El se desesperó y comenzó a fallar casi grotescamente. Cuando anunciaron la decisión de 4-1 a mi favor, salté de puro gusto. ¡Ya era mía cuando menos una medalla de bronce! Se produjo un enorme griterío en la arena. Ya el exigente público mexicano me aceptaba. Le había demostrado que mi boxeo era técnico, que yo no era un bulto.

24 de octubre.

Noche de semifinales.

El rival en turno de Agustín Zaragoza es el soviético Alexei Kiselev.

El ganador irá directo a la final.

La algarabía se extiende por todos los ámbitos.

Pero pronto será apagada.

Agustín:

- Kiselev era un boxeador difícil, fuerte, que rehuía el combate abierto. Peleaba siempre en reversa. Y yo caí ingenuamente en el garlito: asumí la ofensiva. Pero jamás pude descifrar su estilo habilidoso. Para colmo, era zurdo. De repente me dio dos buenos cruzados con la izquierda; golpes que me cimbraron pero que no impidieron que siguiera atacando. Ya estaba adentro. Le clavé un buen derechazo y me entusiasmé porque sentí que le hice daño. Ataqué con más fuerza. El, mucho más sereno, esperó una de esas entradas mías, tan abiertas y me barqueó: yo me descuidé y ¡pum!, clavó su izquierda, rápida y fuerte, sobre mi barbilla. Caí de rodillas a la lona, pero me levanté rápidamente. El se me vino encima, en una acción más aparatosa que efectiva. No me hacía daño. Yo me cubría la cara, esperando el momento del contragolpe. Pero Nowara y Mazek aventaron la toalla. Yo la vi volar y me sorprendí. Podía seguir, quería seguir. Pero ya no me era posible. Lloraba de rabia cuando caminé hacia la esquina. Ya en los vestidores, Nowara me reconfortó: "has ganado una medalla, no te amargues. Hiciste todo muy bien, pero tuvimos que detener la pelea para no exponerte. Compréndelo: te falta peso. Y no obstante tu edad, puedes ir a otra Olimpiada". Traté de asimilar sus palabras, aunque realmente no supe si lo logré.

26 de octubre.

Noche final del torneo olímpico.

Noche de premiación.

Noche de fiesta en la Arena México.

El boxeo nacional se ha alzado con la mayor cantidad de medallas obtenidas en su historia: dos de oro -por los triunfos de Ricardo Delgado y Antonio Roldán- y dos de bronce -conquistadas por Zaragoza y Joaquín Rocha-.

Ya sube al podio el hijo de Zurita II.

Y ya izan su bandera.

Y él se hace una nueva promesa:

- Volveré... ¡En la siguiente Olimpiada seré campeón!

Concluida la justa olímpica, varios managers profesionales se acercaron a Agustín para inducirlo a ingresar al boxeo de paga. Entre ellos Pancho Rosales, José Luis Coneja López y Arturo Cuyo Hernández.

Agustín:

- Un día que me presenté a entrenar en el Jordán el Cuyo, tan autosuficiente como -siempre, me dijo: "Agustín, lo invito a ser campeón. Ya sabe cómo me muevo en este negocio y usted y yo llegaremos al título en menos que canta un gallo". No obstante, me resistí. Yo quería ser campeón olímpico. Mi meta era Munich 72. Y su oro.

Había que esperar a que transcurriera otro ciclo olímpico.

En 1969, Zaragoza se mantuvo invicto como peso medio en los rings nacionales. Al año siguiente, en los Juegos Centroamericanos y de¡ Caribe -celebrados en Panamá-, logró la medalla de oro con una difícil victoria en la final, en la que se impuso al cubano Marcelino Builnes. En 1971, dentro de los Juegos Panamericanos -Cali, Colombia-, Zaragoza sólo alcanzó medalla de bronce: en semifinales fue derrotado por el estadounidense Larry Otis.

Agustín:

- Los jueces le hicieron el favor al gringo... Aquella era la época del bailoteo de Alí, del pasito de la gallina, de bajar los guantes. Y torpemente, Otis y yo nos pusimos a hacer un show en vez de pelear. Cuando nos decidimos a combatir le di muy buenos golpes. Estaba seguro de que lo había vencido, pero los jueces le dieron la decisión de 3.2.

1972
Munich a la vista.

Con sus XX Juegos Olímpicos.

Agustín estaba optimista de más: no había vuelto a sufrir una derrota y había acabado con os los pesos medios nacionales. Ya, ya preparaba su equipaje. Destino: la capital de Baera.

Por eso sintió que moría aquella tarde en que fue llamado por el profesor Sergio Moisés Zaldívar, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, quien le informó , con helada voz:

No irá a Munich. Luis Espinosa ocupara su lugar.

¿Por qué? -protestó él-, si al Mamut le gané por nocaut en el primer round.

Porque es un muchacho que va en ascenso y además es muy dedicado en el gimnasio.

¡Esto no es justo!... Yo soy un peleador que no ha decepcionado jamás y que ha ganado medallas en todos los torneos en que ha participado. Tengo mentalidad de triunfador. ¿No va a ser tomado en cuenta nada de esto? Lo siento-, respondió Zaldívar. Y no quiso hablar más.
El Mamut, pues, fue llevado a Munich. Lo eliminaron en su primer combate.

Agustín:
Y yo aquí, sintiendo que cada día era más grande mi rabia por haber sido tan injustamente relegado. Creí que había llegado el momento del adiós. Ya tenía 31 años y desde 1970 me desempeñaba como instructor de boxeo en el ISSSTE, lo que me permitía sobrevivir dignamente.

De hecho se retiró. Y durante un año no supo nada del boxeo activo. Hasta que una tarde de 1973 se sintió
extrañado al recibir una llamada telefónica. Era del profesor Zaldívar, el mismo que lo dejó fuera de la competencia olímpica de Munich.

Hicieron una cita y se encontraron en la oficina de éste. Cuando Zaldívar vio a Zaragoza fue todo sonrisas.

Me alegro de verlo tan bien -le dijo. Me habían dicho que se encontraba en buenas condiciones, pero la verdad me sorprende. Mejor que mejor. Es que, ¿sabe? Hemos estado pensando en usted para que pelee en peso medio, por nuestro país, en los Juegos Afrolatinoamericanos que se celebrarán próximamente en Guadalajara.

Molesto aún, Zaragoza rechazó el ofrecimiento:

¿Para qué me necesitan, si ya ustedes tienen a su Mamut?

Zaldívar le picó el amor propio:

- Queríamos ver sobresalir a un valiente, como el Mamut, pero no fue posible. Ahora queríamos ver si todavía contábamos con usted, pero creo que ya es demasiado tarde. Usted ya no quiere probar nada, ni a sí mismo. Entiendo. Tal vez la edad...

Agustín:

- Acepté el reto. Participé en el torneo y lo gané en su fase nacional. Pero después me enteré que tendría que disputar la final contra un africano que no había sostenido ni un solo combate, lo que se me hizo una tontería. No quise seguir. No era justo que después de sostener cuatro duras peleas con rivales mexicanos enfrentara a un africano que estaba fresco y descansadito. Protesté y me sacaron. Mi lugar fue ocupado por Nicolás Arredondo, un muchacho muy fuerte pero que recibía muchos golpes. Lo clavaron en el tercer round.

Nunca lo sabría Agustín, pero aquel último combate en el Afrolatinoamericano cerraría su historia como competidor. Porque, aunque en 1975 -ya a los 34 años de edad- fue invitado a representar a nuestro país en los Juegos Panamericanos que se celebraron aquí, quiso el destino que Zaragoza no volviese a trepar a un cuadrilátero.

Sería, la historia de su no-participación en esa competencia, tan anecdótica como aquella otra de su actuación en la Olimpiada de 1968.

Es ésta:

Antes de que se lance el primer golpe en la división de los pesos medios en los Juegos Panamericanos ya se sabe quienes serán los medallistas...

Porque sólo se han inscrito tres púgiles.

Ellos son: Agustín Zaragoza, de México; Alejandro Montoya, de Cuba y Jorge Lemus, de Venezuela.
Uno tendrá que pasar directamente a la final.

Se realiza el sorteo y Montoya es el favorecido.

Zaragoza y Lemus tendrán que pelear por el derecho de ser el otro finalista.

24 de octubre.

Primeras horas del día. La multitud se congrega en el gimnasio Juan de la Barrera, donde se realizará la ceremonia del pesaje.

Ya están todos aquí. Pero, qué extraño: el único ausente es Zaragoza.

Agustín:

- Ese día tuve que atender unos asuntos personales de vital importancia para mí. Así que muy de mañana salí en mi Volkswagen, arreglé todo y enfilé hacia el gimnasio. De repente, al llegar al crucero de Revolución y Viaducto, una señora ya grande quiso cruzar la calle cuando ya el semáforo estaba por ponerse en verde. Tuve que enfrenar, patinando llantas y la señora se me puso enfrente. Me empezó a decir de cosas, amenazándome con un bastón. Y siguió allí furiosa, insultando a todo mundo, mientras yo memoria de impaciencia porque se quitara. "¡Viejos idiotas, yo tengo muchas influencias", gritaba.

"Como se armó la pelotera, se acercaron unos policías. La señora empezó a decirles que yo la había insultado, que casi la atropellaba, que era un abusivo. Total, que el lío se fue a 1a, delegación. Los policías me trataban como si hubiera cometido un grave delito. Cuando llegamos a la demarcación -la onceava en Tacubaya-, la señora dijo que ella tenía muchas influencias, que yo era un imprudente y mil cosas más. Los policías y el agente del Ministerio Público se ponían cada vez más duros conmigo. "¡Yo soy Agustín Zaragoza, el peleador que ganó una medalla en México 68! ¡Por favor, déjenme ir que tengo que ir a pelear en estos Panamericanos!", les suplicaba.
Pero nada...

Mientras tanto, crecía la incertidumbre en el gimnasio Juan de la barrera:

El doctor Horacio Ramírez Mercado delegado de México nerviosamente su reloj y luego pedía a los dirigentes venezolanos

- Por favor, aguanten un minutito más ustedes saben lo difícil que es el tráfico en esta ciudad

Hasta que fue imposible esperar más. Se decretó el default y con él, el triunfo del venezolano.
En esos momentos finalizaban cuatro horas de alegato en una delegación de Tacubaya.

La señora retiró todos los cargos, miró despectivamente a Zaragoza y dijo a los policías:

- Ya, ya déjenlo ir...

Zaragoza voló hacia el gimnasio. Al llegar, sólo encontró recriminaciones.

¡Ya perdiste!... Ya ni la amuelas. Anda, ve a ver a los venezolanos a ver si te dan chance de pelear, le dijo el doctor Ramírez Mercado.

Agustín:

- Luego luego hablé con Lemus, le expliqué todo y me dijo: "por mi parte yo sí peleo, chico, pero pregúntale al delegado". Fuimos con él, le conté la historia y le pedí el favor. Pero él me contestó: yo lo aceptaría, pero imagina lo que sucedería en mi país si tú le ganas a mi muchacho. No me lo perdonaría nadie, sobre todo sabiendo que tú eres medallista olímpico... Se trata, mínimo, de una medalla de plata. Y yo no puedo aceptar una pelea que podemos perder, así que ni modo, chico, mala suerte".

Acaso los libros que registren los casos extraños del deporte hayan recopilado la historia de una final boxística en un torneo continental disputada por dos peleadores que llegaron a ella sin haber lanzado un golpe.

Finalmente Montoya doblegó a Lemus.

Una pelea. Una victoria. Una medalla de oro.

Agustín:

- Fue mi despedida. No volví a pelear. Bueno, ni siquiera recibí la medalla de bronce, ya que como no me presenté al combate, no me la dieron. Dijeron que no la merecía.

Para las estadísticas: Agustín Zaragoza sostuvo 260 combates, de los que sólo perdió 12. De éstos únicamente dos fueron ante rivales mexicanos: los ya descritos, ante Alfonso Ramírez y José Cebreros los que, curiosamente, le impidieron en ambas ocasiones pelearla en su peso real en unos Juegos Olímpicos.

En las Olimpiadas de Seúl -octubre de 1988- destaca en el torneo boxístico la imagen del juez-réferi cuya piel morena, hace un perfecto contraste con el blanco del uniforme. Alto, atlético, limpio rostro el suyo, en el que no asoma ninguna huella de su pasado boxístico; rostro de agradables facciones que remata una sonrisa fácil y frecuente. Ojos grandes y cabello ensortijado.

Ese juez-réferi es Agustín Zaragoza.

Se mueve bien en el ring. Hace lo correcto en cada intervención. Son acertadas sus puntuaciones. Es tan bueno en su trabajo que es muy requerido en las largas jornadas pugilísticas.

De lo sucedido 22 años antes guarda un bello recuerdo.

Lo de los Panamericanos de 1975, arranca a Zaragoza una risa que contagia.

Dice:

- El boxeo era mi vida, así que seguí en este deporte. Pensé en iniciar una carrera como manager, pero desistí porque se sufre mucho.

Opté por convertirme en réferi, porque me angustiaban las injusticias que se cometen en el ring con los muchachos que apenas empiezan. Comprendí que la función de un réferi es vital en un cuadrilátero: debe intervenir en el momento justo; ni antes ni después. . . Ahora creo haber llegado a un sitio interesante. Tengo cierto prestigio en lo que hago.

Desde 1981 le fue concedido, por la AIBA el carnet internacional de juez.

Habla de los más recientes Juegos Olímpicos:

- Seúl fue para mí toda una experiencia. Me di cuenta de que hace falta mayor capacitación a los jueces que actúan en estos torneos., No quisiera decir que yo soy mejor, pero el haber sido boxeador me coloca en una posición ventajosa respecto a ellos, porque yo sí sé que es el boxeo de aficionados. Por otra parte, fue emocionante ver que mucha gente se acordaba de mí pero, más que eso, lo fue el recibir felicitaciones por mi trabajo dentro y fuera del ring.

Ya concluye la charla con el medallista.

El quiere acotar, antes de la despedida:

Seguí en esto porque no hay nada como deporte para formar a un individuo. Cuando mi padre me permitió entrar al boxeo me hizo aprender la grave responsabilidad que significa representar a nuestro país en una competencia. Lo entendí perfectamente. Y en el fugaz instante de la gloria deportiva fue cuando más amé a mi país. Lo había dado todo por él. La medalla no era mía, era de todos mis compatriotas

Fuente:

Medallistas Olímpicos mexicanos
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.

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