VIII

Cuando sueño contigo no hablo sino que canto en sueños.

IX
Cuando parece que la vida imita al arte, es porque el arte ha logrado anunciar la vida.

X
Los Otros que invento son confidencias sobre aquello que desgraciadamente no me ocurre.

XV
Los Otros que invento dicen a veces cosas que yo no habría dicho ni aunque fuera otro.

XVI
No es que uno no cambie, sino que el espejo no tiene memoria.

XVIII
Un torturador no se redime suicidándose. Pero algo es algo.

XIX
Contra el optimismo no hay vacunas.

 

 


Terapia intensiva
Eduardo Galeano

Lo encontraron en su casa de Buenos Aires, caído en el suelo, desmayado, respirando apenitas. Mario Benedetti había sufrido el más feroz ataque de asma de toda su vida.

En el Hospital Alemán, el oxígeno y las inyecciones lo devolvieron, poquito a poco, al mundo, o a algún otro planeta más o menos parecido. Cuando alzaba los párpados, veía muñequitos que bailaban, tomados de la mano, en la remota pared, y entonces volvía a sumergirse en un silencio asueñado y ausente. Estaba molido. Había sido aporreado por Joe Louis, Rocky Marciano y Cassius Clay, todos a la vez, aunque él nunca les había hecho nada.

Escuchó voces. Las voces iban y venían, se acercaban, se alejaban, y en alemán decían algo así como mal, mal, lo veo muy mal; un caso difícil, difícil; quién sabe si pasa de esta noche. Mario abrió un ojo y no vio muñequitos. Vio unas túnicas blancas, al pie de su cama. Con voz de bandera arriada, preguntó:

 

—¿Tan grave estoy?

Lo preguntó en perfecto alemán. Y uno de los médicos se indignó:

—¿Y usted por qué habla alemán, si se llama Benedetti?

El ataque de risa lo curó del ataque de asma y le salvó la vida.

*Aparecido en el periódico La Jornada , el 5 de octubre de 1997.

 
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