Su
verdadero nombre era Rafael Gabriel Mújica Celaya. Nació
en Hernani, Guipúzcoa (país vasco )y en su juventud
viajó a Madrid para estudiar ingeniería. En la capital
conoció a los alumnos de la Residencia de Estudiantes, que
influyeron en su interés por la poesía, hasta dedicarse
por completo a escribir. Su primer libro, Marea de silencio
(1935), reflejaba influencias surrealistas. Sin embargo, dada la
situación que vivía su país, en la década
de los años cincuenta se incorporó de lleno a la poesía
social. Destacan sus poemarios: Las cartas boca arriba (1951),
Cantos iberos (1955) y Canto en
lo mío (1968); en 1969 publicó sus Poesías
completas. Murió en Madrid en 1991.
Uno
de sus versos famosos que constantemente se recuerdan es aquél
en el que señala que la poesía es "necesaria
como el aire que respiras trece veces por minuto".
La
preocupación social con impacto estético es una
de las características más evidentes de la poesía
de Celaya. He aquí uno de sus poemas más conocidos
y musicalizado e interpretado por diversos cantantes de lengua
española como Paco Ibáñez y Soledad Bravo,
entre otros.
La
poesía es un arma cargada de futuro
Cuando
ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
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