Etapa 1. Retrato y autorretrato. Frida y su imagen

Introducción

En esta primera sesión, a manera de contexto, conoceremos acerca de dos modalidades específicas de la pintura: el retrato y el autorretrato, que han sido constantes en la historia del arte, incluso hay estudiosos que ubican al retrato desde la época de la pintura rupestre, aunque esto haya dado lugar a polémica, en el sentido de que dichas obras, más que retratar, cumplían con una misión ritual en el acto de cazar: el de tener a la presa capturada, antes incluso de emprender su búsqueda. Aun así, figurillas de culturas muy antiguas de todas las latitudes testifican la necesidad humana de representarse.

Con el paso del tiempo se ha llegado a la convención de que el retrato en las artes puede ser una escultura, fotografía, pintura u otra representación artística de una persona; lo cual no quiere decir que tenga que ser necesariamente realista. De cualquier modo este es un buen punto de partida: pensar en retrato como un género que nació y floreció con apariencia realista, en el que con frecuencia se captan los rasgos de la cabeza y el rostro del retratado, con la intención de representar su personalidad en un momento dado de su vida, la mayoría de las veces con el propósito de ser recordado, sobre todo después de su desaparición física.

A lo largo del devenir histórico, el retrato ha tenido distintas justificaciones y estilos; si bien, en las esculturas romanas, los sujetos retratados demandaban imágenes lo más realistas posibles, no ha faltado quien busque una idealización de su persona. Y, como es natural, con el tiempo y la evolución de las corrientes estéticas, el retrato también llegó a asumir un estilo abstracto en el que el espectador no reconoce inclusive la supuesta fisonomía del retratado.

Cuando el artista crea un retrato de sí mismo nos encontramos frente a un autorretrato y esto sucede cuando el creador decide ser su propio objeto de estudio y expresión, en ocasiones su imagen abarca además de sus rasgos, sus sentimientos más íntimos, ya que al representar su propio rostro, el artista no sólo se cuestiona por su identidad, sino por la esencia de la pintura y del arte. Quizá, este asunto, tan ligado a la naturaleza de las expresiones estéticas de todos los tiempos, es lo que ha hecho que gente de diferentes generaciones y países se sienta atraída por los autorretratos de Frida Kahlo.