Conclusión: la renovación

 

Lo anteriormente relatado no lleva a reflexionar sobre cómo el hombre ha incorporado, desde la época más antigua, los elementos festivos que se relacionan con la memoria y la fantasía, una posibilidad que le hace verse a sí mismo como una criatura con un futuro y con un destino. Sin embargo, la civilización contemporánea nos ha ido alejando de ese poder imaginativo, el hombre de esta época ha desarrollado una gran prosperidad mediante el empobrecimiento de ciertos elementos que se han ido quedando en el olvido, la celebración de las fiestas como una parte nuclear de la tradición ritual universal, ya que mediante el rito, el ser humano se comprende así mismo dentro de una cosmovisión totalizadora, situación que lo provee con determinadas memorias culturales que le permiten celebrar el lugar que ocupa en el cosmos y en la historia. Recuperemos ese poder especial para renovar el ciclo vital sin el cual la vida se estancaría.

Celebremos los ritos de renovación que aún en nuestros días realizamos, aunque se ha perdido para nosotros su verdadera carga simbólica. Por supuesto, tal vez no como se hacía antes pero podemos adaptarlos.  Encender fogatas de Año Nuevo, bailar y brincar sobre ellas, echar a rodar encendidas bolas de heno o de zacate ladera abajo por los montes; arrojar cohetes y encender todo tipo de fuegos de artificio, como los muy nuestros “toritos” que tienen la intención de dar fuerza regenerativa a la máxima luminaria de la cosmovisión arcaica: el sol. Y por supuesto todas las que se conocen y se hacen en ese día, lo importante es la renovación.


 

Bibliografía

Escobar, R. Teresa. (1990). Tiempo Sagrado México. Planeta.