D i o s e s   a z t e c a s
Según don Alfonso Caso, una de las mayores dificultades para entender la mitología azteca es la pluralidad de dioses y la diversidad de atribuciones de un mismo dios. Esto se debe a que la región azteca estaba en un periodo de síntesis y se agrupaban, dentro de la concepción de un mismo dios, aspectos distintos que se consideraban relacionados. 
   Quetzalcóatl, uno de los dioses máximos, es un ejemplo de cómo se sintetizaban en un solo dios distintos aspectos, que lo convirtieron  en dios del viento, de la vida, de la mañana, el planeta Venus, el dios de los gemelos y de los monstruos. Según estas diversas atribuciones, es conocido con varios nombres: Echécatl, Quetzalcóatl, Tlahuizcalpantecuchtli, Ce Ácatl, Xólotl, entre otras. 
   El nombre de Quetzalcóatl significa literalmente quetzalserpiente o “serpiente de plumas”, pero como la pluma del quetzal es para el mexicano símbolo de la cosa preciosa, y cóatl significa también hermano gemelo, el nombre de Quetzal-cóatl se traduce también, esotéricamente, por el de “gemelo precioso”, indicando con esto que la estrella matutina y la vespertina son una sola; es decir, el planeta Venus, representado en la mañana por Quetzalcóatl y en la tarde por su hermano gemelo Xólotl. Por eso Tlahuizcalpantecuchtli aparece con dos caras, una de hombre vivo y la otra en forma de cráneo. 
Esta identificación de las estrellas matutina y vespertina ha dado origen a múltiples mitos en la humanidad y explica casi todas las leyendas de Quetzalcóatl. 
   Otro de los dioses más importantes y quizá el que tiene formas más diversas es el dios creador Tezcatlipoca.  Originalmente significa “el cielo nocturno” y está conectado por eso con todos los dioses estelares, con la luna y con aquellos que significan muerte, maldad o destrucción.  Su nombre significa “el espejo que humea”, porque, su ídolo estaba pintado con un tizne de reflejos metálicos que los mexicas llamaban tezcapoctli, o humo espejeante. Este dios era principalmente el de la providencia, y estaba en todas partes y entendía de todos los asuntos humanos, por lo que, sea directamente o en alguna de sus múltiples advocaciones, era adorado no sólo en Tenochtitlán, sino en otras muchas partes de México y especialmente en Texcoco. 
En cierto modo es afín y en cierto modo contrario a Huitzilopochtli, porque éste representa el cielo azul, es decir el cielo del día, mientras que Tezcatlipoca personifica el cielo nocturno.  Es el guerrero del norte, mientras que Huitzilopochtli  es el del sur. 
   Es también el inventor del fuego, aunque este elemento tiene por patrono especial al dios Xiuhtecutli, el señor del año, también llamado Huehuetéotl, “el dios viejo”, e Ixcoazauhqui, el “Cariamarillo”. Siendo un dios nocturno es también negro, pero su rostro lleva la pintura facial a rayas horizontales, amarillas y negras, conocida con el nombre de ixtlán tlatlaan, que caracteriza a todos los Tezcatlipocas,  pero variando el color, 
Tezcatlipoca (Borgia 17. Reconstrucción)
que es rojo y amarillo en Xipe, y azul y amarillo en Huitzilopochtli. 
   En efecto es Huitzilopochtli el que en el año llamado “I Pedernal”, que es precisamente el nombre del año de su nacimiento, induce a los conductores de la tribu azteca a salir de su mítica patria,  Aztlán, situada en medio de un lago, y emprender la larga peregrinación hasta establecerse en otra isla, también en medio de un lago, que reprodujera no sólo física sino míticamente las condiciones de aquel de donde habían partido. 
   El fuego, al igual que los otros elementos, tiene su dios especial.  Su nombre indica la gran antigüedad de su culto, pues los aztecas lo llamaban Huehuetéotl, que quiere decir “el dios viejo”, y como anciano se le representa en todas las ocasiones. 
En contraste con el joven Tezcatlipoca, Huehuetéotl es el último que se presenta a la reunión de los dioses. El dios del fuego representa indudablemente una de las más viejas concepciones del hombre mesoamericano; es el dios del centro en relación con los puntos cardinales, así como el tlecuil o brasero para encender el fuego es el centro de la casa y del templo indígena, y por eso es muy frecuente ver en los sacerdotes del dios la figura de la cruz, que también se encuentra decorando los grandes incensarios llamados  tlemaitl – literalmente “manos de fuego” -, con que los sacerdotes incensaban a los dioses. Naturalmente un dios tan antiguo como éste tiene también muchas advocaciones.  Se le llama Xiuhtecuhtli, que quiere decir “el Señor del año”, “el Señor de la yerba” o “el Señor de la turquesa”, ya que la palabra xiúhuitl con una pronunciación ligeramente diferente significa estas tres cosas, y lo vemos con mucha frecuencia bajo esta advocación, llevando la especie de mitra azul, formada por mosaicos de turquesas, que era características de los reyes mexicanos y que se llamaba xiuhuitzolli. 
   Para un pueblo esencialmente agrícola, como era el azteca, tenía una importancia fundamental el régimen de lluvia y los otros fenómenos atmosféricos que influían en sus cosechas.  Así, no es de extrañar que el culto de los dioses del agua y de la vegetación absorbiera una gran parte de su vida religiosa. Tláloc, “el que hace brotar”, dios de las lluvias y del rayo, es la deidad más importante de este conjunto y probablemente también una de las más antiguas que adoraron los hombres en México y Centroamérica. 
   Según otra leyenda, Chalchiuhtlicue no era la esposa de Tláloc, sino su hermana. Tláloc tuvo por primera esposa a Xochiquetzal, la diosa de las flores y del “bien querer”, pero le fue robada por Tezcatlipoca.  Tomó entonces por esposa a la diosa Matlalcueitl, la de las faldas verdes”, nombre antiguo de la montaña de Tlaxcala que actualmente conocemos por la Malinche. 
   Esta leyenda nos manifiesta la relación que los indios percibían entre las sierras y las lluvias, y que los hizo dar el nombre de Tláloc a la montaña que forma parte de la cordillera del Iztaccíhuatl y que todavía conserva ese nombre. 
   Tláloc es uno de los dioses más fáciles de distinguir, por su característica máscara que, vista de frente, hace que parezca el dios como si llevara anteojos y bigotes. 
   Su compañera, según otros estudiosos, es la diosa del mar y de los lagos, Chalchiuhtlicue, “la falda de jade”, cuyo atavío consiste principalmente en adornos de papel de amate, pintado de azul y blanco y teñidos con hule derretido.  La venda azul y blanca, con dos grandes borlas que cuelgan a ambos lados del rostro, es característica constante en las representaciones de la diosa. 
   Chicomecóatl, “7. Serpiente”, es sin duda la más importante de todas las deidades de la vegetación, y por eso lo antiguos cronistas la llamaban “diosa de los mantenimientos”. Se le llama también “7 mazorcas de maíz”, Chicomolotizin. 
   El maguey, tan importante en la vida de los aztecas no sólo por el pulque (octli) que extraían de él sino por los muchos usos industriales para los que servían las hojas y las espinas de la planta, fue deificado con el nombre de Mayáhuel, la diosa que, como la Venus de Éfeso, tenía cuatrocientos pechos, los Centzon Totochtin, los cuatrocientos o innumerables dioses de la embriaguez, que eran adorados en los diferentes pueblos de la Altiplanicie y que derivaban sus nombres de las tribus de las que eran patronos. 
   El más importante de ellos era “Ome Tochtli”, “2. Conejo”, dios general del pulque; pero hay otros dioses.  Tepoztécatl, adorado en Tepoztlán, Morelos, es importantísimo por la serie de mitos que se encuentra rodeado, que han llegado hasta nosotros, transmitidos por tradición oral, y se cuentan todavía en Tepoztlán, mezclando los relatos del antiguo mito con instituciones cristianas y contemporáneas.  De este dios, como de Huitzilopochtli y Quetzalcóatl, en algunas leyendas se cuenta que nació de una virgen, fecundada de modo milagroso. 
   Por último el dios Xipe-Tótec, “nuestro Señor el desollado”, es el dios de la primavera y de los joyeros.  Su culto probablemente fue importado desde muy antiguo al Valle de México, pues ya se encuentra en la cultura teotihuacana, en donde el llamado “dios con máscara” no es más que una representación de Xilpe. 
   Su culto es uno de los que más repugnan a nuestra sensibilidad, pues consiste en desollar a un esclavo y cubrir con la piel de su víctima al sacerdote de la tierra.  Este rito significa que al llegar la primavera la Tierra debe cubrirse con una nueva capa de vegetación y cambiar su piel muerta, cubriéndose con una nueva. 
   Las ideas de tierra y muerte están muy íntimamente asociadas en la mente azteca y no sólo porque la tierra es el lugar al que van los cuerpos de los hombres cuando mueren, sino porque también es el lugar en el que se ocultan los astros, es decir, los dioses, cuando caen por el poniente y van al mundo de los muertos. 
   Tres diosas, que aparentemente son sólo aspectos de una misma divinidad, representan a la Tierra en su doble función de creadora y destructora:  Coatlicue, Cihuacóatl y Tlazoltéotl. Sus nombres significan: “la de falda de serpiente”, “mujer serpiente” y “diosa de la inmundicia”. 
 Coatlicue tiene en los mitos aztecas una importancia especial porque es la madre de los dioses, es decir, del Sol, la Luna y las estrellas.  De ella nace milagrosamente Huitzilopochtli en el momento en que las estrellas, capitaneadas por la Luna, pretenden matarla porque no creen en el prodigio de la concepción divina, y cómo el Sol-Huitzilopochtli sale de su vientre armado del rayo de luz, mata a la Luna y a las estrellas. 
 

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