Luis
Cernuda (1902-1963)
Nació
en Sevilla. Empezó a estudiar Derecho en la Universidad de
su ciudad natal y allí conoció a Pedro Salinas, que
fue su profesor. En 1920 se trasladó a Madrid, donde entró
en contacto con los ambientes literario y artístico. Durante
la Guerra Civil participó en el II Congreso de Intelectuales
Antifascistas de Valencia, al que asistieron los mexicanos Octavio
Paz, Elena Garro, Carlos Pellicer, Silvestre Revueltas y Juan de
la Cabada. En 1938 viajó a Inglaterra, de donde ya no regresó
a España, iniciando un triste exilio: Inglaterra, Escocia
y, desde 1952 vivió en México, donde murió.
Su primera obra, Perfil del aire (1927), estaba en la línea
de la poesía pura. Donde habite el olvido (1934) es
un poemario que aborda con gran desconsuelo el fracaso amoroso.
Desde 1936 agrupa toda la poesía que va produciendo bajo
el título La realidad y el deseo, al que va añadiendo
poemas. En el exilio publicó Las nubes (1940), Con
las horas contadas (1950-1956) y Desolación de la
quimera (1962). También escribió interesantes
ensayos literarios y colaboró en revistas y periódicos
mexicanos como Excélsior o Novedades. Murió
en la ciudad de México en 1963.
Una
melancolía recorre la poesía de Luis Cernuda, quien,
a pesar de el pesar que manifiesta en sus poemas, toca temáticas
universales que, de alguna manea, ayudan a conjurar el duelo.
Peregrino
¿Volver?
Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño
a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
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