Ramón
Pérez de Ayala (1888-1962)
Periodista
poeta, novelista y ensayista. Nació en Oviedo en 1888. Estudió
derecho. Realizó estudios en Inglaterra, Alemania e Italia.
Durante la Primera Guerra Mundial fue corresponsal de La Prensa
de Buenos Aires. En 1928 ingresó en la Real Academia Española.
Estuvo vinculado con José Ortega y Gasset y con Gregorio
Marañón a través de la Agrupación al
servicio de la República, de la que fue embajador en Londres
(1931-1936). Al estallar la Guerra Civil española emigró
a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1954. Entre su obra
poética destacan los libros: La paz del sendero (1903),
El sendero innumerable (1916) y El sendero andante
(1921). Entre sus novelas figuran Troteras y danzaderas (1913),
Belarmino y Apolonio (1921), Luna de miel, luna de hiel
(1923), Los trabajos de Urbano y Simona (1923), El curandero
de su honra (1926). Una de las herramientas de su obra es la
ironía que sustituye a una gran amargura y a un sentimiento
de desasosiego. Murió en Madrid en 1962.
La
obra de este escritor se caracteriza por combinar pensamiento filosófico
y poético, como puede apreciarse en los fragmentos que a
continuación les presentamos:
De:
Belarmino y Apolonio
"Una
vez era un hombre que no hablaba"
Una
vez era un hombre que no hablaba porque comprendía tantas
cosas en cada cosa singular, que no acertaba a expresarse. Los otros
le llamaban tonto. Este hombre, cuando supo expresar todas las cosas
que comprendía en una sola cosa, hablaba más que nadie.
Los otros le llamaban charlatán. Cuando en todas las cosas
distintas no vio ya sino una y la misma cosa, porque había
penetrado en el sentido y en la verdad de todo, ya no volvió
a hablar ni una sola palabra. Y los demás le llamaban loco.
De: Troteras y danzaderas
"El
hecho estético esencial es la confusión o transfusión
de uno mismo en los demás, y aun en los seres inanimados;
vivir por entero en la medida de lo posible las emociones ajenas,
y a los seres inanimados henchirlos y saturarlos de emoción,
personificarlos.
(...)
De pequeños nos enseñan la doctrina y a temer a Dios,
y a este pobre cuerpo mortal, a este guiñapo mortal, que
lo parta un rayo. A los veinticinco años somos viejos y la
menor contrariedad nos aniquila. Somos hombres sin niñez
y sin juventud, espectros de hombres".
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