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poemas . . de . . trayectoria. . vital


Nostalgia, de F.G.L.

Marinero, de F.G.L.

Del pasado efímero

Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la piel, el pelo cano
ojos velados por melancolía
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la orquendad de su cabeza.

Aún luce de corintio terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo
pulido y torneado.
Tres veces heredó y tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero
la suerte de un tahúr o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.

Bosteza de políticas banales
dicterios al gobierno reaccionario
y augura que vendrán los liberales
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, de cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira
pensando en su olivar, al cielo mira
con ojos inquietos si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco
prisionero de la Arcadia del presente
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.

Este hombre no es de ayer, ni es de mañana
sino de nunca; de la cepa hispana.

No es el fruto maduro, ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido
esa que hoy tiene la cabeza cana.

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Amor Novo, de F.G.L

Yo voy soñando caminos
(en Soledades)

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero.
-La tarde cayendo está-.

En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.

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Salvador Dalí , de F.G.L




















































Retrato
(en Campos de Castilla)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.