Pero
el recién llegado no habló, ni oí ningún
ruido durante los momentos que siguieron. Todo era una vaga pantomima
como vista desde inmensa distancia, a través de una neblina...
Aunque, por otra parte, el recién llegado y todos los que fueron
viniendo a continuación aparecían grandes y próximos,
como si estuviesen a la vez lejos y cerca, obedeciendo a alguna geometría
anormal.
El
recién llegado era un hombre flaco y moreno, de estatura media,
vestido con un traje clerical de la iglesia anglicana. Aparentaba unos
treinta años y tenía la tez cetrina, olivácea,
y un rostro agradable, pero su frente era anormalmente alta. Su cabello
negro estaba bien cortado y pulcramente peinado y su barba afeitada,
si bien le azuleaba el mentón debido al pelo crecido. Usaba gafas
sin montura, con aros de acero. Su figura y las facciones de la mitad
inferior de la cara eran como la de los clérigos que yo había
visto, pero su frente era asombrosamente alta, y tenía una expresión
más hosca e inteligente, a la vez que más sutil y secretamente
perversa.